“¡Pachanga!, ¡te vas a llamar Pachanga!”.
Bromeando, entre toma y toma del himno salsero ‘Sentencia china’, el cantante Joe Arroyo bautizó al ingeniero de sonido que, con sus dedos largos, operaba cada uno de los botones de la consola de grabación.
No había mejor apodo para Mario Rincón Parra.
El hombre que, sin cantar ni tocar ningún instrumento, hizo bailar a millones de familias en Colombia —y más allá—. Uno de los principales artífices del éxito de Discos Fuentes, discográfica pionera en Latinoamérica, con más de 80 años de historia, que marcó el rumbo sonoro de todo un continente.
“Discos Fuentes me dio todo lo que tengo en la vida, los mejores amigos, el bienestar para mi familia y todas estas historias que están guardadas en canciones”, dice Rincón, pieza clave de un sello musical presente en la vida cotidiana de diversas generaciones, que alcanzó su apogeo en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado. Precisamente cuando él, Pachanga, estaba al mando del estudio de grabación.
Fue en ese período en el que Discos Fuentes facturó éxito tras éxito, como una suerte de Motown colombiana, capturando en sus discos los sonidos tropicales más bailables del momento: desde la cumbia hasta la salsa, pasando por el vallenato y el boogaloo, entre otros estilos de música popular.
Pero no todo empezó desde el virtuosismo y la experiencia.
Nacido en Medellín en 1939, Rincón se introdujo en la industria musical de la mano de su hermano Jaime, un novel productor en Industrias Fonográficas Ondina, que se haría conocido por la composición ‘La cuchilla’, violenta y parrandera canción inmortalizada por Las Hermanitas Calle.
En Ondina, trabajando mano a mano con su hermano, Rincón empezó a entender cómo funcionaba el negocio de la música y el día a día dentro de un estudio de grabación. Y tuvo también el encuentro que marcaría su biografía para siempre: allí conoció a don Antonio Fuentes y a su hijo José María, propietarios de Discos Fuentes.
“Ellos estaban allá porque necesitaban grabar a unos artistas, sacar discos, y, como todavía no tenían estudio de grabación, ese espacio les servía de soporte para trabajar. De repente, al verme al lado de mi hermano, me dijeron que si quería irme con ellos a Discos Fuentes cuando terminaran de construir el estudio. Eso fue en el año 1959. Yo no pensé que ese momento me cambiara la vida, ellos creyeron en un pelaito”, explica Rincón en entrevista a COOLT.
Discos Fuentes ya comenzaba a ser en esa época una referencia de la música colombiana. Aunque la historia del sello había transitado por lugares insospechados.
Antonio Fuentes, el fundador de la discográfica, había nacido en 1907 en Cartagena, en la costa caribe colombiana. Su familia había sido pionera en el sector farmacéutico local con sus Laboratorios Fuentes. Él tenía pensado convertirse en médico, para seguir con el legado de sus padres, pero en los años veinte decidió enrutar su profesión hacia el área de negocios. Antonio viajó a los Estados Unidos y estudió Administración en Filadelfia, en Pensilvania. Y allí se interesó por la música, estudió violín y guitarra hawaiana —las cuerdas frotadas se convirtieron en su obsesión—, y se involucró en la técnica sonora, en la acústica y en los medios de comunicación. A su regreso a Colombia, en vez de traer las cajas repletas de medicamentos que esperaban sus padres, Antonio volvió con micrófonos, transmisores y todo tipo de tecnología gringa para empezar a cumplir su sueño: tener una emisora rudimentaria en el ático de los laboratorios familiares.
De esta forma, Antonio Fuentes empezó su labor de tocadiscos, de difusor de la música colombiana a través de la denominada Emisora Fuentes. Y, no contento con todo esto, el joven comenzó a grabar artistas con algunos equipos en una habitación de su casa en el barrio Manga. Nacía así Discos Fuentes, una genialidad no antes vista en Colombia. Era 1934.
Las primeras grabaciones de la discográfica fueron de artistas foráneos, aunque Antonio Fuentes no tardó en cultivar el talento local: ahí estaban Lucho Bermúdez y Clímaco Sarmiento, auténticos iconos de la música popular colombiana. O José María Peñaranda, Esther Forero y Guillermo Buitrago, entre otras estrellas que dieron fama a este sello que tomaría como emblema corporativo la Torre del Reloj de Cartagena de Indias.
En 1960, Discos Fuentes abandonó Cartagena para instalarse en Medellín. Ese mismo año, Mario Rincón empezó a trabajar en el sello. Rincón aún no tenía cédula y trabajaba por diversión. Con su ropa impecable, su cabello bien peinado hacia atrás y una sonrisa de oreja a oreja, ganaba unos cuantos pesos de recompensa que le daba Antonio Fuentes por cargar cables, organizar instrumentos y ayudar en lo que necesitara la familia de los discos.
