El viaje estático o cómo nos movemos en la quietud

Novelas, crónicas y arte en torno a la idea de la inmovilidad. Antes, durante y después de la pandemia.

El viaje estático. ELENA CANTÓN/FOTO: PATRICK SCHNEIDER (UNSPLASH)
El viaje estático. ELENA CANTÓN/FOTO: PATRICK SCHNEIDER (UNSPLASH)

Desde siempre, la narrativa de viajes estuvo acompañada de la reflexión sobre qué es el desplazamiento y por qué nos movemos. Pero también, y de manera inevitable, fue alimentando el pensamiento de su contracara: la quietud, la inmovilidad. Esto último regresó con fuerza y de manera inesperada durante el confinamiento por la pandemia de covid-19, cuando el movimiento de millones de personas por todo el planeta se detuvo de golpe y por primera vez desde que la industria turística funciona como tal.

Pero las experiencias de narrativas de viajes inmóviles son mucho más anteriores a cualquier tipo de pandemia, no sólo esta última globalizada. Antes del nacimiento de los libros, y como lo narra con maestría Irene Vallejo en El infinito en un junco (Siruela, 2019), las historias de la Antigüedad circulaban por la vía oral, y muchas narraban viajes inventados, con personajes mitológicos y desde voces que nunca se habían movido de su pequeña aldea, porque los traslados eran muy difíciles, cuando no imposibles. Sólo los nobles rodeados de esclavos (por ejemplo, Heródoto) o los políticos y militares se movían por un trozo de mundo que hoy resulta bastante pequeño para nuestra mente cartográfica contemporánea.

Muchos siglos después, con el grand tour, surgieron los primeros viajes por placer, la iniciación cultureta y de liberación sexual de los aristócratas ingleses por la Europa clásica, los inicios de una manera inédita de viajar hasta ese entonces: ahora también se viajaba por placer cuando viajar siempre había tenido un significado puramente pragmático de conquista, invasión, actividad comercial o supervivencia.  

Caballeros británicos de viaje en Roma, pintura de Katharine Read, c. 1750. ARCHIVO
Caballeros británicos de viaje en Roma, pintura de Katharine Read, c. 1750. ARCHIVO

Pero la primera noción de viaje por placer nació mucho antes del grand tour y a partir de una experiencia estática que ha atravesado toda la historia de la humanidad y que lo sigue haciendo hasta hoy, con la moda de las experiencias con setas y ayahuasca, y un nuevo retorno urbanita a la naturaleza selvática. Los viajes mentales con sustancias alucinógenas son un subgénero intimista, metafísico y trascendental del viaje, que ha dado mucha literatura, sobre todo a partir de los años sesenta y setenta del siglo XX. Y es la primera faceta de las narrativas del viaje estático, del viaje en el que el cuerpo no se desplaza de una manera física y convencional. Algo que siempre fue motivo de discusión y que también ha contribuido a la imposibilidad de una definición precisa del género: ¿a partir de qué distancia empieza el viaje, y por lo tanto, su narrativa? ¿Siempre nos movemos cuando nos movemos? ¿La sensación de movimiento y el desplazamiento real son equiparables?

Este tipo de preguntas construyen los cimientos de un libro inclasificable de Andrés Neuman. En plena gira de presentación de su novela El viajero del siglo, el escritor argentino se encuentra recorriendo miles de kilómetros y atravesando muchos países pero ante la imposibilidad de hacer el viaje que quiere. Así nace Como viajar sin ver (Alfaguara, 2010), un ejercicio modélico de cómo sacar ventaja de la desventaja, de cómo mirar, absorber y apropiarse de espacios en los que pareciera que no hay nada para ver. El suyo es un viaje desde Buenos Aires hasta Costa Rica, por toda Sudamérica y Centroamérica, donde los escenarios no son las montañas andinas, el Amazonas, la selva o la costa sino hoteles, salas de prensa y aeropuertos. Neuman sabía que nunca más volvería a muchos de esos países que tampoco podría conocer in situ. Entonces, ante la imposibilidad de ver lo que quiere ver sino lo que está obligado a ver, el ojo del escritor se adaptó y empezó a apreciar particularidades y matices en esos sitios que Marc Augé denominó como no-lugares por su ausencia de localización y su reproducción en serie. “¿No estaré por experimentar, sin haberlo planeado, una hipérbole del turismo contemporáneo?”, se pregunta el autor. “Hoy viajamos sin ver nada. Eso pensé al conocer el veloz plan de viaje. La gira sería un experimento potenciado, una exasperación de nuestro nomadismo transparente, casi vacío”.

