Resulta imposible hablar de teatro argentino contemporáneo sin mencionar a Piel de Lava. Nacido hace 20 años, este colectivo integrado por cuatro mujeres que escriben, dirigen, protagonizan y producen sus propias obras ha dejado una marca indeleble en un país que tiene una tradición teatral enorme.
Con Petróleo —trabajo que presentan ahora en España en una gira que comenzó el 21 de octubre en Badajoz y que concluirá en el Festival de Otoño de Madrid con dos funciones (11 y 12 de noviembre)—, las Piel de Lava saltaron del circuito alternativo, donde acumularon horas de rodaje y prestigio, a la calle Corrientes, el punto de Buenos Aires donde se concentran las producciones más comerciales. Y les fue muy bien: funciones a sala llena, excelentes críticas. En suma, la consolidación de un largo trabajo y un reconocimiento masivo que para Pilar Gamboa —integrante del colectivo junto con Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes— este año se ha multiplicado gracias a su papel en 30 días con mi ex, una comedia ligera y dinámica que protagoniza con Adrián Suar, auténtico pope de la televisión argentina, que ya vieron más de 900.000 personas en los cines y que pronto llegará a Netflix.
Petróleo narra la historia de cuatro trabajadores de un yacimiento de la Patagonia argentina, donde las condiciones suelen ser extremas en más de un aspecto: la tarea es dura; el clima, ni hablar. Cuatro “laburantes” obligados a convivir durante largos períodos apretados en un trailer y que en esta obra son interpretados por cuatro mujeres, con todas las lecturas que esa decisión puede disparar en un momento como este, cuando las convenciones más tradicionales en torno a los géneros empezaron a disolverse.
El tour de force de las Piel de Lava en Petróleo es notable. No sólo por la transformación física. La obra está cargada de humor, pero también de drama, y exige que las cuatro actrices pasen de un estado a otro casi sin solución de continuidad. Petróleo se sumerge en el mundo del trabajo y enfoca el asunto de la supervivencia en un país que, desde hace muchos años, demasiados, hilvana una crisis tras otra. Al mismo tiempo, cuestiona los presupuestos de la masculinidad generados por la lógica del machismo, los subvierte, poniendo en evidencia sus taras, sus falencias, sus debilidades.
De banda de rock a grupo teatral
“Entiendo que la obra cobra un valor especial en este contexto, pero la verdad es que no pensamos en eso cuando la empezamos a escribir”, dice Pilar. “Obviamente, somos feministas, pero no nos hace falta andar con un cartel que lo subraye. La historia de este grupo es esta: yo siempre quise tener una banda de rock, y cuando nos empezamos a ver con las chicas íbamos mucho a recitales, era una época muy efervescente en Buenos Aires. Y todas queríamos tener una banda de rock, las cuatro soñábamos con eso. Como ninguna de nosotras fue nunca muy dotada con los instrumentos, dijimos ‘¡armemos una banda de chicas, pero para hacer teatro!’”.
Y así arrancó la historia de esta banda de chicas que vivió de lleno el boom de la creación colectiva en la Buenos Aires de los años noventa: decenas y decenas de escuelas, talleres de formación y espacios dedicados a revalorizar el peso de la actuación en la producción teatral. La “dramaturgia del actor” —una corriente en la que aquello que aportan con su cuerpo y su energía quienes están en escena está por encima de todo, incluso de un virtual texto pergeñado con antelación— se puso en boga. Y en ese caldo de cultivo Piel de Lava se afianzó con un cuerpo de obra que hace poco mereció una exitosa retrospectiva en el Sarmiento, uno de los teatros públicos con más historia de Buenos Aires. Allí presentaron Colores verdaderos (2003), Tren (2011), Museo (2014) y Petróleo (2018), reinventaron Neblina (2005) como experiencia performática e impartieron un taller que estuvo tan abarrotado de gente como las fechas de cada uno de los espectáculos que revivieron.
