Tras la pista de los gitanos de México

En busca de su identidad, el fotógrafo Lorenzo Armendáriz retrató entre sombras y reflejos a una de las comunidades más desconocidas de Latinoamérica.

Un artista sobre un monociclo, en un circo de gitanos ludar en México. LORENZO ARMENDÁRIZ
Un artista sobre un monociclo, en un circo de gitanos ludar en México. LORENZO ARMENDÁRIZ

De su abuelo, Lorenzo Armendáriz recuerda las manos grandes y los anillos. Era un hombre alto y moreno, que vivía en un camión y al que llamaban El Húngaro. Iba a visitarlo de niño, pero solo de adulto supo que no venía de Hungría, sino que era parte de la comunidad gitana de México. De esa inquietud nació su proyecto fotográfico, una peregrinación interna en busca de sus raíces y el retrato de una cultura poco conocida en Latinoamérica, pese a siglos de arraigo.

“Tenía muchas ganas de conocer a mi familia”, cuenta Armendáriz (San Luis Potosí, 1961) en París, donde expone una parte de su obra en el Instituto Cultural de México. Sus imágenes en blanco y negro se adentran en los campamentos gitanos, juegan con las sombras, los reflejos y las atmósferas.

Cuando se sumergió en ese mundo, el fotógrafo —que cambió su cámara habitual por una más discreta, para pasar desapercibido—  logró definir poco a poco cómo iba a retratar a las familias en su cotidianidad. “Quería desmitificar la imagen romántica y bohemia del gitano y reivindicar su lugar en la historia cultural del país”, explica.

Llegar a ellos no fue tan difícil como pensaba.

Armendáriz tenía que buscar una familia de apellido García, como su abuelo, asentada en Guadalajara. Renunció a su trabajo en el Instituto Nacional Indigenista, donde llevaba años retratando a las comunidades indígenas del país, recibió una beca del Gobierno y se compró una camioneta sin placa.

“Tardé cuatro días en encontrarlos”, dice Armendáriz al recordar el momento en que conoció a la familia de su abuelo. En una gasolinera, se acercó a tres mujeres con faldas largas y les preguntó por los García. “Como iba vestido de negro, creyeron que era policía”, explica entre risas. De inmediato llegó otra camioneta, de la que bajaron dos chicos. “Déjanos tu teléfono, si los vemos, te llamaremos”, le respondieron sin mucha confianza. Poco después, cambiaron de opinión: “Es nuestra familia, vente, vamos al campamento”. En ese instante, el fotógrafo supo que había entrado en su mundo.

Jóvenes gitanas mexicanas, en una de las fotografías de 'Andar para existir', la exposición del Instituto Cultural de México en París. LORENZO ARMENDÁRIZ
Grupo de jóvenes gitanas de Buenos Aires en una de las fotografías de 'Andar para existir', la exposición del Instituto Cultural de México en París. LORENZO ARMENDÁRIZ

El proyecto de Armendáriz era fotografiar los cines ambulantes y los circos. Sabía que a eso se dedicaban los gitanos, pero desconocía que se trataba de un grupo en particular: los ludar. Como explica Neyra Patricia Alvarado Solís, antropóloga del Colegio de San Luis, “los ludar se distinguen de los rom por la lengua, pues ellos hablan un rumano antiguo y los rom, el roméne”. En México, el término genérico de gitanos engloba a los rom, los ludar y los kalé, estos últimos llegados de España y radicados en Ciudad de México. 

Los gitanos en América Latina

Los gitanos llegaron a América Latina en distintas olas migratorias, esencialmente en el siglo XIX y principios del XX. Pero también se presume su llegada desde la conquista y la colonización por los españoles. “Se trata de una migración de excluidos en periodos distintos, pero por motivos muchas veces similares”, indica Anne-Isabelle Lignier, periodista e investigadora especializada en la historia de los gitanos. Según esta autora, entre las razones para emigrar estaban la búsqueda de una vida mejor, escapar de las persecuciones o incluso evitar ser reclutados en los ejércitos otomanos y del Imperio austrohúngaro.

Armendáriz sitúa también la migracion de los gitanos tras la abolición de su esclavitud en Rumanía y la caída de grandes imperios en los Balcanes. Muchos de ellos se establecieron en Estados Unidos, pero cuando el país controló la inmigración cerrando sus fronteras, los barcos empezaron a desembarcar los gitanos en el puerto de Veracruz, México. “De esta manera, muchos gitanos rom y ludar llegaron a México pensando que estaban en Estados Unidos”, explica el fotógrafo.

