Hay un momento de Verano, película de José Luis Torres Leiva presentada en la Mostra de Venecia de 2011, en la que Julieta Figueroa, una de sus actrices predilectas, se acerca a una gasolinera y pregunta por “el camino más largo para llegar a Santiago”. Nos gusta la ocurrencia, porque define perfectamente el cine de este director nacido precisamente en la capital chilena en 1975. Un cine que se toma su tiempo, atento a los detalles, y que, sin rubor alguno, podemos calificar de “contemplativo”.
Julieta Figueroa es la gran enferma de la última película del director, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Tan enferma, que se deja morir, porque ya no hay otra salida posible, y no merece la pena seguir luchando. Y en ese viaje final la acompaña su pareja, encarnada por Amparo Noguera, que también andaba por la gasolinera de Verano. Una película sobre la muerte, en definitiva, pero tratando de arrojar algo de luz en tan oscuro tema, como si se tratara más de dar gracias a la vida, parafraseando a Violeta Parra, que de una despedida. El poético título de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, incluso el precioso póster podría ser el de un giallo italiano de los años setenta, pero las cosas van por otro lado: Torres Leiva sigue los pasos de un poema del malogrado escritor italiano Cesare Pavese, otro gran suicida, como la mítica cantante chilena.
- ¿Por qué tomaste prestado el título de un poema de Pavese para tu película?
- Había leído El oficio de vivir [el diario de Pavese], que me impactó mucho en un momento en el que varios amigos, más o menos de mi edad, fallecieron por distintos a mi alrededor. Entre ellos, una amiga chilena que vivía en Barcelona. Tenía muy mal pronóstico, y decidió no seguir con los tratamientos. Hablé un par de veces con ella. Estuvo rodeada de familia y amigos hasta el último momento. Y de ahí salió la idea de hacer una película sobre ese proceso de acompañamiento. Entonces, reapareció Pavese, y este poema. Nunca quise llamar la película así, porque es un poema muy conocido, pero al final fue como inevitable.
- Desde tu primer corto, que remonta a 2002, siempre has tenido inspiraciones muy literarias. ¿De dónde te viene?
- La literatura siempre ha estado presente desde que era estudiante, como un refugio. Siempre ha ido a la par con el cine, y me he planteado como un desafío trabajar con ella dentro del cine. Incluso he llegado a hacer alguna adaptación, como [el corto de 2018] Sobre cosas que me han pasado, que hice a partir de la novela homónima del chileno Marcelo Matthey, al que pude conocer. Es todo un personaje. No es escritor, sino ingeniero hidráulico. Son diarios escritos a finales de los ochenta, como una recopilación de impresiones personales. Va contando todo lo que va pasando, con una prosa muy sencilla y detallista, que estaba muy fuera de su tiempo. En su época fue muy criticado, porque decían que precisamente no le pasaba nada. Pero el libro fue rescatado por César Aira, que lo editó en Argentina. Llegué a la novela gracias a él. Me sentí muy identificado por esa mirada y sentido de la observación, sin mayor conflicto central...
- Como tu cine. De hecho, se habla del Novísimo Cine Chileno, para distinguirlo de aquel Nuevo Cine Chileno de Miguel Littin o Raoul Ruiz, emparejado con la Nueva Canción Chilena de Violeta Parra y compañía. Pero no puedo imaginar cineastas más opuestos, por ejemplo, que Torres Leiva y Pablo Larraín, ¿estás de acuerdo?
-Sí, aquí hubo un movimiento como generacional de directores que hemos llevado la carrera en paralelo. Pero más allá de eso, a mí me ha interesado hacer un cine más desde la independencia, aunque últimamente con un poquito más de presupuesto.
- Más allá de Ignacio Agüero, cineasta con el que colaboras a menudo y al que convertiste en el protagonista de El viento que viene a casa (2016), falso making-of de uno de sus documentales. ¿Sientes afinidad con otros realizadores chilenos?
- Me influyó mucho mi profesor, cuando estudiaba Comunicación Audiovisual, porque entonces no había carrera de cine. Se llama Cristian Sánchez y es un director de cine que sigue en activo, empezó a finales de los setenta. Él me transmitió la pasión por el cine, y por la independencia, porque hizo películas en un periodo muy difícil, siempre de manera muy personal e independiente. Entonces no era muy conocido, porque no había muchos lugares para exhibirlas… Es como un heredero de Raoul Ruiz.
