Pablo no asiste con mayor frecuencia por miedo. Aunque reconoce la importancia cultural e histórica del recinto, prefiere esperar a que alguno de sus agentes le llame y lo presente en un evento privado en el que ganará más y no correrá peligro. Él, Pablo Uribe, es hijo y nieto de músicos regionales fundadores de una de las corrientes del mariachi más popular del estado mexicano de Jalisco. También es uno de los pocos mariachis o mariacheros sobrevivientes al derrumbe de un icono nacional que, tras el abandono institucional, continúa asistiendo a la denominada plaza de los Mariachis de Guadalajara. “Para recordar a mi padre”, dice, y nada más.
El miedo no es infundado. La plaza de los Mariachis se encuentra en la zona limítrofe entre el corazón de la ciudad (zona centro) y el barrio que, desde 2016, es calificado como la cuarta colonia con mayores índices de inseguridad de Guadalajara: San Juan de Dios.
Es decir, lo que en un origen debía ser uno de los bastiones culturales más relevantes del país, es en realidad un mosaico de miseria urbana donde convergen personas en situación de calle, prostitutas, y por supuesto, los mariachis.
Cientos de músicos que soñaban con presentarse en los recintos con mayor proyección artística del país, es decir, el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México o el Teatro Degollado de Guadalajara, cobran aproximadamente 1.200 pesos mexicanos (75 dólares estadounidenses) por interpretar a los grandes clásicos del género que da nombre a su punto reunión. Apenas unos 300 pesos menos que las prostitutas con las que comparten escenario en la avenida Calzada Independencia.
Tanto el costo por una hora de música en esta plazoleta como el nombre del lugar resultan principalmente simbólicos. Es decir: ya casi no hay mariachis, es muy barato llegar ahí y cuesta tener ganas de querer quedarse. El motivo es muy simple. A pesar de que el estado de Jalisco presume de ser la cuna del arte del mariachi, la realidad de la violencia, la venta de drogas y la mercancía ilegal se apoderaron de este escenario al aire libre.
De día, los mercaderes de comercio ilegal o piratería y restaurantes que difícilmente aprobarían una inspección sanitaria ocupan gran margen de lo que comprende la plaza, una iglesia y el mercado Libertad. De noche no es distinto. Las fuentes secas, luces parpadeantes y garitos con fachadas art nouveau carcomidas por los años dan justificación a lo que comenta Pablo Uribe, así como a la constante solicitud de los vecinos por apoyo institucional para su remodelación y seguridad ciudadana.
Más allá del mito del charro negro empotrado, de aquella imagen del hombre indómito que conquista con la palabra en rima, estos músicos supervivientes al abandono son reflejo una deficiente política pública que, incapaz de ofrecer empleos formales o formación profesional adecuada, son condenados a la oferta y la demanda de quienes mejor les puedan pagar por su tiempo.
Hoy en día, la plaza de los Mariachis de Guadalajara se parece más a una de las divas en ocaso de la época del cine de oro mexicano que a aquel hombre que sale de entre los agaves interpretando ‘Cielito lindo’.
“Yo soy de abolengo”
La falta de espacios para la profesionalización del gremio es otro de los problemas. El poco esfuerzo que las autoridades, de todos los niveles, concentran en la reparación de sus símbolos patrios y culturales se evidencia en la inexistencia de una licenciatura pública y en gratuidad, como lo estipulan las leyes educativas, para quienes intenten especializarse en este arte.
Lo que sí existe, explica Pablo Uribe, son escuelas particulares o de corte técnico que, principalmente, ayudan a estos músicos a construir identidad musical o expertiz en algún instrumento (casi siempre el violín).
Pablo Uribe nació en una familia de tres generaciones de mariacheros, aproximadamente 120 años de tradición oral y escrita que fue absorbida por este intérprete hijo de uno de los fundadores de la plaza de los Mariachis. Entre la figuras que acompañaron a esta familia, se encuentran personajes tan relevantes como Vicente Fernández, Rocío Durcal y Lola Beltrán, entre otros.
