El sol aquí no da tregua. Lo que antes era un murmullo distante y leve es a esta hora un bullicio. Algunas calles de la ciudad vieja han sido cerradas para el tránsito vehicular y solo invitan al imparable trajín de las personas a moverse por el área. Muy pronto iniciará la comparsa.
Antes del mediodía, al Viejo San Juan se le olvida la calma, que no volverá a aparecer hasta tarde en la noche, quizás. Cuando se ha dado la señal y oficialmente comienza el encuentro, las multitudes seleccionan entre las estaciones de presentación.
En una de ellas, la gente se aglomera para presenciar el espectáculo de malabares. En otra, una compañía de teatro abre su puesta en escena, mientras en una plaza cercana el público estalla en aplausos cuando la artista se luce con las acrobacias. Así, hora tras hora, por más de 10 estaciones, se repiten las risas, el griterío, las ovaciones, los colorines.
Aun cuando la capital de Puerto Rico es un no parar, todo parece congelarse en este presente. Por un tiempo, la vida se concentra en esta fantasía compartida en la urbe; épica por su virtud de salirse de la norma y romper nuestra cotidianidad.
Gesta por convicción
La descripción anterior nos aproxima al ambiente que se experimenta en el mes de marzo durante la celebración del Festival de Circo y Artes de Calle de Puerto Rico. Realizado por la organización sin fines de lucro ACirc desde 2014, este evento reúne en cada edición a más de 130 artistas circenses nacionales y alrededor de 13 internacionales. Unas 70.000 personas acuden anualmente a la cita durante los dos días que dura la presentación en el Viejo San Juan, y otras más se unen a la gira que tiene lugar por una de las islas municipio (Vieques o Culebra) y tres municipios adicionales. Un festival que es posible gracias a la colaboración de más de 120 personas voluntarias.
“A nivel mundial, hay tres o cuatro festivales con las características del que se realiza en Puerto Rico. Y en el Caribe es el primero”, cuenta el director ejecutivo de ACirc, el artista de origen argentino Maximiliano Rivas.
El apoyo masivo que este festival a la gorra ha generado desde el primer momento impacta positivamente en el comercio local, y también contribuye a la educación artística y el acceso a la cultura.
“El proyecto de Circo Fest tiene un costo anual aproximado de 300.000 dólares. Todos los años nos preguntamos si lo vamos a hacer otra vez”, dice Maximiliano. “Lo hacemos por convicción”, resume, antes de agregar que el festival es un ejemplo de que, “si nos organizamos, podemos conseguir grandes cosas que generen un cambio”.
Salvarse en colectivo
Del arte se pueden decir tantas cosas como tan cierta es su innegable trascendencia para construir y reconstruir el tejido social. Si la enorme potencia de las artes se experimenta en períodos que pueden considerarse de relativa calma, imagina lo que provoca en momentos de miedo y desconcierto.
“El arte nos humaniza y sensibiliza. Es un canal de conexión”, dice la directora artística de ACirc, Maite Rivera, quien además es diseñadora de sonido, directora y documentalista boricua.
Ciertamente, la pandemia por la covid-19 ha sido evidencia contundente de la importancia de las artes como práctica colectiva para la sanación, el acompañamiento, la lucha y la resistencia.
Era marzo de 2020, a punto de comenzar el Circo Fest. Se anunció el estado de emergencia en Puerto Rico, el cierre de todas las operaciones gubernamentales y comerciales y la cancelación de los eventos. “Nos reinventamos e hicimos el primer festival online”, recuerda Maite. Con la exposición virtual, lograron llegar a más de 180.000 personas, con alcance internacional. Los artistas que habían sido seleccionados para ese año participarán en la próxima edición presencial de Circo Fest, pautada para 2023.
Además del mencionado evento virtual, durante la pandemia, con el apoyo de Fundación Flamboyá se lanzó ACirc TV, una plataforma virtual que emite cápsulas de una variedad de disciplinas artísticas. Gracias a esta iniciativa, la organización pudo emplear a artistas que en ese momento no tenían trabajo.
“El arte es mi herramienta de escape, mi terapia”, dice Maximiliano Rivas. “Cuando me pongo delante del público, yo se lo agradezco porque están recibiendo todo lo que me está pasando en ese momento y lo que me devuelven me recarga de energía. En muchas ocasiones, el arte me ha salvado”.
