‘Tengo sueños eléctricos’: querido papá violento

La cineasta francocostarricense Valentina Maurel debuta en largo con un estudio de la turbulenta relación entre un hombre y su hija adolescente.

Los actores Daniela Marín y Reinaldo Amien, en la película 'Tengo sueños eléctricos', de Valentina Maurel. HERETIC OUTREACH
Los actores Daniela Marín y Reinaldo Amien, en la película 'Tengo sueños eléctricos', de Valentina Maurel. HERETIC OUTREACH

Ha triunfado en el reciente festival de Locarno, donde sumó premios a la Mejor Dirección y las Mejores Interpretaciones de Reinaldo Amien y Daniela Marín, padre e hija en el filme; acaba de ser ovacionada en el de Sarajevo, y se verá próximamente en la sección Horizontes Latinos del festival de San Sebastián. Tengo sueños eléctricos, primer largo de Valentina Maurel —cineasta francocostarricense afincada en Bélgica (y en este momento de vacaciones en Cerdeña)—, es una de las grandes películas del año. Incontestablemente. Gloria bendita para los que seguimos creyendo en el Séptimo Arte.

Rodada en un San José atemporal, la película arranca con un viaje en coche. Matrimonio en los asientos delanteros, sus dos hijas en los de atrás. En la radio suena lo que parece una versión en español de ‘Et j’entends siffler le train’, la canción más triste del mundo. En efecto, nos confirma la directora, se trata de ‘500 Millas’, por Los Rufos de Costa Rica. La tensión no se palpa, pero de repente el padre hace algo violento, y en la siguiente escena, elipsis mediante, la pareja ya se ha separado. La madre deshace cajas en su nueva casa, pero la mayor, que apenas tiene 16 años, quiere seguir viviendo con su padre. A pesar de todo.

Tengo sueños eléctricos es la historia de una doble fascinación. La del espectador por la película, y la de Eva, que así se llama el personaje de la debutante Daniela Marín, por su padre, un hombre adorable, guapo, sensible, poeta, pero con algo más que un pequeño problema. La película nunca emitirá un diagnóstico, porque no es de esa clase de películas, didácticas y aleccionadoras. Al contrario, huye de eso, y apuesta por la belleza. Cada plano es único, una preciosidad, cuidado hasta en sus más nimios detalles, y confluye con el siguiente en un río de imágenes tan emocionantes como absolutamente inolvidables. Lo dicho, una joya que no cabe perderse. Cita obligada en San Sebastián.

- Después de Nathalie Álvarez Mesen, por Clara Sola, y de Carolina Arias, por Objetos rebeldes, ya eres la tercera cineasta costarricense que entrevistamos en COOLT. Ningún cineasta-hombre costarricence que recuerde. ¿Qué está pasando?

- No lo sé. Creo que el embrión viene de lejos, y que ahora el bebé se ha puesto a andar. Yo misma vengo de una familia de mujeres fuertes. Mi madre es poeta y mi abuela fue alcaldesa de San José. Pero, al margen de Claire Denis, Catherine Breillat y Lucrecia Martel, que son como el gran triunvirato de las mujeres cineastas, me gusta mucho el cine de directores-hombres. Dicen que las relaciones paterno-filiales son un tema propio del cine hecho por mujeres, pero Ozu lo trató mejor que nadie. Si hubiera sido mujer, se hablaría de mirada femenina. También me gusta mucho Hal Hartley, un cineasta que el mundo parece haber olvidado.  

- Más allá de la historia, y de lo fabulosos que están los actores, Tengo sueños eléctricos es una película que impacta por su insobornable belleza, y en eso tienen mucho que ver los colores logrados por Nicolás Wong Díaz, al que ya conocíamos por sus colaboraciones con el gran Julio Hernández Cordón, en Atrás hay relámpagos o Cómprame un revolver. Pero aquí se supera. ¿De dónde saca esos colores? Casi parece Kodak de los setenta.

- Se lo debo todo al talento de Nicolás. Al principio iba a trabajar con otro director de fotografía, que venía de Francia por motivos de coproducción, y Nicolás se incorporó muy al último momento. Fue una entrada un poco accidental, pero que nos obligó a trabajar con una cierta urgencia aspectos como dónde colocar la cámara, por ejemplo, cosa que a mí me hubiese tomado más tiempo, porque soy muy perfeccionista. Pero trabajar así nos obligó a funcionar de manera mucho más orgánica. Quería que la película fuese realmente costarricense, contar con alguien que supiese filmar San José, y por eso llamé a Nicolás, que le dio esa cosa un poco atemporal que buscaba.

