Avisar al sacerdote, elegir el ataúd, preparar la sala, avisar a los familiares y conocidos, preparar el cadáver. Según la cultura, los rituales sociales relacionados con la muerte pueden ser un quebradero de cabeza que hay que resolver en el peor momento posible. Quien toma las decisiones debe interrumpir el llanto para organizar un evento costoso que el protagonista no va a disfrutar y al que acudirán algunas personas que mejor estarían en otra parte, ya que no todo el mundo va a dar el pésame de buena fe. En los tanatorios hay tristeza sincera, pero también rencillas, rencores y envidias disimuladas.
La cineasta puertorriqueña Macha Colón tomó esos elementos y los convirtió en una película, Perfume de gardenias. Una comedia dramática protagonizada por una anciana llamada Isabel (Luz María Rondón) que, tras la muerte de su marido enfermo, acaba dedicándose a la decoración de funerales en el Puerto Rico de clase media después de que un grupo de vecinas liderado por Toña (Sharon Riley) la anime a dar rienda suelta a su creatividad. Pero lo que no sabe Isabel es que la relación de sus compañeras con la muerte es un tanto compleja a nivel moral.
Desde que se estrenó en 2021, el fime ha pasado por varios festivales internacionales, como el prestigioso Tribeca de Nueva York. Este 31 de marzo se presenta en Barcelona en el marco de la primera edición del Festival LATcinema Fest, una cita que organiza la Casa América Cataluña y que contará con presencia de la realizadora.
Colón no solo es directora de cine: también es escritora, productora, artista performativa, gestora cultural y estrella musical. Es tanto que ni siquiera es una sola persona sino un personaje tras el que figura Gisela Rosario Ramos.
Hasta el momento, la creadora había dirigido documentales, como El hijo de Ruby (2014) y Cartas de amor para una ícona (2018), ambos con protagonistas queer, etiqueta con la que también se identifica la propia Macha. Perfume de gardenias es pues su primer largometraje de ficción, una experiencia que la cineasta califica como complicada, pero placentera. “Lo disfruté como cuando te haces un tatuaje, que en el momento te duele, pero después, cuando ves el resultado, quieres hacerte otro más”, dice a COOLT a través de videollamada desde Puerto Rico.
- Hay varios temas principales en Perfume de gardenias. El más evidente es la muerte ¿Por qué decidiste abordar esta cuestión tan presente en nuestras vidas, pero que a la vez sigue siendo casi un tabú?
- Comienza por una inquietud personal. Era un tema que me preocupaba, en el que pensaba mucho y por el que acababa sufriendo. Evidentemente, esto tiene que ver con la educación, con lo que nos enseña la sociedad: a tener miedo, a la obsesión de ser jóvenes para siempre y a querer vivir eternamente. No nos preparan para la muerte. Durante un tiempo llegué a obsesionarme. Me puse a estudiar sobre la muerte, sobre cómo la ven los budistas o cómo se trata en el cine. Cuando decidí hacer mi propia película, sentí la necesidad de contestar a la pregunta de qué es lo que más miedo me da, y la respuesta es la muerte.
- Otra de las cuestiones esenciales del filme es el de los cuidados, una labor que por norma general recae sobre la mujer. Se ve en la protagonista y también en la figura de su hija, a la que su hermano juzga por vivir lejos y no quedarse a cuidar a su madre anciana, cuando él vive en la misma ciudad y puede hacerlo perfectamente.
- Esto viene totalmente de mi experiencia personal, aunque no sea autobiográfico del todo. Fue algo que yo viví cuando me fui tantos años de Puerto Rico precisamente porque no quería tener esa experiencia de que me llamaran por teléfono para decirme “tu papá está en el hospital”, por ejemplo. Pero más tarde, cuando volví, sí que estuve aquí para ellos y me di cuenta de que, cuando miraba a mi alrededor, la imagen que veía era esa, otras mujeres asumiendo ese rol. Incluso escribí un cortometraje que tenía que ver con ese tema, sobre una madre y una hija que tienen esa rutina de ir al supermercado todos los sábados. Cuando miran a su alrededor ven que todo son madres e hijas, con esa costumbre de no comprar lo suficiente para tener que volver y así tener algo que hacer. Y nadie se pregunta sobre la disponibilidad del tiempo de la hija, sino que se asume su deber de estar ahí.