Poco a poco, Rincón se ganó el cariño y también un pequeño sueldo dentro de la nómina de las más de 200 personas que vivían su segunda vida en el gigante lugar que Discos Fuentes ocupaba en el barrio Guayabal en Medellín, muy cerca del aeropuerto Olaya Herrera, donde años atrás, en 1935, murió el mismísimo Carlos Gardel.
Sin formación universitaria que acreditara su valía, Rincón acabó ocupando el puesto de ingeniero de sonido de una empresa que justo entonces empezaba a romper moldes: en 1961, Discos Fuentes publicó el recopilatorio 14 Cañonazos Bailables, un álbum que innovó con el sonido estereofónico y que reunió en una sola producción los mejores sonidos fiesteros del momento, como ‘La negra caliente’ de Pedro Laza y sus Pelayeros o ‘Cumbia sincelejana’ de Los Teen Agers. Una producción pionera que hasta el día de hoy ha logrado materializar 60 volúmenes.
“Yo fui muy afortunado, pues llegar a Discos Fuentes y poder aprender de don Antonio fue la gran bendición de mi vida. Todo lo que se de música y de la vida se lo debo a Fuentes. Muchas personas escuchan los discos, en las fiestas los bailan, pero yo los hice al lado de grandes artistas, ese es un regalo que no tendré cómo pagarle a la vida”, dice Rincón.
Y es que sí, desde su llegada a la empresa discográfica, Rincón vivió los cambios de la industria y el desarrollo en las maneras de grabación, y pudo codearse con los músicos que cambiaron las reglas de juego en la venta de discos.
“La orquesta entera se metía al estudio, en muchas ocasiones de noche, pedíamos pollo asado, hasta licor, y casi que pasábamos la noche entera grabando a la banda tocar. Si había un solo error tocaba empezar de nuevo la grabación. Pero pasábamos bueno, eso en el estudio parecía una auténtica parranda”, dice Rincón.
En esos años, el ingeniero de sonido no solo se encargaba de capturar con la máxima fidelidad posible la música que sonaba en el estudio, sino que además intervenía en el proceso de materialización de los discos de vinilo: a Rincón le tocaba mantenerse frente a la máquina que grababa la música en la pasta de acetato y, cuando acababa la canción, él mismo operaba la aguja para crear los surcos que separaban una canción de otra.
Las manos de Rincón se convirtieron en una extensión de la gran consola Ampex del estudio de grabación de Discos Fuentes. Y, por su habilidad, el ingeniero se hizo merecedor de diversos sobrenombres, más allá del inmortal Pachanga con el que le bautizó Joe Arroyo. A Rincón lo llamaron el “Mago de la Consola”, por su experiencia con las perillas; “El Cirujano”, por editar a los músicos, cortar las cintas de una manera virtuosa y dejar las grabaciones como si nada hubiera sucedido; “El Águila”, por su ojo para descubrir artistas; y “El Rey Midas”, porque todo lo que tocaba, o mejor, lo que grababa, lo hacía oro.
Rincón fue, en definitiva, una pieza fundamental para Discos Fuentes.
Hoy los oídos del ingeniero de sonido no funcionan ya como deberían, hasta el punto que el uso de audífonos es obligatorio, pero Rincón tiene el recuerdo intacto como si fuera ayer de cada uno de los artistas que produjo en Discos Fuentes.
“Para mí siempre fue una cosa muy tremenda recibir tantos músicos talentosos y poder trabajar con ellos, un regalo para la vida haber conocido a Rodolfo Aicardi, a Los Corraleros de Majagual, Lisandro Meza, Fruko, Pedro Laza y sus Pelayeros, Alejo Durán, Alfredo de Angelis y tantos que dejaron huella en la música del mundo”. Artistas a los que Rincón no olvida. Él los grabó, produjo y asesoró estilísticamente. En jornadas extenuantes, sin horarios: cuando la madrugada llegaba, Rincón se acostaba debajo del piano de cola para despertarse un par de horas después a seguir trabajando.
Pachanga añora día a día estar ahí, tras ese vidrio templado que guardó la mística de los sonidos, los ambientes, las historias sonoras y la rumba tropical de Colombia desde el inicio de la década del sesenta. Añora estar como un niño con un dulce, engolosinado con el brillo de los micrófonos, las luces de las perillas y las voces de los ídolos de toda su vida.
Pero los tiempos cambian.
Las ventas digitales se tragaron la mística de la consola, y los discos ya no tienen surcos sino bits. Discos Fuentes no murió, sino que se adaptó —a regañadientes — a la nueva dinámica de la industria musical: las plataformas digitales y la venta online. Ahora, el sello, que ofrece su inagotable catálogo en su web, recurre a estudios aliados para realizar sus producciones, pues sus instalaciones fueron vendidas a una empresa de ropa interior colombiana.
Sin embargo, la historia de Pachanga, el hombre que hizo bailar a Colombia, sigue rodando como el mejor de los long play.