Fotograma de la película 'Tengo sueños eléctricos', de Valentina Maurel. HERETIC OUTREACH
Fotograma de la película 'Tengo sueños eléctricos', de Valentina Maurel. HERETIC OUTREACH

- Dices que eres perfeccionista, y es algo que se nota en cada plano de Tengo sueños eléctricos. Cada uno tiene una composición que parece única, y me encanta la forma en que se interrelacionan, a golpe de elipsis y de rimas. ¿Todo estaba muy planificado desde el guion o hubo mucho trabajo de montaje?

- El guion estaba muy trabajado al detalle, lo cual siempre es un riesgo. Pero me gustaba. Ya tenía elipsis muy marcadas, y los ritmos interiores de las escenas estaban muy estudiados. Intentamos mantener todo eso, pero también es verdad que, cuando llegamos a la sala de edición, teníamos demasiado material y tuvimos que ser muy tajantes. Había por ejemplo todo un universo materno que estaba mucho más desarrollado, pero nos dimos cuenta de que era material para otra película. También cortamos bastante algunas escenas, pero creo que le da un ritmo sostenido…

- Totalmente. De hecho, en la película tiene mucho protagonismo la música de Linton Kwesi Johnson, el poeta del reggae británico, hasta el punto que hasta sale un gato que lleva su nombre, y creo que, de hecho, la película tiene un ritmo muy reggae.

- Me encanta LKJ, y estuve tentada de que apareciera más, pero quizás hubiera sido demasiado. La mayor parte de la gente no sabe que, además de cantante, es poeta. Tiene un texto muy lindo sobre su padre. No recuerdo el título, pero lo puedes encontrar en internet sin problema. La relación con el padre es algo universal, todo el mundo habla de ello, de Hamlet a Star Wars, pasando por LKJ. De LKJ me gusta esa mezcla genial de reggae, poesía y punk. Quería algo así para la película. Creo que la parte más punk se nota en la parte más tajante del montaje, al filo, más cruda.

- Está claro que se notan los cortes, forman parte del estilo de la película. Pero no me parece, para nada, una película agresiva. Creo que, pese a que toca un tema como la violencia doméstica, es más bien dulce.

- Uno nunca sabe qué película está haciendo. Mientras la rodaba, no sabía si era dura, dulce, de amor o violenta. No lo tenía muy claro. Y creo que al final es una mezcla de todas esas cosas. Se habla mucho del female gaze, que se asocia con una mirada sensible, poética, cosa con la que no estoy en desacuerdo, pero no es sólo eso, también hay una manera sensible y delicada de ver lo que la vida tiene de cruda, de violenta, de injusta…

- La clave es que el punto de vista es el de ella, y ella quiere a su padre, a pesar de su violencia. Es una mirada desde el amor.

- Esa violencia viene de cosas que he podido ver a mi alrededor. La mayor parte de gente que conozco ha vivido cosas parecidas. La violencia forma parte de la vida y del amor. Pero hay mucha  gente a la que le gusta separar las cosas para poder juzgar desde una distancia más cómoda o racional qué es la violencia. Pero las cosas no son así de simples, la realidad es más compleja.

- Sí, la película se distingue de todas esas películas, supuestamente de denuncia, que simplifican al nivel de Hombre-monstruo y Mujer-víctima, un maniqueísmo sin matices. ¿Huías de todo eso, no?

- A mí siempre me resultan un poco incómodas las películas que intentan defender un mensaje, dirigiéndose a un público que ya está, de entrada, de acuerdo con lo que le van a contar. Luego se va a su casa, y se acabó el problema. El cine no tiene por qué transmitir un mensaje claro.

- Es un poco hipócrita, ¿no? Al final acaban banalizando el problema.

- Sí, cuando la gente ve películas que hablan de la violencia de forma un poco teórica o didáctica es más fácil pensar que no les concierne. Pero cuando uno entra en un flujo más complejo, donde interviene el amor, ahí puede que se identifiquen.

