A Pablo no le van demasiado bien las cosas. Aspira a ser actor profesional, pero no logra nada más allá de sus interpretaciones como paciente en las sesiones formativas para futuros médicos. Su excompañero de piso acaba de irse de casa, dejándole algunas deudas, y, por supuesto, no tiene un céntimo para encarar el próximo mes de alquiler. Pablo, interpretado por Juan Cano, es el protagonista de Proyecto fantasma, la segunda película de Roberto Doveris (Chile, 1986), recién presentada en la sección Tiger de la última edición del Festival de Róterdam. Aunque Pablo, reconozcámoslo, podríamos haber sido cualquiera de nosotros en algún momento de nuestra veintenta o treintena.
Jovial y enérgico, Doveris —que trabajó durante años como jefe de redacción de CineChile, agencia que promociona el cine chileno— despuntó en el panorama internacional con Las plantas (2016), su largometraje de debut, premio a la mejor película de la sección Generation 14plus de la Berlinale. Desde entonces, su nombre ha ido tomando espacio en el circuito como algo más que una joven promesa. Coproductor de El príncipe (Sebastián Muñoz, 2019) y El pa(de)ciente (Constanza Fernández, 2021) con su productora Niña Niño Films, editor, guionista y, por supuesto, cineasta, la suya es una carrera de amor al cine, creatividad y perseverancia; cualidades indispensables si uno quiere hacer películas.
Del mismo modo que sucedía en Las plantas, que seguía el despertar sexual de una adolescente aunando una mirada naturalista con elementos de lo fantástico, en Proyecto fantasma lo espectral es algo más que un elemento secundario. El filme es un retrato de un personaje en soledad en un momento crítico, pero también la celebración de la capacidad humana de sobreponerse y encarar el futuro, abriéndose a nuevas experiencias y a otras amistades. Profunda y liviana, repleta de referencias pop, no cuesta rendirse a este cálido manual de existencialismo milenial. Ya el título de la obra posee no pocas connotaciones, sobre una emoción oculta o un plan paralelo, y de ello nos da cuenta al otro lado de la pantalla el propio Doveris, con ganas de compartir su energía y simpatía.
- Proyecto fantasma liga muy bien con un tipo de cine indie sobre la amistad, sobre crear una comunidad de amigos.
- Sí, completamente. Pero también porque es una película rodada con amigos. Salen mi novio, algunos ex rommies (compañeros de cuarto) y gente que me cae bien. Aunque en el guion ya estaba esa idea: rodar sobre esta red de gente que es divertida, chistosa, y también a veces ridícula. En el fondo quería mirar con ternura cómo somos y cómo nos relacionamos con nuestros amigos y las cosas que nos decimos.
- ¿Es cierto que rodasteis durante las distintas fases del confinamiento pandémico?
- El rodaje como tal fue durante la llamada ‘Fase 3’, que no es la mejor fase para hacerlo, pero permitía reuniones de 15 personas. Éramos un equipo muy pequeño y tuvimos alguna restricción de movimiento. La película se filmó, entonces, en un barrio muy específico de Santiago que se llama Ñuñoa. En verdad se filmó ¡en mi casa! (risas). De hecho, yo fui rommie del protagonista de la película, Juan Cano. Vivimos durante un tiempo en Lastarria, también otro barrio supericónico de Santiago, y él estuvo en mi primera película. Siempre hemos colaborado. Esa red de amigos también está detrás de la cámara: Patricio [Alfaro], el director de foto, con quien tengo mucha confianza; Mauricio [Flores], encargado del diseño sonoro…
- ¿Crees que Proyecto fantasma fue el resultado de la necesidad de juntarte con tu gente en ese momento pandémico tan terrible y solitario del confinamiento?
