La búsqueda de caminos artísticos que no hayan sido transitados previamente ha sido una constante en la trayectoria profesional de Àlex Ollé (Barcelona, 1960).
Cuando ni tan siquiera superaba la veintena, Ollé fundó junto con otros jóvenes La Fura dels Baus, una de las compañías de teatro más innovadoras de España, que, con un lenguaje transgresor, revolucionó el mundo de las performances y del teatro al aire libre y alcanzó fama global, sobre todo tras su aparición en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992.
Hace dos décadas, una vez conquistado el mundo teatral de la mano de La Fura, Ollé fue adentrándose poco a poco en el terreno de la ópera. Y, como no podía ser de otro modo, también dio un vuelco a esta disciplina. Así, se ha convertido en uno de los directores escénicos más solicitados del momento. No hay clásico que se le resista: de Verdi a Wagner, pasando por Puccini. Ni escenario: sus proyectos han pasado por lugares tan prestigiosos como la Royal Opera House de Londres, la Scala de Milán o la Ópera de Sidney.
Estas semanas han sido frenéticas para Ollé. Al mismo tiempo que su versión de La Bohème se representaba en el Liceo de Barcelona, el director artístico pulía los últimos detalles de Carmen. Una relectura de la ópera de Georges Bizet de 1845 que se estrenó el pasado 3 de julio en el New National Theatre de Tokio (NNTT), donde estuvo en cartel hasta el día 19.
Después de pasar una cuarentena obligatoria encerrado en un hotel de la capital japonesa junto con su equipo artístico, en plena ola de contagios de covid-19 ante las puertas de los Juegos Olímpicos, Ollé atiende a COOLT para charlar sobre su trayectoria, los efectos de la pandemia y lo que ha significado el estreno de su última ópera en Japón.
- ¿Por qué estrena Carmen en Tokio?
- Porque uno estrena donde lo llaman. En este caso, el director artístico del NNTT, Kazushi Ono, me ha invitado a venir aquí. Con Ono hace dos años ya hicimos una una producción de Turandot con muchísimo éxito. Quizá por eso también decidimos hacer Carmen, porque fue un éxito inesperado en un público un tanto conservador. Posteriormente, me he dado cuenta de que el público japonés no es que sea más conservador, sino que no les ofrecen cosas más actuales. Ese es el problema, porque después del estreno de Turandot nos dimos cuenta que estaban encantados; y el otro día hicimos aquí el ensayo general de Carmen y lo mismo. La gente estaba entusiasmada. Entonces, simplemente hay que ampliar los gustos del espectador. Porque en Japón tienen criterio, y también ganas de ver cosas nuevas.
- ¿Qué representa hoy el mito de Carmen?
- Carmen es un mito que traspasa fronteras y traspasa el tiempo como cualquier clásico. Y si salimos del tópico español y demás, hoy en día Carmen aparecería en cualquier periódico como un crimen de género. Es simplemente una mujer valiente, audaz, que busca su libertad. Quiere decidir por ella misma, decidir con quién quiere estar y con quién no quiere estar, y se encuentra con un hombre [don José] que la acaba matando. A mí me gusta hacer una lectura y relectura de la ópera desde la mirada de hoy. Actualizar la pieza sin sacarla de contexto, siendo consciente de la época en que se está creando esa pieza, para no traicionar su propio relato. En este caso, yo he pasado del componente español, porque pienso que la historia de Carmen es una historia universal que puede suceder en cualquier país. Seguramente, en todas las mujeres hay una Carmen. Otra cosa es que esa Carmen esté reprimida o que el machismo no deje que aflore. Y lo que está claro es que en todas partes también hay don Josés. El crimen de género lamentablemente está en todos lados. Es una pandemia terrible, mucho más terrible que la covid-19, porque depende del propio ser humano, no de un factor externo. Esa es mi propuesta en la puesta en escena.
- Su adaptación de Carmen transcurre en Japón.