Tráiler de la película 'Tengo sueños eléctricos', de Valentina Maurel. YOUTUBE

- Has querido huir de explicaciones inequívocas, en plan “es violento porque se droga, se droga porque está frustrado, etc”.

- Sí, cuando me preguntan de dónde viene la violencia, siento que no puedo responder del todo. Está claro que también forma parte de un lenguaje que se aprende. Igual que se aprende el lenguaje del amor, se aprende el de la violencia. Da mucho poder, y hay personas que encuentran una complicidad en la violencia. Es muy complejo, realmente, y no pretendo dar soluciones. El cine que me interesa es aquel en el que el espectador se va a sentir incómodo, por no estar seguro de si la película está diciendo algo, o no, en el sentido de “lo que hay que pensar”. Hay por ejemplo en la película una escena sexual entre un adulto y la protagonista, que es menor, en la que la gente se pregunta por mi posicionamiento respecto a lo que está ocurriendo.

- ¿Ha causado polémica?

- Realmente no, pero es lo que me suelen objetar, diciéndome que no queda clara la posición de la directora. Pero yo creo precisamente que está bien también no saber, y que los personajes existan por sí mismos, independientemente de lo que el guion intenta decir con ellos.

- Puedo decirte que a mí no me incomodó, en cualquier caso. Creo que Palomo, el adulto, es muy consciente de que está traspasando límites, mientras que ella no lo es tanto, porque al fin y al cabo es una adolescente. Se supone que lo asocia con su padre, porque son amigos y de una edad similar. De nuevo estamos con las contradicciones, que son la esencia misma de la naturaleza humana. Siempre estamos inmersos en la confusión, y más en la adolescencia.

- Sí, yo quería ser fiel a la confusión con la que uno vive las cosas en el presente, y con la que uno crece cuando es adolescente. A veces me pregunto si esa confusión te abandona alguna vez, y creo que cuando escribí la película llegué a la conclusión de que no se va nunca.

- No se va. Se disimula. Cuando eres adolescente no eres tan consciente de toda esa confusión que te envuelve, mientras que cuando eres mayor lo que haces es intentar disimularla, porque mostrarse confuso no es propio de un adulto. Pero luego todo el mundo va al psicólogo, toma pastillas, se droga, bebe, grita, incluso es violento...

- Entrar al mundo adulto es entender los códigos, y ser un adulto es someterse a ellos, o saber utilizarlos. Hay mucha gente que ve la película como un coming-of-age, pero creo que lo que muestra la película es que realmente no hay un puerto de llegada. 

- Y, sin embargo, con la cantidad de coming-of-age femeninos que hemos visto en los últimos años, Tengo sueños eléctricos también es extraordinaria como tal, ya sólo viendo la naturalidad con la que trata el despertar sexual de Eva. Nunca he visto la masturbación femenina tratada con lo que parece la mayor franqueza, y al mismo tiempo sin caer en la vulgaridad.

- Hay mucha gente que piensa que porque la masturbación femenina se ha representado en algunas películas ya se ha alcanzado una victoria feminista. Pero no es así, porque, como decía Freud, la sexualidad femenina es un “continente misterioso”, y por tanto nunca vamos a acabar de representarla. La masturbación femenina es igual de compleja, solar, oscura, sensible, violenta que la masculina. Lo pienso realmente, y por eso quise representarla, por lo que tiene para este personaje de urgencia, tan frenética como lo es, en el imaginario para los chicos adolescentes, tal y como lo representó Larry Clark. No hay que pensar en la masturbación femenina como algo político, sino más bien como algo que está ahí porque cada vez hay más mujeres cineastas. Es natural.

La cineasta Valentina Maurel, directora de 'Tengo sueños eléctricos'. CORTESÍA
La cineasta francocostarricense Valentina Maurel, directora de 'Tengo sueños eléctricos'. CORTESÍA

- El personaje del padre, como es poeta, me hizo pensar en Bukowski, y también en el padre de la ya clásica Go Get Some Rosemary (2009), aunque no sabría ponerte ningún otro ejemplo. Es bastante único. ¿Cómo lo creaste?

- Me encanta ese personaje de los Safdie. Pero me inspiré más en mi entorno, porque mi madre, Ana Istarou, escribe poesía, y mi padre, César Maurel, que es francés, también, aunque menos. Mi madre escribió poesía erótica muy bella en años en los que en Costa Rica no se hacía nada de eso.