-Entonces, ¿Sánchez podría ser el eslabón perdido entre Raoul Ruiz y Torres Leiva, entre el Nuevo Cine Chileno y el Novísimo?
- [risas] En cualquier caso, ahora se le está reivindicando. Y por supuesto que también me gusta mucho el cine de Raoul Ruiz, sobre todo el de su etapa chilena, y en particular Palomita blanca, porque fue una película que en su época nunca se exhibió. Se hizo en los setenta, antes del golpe, y no se estrenó hasta mucho después, cuando yo ya estaba acabando el colegio. Es una versión muy personal de otra novela chilena, esta vez de Enrique Lafourcade.
- ¿Alguna influencia más allá de Chile? Porque, en tu cine, está esa búsqueda de la pureza con pocos medios que es común al cine japonés y a la filmografía del maestro iraní Abbas Kiarostami...
- Sí, [Kiarostami] es un director que me ha marcado mucho. Aunque también mucho Robert Bresson. Cristian Sánchez nos lo puso en clase: Un condenado a muerte se ha escapado y El proceso de Juana de Arco. Entonces había leído sobre él, pero nunca había visto una película suya.
-¿Cuándo te dio la cinefilia?
- No vengo de una familia de artistas, pero mi hermano mayor era muy cinéfilo, y llegaba a casa con películas de Ingmar Bergman...
-¿Si tu cine pudiera resumirse en un adjetivo, sería “contemplativo”?
-Sí, se podría resumir así. Para mí siempre ha sido como inevitable hacer mis películas desde ahí, porque es un tipo de cine que siempre me ha gustado. Me interesa ese tiempo, esa manera de mirar. He encontrado en esa forma de acercarme a la realidad y de contar las historias algo que tiene que ver conmigo, y me interesa seguir explorándola.
- Hablando de exploración, eres de Santiago, pero siempre ruedas en otros lugares. ¿Rodar es una excusa para hacer las maletas?
- Bueno, hace como 10 años que no vivo en Santiago de Chile, aunque no estoy muy lejos. Vivo en Rancagua, una pequeña ciudad a una hora y media de la capital. Pero sí es verdad, todas las películas que he hecho son como para huir de Santiago, que es muy estresante, como todas las grandes ciudades. Todas mis películas empiezan por mi voluntad de explorar un nuevo espacio. Siempre me ha llamado mucho la atención el sur de Chile. El paisaje y la naturaleza son muy atractivos, porque van cambiando mucho a medida que te acercas al sur. Pero es muy probable que ruede mi próximo proyecto en la parte antigua más antigua de Santiago, que es muy interesante, porque no se conserva mucho. Está un poco estancada en las décadas de los años 50 y 60. Pero no quiero hablar mucho de ese proyecto, que espero poder rodar el año que viene, dependiendo de cómo vaya la pandemia.
- Volvamos a Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. ¿Crees que has logrado iluminar un tema más bien oscuro?
-Sí, yo creo que sí. Mi amiga, la que falleció, tenía esa claridad. Dentro del miedo, estaba tranquila, y no quería que las personas que la acompañaban sintieran tristeza. Me acordé de La boca abierta [1974], una película de Maurice Pialat que también habla de este tema…
- Hombre, pero Pialat era muy visceral...
- Sí, sí. Es super ruda. Néstor Almendros, que hizo la fotografía de la película, contaba en sus diarios que se hizo muy pesado el rodaje, porque además de la gravedad del tema Pialat rodaba muchas tomas, y todo se hacía más duro y pesado, tanto para los actores como para el equipo. Y yo, dentro de lo difícil que es el tema de la muerte, quería mostrarlo desde otro lugar.
- En Verano, que tiene más de 10 años, ya aparecen Ignacio y Julieta. La ves ahora y se nota el inexorable paso del tiempo, ¿es posible que tener ese registro de tus amigos también te empujara a rodar una película como Vendrá la muerte y tendrá tus ojos?
