Sentado en un sillón del living de una amplia casa en un barrio residencial en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, Roberto Jacoby fuma. Tiene el pelo blanco y todavía tupido, usa zapatillas deportivas negras y fuma como se fuma a los 20, pero tiene 79 años. 79 años en los que pasó de todo.
En los sesenta Jacoby (Buenos Aires, 1944) estudió Sociología y fue parte del movimiento de avant-garde artística nucleada alrededor del Instituto Di Tella; en los setenta se quedó en la Buenos Aires tenebrosa de la dictadura militar; en los ochenta fue letrista del grupo de pop Virus, que marcó un estilo queer y lujurioso en el rock argentino; en los noventa empujó proyectos colectivos como Venus, Bola de Nieve o la revista de crítica de arte Ramona; en 2011, el Museo Reina Sofía de Madrid inauguró una muestra retrospectiva de su trabajo, siempre inclasificable. Esas son apenas un puñado de las señas particulares de este hombre que parece haberlo hecho todo y que sin embargo habla sin estridencias, sin las trampas del ego. O así lo dijo Ricardo Piglia: “Su posición de avanzada, su posición inclasificable lo ha dejado solo muchas veces pero siempre se sostuvo ahí, con la ética irónica del artista que sabe hacerse invisible para poder persistir. Esa es una de las grandes lecciones de su obra”.
Hoy, Jacoby vive en Bella Vista, con un jardín agreste y un gato que siempre le anda rondando. Lo visitan amigos, exparejas, jóvenes. Acaba de publicar Superficies de placer (Planeta, 2023), un libro donde rememora su relación con Federico Moura, el gran cantante de Virus, que murió de sida a los 37 años, y donde comenta lúcidamente las canciones que escribieron juntos.
De esto y de otras cosas hablamos durante una preciosa tarde de primavera.
- Mencionas a la década de los ochenta en Buenos Aires como una época al mismo tiempo brillante y cruel. ¿Qué fue lo cruel?
- Esencialmente el VIH, el sida.
- ¿Se hablaba mucho del sida en aquella época?
- Yo no soy un testigo muy objetivo, porque tuve muchos amigos muertos. Pero del VIH no se sabía nada, la gente se moría y no sabíamos por qué. Tenía síntomas rarísimos, que todavía no estaban del todo estudiados ni catalogados. Y la estigmatización era brutal. Las familias echaban a los hijos, era tremendo. Creo que eso era lo más terrible. Las familias no tocaban a un hijo con sida, lo expulsaban de la casa, quemaban todas sus cosas. Es algo muy difícil de transmitir hoy. Al mismo tiempo, en los ochenta todavía no había tantos muertos por la enfermedad en Argentina. Lo complicado empezó en los noventa.
- ¿Cuándo sentís que terminaron los años ochenta?
- Para mí terminan hacia el 93, 94.
- ¿Con qué hecho, o con qué conjunto de hechos?
- Cierre de lugares emblemáticos, gente que ya no quiere seguir haciendo, algunos que dejaron el país, algunos que murieron. Centros culturales que cambian o cierran, discotecas y lugares nocturnos que cambian o cierran. Eso define a una época. Se modifica la circulación urbana. Fue como si hubiera bajado el entusiasmo que había en los años ochenta.
- En aquella época, cuando eras letrista de Virus, ¿ibas mucho a las salas de ensayo?
- No. Es muy aburrida la vida de sala de ensayo. Es como ir a ver el rodaje de una película: están tres días para filmar dos escenas. El resto son todos tiempos muertos. En las salas de ensayo sucede lo mismo: preparación de los instrumentos, afinación, vienen los técnicos a mover las perillas. Ir a comprar el whisky, charlar. Todo eso era el ensayo, y si no tocás un instrumento o cantás, es muy tedioso.
- ¿Y a los conciertos?
- Sí, iba más. Pero sobre todo cuando el grupo estaba pariendo algo, cuando era la primera vez que se mostraba algún material. Muchos de los lugares donde tocaban las bandas de esos años no eran lugares amables. No eran teatros, como empezó a ocurrir más adelante con las bandas. Era quizás un club deportivo a dos horas de la ciudad donde se tocaba un domingo a la madrugada. No era muy cómodo, por así decirlo.
- ¿Qué letristas te gustan?
- Babasónicos. Suárez. Me gustaban también Los Abuelos de la Nada.
- ¿Del mainstream, como Charly García?
- Sí, me gustan, son próceres, pero quizás no es lo que más prefiero. Charly es otra cosa, es como si fuera Maradona. Hace cosas que son perfectas, pero no lo pienso en el mundo del letrista sino en el mundo de la brujería, de la magia. El problema con algunos de los músicos del mainstream es que no empujan el límite.
- Uno de los grandes misterios de la composición de canciones es por qué un tema se convierte en un hit o incluso en un clásico. ¿Tenés alguna respuesta?
- No, nadie la tiene. Pero tampoco nadie tiene la respuesta para la pregunta inversa: por qué hay una canción que uno considera muy lograda y la gente ni siquiera se acuerda de que existe. Me sucede con algunas de las letras que más me gustan de las que escribí. Pasaron sin pena ni gloria. ¿Por qué? Son misterios. Por otro lado, las discográficas han tenido bastante incidencia en diversos momentos. Si la compañía discográfica impulsaba un tema de difusión, esa canción iba a tener radios pagadas, periodistas pagados, y se iba a escuchar mucho. Pero eso solo no alcanza. La canción tiene que tener algo que es el gran misterio indescifrable de todo este asunto.