“Primero conocí a Elisa”, recuerda Pilar, “en el taller de Alejandro Catalán, uno de los grandes discípulos de Ricardo Bartís. Ella era novia de un gran amigo mío. Y era también un personaje muy particular, con unos ojos claros muy grandes que te llamaban la atención. No hablaba mucho, parecía muy tímida. Para mí era una especie de misterio, hasta que la conocí mejor y me deslumbró por la cabeza que tiene. Ella siempre tiene una opinión única, original sobre el suceso”.
Pilar y Elisa trabajaron juntas para la muestra de fin de curso de ese taller, que luego desembocó en Colores verdaderos, la obra en la que interpretaron a dos secretarias que, en los convulsionados años setenta de la Argentina, trabajan en un lugar que no les gusta demasiado y sufren por cuestiones sentimentales como las estrellas de los mejores melodramas. Esa obra la dirigió Valeria Correa, recién llegada de Barcelona y sugerida por Elisa para ese rol. Y fue Valeria quien sugirió a Laura Paredes como asistente de dirección. De ese modo se inició una historia en común que ya lleva dos décadas.
“Ellas tres se conocían porque se estaban formando con Rafael Spregelburd. De hecho, en ese momento se estaba gestando Bizarra, una obra famosa, muy valorada de Rafa”, apunta Pilar. “Y muy rápido encontramos la pandilla, yo al menos tuve esa sensación. Con ellas tres encontré un lugar de pertenencia. En Neblina nos dirigió un gran actor argentino, Héctor Díaz, y después, en Tren, ya nos animamos a dirigir nosotras, con la colaboración de Laura Fernández, que era asistente de dirección de Spregelburd y nos sumó una mirada muy importante que, además, encajó muy bien con la lógica del grupo: en Piel de Lava nadie es dueña de la verdad, es bastante anarquista la manera de trabajar que tenemos, pero también es muy responsable, como el anarquismo bien entendido”.
Si están con ganas de buscar el origen del nombre del grupo, dejen de lado el esfuerzo, la explicación es más sencilla de lo que imaginaban: Pi (lar) - el (Elisa) de La (Laura) - Va (Valeria). Pero la sensación que transmite ese nombre es certera: las cuatro actrices suelen ser en escena un volcán en erupción. Eso sí vale la pena notarlo. “Así como la concepción de Piel de Lava tuvo que ver con esta idea de armar la banda de rock, pero con una partitura teatral y sin hombres, que son los que monopolizan históricamente la mayor parte de las bandas de rock, no había en aquella primera época una idea establecida de continuidad”, dice Pilar. “No lo veíamos como un grupo que iba a durar de por vida, pero las ganas de seguir estando juntas les fueron ganando a las pequeñas crisis que tuvimos, que son lógicas si tenemos en cuenta que estamos en esto hace 20 años. La que nos une es una relación muy profunda, muy sincera, muy a flor de piel. No nos llevamos ‘bien’, nos llevamos ‘de verdad’, digamos. Nos podemos admirar, pensar el mundo juntas y criticarnos sin problemas. Y sobre todo nos divertimos mucho. A mí nadie me va a festejar un chiste como mis tres compañeras de Piel de Lava”.
El motor que ha impulsado a este grupo ha sido desde sus inicios el deseo de actuar. Piel de Lava funciona como un laboratorio permanente de ideas, más allá de los momentos específicos en los que están comprometidas con un espectáculo en la cartelera. Cada una de las integrantes encontró su lugar, todas celebran los hallazgos de las otras y del grupo más que los personales, y no hay problemas de ego o derivados de la ocupación de espacios. “De hecho, Piel de Lava domó mi tendencia natural a ‘morfármela’, como se dice en Argentina cuando un jugador de fútbol no le pasa la pelota a los compañeros”, revela Pilar-. “Acá la pelota se pasa, las cuatro tenemos la posibilidad de hacer un gol. Somos como la selección de Holanda de 1974, es muy impresionante la naranja mecánica que armamos. Somos un equipo muy especial. Van pasando los novios, los hijos, las casas y va quedando Piel de Lava. Eso es singular y es hermoso”.