El Bastión: autogestión cultural
Hacer arte en Puerto Rico es a pulmón. Los esfuerzos, la dedicación y el oficio de artistas, colectivos y personas dedicadas a la gestión cultural no cuentan la mayoría de las veces con los recursos necesarios ni el apoyo y el compromiso del Estado.
El Gobierno invierte menos del 1% de su presupuesto a las artes y la cultura. Según el informe Presupuesto de las instituciones culturales públicas de Puerto Rico, realizado por el Centro de Economía Creativa, el porcentaje del presupuesto del fondo general destinado a la cultura en 2022 es de 0,47%. Esta resulta ser una cantidad muy por debajo del presupuesto propuesto internacionalmente por la Unesco, que equivale al 1%. Si revisamos los datos desde 2010, el aporte no ha llegado en ningún año al 1%, aunque en el 2012 y el 2014 se acercó bastante.
Por su parte, la denominada economía naranja en el archipiélago tiene un impacto económico que alcanza el 2%. De acuerdo al informe La cultura en datos y en referencia al censo económico de 2017 (publicado en 2020), la contribución para ese año fue de 2.200 millones de dólares en ventas netas o, lo que es lo mismo, un 2,1% del PIB.
“Estamos todo el tiempo luchando contra esos molinos”, dice Maite sobre la gesta de hacer arte y crear iniciativas culturales en Puerto Rico, un país en el que en 2015 el entonces gobernador declaró impagable la deuda y que desde 2016 está sometido a una Junta de Supervisión Fiscal creada por Estados Unidos.
En este contexto, desde ACirc trabajan para promover y apoyar el trabajo cultural, ofrecer una programación artística que llegue a las comunidades, crear alianzas nacionales e internacionales, revitalizar los espacios públicos, descentralizar el acceso a las artes y mantener una visión enfocada en que las personas dedicadas a la cultura puedan vivir de su arte.
“De entrada, pensamos que hacer lo que tenemos que hacer y cobrar por eso es algo que no va a ser posible”, dice Maximiliano en referencia al trabajo de las artes y la cultura y la importancia de que se dignifiquen las condiciones laborales del oficio.
Con el fin de crear un espacio que se convirtiera en un centro cultural multidisciplinario, en 2017 ACirc fundó El Bastión, resultado enorme de la autogestión. Localizado en el Viejo San Juan, este edificio histórico —administrado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña y que había estado cerrado por casi una década— fue rehabilitado por la organización, sin subvención y con la inversión por parte de quienes colaboraron en la transformación del espacio.
Actualmente, El Bastión cuenta con una agenda cultural semanal. Más de 700 personas han participado de los talleres que ofrece el centro, que tiene un café, una biblioteca, salones de ensayo y un huerto comunitario, entre otros servicios.
“Es un espacio de reivindicación y resistencia. La idea es que otras personas se empoderen y se motiven a generar este tipo de iniciativas en toda la isla”, dice Maximiliano.
En definitiva, la misión de ACirc es colosal. Y ha sido reconocida: por ejemplo, en 2020 ganó el premio de Arte y Cultura de la competencia EnterPRize 2020 de Grupo Guayacán, Inc., en alianza con la Fundación Ángel Ramos y el Fondo Flamboyán para las Artes. Asimismo, la entidad ha logrado diversas alianzas, como la que mantiene actualmente con la Escuela de Circo Carampa de Madrid para que una exponente local de las artes circenses pueda continuar sus estudios en España.
Calle con salida
Es de noche. El primer día del Circo Fest ha terminado. Todavía la gente pasea por las calles. Quien no sepa qué ha sucedido aquí tendrá la firme impresión de que se ha perdido algo, algo extraordinario. Mañana las plazas de esta ciudad volverán a estar abarrotadas. Las risas, los aplausos, el movimiento incesante; una especie de repetición con sorpresa.
Y en esos pasos que quieren estar en todos lados, no perderse nada, también se trasladan las ganas intensas, el convencimiento y la pasión, el trabajo arduo y el ánimo decidido de todas las personas que han creído en la máxima de que el arte transforma, nos resucita, nos vuelve a crear cuantas veces sea necesario.
Para esa muchedumbre que se enfrenta a los gigantes, la calle siempre tendrá una salida autocreada.