- Rodamos en pandemia, pero no quería hacer una película de pandemia. En el filme no existe el coronavirus, no hay mascarillas ni nada de eso. De hecho, hay unas tomas que son de antes de la pandemia, que grabamos en 2019 con Violeta Castillo, la cantante argentina que salía en Las plantas. La película ya existía entonces, y ya se llamaba Proyecto fantasma. No solo por el fantasma de la historia, sino porque era también un proyecto fantasma de mi productora. Escribí el guion completo desde el principio, pero dijimos: vamos a grabar esta película cuando tengamos tiempo. En la productora estábamos con otras películas más grandes —como El príncipe o El pa(de)ciente—, con un equipo ya de 40 personas... pero, como Violeta estaba de visita, grabamos todas sus secuencias, esas escenas en el aeropuerto donde no hay nadie con mascarilla, y guardamos el proyecto. Y lo que vino después, ya sabes, la pandemia, hizo que los proyectos que iban a grabar empezaran a frenarse… Y para cuando se aflojó el tema de la cuarentena y nos dieron permiso para salir, decidimos grabar lo que faltaba. En realidad, fue una suerte lo de la covid, porque, si no, la película quizás no existiría.
- Tu ópera prima, Las plantas, era una película más intensa, mientras que Proyecto fantasma es por momentos una comedia, con giros de cine de género, con conversaciones muy ligeras.
- Siempre me ha gustado coquetear un poco con los géneros. Soy muy cinéfilo, me gustan todo tipo de películas, desde el blockbuster más grande hasta la cinta más pequeña. Todo lo veo con el mismo interés y siempre descubro cosas. La última película que he visto en el cine es Scream 5, que ¡¡la disfruté demasiado!! Me gusta mucho el género, y ya toqué lo fantástico en Las plantas, que, pese a ser más densa en términos dramáticos, tenía elementos de terror. En Proyecto fantasma cambié al género de la comedia, pero, igual, también está el componente de la fantasía y de lo fantasmagórico: hay algunas secuencias en las que, creo, vuelvo a ese aspecto poético. Pero sí, fue un desafío irme no solo a un guion de comedia, sino también a uno con mucho diálogo. En ese último cambio, creo que me ha influenciado mucho mi trabajo como montador y como productor de otras películas. Lo primero, a la hora de entender las estructuras narrativas. Lo segundo, en las ganas de que la película fuera fresca, que levantara el ánimo. Por otro lado, no es que me haya transformado en un director de comedia, sino que creo que este género era más apropiado para contar una historia sobre lo importante para mí que son los amigos, las relaciones humanas, sobre todo con esa nostalgia que nació en 2020 de estar separados, de no vernos y de no poder conversar.
- Los personajes de Proyecto fantasma están, además, en esa edad, los treinta, en la que los amigos se convierten en tu nueva familia y uno trata de encontrar su lugar en el mundo.
- Tal vez suene un poco grandilocuente, pero creo que los amigos en esa época te ayudan a configurar tu percepción de la realidad, aunque esas percepciones y esas conversaciones que se tienen en las que tratas de explicar la realidad son, en muchas ocasiones, contradictorias. Me gusta que algunos amigos sean como más científicos, otros más místicos, que algunos lancen consejos como de psicoanálisis y… como que todo se mezcla. Me parece fascinante, porque cada uno de ellos es, en el fondo, un mundo. ¡Me dan ganas de hacer una película por cada personaje!
- También es una etapa vital asociada a la parálisis ante la idea de hacerse adulto.
- Imagino que hace 50 años, uno se hacía adulto a los 22. Ahora es más bien a los treinta y algo. Obviamente, uno de los conflictos de Pablo —y que también veo en mis amigos— es esa resistencia para hacerse adulto. O el estar resignificando todo el tiempo qué significa ser adulto. ¿Es posible ser adulto y, bueno, ser distinto? Los treinta son un momento en el que aparece la ansiedad por el tic-tac del tiempo. A los veinte te imaginas en los treinta con 10 películas o con ocho discos, y te ves como en la cima de tu carrera. Y, de pronto, ya tienes esa edad y solo eres una persona normal. Hay quien lo digiere bien, pero hay también quien se angustia y se deprime. Esa es la encrucijada del protagonista: está tratando de decidir si es válido comenzar a dejar de hacer ciertas cosas y escoger otras, decidir si que hay cosas que no le gusta hacer y que no las va a hacer más, ni a forzarse a que le gusten.