Con Petróleo, sostiene Pilar, se fueron dando una serie de lecturas muy interesantes a lo largo del vasto recorrido que ya lleva la obra: del prestigio y la rígida solemnidad del teatro público a la celebración más desprejuiciada en el circuito comercial, donde alguien puede aplaudir una escena —o festejarla con algún elogio en voz alta— y mirar de vez en cuando el teléfono móvil sin romper ningún protocolo ni ganarse una amonestación de algún espectador más severo y reconcentrado. “Es una obra que interpela a gente muy distinta”, analiza la actriz. “Surgió como un vómito, más que como una estrategia para aprovechar la época. Buscamos el varón, el ‘chabón’, dicho en términos bien porteños, que hay en cada una de nosotras para señalar defectos, pero también para generar empatía. Uno de los problemas de esta época, nos parece, es la corrección política: lo que se puede decir y lo que no se puede decir. Y el arte debe cagarse en eso, siempre tiene que generar preguntas. Petróleo no es una obra políticamente correcta, pero sí es empática. No baja línea en una época en la que todos te dicen cómo hay que pensar y cómo hay que vivir. Yo estoy más llena de preguntas que de respuestas, más llena de inquietud que de certezas. El feminismo es el movimiento político más interesante de la última década. Hoy las mujeres piensan en cosas en las que mi generación quizás ni siquiera se animaba a pensar. Nos maltrataban y no nos dábamos cuenta… Me parece genial el movimiento, lo apoyo, me siento parte, pero no festejo todo. Pienso todo el tiempo, tengo dudas, inquietudes”.
Una carrera entre el éxito comercial y el circuito alternativo
Entre esas inquietudes de las que habla Pilar también deben de estar, seguramente, las relacionadas con la realidad de una actriz como ella, prestigiosa por su trabajo en el circuito teatral alternativo y muy elogiada cuando se suma a productos del mainstream. Una actriz con tanto juego tiene que elegir bien cada papel, evaluar con calma cada propuesta para no “desperfilarse”, pero el contexto, nos confirma ella, es más complejo de lo que podemos suponer: “El otro día leí una entrevista en la que Augusto Fernandes decía que los personajes te llegan, no es que uno los va a buscar. Me emocionó leer eso porque justo me está pasando: no busco tanto los papeles que hago, me llegan y punto. Tengo la antena preparada para detectar si lo que me llega me gusta, claro, pero que me guste no depende de que la propuesta venga del circuito alternativo o del comercial. Cuando leí el guion de la película que hice con Adrián Suar, me di cuenta de que era difícil hacer bien ese papel y también que era, justamente por eso, muy divertido. Pero no reparo tanto en si se trata de algo comercial o algo más independiente. Si está bueno para actuar, lo hago. No me parece que trabajar en una película comercial me perjudique o me reste posibilidades de que me convoquen para una película de las consideradas más ‘serias’. Si me necesitan, me van a llamar igual. Pero además yo necesito plata para vivir. La idea romántica del artista que va eligiendo cada uno de los peldaños es falsa. Vas eligiendo si podés, pero si vivís de la actuación no siempre estás en condiciones de decir ‘esto me desprestigia’. Prefiero hacer dinero actuando, que es lo que yo sé hacer, lo que me gusta. Si me tengo que levantar temprano para grabar una tira televisiva me va a gustar más que levantarme temprano para otra cosa. Pero mi profesión es un privilegio, no siento que pueda quejarme por algo así”.