- Esto yo no lo cuento en la obra, pero me planteé que se celebra una semana española en Tokio y traen una corrida de toros, y Carmen es una cantante rockera que está viviendo en Tokio o ha venido a Japón de gira. He ligado así con ese mundo de la farándula que está en [la novela de Prosper] Mérimée y también en Bizet, cambiando, por ejemplo, la figura del contrabandista por los dealers que hay en el show business. O las cigarreras, la gente que va por la calle, por el público que acude al concierto. Y todo eso funciona muy bien. Por eso es intemporal Carmen, por eso es un mito: porque es capaz de traspasar el tiempo.
- ¿Por qué cree que sigue fascinando este mito, no solo en Japón, sino en el mundo entero?
- Primero, es un mito que de alguna manera ha traspasado lo literario de Mariné. Se ha hecho en cine, en danza, en teatro, en ópera —por supuesto, aquí estamos—, en pintura, títeres, en todo. Y en el momento en que Bizet hace su adaptación, hay un elemento de fascinación por lo exótico, por los paraísos perdidos, de la misma manera que Puccini ambientaba Turandot en China o Madame Butterfly en Japón. Pero yo Carmen la entiendo como un emblema casi del feminismo. Con la propuesta que hacemos con mi equipo, el público ve esto mucho más, y no con las versiones clásicas de museo, que siempre estarán ahí y en cualquier momento se pueden recuperar.
- Su Carmen se inspira en Amy Winehouse. ¿Por qué?
- Al venir de La Fura, tengo una tradición de trabajar en equipo desde hace muchos años. Normalmente, cuando empiezo a pensar el concepto de una propuesta que me hace un teatro, en este caso Carmen, defino unos puntos de partida, pero enseguida trabajo con Alfons Flores y Lluc Castells, escenográfo y vestuarista. Y aquí Alfons propuso: si vamos a hacer una obra relacionada con el rock, por qué no nos basamos en Amy Winehouse como referente estético. Basarme en alguien real me ayuda muchas veces a construir un personaje, y ella es una mujer con mucho temperamento y personalidad, con carisma, y también tiene un final trágico, aunque muy diferente al de Carmen.
- ¿Y cómo ha planteado la puesta en escena?
- Alfons propuso que si estamos hablando del mundo del rock, del show business, podríamos hacer un gran escenario para las actuaciones. Entonces eso es el primer acto, que empieza con la pared bajada. Hemos tenido que modificar cosas de la puesta en escena por el tema de la covid-19 y del distanciamiento. Necesitábamos unos metros entre cada uno de los integrantes del coro y entre los cantantes y no nos cabían en el espacio que teníamos previsto, con lo cual hemos hecho cambios, algunos de los cuales han supuesto mejoras. Quizás la única cosa que nos ha dificultado el tema de la covid es que, siendo una obra tan pasional desde todos los puntos de vista, hemos tenido que reducir todo lo que es contacto físico. Pero como en Japón mantienen estas distancias, la gente no lo nota.
- Antes hablaba de las versiones más antiguas de Carmen. ¿Cuáles son las que más le han fascinado?
- He visto varias en directo y en DVD y no te voy a comentar las clásicas, porque para mí no tienen más interés que propiamente el museístico. Hay una por encima de todas que me ha interesado, que ofrece un punto de vista diferente al mío y que de alguna manera actualiza la obra. Es la Carmen de Calixto Bieito, una propuesta muy simple pero muy efectiva y resultona. Además, coincide que la escenografía también es de Alfons Flores, que nada tiene que ver con la nuestra.
Las producciones de Álex Ollé y su equipo rara vez dejan indiferente al público. Sin ir más lejos, su reciente estreno de La Bohème en el Liceo de Barcelona fue objeto de algunos abucheos. Un peaje inevitable cuando se afrontan riesgos. Y el riesgo es indisociable de la trayectoria de Ollé. Al mismo tiempo que reconoce que no se puede “mantener underground o alternativo toda la vida”, el director escénico moderniza sin complejos los clásicos, retocando diálogos si es necesario, o trazando puntos de conexión con sucesos de actualidad.