Un gitano muestra un documento de identidad checoslovaco. LORENZO ARMENDÁRIZ
Un hombre muestra un documento de identidad en Eslovenia, en 1995. LORENZO ARMENDÁRIZ

Según datos oficiales, habría unos 800.000 gitanos en Brasil, 300.000 en Argentina, 16.000 en México, 5.000 en Colombia y entre 7.000 y 10.000 en Chile. Sin embargo, se cree que las cifras son mayores, ya que los censos solían tomar en cuenta únicamente los grupos más visibles. 

La historia y las particularidades de cada grupo depende del país al que llegaron. Entre 1863 y 1867 por ejemplo, el emperador austrohúngaro Francisco José I envió a familias gitanas a México para consolidar el reino de su hermano Maximiliano, subraya Lignier. El caso de los ludar fue diferente: trajeron el cine y el espectáculo callejero a comunidades remotas del país. Es precisamente este aspecto el que interesó a Armendáriz.

‘Polesnik’, el amuleto de la suerte

Cuando Armendáriz llegó con la familia de su abuelo y les explicó su proyecto, le dijeron que ellos ya solo se dedicaban a la compraventa de coches. Tenía que buscar a los ludar en zonas más pegadas a la costa de Jalisco, en el oeste del país. “Aún dan cine y carpas de hipnotismo”, le aseguraron. Siguiendo sus recomendaciones, empezó a preguntar por el “circo de los magos” y los encontró en Ameca, una localidad 80 kilómetros al oeste de Guadalajara.

En el campamento, varios camiones transformados en caravanas estaban estacionados alrededor de una gran carpa. Había llegado con la familia Costich, que durante la noche, ofrecía espectáculos en los que participaba la familia entera. El artista principal, Astroman, hipnotizaba a los valientes del público que se atrevían a subir en la escena.

Carpa de un circo de gitanos ludar en México. LORENZO ARMENDÁRIZ
Carpa de un circo ambulante de gitanos ludar en Ocotlán, México. LORENZO ARMENDÁRIZ

A partir de ese momento, Armendáriz empezó a convivir con esa familia ludar y varias más que se desplazaban para ofrecer funciones de cine ambulante y espectáculos artísticos en el centro y norte de México. Además, “el destino quiso que llegara con ellos en un momento importante”, recuerda el artista. Hacía cinco meses que el padre había fallecido, la comunidad estaba en duelo y la llegada de Armendáriz fue visto como un amuleto de la suerte, un polesnik. El mismo año falleció otra persona, por lo que le pidieron que se casase en la comunidad. Entre los gitanos ludar existe la creencia de que una boda rompe una cadena de muertes.

La fiesta duró tres días y empezó al patear un cubo lleno de agua con algunas monedas. Cuanto más esparcidas quedan las monedas, mayor abundancia para el matrimonio. Era mayo de 1997 y junto a su esposa, Armendáriz rompió la cadena, ganándose un lugar definitivo en la familia. Ya no hubo más muertos.  

“Mezclábamos películas y hacíamos una sola”

A través de sus fotografías y un breve documental, Armendáriz registró su convivencia con los gitanos durante más de 20 años. Un verdadero trabajo de investigación que permitió plasmar las costumbres y la memoria del pueblo ludar. Como explica Alvarado Solís, este grupo gitano se integró en México a través del espectáculo callejero, practicando el comercio y proyectando películas de la Época de Oro del cine mexicano. A veces, editaban las cintas, para que el público no perdiera nunca el interés. “Mezclábamos películas y hacíamos una sola”, explican en el documental, recordando que las de Pedro Infante eran muy taquilleras.

El aparato de cine, las cintas y el generador de luz llegaban a las comunidades más remotas en los lomos de mulas y caballos. “¡Ay, parece el sol!”, solían decir los habitantes en las zonas sin luz. En otras, como en el rancho de Guajimil, en el estado de Durango, al empezar una película con balaceras, todo el mundo salió corriendo creyendo que iban a morir. “No señores, esto es una película, miren, aquí no pasa nada, los balazos no salen para acá, es una película (…) las balas no se salen de la pantalla (…)”, recuerda Joel Pérez en el libro La Lumea de Noi, memorias de los ludar de México (Conaculta FONCA, 2001), que recoge los testimonios de las familias junto a imágenes de Armendáriz.

