Con el viento (2018), primer largo de ficción de Meritxell Colell (Barcelona, 1983), narraba el retorno a la casa familiar, en una aldea de Burgos, de una bailarina encarnada por la también coreógrafa Mónica García. Su personaje se había visto obligado a interrumpir un largo exilio romántico-profesional en Argentina, para regresar al pueblo y afrontar la muerte del padre, ante la severa mirada de la hermana que la había visto marchar. Era el mismo año en el que Timecode, el corto de Juanjo Giménez, el director de Tres, viajaba a los Oscar. Una pura coincidencia, porque, como Con el viento, también hibridaba danza y ficción, un coctel que no abunda en cine contemporáneo.
Casi un lustro después, Colell estrena Dúo, película en la que nos reencontramos con el personaje de Mónica García, pero de vuelta a Argentina. Vuelve a ser un híbrido. Hay ficción, es la historia de Mónica con la pareja que dejó atrás para arreglar sus asuntos familiares, encarnada por el coreógrafo bonaerense Gonzalo Cunill, Colate. Hay algo de danza y espectáculo, el que representan gratuitamente por una serie de aldeas de lo más perdidas. Pero están sobre todo las poéticas imágenes en Super-8 de un diario de viaje filmado a la manera de un Jonas Mekas, que se intercala con todo lo demás.
Parece la misma cámara que Colell utilizó para La ciutat a la vora, una colección de estampas líricas, frágiles y volátiles, ensambladas para el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, que también es un viaje. Aunque más modesto. Por la ladera del Tibidabo, la sierra de Collserola que domina la ciudad de Barcelona de manera no tan impresionante como los Andes en La Paz o Santiago. La diferencia de escala de un proyecto a otro es casi cómica, y por el camino, entre los dos, está Transoceánicas, el resultado de una larga correspondencia audiovisual con la cineasta argentina Lucía Vassallo, que debutó el año pasado con una película titulada Cadáver exquisito.
Dúo llega a las salas españolas el próximo 9 de septiembre. Una buena rentrée.
- Argentina está muy presente, de una manera o de otra, en casi todas tus películas, ¿de dónde viene ese vínculo tan fuerte?
- A los 22 años hice un intercambio con una universidad argentina que tenía un convenio con la Pompeu Fabra, donde estaba estudiando. La experiencia de Buenos Aires fue muy transformadora para mí. Suele pasar que, cuando nos ponemos en contacto con otras realidades, podemos ser otra persona. Buenos Aires fue un boom de descubrimientos culturales, de enamoramiento de la ciudad, de establecer nuevas relaciones… En la vida nos enamoramos de ciertos territorios, y en Argentina me quedé enamoradísima de Jujuy, en el noroeste del país, donde viví los carnavales, y por eso decidí volver ahí para rodar Dúo. Es un lugar supermovilizador, no sólo por el arte, que está muy arraigado, sino porque todo lo asambleario sigue teniendo mucha importancia, y por el territorio en sí: atravesar la inmensidad sigue siendo muy impresionante para cualquier ser humano.
- Pero la película sigue todo un recorrido por los Andes, ¿no?
- Sí, pero casi todo en la provincia de Jujuy, aunque al final toca Salta. Habrá sido un viaje de unos 400 kilómetros. En las escenas rodadas en Super-8 también aparecen partes del norte de Chile. Era el lugar donde quería que terminara la película, pero no pudimos llegar hasta ahí por culpa de la pandemia. El viaje inicialmente previsto era mucho más largo.
- Una pena, porque ha sido un largo proceso de producción. Ya me hablaste de Dúo cuando se estrenó Con el viento. Han pasado cuatro años, ¿no es mucho tiempo?
- La película pedía su tiempo. Hubo cinco viajes de documentación, investigación y preparación con distintas comunidades previos al rodaje con todo el equipo. El Super-8 se filmó todo entre 2018 y 2019.
- Si el viaje tenía que haber sido más largo, ¿quiere decir que Dúo es muy distinta al guion original?
- Sí, había toda una segunda parte en la que Mónica desaparecía en el desierto, y reaparecía luego, de entre los muertos, en una casa del norte de Chile. Ahí lograban decirse adiós, pero estaba todo mucho más atravesado por lo onírico y las alucinaciones, con mezcla de géneros. Y en la primera parte, no pudimos filmar a la primera comunidad que teníamos prevista, porque en su asamblea no se pusieron de acuerdo al respecto, y si no están todos de acuerdo, no se hace.