“Yo lo que quiero es que venga más público y que la gente joven se dé cuenta que en la ópera es uno de los ámbitos donde más está innovando”, dice Ollé, quien recuerda que Wagner concebía la ópera como “el espectáculo total”. Un arte que combina baile, música, canto, actuación, con grandes escenografías y vestuarios. Y que Ollé quiere mantener vivo: “Nosotros somos los que apostamos para que se eduque a los niños, para que vengan a ver ópera, que se hagan producciones para que la gente de entre 25 y 30 años venga a la ópera y que se amplíe el gusto del espectador normal”.
- Usted y su equipo tienen ya una larga trayectoria.
- Mi trayectoria con La Fura ya son 40 años: desde un punto de partida de trabajo colectivo de un grupo de nueve personas hasta los noventa, cuando empezamos a trabajar cada uno de nosotros desde nuestras propias inquietudes. Algunos hacemos nuestros trabajos, que empezó a ser en ópera, teatro de texto, en cine o en las propias Olimpiadas. Y hace como 10 años o así [la Fura y yo] también cogemos caminos diferentes: yo creo en mi equipo de trabajo y es con éste que desde hace ya bastantes años venimos trabajando en la mayoría de teatros de ópera de todo el mundo. Afortunadamente, con una cierta repercusión y un cierto —no lo voy a negar, no seré modesto— éxito, lo cual nos ha nos ha dado la posibilidad de tener los próximos tres años, prácticamente, con la agenda completa.
- ¿Y qué ha supuesto la pandemia para usted?
- La pandemia, desde un punto de vista sanitario, humano, es una catástrofe. Ahora, creo que ciertas personas que nos dedicamos al mundo del espectáculo, que no paramos, hemos agradecido que nos haya obligado a estar en casa un tiempo largo. Hemos compartido más tiempo con nuestras familias y amigos, algo que no solo ha pasado en mi sector, sino en muchos sectores. Y esto provoca una reflexión: ¿qué tipo de mundo queremos? ¿Es sólo trabajo la vida? ¿Hay que vivir para trabajar o hay que trabajar para vivir? En mi caso, las dos cosas, sin duda, porque amo mi trabajo. Pero sí que me doy cuenta de que hay que bajar el ritmo en general, de todo: ya no del consumo, sino de los viajes, etcétera. Y esta es otra cosa que hemos descubierto. Podemos hacer las presentaciones de los proyectos y mucho trabajo en línea. Antes, para hacer una reunión de tres horas se tenía que tener que coger un avión. Y este cambio es positivo. En la vida en general, de las cosas malas también se aprende, y la pandemia ha supuesto un tiempo de reflexión, de mirarnos a nosotros mismos, que nos ha dado la posibilidad de hacer una lista de prioridades y de cambiar muchas cosas para bien.
- Hasta ahora la tecnología aplicada al trabajo nos había obligado a ser más productivos, quizás esta pandemia nos ha enseñado a aprovechar más el tiempo y el espacio...
- Sí, hemos tenido que aprender a gestionar la vida familiar y el trabajo, porque estaba todo reunido en el mismo sitio. Creo que hemos sabido de alguna manera organizar lo que en principio era un caos, y organizar quiere decir priorizar. También hemos leído más y hemos visto más películas o más series que nunca, hemos escuchado más música que nunca y nos hemos dado cuenta de la importancia de la cultura, que es alimento para el alma.
- ¿Cree que la pandemia ha devuelto la importancia al mundo cultural como espacio de creación?
- Creo que sí que se le daba importancia a eso, pero no nos dábamos cuenta. Con la pandemia nos hemos dado cuenta de lo importante que es ir al teatro, a la ópera, a un concierto, a un museo. Lo importante que es leer, pero también vivirlo. Todo eso es a lo mejor a lo que habíamos dejado de darle importancia.