Grofo Yovanovich, uno de los últimos sobrevivientes de la primera generación ludar nacida en México, recuerda cómo las proyecciones cambiaron a lo largo de los años. Primero con placas fijas, luego a través del cine mudo y películas de 16 y 35mm y finalmente, con proyectores. En su camión, aún conservaba los viejos aparatos de cine, recoge Armendáriz. Los limpiaba todos los días mientras decía: “México, lo conocemos mejor que el mapa”.

Artistas ambulantes de la comunidad gitana ludar de México. LORENZO ARMENDÁRIZ
Artistas ambulantes de la comunidad gitana ludar en Valle de Santiago, México. LORENZO ARMENDÁRIZ

A pesar de moverse por todo el territorio, hubo dos momentos en que los ludar se establecieron por un tiempo en la misma zona. La primera fue durante la construcción de las grandes obras hidroeléctricas en el sur del país, como la presa Malpaso en Chiapas en los años 1960. Ahí, los encargados de la construcción les propusieron ofrecer funciones de cine a los trabajadores. El “cine de los húngaros” era la única distracción ya que los lugares donde se construían las presas estaban alejados de las poblaciones.

Posteriormente, los gitanos se establecieron en Empalme, en el norteño estado de Sonora. Era un pueblo de pescadores, que funcionaba como el único centro de contratación en México del Programa Bracero, un acuerdo con Estados Unidos que permitió la llegada legal de millones de mexicanos para trabajar en los campos. A la espera de ser contratados, miles de braceros permanecían en el pueblo, lo que fue aprovechado por los gitanos para ofrecerles funciones de cine ambulante.

A inicios de los ochenta, “cuando las videocaseteras fueron comunes en los hogares, las proyecciones decayeron para el público, lo que los llevó a implementar un espectáculo de circo con variedad e hipnosis”, apunta Alvarado Solís en un artículo. Pero antes del cine y de los espectáculos, los ludar se integraron al país haciendo bailar animales: osos, changos e incluso chivos.

Un gitano ludar se peina ante un espejo en México. LORENZO ARMENDÁRIZ
Un hombre se peina ante un espejo en Santiago Ixcuintla, México. LORENZO ARMENDÁRIZ

Videocartas por Latinoamérica

Cuando inició el proyecto, en 1995, Armendáriz viajó a Europa del Este para conocer a las comunidades gitanas de la zona. Compartió después lo que había aprendido con los ludar de México. Pero no fue la única vertiente internacional de su proyecto. Como era parte de la Unión Romaní Internacional, una organización que trabaja en favor de los derechos de las personas gitanas, entró en contacto con varias organizaciones rom en Latinoamérica.

En Colombia, donde el Estado reconoce legalmente desde 1997 a los gitanos como una minoría étnica junto con indígenas y afrocolombianos, Armendáriz se puso en contacto con el grupo PROROM, el Proceso Organizativo del Pueblo Rom. Es una de las agrupaciones más consolidadas de la región. Junto a Dalila y Venecer Gómez, sus representantes, viajó en 2003 a Santiago de Chile para acompañar a una gitana chilena en el Parlamento. Por primera vez, se iba a proclamar la existencia del pueblo rom en ese país. Pues, como subraya Anne-Isabelle Lignier en la revista francesa Études Tsiganes, “atravesar el Atlántico no terminó con la estigmatización que sufrían los gitanos en Europa”.

De esta manera, Armendáriz empezó a conocer a las comunidades gitanas de Colombia, Ecuador, Chile y hasta de Argentina, donde los encontró sacando fotos en la estación Retiro de Buenos Aires. Poco a poco, se fue transformando en una suerte de paloma mensajera. A través de casetes y videos, las familias se presentaban a los ludar de México. Daban sus nombres, sus apellidos, contaban su trabajo, sus fiestas y trataban de buscar lazos familiares entre ellos. “Durante un tiempo, me convertí en una especie de correo que entregaba videocartas de México a Chile y a Argentina”, cuenta Armendáriz. 

Ante una Virgen de Guadalupe, un hombre fija la mirada, cigarro en mano, anillos en los dedos, reloj en la muñeca. Es la manera en que quieren ser retratados. Cada retrato cuenta una historia, un mundo, una memoria. Y sobre todo, el andar de un pueblo que viaja para existir.

Un gitano ludar ante una imagen de la Virgen de Guadalupe. LORENZO ARMENDÁRIZ
Un hombre ante una imagen de la Virgen de Guadalupe, en Santiago Ixcuintla, en 1997. LORENZO ARMENDÁRIZ

Sara González Boutriau. Periodista. Editora multimedia en AFP, ha trabajado en medios como NewtralEl País.

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