¿Cuándo fue que empezó esta historia de amor de Pilar Gamboa con la actuación? ¿Recuerda ella el instante preciso en el que tomó la decisión de dedicarse a esa profesión que hoy considera una bendición? “Sí, me acuerdo perfectamente”, contesta. “Siempre fui muy histriónica de chiquita, pero también muy tímida. Era una combinación rara… Era muy buena imitadora, entonces en casa siempre me pedían que hiciera personajes y yo los hacía. Pero no era una nena que decía ‘yo quiero actuar’, no lo tenía tan claro. En mi familia había mucho consumo cultural, creo que eso influyó mucho. Y al final, cuando terminé la escuela secundaria, pensé que podía probar con la actuación, pero no me animé a anotarme en el Conservatorio por miedo a no pasar el ingreso. Entonces mi hermana me sugirió que me anotara en un curso del Centro Cultural Rojas, que en los años noventa fue muy importante en Buenos Aires, y ahí conocí a Cristian Drut, mi primer profesor de teatro. Me acuerdo muy bien del momento en el que él preguntó quién quería improvisar algo y yo me atreví, improvisé una peluquera, hice el sonido del secador de pelo con la boca, y no me salió mal. Lo cuento así y parece cualquier cosa, pero se reían mucho mis compañeros. Ahí sentí que me estaba pasando algo de otro orden. Suena cursi, pero es real. No podía creer que eso me estuviera pasando a mí, tenía un nivel de excitación interna increíble. Creo que ese día descubrí la vocación, porque sentí que podía generar algo en los demás, que es lo que se necesita para actuar. Me puso el ego muy arriba, en el cielo, fue algo muy trascendental para mí. A partir de ese momento nunca dejé de actuar. Ganando plata o sin ganar nada durante años y años. Porque recién empecé a vivir de la actuación a los 31 años, y tengo 42… Trabajé de lo que fuera para estudiar teatro y pagar el alquiler”.
En esos años en los que Pilar Gamboa fue forjando su camino como actriz hubo empleos de todo tipo —promotora de una tarjeta de puntos de una compañía petrolera, secretaria de un psiquiatra, socia en un taller de estampado de telas—, lo que en Argentina se conoce como “changa” para sobrevivir mientras se espera que lo que en realidad apasiona empiece también a proveer. Fue la etapa en la que veía a Kate Winslet y soñaba con transformarse en una actriz de gran calibre, como efectivamente es hoy: “Si sé que está Kate Winslet, seguro que veo la película. Me vuela la cabeza verla actuar, es una de esas actrices que habría que estudiar todo el tiempo. No es fría, ni calcula cuándo levantar una ceja, cuándo hacer un gesto Simplemente le pasa. Hay actrices mucho más técnicas que no me provocan nada. Ella sabe que conmueve, pero no pretende conmover, no lo fuerza, sabe que puede hacerte llorar pero no juega con eso. Es como si te dijera ‘esto me está pasando a mí, no lo estoy haciendo para que vos llores’. Eso me parece una obra de arte. Hay otro tipo de composiciones más rígidas, que parecen pensadas para ganar el Oscar y están bien. Pero yo suelo verles más el pegamento, la costura. Me gusta más el arrojo, la necesidad de jugar. Y que lo que pasa en los demás sea cosa de ellos, no forzar una reacción determinada”,
Las emociones son energías que Pilar domina a la perfección en escena. Es una actriz que transmite, que inquieta, que conmueve provocando al espectador sin muchos aspavientos. La naturalidad con la que se mueve nos lleva a pensar que nació para actuar.
“A esta altura de la vida no cuesta mucho que me pase algo. Siento que ocupo el espacio con verdad, y eso me pasa mucho más ahora que cuando era más chica”, reflexiona Gamboa. “Cuando era más joven pensaba en generar las emociones, pero ahora me emociono un montón sin necesidad de provocarlo. Yo veía a mi papá llorando mientras escuchaba un disco de Coltrane y no entendía qué le pasaba, pensaba que estaba triste por algo. Y hoy no paro de emocionarme. Es algo de la adultez: ya no tengo que buscar la idea de la rotura, estoy rota. La vida te atraviesa cuando vas creciendo. Si tu alma está un poquito conectada con las de los demás, te pasa. Entonces ya no estoy preocupada si tengo que llorar en una escena porque me sale sin forzarlo. Escucho al otro y estoy ahí, sin mucho más misterio que estar presente en ese momento. Y me pasa de todo. Pero también me pasa de todo en una charla de café con un amigo. Hay algo lindo en eso de estar presente en el presente”.