- Entonces, la cultura asamblearia que te atraía se giró en tu contra...
- Pero eso es maravilloso, porque te pone en tu lugar. Entre el antropocentrismo europeo, y la cosa esta del cine que nos lleva a suponer que a todo el mundo le gustaría salir en una película… En vez de hacer el espectáculo como estaba previsto, transformamos esa parte en la convivencia con María y su familia. En la película, hay un diálogo constante entre lo que sucede en la pantalla y detrás de la cámara.
- El espectáculo que se supone que ellos quieren representar, a cambio de pan y cobijo, en estas comunidades aisladas se convierte casi en una metáfora de los avatares de la producción del propio filme, ¿no?
- Sí. Es la forma de ficcionar las cuestiones que se ponen en juego cuando alguien quiere hacer una película en un lugar así. Al mismo tiempo, también muestra las etapas de la relación amorosa entre ellos, que es pura ficción. No se conocieron hasta que hicimos tres semanas de residencia artística para crear este dúo de danza. Fue increíble, porque cuando dos personas se conocen a través del cuerpo, por un lado se consigue una intimidad imposible de conseguir desde lo verbal, pero por el otro también se ponen en juego muchas cuestiones propias de cualquier artista. Egos, miedos, ilusiones, deseos, y también disidencias. Yo siempre digo que, cuando terminamos esas tres semanas, ya eran como un matrimonio. Habían atravesado todos los conflictos propios de una pareja.
- Y a eso se suma la experiencia del viaje, que no es poca cosa.
- Exacto. Es una experiencia muy atravesada por la realidad. Eso me interesa mucho, porque me permite alejarme de la idea original que tenía. La idea de la directora. Estás abierta a lo que sucede, te transforma, y eso transforma la película. Y ahí ya es creación colectiva.
- Sin embargo, se intuye un fondo autobiográfico en tus películas.
- Siempre he reivindicado que no son películas autobiográficas, sino atravesadas por emociones vividas. En Con el viento estaba esa idea de la extrañeza de volver cuando te has distanciado, pero yo viví sólo tres años fuera de casa. Con Mónica García exploramos esa idea, que ella también había experimentado, aunque tampoco estuvo 20 años sin ver a su familia, como ocurre en la película. En Dúo, lo más “autobiográfico” es el cuestionamiento. Es una película que se hace preguntas: ¿qué hace una europea haciendo una película en un lugar como este?
- ¿Y qué hacía una europea rodando una película en un lugar como ese? Al final, y más en estos casos, lo más importante es el punto de vista, dejarlo claro.
- Está claro que somos gringos, y que está esa idea de colonizador y de colonizado, que en algunos casos es de rechazo, pero en otros de sumisión, y eso también es algo que hay que revertir. Es muy duro enfrentarse a eso. Hay adoración a la patria española en algunos lugares. Son muchos siglos en los que esta gente ha sido esclavizada por hacendados y eclesiásticos, y los hay que quieren servirte.
- Son los dos extremos.
- Exacto, y luego en medio hay otras muchas personas que, cuando logras pasar esa primera fase de colonizador/colonizado, están encantados de colaborar contigo. Luego están las preguntas sobre la instrumentalización que podemos hacer los cineastas de una determinada realidad, porque tú llegas ahí con una historia que quieres contar. El cine siempre genera cuestionamientos.
- De lo contrario, sería un documental.
- Sí, y yo tengo claro que no quiero hacer documental, precisamente porque la ficción permite hacerte todas esas preguntas. Y, además, la ficción es un juego en el que entras o no entras. No dejan de ser personajes. Eso también te da mucha libertad. Aunque al final es verdad que mis películas tienen mucho que ver con procesos documentales, porque están todos esos viajes de investigación y documentación, diálogos reales, etc.
- En tus películas siempre hay una voluntad de hibridación, aquí, como en Con el viento, la danza vuelve a asociarse con la ficción…
- El cine es como la danza, un arte de los cuerpos, de una duración determinada, que sucede en presente. Me gusta trabajar desde ahí. En la danza también está la idea del contacto, de ahí la necesidad de hacer películas que son lugares de encuentro con la realidad en la que sucede la trama de la película, que al final es mínima. No más que una pareja en crisis que hace un viaje. Y eso me permite centrarme en la relación entre los personajes y el espacio, que genera estados físicos y emocionales… Para mí, el cine tiene que ver con el deseo de retratar territorios geográficos, físicos y emocionales, con intercambiar puntos de vista. De ahí los dos personajes, que entran en contacto con comunidades que cultivan un arte más arraigado a la vida...