–Recuerdo haber ido con mi papá un viernes por la noche. Él me dijo que me iba a enseñar el oficio. Así comenzó todo, me enseñó conocimiento básico de violín y comencé a trabajar a los 15 años. Sobre la plaza [de los Mariachis], en realidad era un punto de reunión, principalmente de turismo. Con el paso de los años esto se convirtió en una mafia; lo que era antes, fue tomado. De lo que fue la gloria se convirtió en nada. Hay algunos compañeros que se siguen reuniendo pero todo se convirtió en violencia. Esencialmente no hay nada.
La avenida Calzada Independencia, donde se encuentra la plaza de los Mariachis, cuenta, por sí misma, una historia de lucha de clases. Del lado donde tocan los mariachis habitan las colonias menos favorecidas por la política pública. Y cruzando la calle, quienes tuvieron la suerte de nacer en el lado “correcto” del mundo. Pero Guadalajara, no es el único mundillo dividido.
–No sé si decir que afortunadamente o desafortunadamente, el mundo del mariachi se partió en dos: los que venimos de familia de artistas con abolengo y quienes se hacen un espacio en ámbito frente a todas las complicaciones que existen. Ocurre con el mariachi como con aquel secreto a voces de la Comisión Federal de Electricidad (CFE): era un mundo al que sólo entrabas si algún familiar te heredaba la plaza, pues esto mismo ocurrió con el mariachi.
A pesar de todo, para Pablo, presentarse en un escenario es la vida. Él se formó en la escuela de música del estado de Jalisco, sin embargo, él reconoce a su padre como el verdadero tutor. Explica que el estado no cuenta con una línea de investigación o de profesionalización en la rama de mariachi por lo que los grandes intérpretes tienen que recurrir a maestros particulares para perfeccionar la técnica.
¡Qué viva el mariachi!
Desde una visión más académica, Vanessa Velasco, encargada de la Dirección de la Escuela de Mariachi Ollin Yoliztli en plaza Garibaldi, Ciudad de México, explica que, por lo menos en la capital, las personas que buscan un proceso de profesionalización para el mariachi, en realidad no pasan por una decepción frente al mundo clásico. La mayoría de los estudiantes foráneos son en realidad personas con búsquedas interpersonales muy específicas que tienen como objetivo proteger el legado de los familiares que les heredan una relación (una situación muy parecida a la de Pablo), casi poética, con algún instrumento y evidentemente con el género del mariachi.
–Nosotros en Escuela de Mariachi Ollin tenemos una alta población de estudiantes foráneos, casi todos con ayuda de familiares vienen a profesionalizar el estilo dado en el país. Solo existen dos escuelas, pero son muy costosas; es más, para algunas personas resulta más barato estudiar en Ciudad de México que ingresar directamente a estas escuelas.
La solución para el problema que narra Vanessa sería que las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (SEP) pudiera certificar los estudios técnicos que existen en algunos puntos del país como un proceso de licencia a fin de obtener un certificado, no obstante, pocas son las escuelas o academias que logran llegar a este punto.
–Nuestra escuela, fue puesta en funciones en 2013, aunque lleva mucho tiempo antes operando, ahora se encuentra justo en el proceso de certificación ante la SEP para lograr ofrecer una licenciatura a nuestros estudiantes. Esto sería muy relevante para la música nacional, dado que estaríamos en condiciones de ofrecer profesionales con un nivel de entrega que resulta complicado encontrar en otra parte del país.
La maestra Vanessa conoce a la perfección la historia del recinto que dirige. Su devoción es innegable. Sin embargo, también la plaza Garibaldi (frente a la escuela Ollin) pasa por procesos similares a los de la plaza de los Mariachis en Guadalajara. Aunque menos evidentes, problemas como la inseguridad y la falta de mantenimiento de la infraestructura pública son una realidad.
Los paralelismos irrefutables entre estos dos recintos, son reflejo del abandono y de un claro fracaso institucional. Ni los boletines de prensa de las autoridades municipales asegurando inversión en la plaza de los Mariachi y la plaza Garibaldi, o las academias de música que generosamente abrieron sus puertas para que los mariachis no callaran, son esfuerzos suficientes para sostener esta tradición de pie.