- En el filme también está la cuestión de poner a la gente de la tercera edad en el centro de la trama. Como seres activos y no solo personajes secundarios pasivos. Ahí está la protagonista, que, con sus años, mantiene una vida propia.
- Sí, fue otra cosa que descubrí en relación a mis padres. Mi padre murió años antes que mi madre y yo pensé que ella iba a reaccionar de una manera, que iba a sentirse de alguna forma aliviada después de todos los cuidados. Y fue lo contrario: se derrumbó porque ya no tenía nada que hacer. Fue toda una lección para mí.
No quería hacer una película de gente mayor intentando ser joven, porque la tecnología también es un impedimento para ellos. Recuerdo que tuve un trabajo en Nueva York en donde era profesora de personas que estaban buscando trabajo. Estábamos en los años noventa y ya teníamos algunos conocimientos de computadora. Me asignaron una clase de maquinilla [mecanografía] con mayoría de mujeres. Había una parte de maquinilla y después aprender las cosas básicas de computadora. Casi todas tenían mucha experiencia de haber trabajado de secretarias, en oficinas, y tecleaban 75 palabras en un minuto, pero llegaban a la computadora y olvídate. Quería hacer una película desde el punto de vista de estas personas en la medida en que me fuese posible, las técnicas que crean para sobrevivir, porque esta parte del mundo no está reflejada en la cultura o en los medios.
- El personaje de Isabel, la protagonista, es fuerte y entrañable a la vez ¿Cómo fue encontrar a una actriz que le diese vida? Supongo que no fue fácil llegar hasta Luz María Rondón, que es perfecta para el papel...
- Yo había pensado en un personaje mayor, pero quizá no tanto, de unos 75 años. Nunca me ha funcionado mucho el casting profesional y pregunté a actores de cuyo criterio me fío. También quería hacer un poco de homenaje a las actrices que son mayores, que tienen toda una carrera y no se las reconoce ya. Luz María estaba en mi lista, pero fui a ver una obra de teatro de Bertolt Brecht en la que salía ella. En un momento aparecía vestida de Gandhi y yo me quería morir porque era idéntica. Me pareció increíble que, con 88 años, esa mujer todavía estuviese dispuesta a jugar.
Hubo algo gracioso y es que en el vestuario de la película había cosas de mi casa y de mi madre, que había muerto hacía un año y medio. Así, algunas batas y un traje que se puso Luz María eran de mi madre, y casi hubo un momento en el que se parecía. Se creó una relación entre nosotras en la que a veces ella me hablaba como mi madre y yo era como su hija. Eso fue lindo también, fue parte de la magia.
- ¿Cómo ha sido recibidida Perfume de gardenias?
- Ha sido interesante, porque es una película rara presentada en un paquete que no es raro, lo cual la hace más rara todavía. Esta película no es perfecta, tiene muchas costuras porque mi trabajo es así: para mí la perfección es una trampa. Además, con un presupuesto limitado, este proyecto es una manera de romper y retar a nuestro Estado colonial, que tiene esos grandes estudios de Hollywood.
Así pues, ha sido bonito ver cómo algunos de los festivales de cine más importantes del Caribe, como el de Trinidad y Tobago y el de Guadalupe, han apreciado la película. Obviamente, debutar en el Festival de Cine de Tribeca también fue un regalo maravilloso de muchas maneras, porque para que la película tenga algo de movimiento en festivales, Tribeca es superimportante.
En Puerto Rico estuvimos como 18 semanas en cartelera, que es algo increíble. Creo que somos la segunda película puertorriqueña que lo logra. Hay mucha gente que aún no está yendo al cine por la pandemia y también nos pregunta cuándo se va a poder ver online o cuándo va a salir el DVD. Y esto me alegra mucho porque yo quería hacerle un regalo a mi país, algo que contribuyera a construir un lenguaje propio.