- ¿En tu primer viaje a Jujuy experimentaste la misma transformación que Mónica y Colate?
- Ellos llegan buscando algo más folclórico, aunque terminan conectando con lo cotidiano. Mi primer viaje fue algo así, ya que no dejaba de preguntarme qué hacía ahí una española, con todo ese peso del pasado colonial a mis espaldas. Pero conecté con las mujeres de Jujuy, porque en lo que me contaban reconocía lo que mi abuela de Burgos me había contado de su juventud.
- ¿Fue muy complicado trabajar con ellos en la película? ¿Les diste muchas indicaciones?
- No demasiadas. Aunque nunca han hecho, ni visto, cine, es simple. Explicas la escena, y ya está. Tenemos tendencia a subestimar, es algo mucho más intuitivo. En la escena de las tortitas, yo le daba indicaciones a Mónica con palabras sueltas, y cuando dije “viento”, fue Doña Soriano la que se lanzó a hablar del tema. Es un juego, y todo el mundo sabe jugar.
- ¿Y han visto la película?
- No, sólo las escenas en las que aparecen. Cuando consigamos volver a Argentina, haremos una gira por todos esos pueblos para mostrársela.
- ¿Volverás a rodar en Latinoamérica?
- Sí, ya estamos preparando un nuevo proyecto, que también será un proceso largo, porque rodaremos aquí y en México, Chile… También será un viaje. Esta vez de Angelica Castelló, que busca tejer un mapa de los sonidos de los Andes, en forma de quipus, un tejido a base de nudos que utilizaban los incas para enviarse mensajes durante la colonización española. Es un código de escritura que no se ha podido desentrañar. Ella quiere hacer un quipus de sonidos, y en ese viaje que hace acompañada de dos guías, uno chileno y uno peruano, llega a un estado de insomnio, provocado por el alcohol y el mal de altura, que la conecta con su México natal, y con las historias que le contaba su cuidadora veracruzana… Todos los cantos e historias que le cuenta la gente resuenan en ella de noche.
- Será un poco continuar, de alguna manera, con lo que no pudiste hacer en Dúo, ¿no?
- Sí, surge de la necesidad de explorar ese universo onírico que llevo a un nivel mucho más grande justamente porque me había quedado con las ganas de explorarlo en Dúo. Y también surge de la muerte de una abuela mía a causa del covid, cuando regresaba de rodar Dúo, y de la propia historia de Angélica, que es una artista mexicana blanca, porque es nieta de exiliados republicanos, y la película también irá de eso, de la historia de dos exiliados que vivieron en la burbuja de las comunidades republicanas en México. Era un círculo muy elitista e intelectual, todos iban al mismo colegio. Y seguían siendo extranjeros respecto a los mexicanos de raíces indígenas, que les rechazaban por el hecho de ser blancos.
- El contraste entre estos grandes viajes y el que emprendes a pie en La ciutat a la vora puede resultar cómico por la diferencia de escala. Pero a mí siempre me llama la atención toda esa gente que viaja tanto, y luego ni siquiera conoce su propia ciudad. No lo puedo comprender.
- No. Y, además, es muy fuerte ir de Ciutat Meridiana a la sierra de Collserola a pie, ver como la ciudad se va transformando, a un lado y a otro de la carretera de la Rabassada. Es una película muy pequeña, y eso también me permitió ser muy lúdica, sin dejar, en el fondo, de ser política. Hasta La ciutat a la vora, no había tenido oportunidad de filmar Barcelona.
- Ahí se te ve como una persona muy luminosa, igual que en la realidad, en contraste con el personaje de Mónica, que me parece más oscuro...
- Era imposible dejar de ser luminosa con las personas que me fui encontrando, tan enamoradas de sus oficios. Mónica tampoco es así en la vida real, pero construimos su personaje de esta manera en Con el viento, y ya no lo podíamos cambiar. De todos modos, a veces metemos más nuestras sombras que nuestras luces en las películas, porque ¿de qué necesitas desprenderte? Pues de las sombras.