Carlos Guerrero (Ciudad de México, 1992) recuerda muy bien la historia de cómo se convirtió en Prince Láuder, uno de los ilustradores de moda y especialistas en collage más solicitados de la actualidad.
Tenía 15 años cuando nació su afición a recortar partes de imágenes en su computadora para crear collages en un programa de edición, una actividad que combinaba su gusto por el diseño y por el dibujo. En esa época, la primera década del siglo XXI, las principales redes sociales eran MySpace y Tumblr, y ahí mostraba sus trabajos. Con el apoyo de su hermano, decidió crear una compañía para ofrecer sus servicios. La llamó Prince Dessign, pero el nombre no le acababa de convencer; prefería algo más novelesco. Finalmente, su emprendimiento pasó a llamarse Prince Láuder. Ese no solo era el nombre de una empresa, lo era también de una persona: el alter ego de Carlos, que empezó a recibir encargos del extranjero. Revistas de fama mundial como Trendland, Harper's Bazaar y Vogue llamaron a su puerta, pero no así las instituciones de su país.
A los 19 años, Carlos recibió un mensaje de Italia. Una representante de Luisa Via Roma, un conglomerado de marcas de moda, quería su participación en el festival Firenze4Ever en Florencia. Tras un par de videollamadas, el artista visual definió su propuesta: un juego de cartas con ilustraciones inspiradas en las creaciones de los diferentes diseñadores de moda que estarían en el evento, además de un mural. Ese proyecto se convirtió en una noticia viral en México, y a partir de entonces, Carlos sí empezó a recibir encargos en su país natal. Era el año 2014.
“Desde entonces no he dejado de trabajar ni un solo día”, dice este artista autodidacta, que a lo largo de su trayectoria ha ido alternando los proyectos personales con los encargos de clientes —especialmente en el ámbito de la moda—, siempre con un marcado componente autoral: sus combinaciones insólitas pero armónicas, su manejo medido del color y la exploración conceptual caracterizan su obra. Una obra que también es fruto de una combinación de lo intelectual con lo técnico. No en vano, Carlos estudió Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México, y la mirada reflexiva está presente en todo su proceso creativo.
Con el tiempo, y ante la avalancha de solicitudes, Carlos se vio obligado a contratar asistentes, y ahora cuenta con un estudio. “Antes hacía una ilustración al mes, ahora tengo 15 encargos mensuales”, dice este joven de vestimenta formal pero sobria, que capta la atención de su interlocutor con su mirada penetrante. Su estudio es un espacio minimalista, cubierto por obras y materiales de trabajo. Allí, Prince Láuder medita y planifica el concepto sobre el que se basará cada ilustración, mientras que Carlos Guerrero se encarga de la gerencia.
- ¿La iconografía cumple una función narrativa en tu obra?
- El collage tiene una particularidad: integra elementos no necesariamente conectados para crear una conexión. Una mitad de un rostro o una escultura maya son cosas no tienen mucho en común, pero, al integrarlas, crean una nueva lectura. Mis padres tienden a acumular cosas, en casa tienen muchas cosas antiguas juntas. Y cuando ellos salían a trabajar, yo ordenaba la casa. Tiendo mucho a ordenar las cosas. Es lo que pasa en el collage: con esos materiales, puedo crear un orden. En México está la feria Zona Maco. Este 2023 expuse una serie allí, mostrando los puntos en común entre la cultura maya y la griega. Esa nueva lectura es la premisa de mi trabajo: con diferentes rostros, simbologías, íconos, busco crear una nueva narrativa, llevando los elementos a un nuevo contexto.
- En tu obra se aprecia una constante reinterpretación de la belleza. ¿Es una necesidad de crear nuevas visiones sobre algo tan cliché como el rostro femenino?
- Exactamente. Tiene mucho que ver con lo que leí de estética en la universidad, quise sumar a la moda mi visión desde la filosofía. Quise aportar con ese background y generar un nuevo canon de belleza. En estos años he trabajado con rostros y figuras femeninas, y me ha gustado jugar con elementos que ya existen. Casi el 80% de los elementos que uso no vienen de la moda ni de cosas bellas. De un libro de biología, saco una célula o un parásito y hago la mezcla, creo otro contexto. Reinterpreto lo que ya está creado.