Roberto Bolaño fue un poco más allá cuando escribió Los detectives salvajes. Él ni siquiera conoció los desiertos de Sonora, un escenario inmortalizado en la mente de cientos de miles y tal vez de millones de lectores y lectoras de esta novela canónica publicada en 1998. Juan Villoro contó en alguna ocasión que su amigo, cuando se enteraba de que andaba cerca, lo llamaba desde Girona o desde Barcelona para pedirle que fuera, que sacara fotos, que le contara cosas de esa vastedad del norte de México, un país en el que Bolaño vivió pero un desierto que nunca pudo conocer. Entonces todavía no existían las herramientas de las que disponemos actualmente para navegar por Google pero, aun así, Bolaño lo consiguió, y Sonora, gracias a él, ha cambiado para siempre. Eso demuestra que tener algo para decir sobre un sitio es mucho más importante que la jactancia de haber estado ahí, sobre todo si lo que se pretende es dejar una huella indeleble en la posteridad.

'The Billy Boys', de Jack Vettriano (1994). ARCHIVO
'The Billy Boys', de Jack Vettriano (1994),obra que ilustraría la portada de 'Los detectives salvajes' de Roberto Bolaño. ARCHIVO

Es imposible olvidar la ocurrencia de aquel inmigrante checo en Barcelona llamado Daniel Bacho, quien, con tan solo 26 años, decidió sacar tajada ya no solo del hedonismo sedentario de la clase media alta sino de sus peluches convertidos en avatares de redes sociales. Por 50 euros dentro de España o por 70 en otros países de la Unión Europea, ofrecía tours de seis días por los puntos más turísticos de la capital catalana para todas las mascotas inanimadas, juguetes y peluches que le enviaran. Pasados los días de vacaciones, los muñecos volvían a casa por correo postal y sus dueños recibían fotos de todo tipo para llenar los perfiles respectivos de sus mascotas en redes sociales.

Y quienes no tenían mascotas pero tampoco querían moverse de casa siempre podían contratar los servicios de Fake a Vacation, una empresa de Nebraska cuyo servicio digital aún hoy puede solicitarse desde cualquier parte del mundo. Lo que empezó como una broma acabó siendo un negocio: en el auge de la posverdad y con tanta precisión tecnológica para el montaje fotográfico digital, los servicios de esta empresa constan en armar unas vacaciones falsas al sitio que elija el cliente a través de la posproducción de imágenes. La coartada en su vecindario, ciudad o trabajo ya corre por cuenta de cada persona. ¿El objetivo? Que los seguidores en las redes sociales de las personas que contratan el servicio se crean, efectivamente, que éstas se han ido de viaje y que han estado en esos sitios cuando, en realidad, no se han movido de casa.

Fotografía de Las Vegas de la empresa de viajes ficticios Fake a Vacation.
Fotografía de Las Vegas de la empresa de viajes ficticios Fake a Vacation. FAV

Marcel Duchamp hizo el camino inverso de los viajes estáticos cuando se le ocurrió la idea de las maletas en las que transportaba miniaturas exactas de todas sus obras. Convirtió en algo portátil, digno de viaje, lo que siempre había sido estático y con un aura sin desplazamiento: la obra de arte única e irrepetible. Al crear el museo portátil envió de viaje al museo, parodiando a una institución históricamente estática. Luego el movimiento Fluxus tomó esto y creó el arte postal o el mail-art con obras únicas que eran enviadas por correo postal, sin intermediación de galerías o de instituciones del Estado. Y, probablemente, algún peluche o trozo de pelo sintético en alguna de sus postales se hayan colado.

Los viajes prepandémicos por internet

“Con internet, se anulan definitivamente los conceptos tradicionales de tiempo y espacio. El espacio contemporáneo es un espacio heterogéneo. Somos conscientes de que vivimos dentro de una red de relaciones y flujos materiales e inmateriales, pero todavía no tenemos un modelo que represente esta articulación invisible y en red. Vivimos en la tensión entre lo que fuimos y podemos pensar y lo nuevo que no sabemos representar”. Este es un fragmento del texto introductorio a la exposición Cartografías contemporáneas. Dibujando el pensamiento de CaixaForum Barcelona y, el mismo año de su inauguración, 2012, llevada a CaixaForum Madrid.