- ¡De ahí te viene todo!

- Algo le debo a mi madre. A mi padre le gustaba más una poesía más gringa sobre los pequeños fracasos de lo cotidiano, como la de Luis Chavez. En los noventa había una gran efervescencia poética en Costa Rica con un montón de talleres. Cuando me vine a vivir a Europa ya no encontré ese entusiasmo por la poesía.

- Sí, porque vives en Bélgica, ¿no? Una mezcla perfecta de cultura afrancesada y de disfuncionalidad latina.

- Así es. Lo has definido perfectamente. Para mí es un término medio, porque no me sentía en casa ni en Francia, ni en Costa Rica.

- Esto me recuerda que, en la película, también hay un humor como muy subterráneo, que se manifiesta, por ejemplo, en una escena en la que el padre acude por casualidad a casa de una mujer y le recita un poema de amor que obviamente va dirigido a ella, aunque la pareja de esta, ahí presente, no se da cuenta de lo que ocurre. Es un humor muy sutil, ¿tienes miedo que haya quien no lo pille?

- Uno no sabe qué nivel de humor está teniendo en lo que crea. Chéjov, por ejemplo, creía que siempre estaba escribiendo comedias, y yo cuando lo leo me parece la cosa más trágica del universo. Yo pongo humor porque creo que a veces revela la melancolía de ciertas situaciones. Pero sí, a veces tengo miedo de ser demasiado sutil, pues veo que hay gente que no conecta.

- A veces es verdad que puede parecer un poco bestia, supongo, a un determinado público. Por ejemplo, en tu corto Paul est là (2017), hay una escena en la que un padre que se tumba a descansar con su hija tiene una erección… Es verdad que las relaciones entre un hombre y su hija tienen algo especial, pero…

- Por supuesto. Esa escena fue todo un tema dejarla en el corto. Había quien quería que la quitara. Me gustan esos lugares frágiles en los que una puede poner en duda todo lo que aprendió sobre la relación con su padre, o sobre cómo se supone que tiene que ser una relación paterno-filial. Siempre estamos rozando situaciones al límite. Si uno pudiera mirar lo que ocurre en la cabeza de todo el mundo, se encontraría con que somos todos monstruosos. 

- Una cosa es lo que se te pueda pasar por la cabeza, que es incontrolable, y otra cómo lo canalices. Antes has citado a Chéjov. ¿La literatura te inspira?

- Sí, no sólo existe el cine. Las películas me interesan por la relación que tienen con la vida y con lo que conozco. Ya cuando ves demasiadas películas, sólo ves la relación que tienen entre ellas. Así que me gusta leer teatro o poesía cuando escribo mis películas. Chéjov es el autor que más me gusta del universo, no hay nada que hacer, y ahora también estaba leyendo a José Emilio Pacheco, que es un poeta mexicano muy conocido. Él me ayudó a escribir.

- Entonces, ¿hay nueva película en perspectiva?

- Sí, ya la estoy escribiendo. Inevitablemente, será sobre la parte materna. No sólo porque tengo mucho material acumulado, sino porque tengo que evacuarlo. Creo que se va a llamar Siempre soy tu animal materno. Como en el caso de Tengo sueños eléctricos, tomo el primer verso de textos que existen en la realidad. Tengo sueños eléctricos viene de un poema de mi papá, y Siempre soy tu animal materno viene de uno de mi mamá. A veces empiezo por el título, porque en escritura creo que siempre hay que hacer lo contrario de lo que te enseñan. El deseo es caótico, pero hay que dejarse guiar. Hay que cerrar los ojos, desear imágenes, desear personajes, y luego todo acabará cuajando. La estructura no es la que manda, si el deseo es fuerte todo se va adaptar. Otro consejo que podría dar es la brutalidad de desear y desarrollar. Y después matar y cortar. Hacerse violencia.

Periodista cultural especializado en cine y literatura. Fue redactor de la revista Fotogramas durante 17 años. Ahora colabora regularmente con medios como La Vanguardia, El Mundo, Cinemanía o Sofilm, entre otros. Ha comisariado la exposición Suburbia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

Lo más leído
Newsletter Coolt

¡Suscríbete a nuestra 'newsletter'!

Recibe nuestros contenidos y entra a formar parte de una comunidad global.

coolt.com

Destacados