También creo que Proyecto fantasma es una película que habla de puertas por abrir. Es una película sobre conocer gente, gente que no conocías antes y que te fascina o que por alguna razón te cae bien y se genera un vínculo nuevo. Esa es la idea: siempre hay una puerta o una ventana para cambiar el camino. Aunque a esa edad cada vez cuesta también más verte con tus amigos. Es terrible. Hay una canción de Rina Sawayama, ‘Bad friend’, en la que ella recuerda a su amiga los tiempos en los que salían y que tiene una línea que siempre que la escucho me pongo a llorar. Dice: “Ahora no sé qué estás haciendo ni con quién estás haciendo esas cosas”. ¡Es muy triste! Pero también es la verdad: cada vez hay menos tiempo y cada vez hay que hacer más esfuerzo para juntarse con los amigos.
- En tu caso, tu trayectoria como director está estableciéndose, pero podemos asegurar que es muy sólida. Has sido editor de CinemaChile, has producido cuatro películas de éxito internacional, Las plantas ganó premio en la Berlinale de 2016, Proyecto fantasma ha competido en Róterdam…
- Confieso que me encanta producir. Es un trabajo que no se reconoce lo suficiente y que todo el mundo se imagina como horrible, pero en realidad es muy lindo acompañar a las películas durante tres, cuatro o cinco años. A mí no me gusta ser el productor al que llaman para ir al rodaje. De hecho, no me gustan los rodajes en el rol de productor. Soy el que busca el financiamiento, el que está tratando de dar la estructura legal, financiera, creativa... Es mucho tiempo y esfuerzo, pero la clave —y ahí vuelvo a Proyecto fantasma— es trabajar con gente que te cae bien, con un director que ames y que admires —y que no te maltrate (risas)—. Me parece difícil imaginar que, después de cuatro años y una película a las espaldas, no seas superamigo del director.
- Hablabas del trabajo con los diálogos y de la miríada de personajes que circulan por la película. La verdad es que hay líneas muy graciosas y también muy generacionales. Recuerdo una conversación en la que los amigos se preguntan si un fantasma tiene o no género, sobre la posibilidad de que un fantasma, y cito literal, “esté atrapado en el binarismo de género de su época”.
- (risas) Dándole la vuelta, todos los statements políticos tienen como esa parte divertida. Por desgracia, tuve que eliminar del montaje toda la línea dramática de ese personaje trans, que es quien dice ese diálogo. Tenía otras escenas, pero no estaban conectadas con el fantasma.
- Otra frase con picardía de la película sale de la boca de una de las amigas de Pablo, cuando dice que en el cine chileno son todo superpobres.
- (risas) ¡No sé si pobres, pero nadie está haciendo plata en el cine chileno! El cine chileno tiene mucho éxito internacionalmente, pero no hay tanto financiamiento como la gente puede suponer. Es más bien una cosa así como con mucho espíritu, mucha creatividad y mucha gente que ama el cine, pero el financiamiento es muy escaso. Obviamente, hay casos de éxito. Fábula [la productora de Pablo y Juan de Dios Larraín] produce películas gigantes y hace series de HBO, pero la misma gente que trabaja en esos rodajes después intenta sacar adelante películas más pequeñas. Y a mí me parece bien que convivan todos esos modelos, pero, en la práctica, las películas no hacen tanto dinero. No se termina de pagar lo que costaron.
- Ahora que se ha transformado el panorama político en Chile, ¿qué le pedirías en este sentido al nuevo Gobierno de Gabriel Boric?
– Al Gobierno de Gabriel Boric le pediría más recursos para el cine en general. Creo que hay que fortalecerlo. La ausencia de gente en las salas de cine no es culpa del Gobierno ni de nadie, porque es una realidad mundial, pero hay cosas que se pueden hacer, y creo que es necesario empezar a mover cosas. Mira, puedes poner en la entrevista que ni yo he visto mi película en una sala de cine. Ni siquiera el director. Así están las cosas.