- Tu posición era rara, porque en el rock no hay mucha tradición de letristas que no cantan y escriben para otros.
- En el tango funcionaba así. El músico y por otro lado el letrista. Eso no pasó luego al rock porque la figura del cantante alcanzó nuevas dimensiones. Los músicos de tango no eran parte del star system, los cantantes de rock generaron toda una fantasía alrededor de ellos, de todo lo que sucede en un backstage. En el rock hay una mística respecto de los cantantes. En todas las entrevistas me preguntan cómo conocí a Federico Moura, y les contesto que éramos del mismo círculo de amigos, no era alguien inalcanzable. Luego los cantantes pasaron a ser celebridades, mitos, pero entonces eran personas que podían circular por lugares por donde uno circulaba.
- ¿La muerte de Federico Moura te apartó de la banda?
- Sí, pero no porque ellos me apartaran sino porque no veía demasiado sentido ya en seguir haciendo lo que hacía. No tenía contraparte para el diálogo. Hice algunas letras sueltas para la etapa post-Federico, pero ya no era lo mismo, no me satisfacía. Sin él no tenía mucho sentido ese trabajo creativo.
- ¿La muerte de él la veían venir?
- Se supo con un año de anticipación, pero igual fue tremendo. Él se enteró en Rio de Janeiro, cuando fuimos a grabar un disco. Había un clima sombrío en ese viaje, pero los chicos de la banda no lo querían decir, por el estigma que todavía cargaba la enfermedad.
- ¿Fueron muchos fans al funeral?
- No, fue algo muy íntimo y reservado. La familia no quería que se supiera de qué murió. Me pareció demasiado. Fue como si les diera vergüenza. Además no tenía sentido. ¿Quién no sabía que era gay? No había más que verlo. Fue ridículo.
- Con los músicos que murieron jóvenes nos preguntamos a veces cómo serían hoy, qué estarían haciendo. ¿Te imaginas cómo sería Moura?
- No me lo pregunto, porque supongo que estaría feo. Tendría 74 años. Él mismo sufriría un montón por el paso del tiempo, por verse viejo. Encarnó una figura de la juventud muy potente
- Muchos años después, hiciste tu propia experiencia como cantante. Luego de haber sido letrista, artista plástico, conceptual, escritor, grabaste tus propias canciones cantando. ¿Qué es lo más difícil de cantar?
- Lo más difícil es tener mucha voz. Yo soy afinado, pero no soy muy afinado. Tengo volumen, pero no tengo mucho volumen. Soy mediocre en mis dotes vocales. La voz además tiene que tener expresividad, que es lo que te define todo. La capacidad de transmitir emociones y sensaciones con la voz, eso es una maravilla. Grabar y tocar en vivo me costó muchísimo.
- ¿Por qué?
- Bueno, tuve que estudiar canto, aprender mis canciones de memoria, enfrentar un público. Pueden fallar muchas cosas ahí. En los lugares que no están preparados, para meter más gente, te ponen personas a un metro y pico de donde estás cantando, sentados en el piso. ¡Es imposible! No te podés concentrar. Y menos si hay amigos. Es muy intimidante. Supongo que el cantante con trayectoria logra abstraerse de todo, pero no es fácil llegar a ese estado. El entrenamiento también es muy importante. Alguien que canta hace veinte años, puede cantar en un tren. Pero alguien que nunca ha cantado, necesita que todas las condiciones sean las adecuadas, y nunca vas a conseguir las condiciones absolutamente adecuadas, siempre pasan cosas. Una vez estábamos tocando en una galería de arte y, mientras yo estaba en el escenario, se me acercó un tipo y me preguntó: “¿Qué van a hacer después?”. Otro se me acercó en un concierto, entre una canción y otra, y me dijo: “Perdón que llegué tarde, había muchos autos”. ¡Qué me importa, yo tengo que cantar!
- ¿Sos de guardar muchos papeles, pósters, documentos de tu trayectoria artística? ¿Tenés un archivo ordenado?
- Hay mucho, pero no es un archivo muy organizado. Hay partes que están bastante organizadas, pero otras se fueron desmembrando a medida que se fueron haciendo muestras, alguien viene, saca, vuelve a poner pero en otro lado, se llevan. Un archivo tiene que tener un responsable; si no, no funciona. Es interesante tener un archivo, a pesar de que guardar cosas es algo ajeno a mi estilo, a mi personalidad. En una época, a fines de los ochenta, me aficioné a sacar fotografías, y saqué muchísimas. Esa es una parte considerable de mi archivo, y hay grandes personajes de la ciudad y la noche fotografiados. Luego, todo lo que escribí lo guardé, nunca lo tiré. Los iba dejando en una carpeta y se iban acumulando y son otra zona del archivo. Hace unos diez años una chica catalogó todo lo que había, pero eso duró un tiempo y se deshizo el orden.
- ¿Te interesaría escribir más textos autobiográficos, o acaso unas memorias completas?
- Ganas no tengo. No me gustaría tener que hacerlo yo. Al mismo tiempo, hay proyectos muy interesantes que me gustaría que quedaran bien registrados en un libro. El proyecto Venus, por ejemplo, creo que merecería un libro. Pero en fin, quién sabe si algún día no escribiré esa autobiografía. El título podría ser Mala memoria.