- ¿El collage es una moda en la industria editorial?
- No creo que sea una moda. Cuando me metí en esto, me di cuenta de que las posibilidades que tiene son infinitas. Con la fotografía te limitas, porque hay que ir a un sitio. El collage es ilimitado: hasta puedes involucrar elementos surreales, y combinas fotografía con ilustración. Eso lo hace más enriquecedor. Yo lo veo como algo que se apropió de la fotografía, del dibujo, y que puede generar más y más. Más que una moda, es una tendencia a crear arte con nuevas tecnologías. Es crear desde una perspectiva en la que te puedes valer de diferentes disciplinas.
- ¿Cómo fue la transición del trabajo individual al trabajo en estudio?
- Es un reto constante por tratar de no perder ese sentido estético, ni el discurso autoral. Parte de estudiar Filosofía me sirvió para que mi obra tenga un discurso detrás. Primero pienso la idea conceptual, lo que quiero comunicar, y entonces veo cuáles serían las herramientas. Soy como un chef: pienso que platillo prepararé, luego veo los ingredientes, y luego juego para llegar a eso. A mis colaboradores les pido que me busquen materiales, los ocupo para que perfeccionen lo que vengo haciendo. Si quiero usar el color rojo, uno me ayuda a que se logre el tono adecuado. Para igual en la industria de la moda: hay un trabajo de diseñadores con costureros y demás figuras. Tengo un equipo que me ayuda a que lo que hago sea impecable, muchos de ellos saben cosas que yo no sé sobre artes plásticas, porque tienen una formación distinta a la mía.
- ¿Qué papel tiene la palabra en tus obras no figurativas?
- Es curioso. La parte figurativa te llama la atención, te embriaga. Hice una serie de retratos de celebridades de la moda, la industria y del cine, y la gente conectaba con ellos. Pero mi reto como artista es ir más allá, y lo que hice después de eso fue cancelar los rostros. Quise hacer un retrato más anónimo, quería que la obra tuviera un peso por sí sola. Allí empecé a jugar con imágenes, y me fui a Orígenes, una serie que me permitió jugar con las palabras, y no tanto con la figuración. [El filósofo Michel] Foucault, en su libro Las palabras y las cosas, expone que la palabra te trae información, y por eso la vuelves un objeto. Mi serie es lo mismo: de hojas de libros, destaco palabras para crear un discurso nuevo. Ya no se basa en lo visual o en la estética, sino que parte del concepto, más que de la técnica. Hago trabajos de las dos tendencias, puedo estar entre ambos mundos.
- ¿Cómo es la relación en tu obra entre los formatos digitales y físicos?
- Me apoyo mucho en lo digital, sobre todo al inicio de un trabajo. Me gusta tener una idea clara de lo que voy a crear; para eso, las herramientas digitales son fundamentales: hago un boceto digital y allí defino el tamaño y el color. Si es una pieza hecha con recortes de libros o revistas, me gusta utilizar herramientas digitales como el escaneo, para luego crear el formato. Hay piezas hechas a partir de libros físicos que las imprimo grandes; si me hubiera basado en sus tamaños originales, serían más pequeñas. Al hacer ese híbrido, la gente no entiende si fue hecho en digital o a mano. Y a nivel de concepto, eso también aporta mucho.
- El uso de elementos inconexos del collage es muy propio de movimientos artísticos como el dadaísmo o el surrealismo. ¿Tu trabajo se nutre de esas vanguardias?
- No necesariamente. Traer esos puntos en común, más que orientarme hacia el surrealismo, tiene que ver con el orden, con encontrar un punto en el que puedan convivir distintos elementos. Tengo ese background de crear fuera de la moda o dentro la moda. No me molesta estar en publicaciones 100% de arte o de moda, mi trabajo cubre varias áreas.