El Guernica, la icónica pintura de Pablo Picasso (Málaga, 1891- Mougins, 1973), es una de las obras más conocidas, admiradas y reinterpretadas de la historia del arte. Y también una de las más viajeras: a lo largo de los años, el cuadro ha ido de París a Nueva York, pasando por São Paulo, Londres y Madrid, entre otros muchos destinos. Ahora, la Fundación “la Caixa” y el Museo Centro de Arte Reina Sofía de Madrid han puesto en marcha un innovador proyecto expositivo itinerante que permite profundizar en los detalles de este símbolo del siglo XX.
Titulada Picasso. El viaje del Guernica, la muestra, que ahora puede verse en Ponferrada hasta el 7 de octubre y que posteriormente se instalará en Ciudad Real, ha sido producida dentro de dos tráileres que, unidos, forman una sala de exposiciones de 200 metros cuadrados. La movilidad de la exposición permitirá su itinerancia por España durante los próximos años, acercando la historia del cuadro de Picasso a ciudades repartidas por todo el territorio.
Dividida en cinco ámbitos, la muestra propone un recorrido histórico de la emblemática obra de Picasso desde su creación en París en 1937 hasta su emplazamiento permanente en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, en 1992. A través de piezas audiovisuales, reproducciones fotográficas y carteles de la época, así como facsímiles de documentos y dibujos, los visitantes podrán conocer el proceso creativo y las visicitudes que rodearon a este icono antibélico, un hito de la pintura contemporánea que viajaría por todo el mundo durante más de 40 años.
La génesis de una obra inmortal
El origen del Guernica se sitúa en enero de 1937, cuando, en plena guerra civil española, el Gobierno de la República encargó a Pablo Picasso pintar un cuadro para el Pabellón de España en la Exposición Internacional de París de ese mismo año. Pese a su reticencia inicial, el artista malagueño aceptó el encargo, aunque no empezó a pintar inmediatamente.
El 26 de abril de 1937, fuerzas aéreas alemanas e italianas aliadas con el bando sublevado bombardearon el municipio vasco de Guernica y causaron una masacre entre la población civil. La repercusión en la prensa fue inmediata. Los periódicos se llenaron de imágenes espectrales de la ciudad en ruinas, de titulares con gritos de socorro y referencias al drama bélico. Picasso, que entonces residía en París, tuvo noticia del bombardeo a través de periódicos como L’Humanité y Ce Soir. Las imágenes y el relato de ese episodio actuaron como un reactivo para que el artista emprendiera de forma definitiva la obra que le había encargado la República.
El artista en su taller
Picasso alquiló un estudio en la calle Grands-Augustins de París para poder contar con un espacio de trabajo amplio y realizar el encargo. Elaboró 45 bocetos preparatorios con los temas, las figuras y la definición espacial de la composición. Empleando distintas técnicas y combinando elementos de su mitología personal, el pintor viró hacia aspectos propios de la tragedia, acudiendo a la alegoría para plasmar valores universales y fuera del tiempo histórico.
Picasso tardó apenas cinco semanas en pintar el Guernica. La fotógrafa surrealista Dora Maar (1907-1997), con la que el pintor matenía una relación sentimental en aquella época, documentó los distintos estados que se fueron sucediendo durante su realización, tanto en los dibujos como en el lienzo definitivo. Las fotografías de Dora Maar también se convirtieron en el testimonio de la visita de algunos amigos del artista, como el escritor André Breton y la pintora Jacqueline Lamba.
Un reclamo internacional
El Guernica quedó instalado en la planta baja del Pabellón de España en la Exposición Internacional de París, diseñado por los arquitectos Josep Lluís Sert y Luis Lacasa. El cuadro se exhibió frente a Fuente de mercurio, del americano Alexander Calder, y tras la clausura de la exposición de París, el 25 de noviembre de 1937, inició un periplo de alcance mundial como obra de arte y como reclamo de propaganda política.
Su primer viaje, en la primavera de 1938, fue a Escandinavia, en el marco de una exposición itinerante organizada por el artista noruego Walter Halvorsen con la colaboración del galerista Paul Rosenberg. De regreso, el cuadro le fue entregado a Picasso, quien aceptó darle el mayor uso artístico y político.