- Tus anteriores trabajos están firmados con tu nombre real, Gisela Rosario Ramos, pero este lleva el de tu personaje Macha Colón ¿En qué momento nace ese álter ego?
- El personaje se crea en 2003 con mi proyecto Las Hermanas Colón, que eran Mari y Macha, jugando con esa palabra de ‘marimacha’ para asumir ese insulto como algo positivo, reapropiándome de esa palabra. Desarrollé una ficción de estas hermanas de mismo padre pero distinta madre que venían de una familia que hacía música tradicional, autóctona. En algún momento sacaron un disco controvertido y se tuvieron que ir de Puerto Rico, exiliadas. Cada espectáculo era El regreso triunfal de Las Hermanas Colón. Era casi como una obra teatral. Una de las veces presentamos una canción y a la gente le gustó tanto que gritaban “¡otra! ¡otra!”, pero, como no teníamos nada, volvíamos a tocar la misma [risas]. Así, fuimos desarrollando el tema musical, y con el tiempo ese proyecto se convirtió en Macha Colón y los Okapi.
Fui creando este personaje de Macha, pero por un lado yo seguía como Gisela, haciendo mis documentales. La gente pensaba que Macha era la divertida y Gisela era la seria. Eso empezó a incomodarme un poco y ambas se fueron mezclando, porque para mí era importante que hubiese elementos de una y de otra. Casi orgánicamente, vi que Macha podría ser mi persona artística, mi nombre artístico. Y firmar esta película como Macha me parecía importante, porque está ligada a todo mi trabajo como artista multidisciplinar. Si alguien busca sobre Macha, puede poner el trabajo en contexto.
- Macha lleva la etiqueta queer bien visible ¿Por qué te parece tan importante?
- Cuando mi trabajo empieza a recibir atención suficiente como para que me hagan entrevistas y reportajes, veo que tengo un espacio para hablar de estas cosas. Aunque no es un tema ajeno a la comunidad artística, no existía en aquel momento nadie que sacase la bandera queer. Y me parecía que era importante dar representación y darle visibilidad. En ese momento no usaba la etiqueta de afroqueer porque sentía que, de alguna manera, era más obvio, era algo físico. Pero a veces me pregunto si debería haber empezado a hacerlo desde el principio, porque es una discusión que ahora está mucho más presente.
- ¿Cómo es la situación de la comunidad LGTBI en Puerto Rico hoy en día?
- Este es un país bastante conservador y muy religioso. Pero estamos viviendo un momento interesante, porque las redes sociales han servido para dar mucha visibilidad y forzar las conversaciones que son necesarias. Ahora mismo tenemos un artista bastante importante en el movimiento de la música trap que se llama Villano Antillano, que es una chica trans y que está triunfando con muy buenas críticas. Es un tema que está ahí. En el grupo de mujeres que han sufrido o han sido asesinadas por violencia de género hay un porcentaje alto de mujeres trans o mujeres trans negras. De hecho, acaban de sacar un estudio al respecto y no creo que pueda hablar de una mejoría, pero sí de una apertura y un reconocimiento más amplio de esta realidad. Tenemos ahora mismo una senadora negra abiertamente lesbiana, y eso también ha ayudado.
- Haces muchísimas cosas: eres artista multidisciplinar, artista performativa, tienes una banda de música y eres directora de cine. Es casi imposible que no tengas algún proyecto nuevo ya en marcha.
- Sí. Lamentablemente están sufriendo todos por las presentaciones de la película, que me quitan mucho tiempo. Uno de ellos, que es algo que llevo soñando desde que estaba en la Universidad Northwestern de Chicago, es un proyecto para hacer una especie de incubadora de proyectos para artistas. También estoy con un documental que es una excusa para hablar de la gentrificación. De cómo el desplazamiento de personas en beneficio de otras capas sociales con un estatus más alto tiene implicaciones más allá de lo político: tiene implicaciones psicológicas y emocionales, y no solo para esas personas, sino para toda la sociedad.