- Sí, hay muchos directores como Ford o Cassavetes, que han trabajado con los mismos actores, y está ese registro casi documental de los rostros. Por eso, esta es una película muy concentrada en los rostros de las actrices, que no usaron maquillaje. Fue una decisión tanto de ellas como mía, que surgió en el proceso. Aunque no ensayamos más que en el set, tuvimos muchas conversaciones previas. Me contaron sus experiencias cercanas a la muerte, y se llegaron a muchas decisiones como la de no llevar maquillaje.
- ¿Hay alguna voluntad política en relación a la eutanasia?
-Sin duda. Aunque en la película no se indaga en el tema, está claro que me marcó la decisión de mi amiga. En Chile es un tema que se evita, pero que sale a la luz cada vez que se da un caso, aunque de ahí no pasa.
- La película está protagonizada por una pareja de mujeres, y también hay un encuentro entre dos hombres en medio de la selva, ¿hay algo político también en esa simetría?
- Siempre pensé en dos mujeres, y concretamente en estas dos actrices, pero no por mostrar un amor homosexual, sino porque quería explorar el tema a través de lo femenino, descansando mucho en el detalle y la mirada. En cuanto al encuentro en la selva, tampoco está pensado desde ese lugar. Sólo son dos personas que se aman. Cuando la película se ha exhibido, tampoco ha sido un tema.
- Tu cine se inscribe en una corriente global del cine independiente empeñado en diluir las fronteras entre la ficción y la realidad, algo que está muy claro en El viento sabe que vuelvo a casa, donde la película para la que hace el casting Ignacio Agüero no existe, pero las cosas que le ocurren sí que son reales, ¿no es así?
- Sí, esa película es donde lo llevé más lejos. Pero en Vendrá la muerte y tendrá tus ojos también hay cosas que no estaban en el guion, como una secuencia en el que saben que es el último momento en el que van a estar bien. Ella se puso a llorar, porque se acordó de su madre, que había fallecido. No estaba previsto. Es interesante incorporar cosas que son únicas, como en un documental. También en Verano, donde la textura es como la de los recuerdos, aparecía gente que simplemente pasaba por ahí. Pero hay muchos ejemplos. A mí me marcaron mucho las películas que hizo Morris Engel y Ruth Orkin, como El pequeño fugitivo [1953], que en su día se desmarcó del sistema de producción de la época. Están todas esas escenas en el parque de atracciones de Coney Island filmadas de manera absolutamente documental. Fueron muy visionarios.
- Esa textura tan especial de Verano, ¿cómo la conseguiste?
- La rodamos con una cámara análoga muy básica, luego la proyectamos en una muralla, y se volvió a grabar con una cámara de alta definición. La volví a ver hace poco, porque Rosario Bléfari, que es una de las protagonistas, falleció el año pasado. Otra amiga, hubiese querido volver a trabajar con ella.
- ¿Trabajar con amigos facilita las cosas?
-Sí, es más fácil entenderse, conocen tus métodos...
- En Vendrá la muerte y tendrá tus ojos hay una escena de karaoke, ¿qué canción suena y por qué?
- Es ‘Dicha feliz’, de Virus, un grupo argentino de los ochenta, que me gustaba porque sus letras siempre tenían doble sentido. En esta parecía que hablaban de la felicidad, y en realidad lo hace desde la melancolía. Es algo que va bien con la película en la que, inevitablemente, dado el tema, piensan una cosa y dicen otra distinta.
-Tengo la sensación de que, dentro de esa tendencia del cine independiente que comentaba antes, la música extradiegética ha sido expulsada, está como mal vista, y que por eso mismo los karaokes, tan presentes en ese tipo de cine, se han convertido en icónicos. ¿Estás de acuerdo?
- Es verdad que no he utilizado música extradiegética, pero es posible que lo haga en mi próximo proyecto...
- Vaya, entonces mi teoría se viene abajo [risas]. En cualquier caso, hay momentos memorables con canciones en tu filmografía, como aquel chico que bailaba ‘Diamonds’, de Rihanna, en el casting de El viento sabe que vuelvo a casa. O Raffaella Carrà al final de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. ¿No te sentiste mal cuando falleció por haberla incluido en una película sobre la muerte?
- Ese chico fue el que se presentó a más castings de todos. La canción de Raffaella Carrà surgió por casualidad mientras escribía el guion. Pienso en [la directora francesa] Claire Denis, que siempre ha utilizado música muy diversa, y de manera distinta, y siempre le queda bien. Esa es otra de las cineastas que me han marcado.