En septiembre de 1938, en el marco de las actividades del Comité Nacional de Ayuda al Pueblo Español, el Guernica viajó a Inglaterra y se expuso en varias ciudades, entre ellas Londres; y en mayo de 1939 cruzó el Atlántico para inaugurar una muestra en una galería de Nueva York. De allí viajó a Los Ángeles, San Francisco y Chicago. Para entonces, la guerra civil española había finalizado con la victoria de Franco, por lo que no se daban las circunstancias para que el cuadro volviera al país natal de Picasso.
Las circunstancias políticas impidieron que el Guernica llegara a España hasta 1981. Antes, la obra permaneció en el MoMA de Nueva York por deseo expreso de Picasso, y se presentó en distintas ciudades de Europa y América: primero, como un elemento de propaganda a favor de la República y de ayuda a los refugiados durante la guerra civil, y, más tarde, como pieza fundamental en la construcción del relato del arte moderno y de la reconstrucción de un nuevo orden geopolítico tras la Segunda Guerra Mundial.
El retorno del exilio
En España, el Guernica constituía el símbolo de las libertades perdidas, y no fue hasta después de la muerte del dictador Francisco Franco en 1975 cuando se iniciaron oficialmente las gestiones para devolver el cuadro al país.
El Gobierno de Adolfo Suárez convirtió esa operación en una cuestión prioritaria, y contó con el apoyo de la oposición. Para ello, era necesario trabajar en dos líneas: ofrecer pruebas del grado de libertad y democracia que existía en España y aclarar la cuestión de la propiedad del cuadro y la entrega del mismo por parte de Picasso al pueblo español. Una carta de Max Aub a Luis Araquistáin del 28 de mayo de 1937, en la que se constataba la cantidad pagada por el Gobierno de la República a Picasso por el cuadro, fue uno de los documentos decisivos para que el MoMA aceptara su traslado.
El Guernica llegó a España el 10 de septiembre de 1981, rodeado de una enorme expectación. Para muchos, simbolizaba la reconciliación entre los dos bandos de la guerra civil y el final de la transición democrática. Como señaló la prensa de la época, regresaba “el último exiliado”.
El primer emplazamiento del Guernica fue el Casón del Buen Retiro, una sede museística adscrita al Museo Nacional del Prado. El cuadro había viajado en avión, enrollado y rodeado de excepcionales medidas de seguridad que se mantuvieron también en su nueva ubicación. Se instaló en una gran urna de cristal blindado, en una sala vigilada de forma permanente por la Guardia Civil. Era un entorno muy poco habitual para una obra de arte, y los fotógrafos se complacían en mostrarla en imágenes que, pasados los años, dan cuenta de la extraordinaria cautela con la que se organizó la presentación al público del cuadro de Picasso.
El Museo Reina Sofía, hogar definitivo
El traslado del Guernica y sus obras asociadas desde el Casón del Buen Retiro hasta el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid entró en la agenda política nacional en 1986, a raíz de la creación del nuevo centro de arte. La operación se materializó el domingo 26 de julio de 1992. En esa ocasión, por cuestiones de conservación, el cuadro no volvió a ser enrollado.
El Guernica quedó instalado en la segunda planta del museo, en un espacio singular, y en las salas contiguas se dispusieron los dibujos y lienzos preparatorios, así como los postscripts. En noviembre de 1996, el cuadro cambió de ubicación, siempre en la segunda planta.
Un icono de protesta universal
Con los años, el Guernica se ha convertido en un símbolo universal de libertad. La obra de Picasso aparece allí donde se produce un episodio de violencia contra la población civil, y es empleada de forma recurrente en ámbitos no institucionales ni exclusivamente artísticos, como espacios de protesta y movilizaciones colectivas, en ocasiones espontáneas y a través de geografías dispersas.
Asimismo, los artistas lo han interpretado desde todos los puntos de vista: ya sea como icono visual, o como elemento de propaganda política y tótem artístico. En definitiva, en la medida en que ha emergido como una alegoría universal, el Guernica hoy sigue siendo capaz de actualizarse constantemente y aumentar su fuerza crítica.