Muchos años antes de la pandemia, la narrativa de viajes y toda la cultura en general producían cientos de miles de contenidos dedicados a cómo internet había trastocado nuestro concepto y nuestra cultura del desplazamiento.

Incluso había artistas agorafóbicas, con serios trastornos que les impedían desplazarse y que, a través de internet, viajaban y creaban obra. Es lo que hace la neozelandesa Jacqui Kenny desde hace años: selecciona imágenes desde la herramienta Street View de Google, las edita y las sube en la cuenta de Instagram Streetview Portraits. Ella misma se define como una “viajera agorafóbica”, un oxímoron a través del cual plasma una forma muy peculiar de ver el mundo y de poner en discusión la noción de viaje a través de lo que denomina “una cartografía de la ansiedad, de lugares remotos” y de su propia psique.

Algo similar pero sin agorafobia (al menos, no declarada) hace la ilustradora y diseñadora gráfica madrileña Miriam Persand con sus caminatas virtuales convertidas en dibujos. A través de viajes virtuales por Islandia, Ulán Bator o Estados Unidos, descarga fotos subidas con la etiqueta #turismostreetview y transforma a las personas retratadas en cocodrilos. Incluso ha recreado las calles del videojuego GTA San Andreas.

El desplazamiento virtual es una de las bases fundamentales de la narrativa del videojuego y, por supuesto, muchos de ellos plantean viajes en ciudades recreadas con hiperrealismo o a través de mundos imaginarios. Una de las últimas grandes creaciones en España en videojuegos para viajar sin moverse de casa es Gris, creado en el Nomada Studio de Barcelona y pensado desde una perspectiva de género a partir de una protagonista mujer que tiene la tarea de recuperar los colores perdidos, no sabemos si del mundo en general o del suyo individual. Se trata de un viaje en el que todas y todos nos convertimos en Gris y donde cada una y cada uno podrá rellenar toda esta narrativa elíptica y metafórica con su propia subjetividad, ya que el videojuego no tiene una sola línea de texto. Mientras se van recuperando los colores se abren nuevas grietas para ser rellenadas por el jugador o jugadora que, en algunos momentos, no tendrá que hacer nada más que ver una escena, donde la interacción pasa del estímulo propio de un videojuego a la mera contemplación estética. Y con una música creada por la banda Berlinist que irá in crescendo a medida que se acerque el final del juego.

Imagen del videojuego 'Gris'. NOMADA STUDIO
Imagen del videojuego 'Gris'. NOMADA STUDIO

El artista visual canario Jonay PMatos experimentó todavía más con el StreetView de Google y creó imágenes en 360 grados a partir de fotografías a las que hacía girar sobre su mismo eje. Después las subió a Google Maps como parte de las colaboraciones de los usuarios que aportan fotos para determinadas localizaciones, sólo que en este caso eran imágenes distorsionadas, exageradas y erróneas, que creaban espacios tan incoherentes como desconcertantes. Aun así, el algoritmo estuvo durante mucho tiempo sin notarlo y el artista seguía recibiendo correos de la empresa animándole a seguir colaborando tras los más de 12 millones de visitas que tenían sus imágenes que directamente pervertían el espacio de la cartografía digital de Google.

Y ya directamente apelando al morbo y a la fascinación que ejerce echar un ojo en el peligro real (siempre que no vivamos cerca, siempre que estemos seguros y cómodos y, sobre todo, lejos), Antonio Bret firma este reportaje que promete una “visita los lugares más peligrosos del mundo con Google Maps” recuperando un hilo de Reddit en el que usuarios de todo el mundo responden a la siguiente pregunta: “¿Cuáles son algunos de los peores y más peligrosos vecindarios que puedes encontrar en Google Street View?”.

Y llegó la pandemia

No estábamos preparados mentalmente para una pandemia mundial, pero tecnológicamente sí que lo estábamos. Tanto, que tal vez no éramos conscientes del todo. Todas las experiencias de viajes estáticos y virtuales se profundizaron, se revisaron y se actualizaron durante el confinamiento. Y el universo de la narrativa de viajes y de estudios sociológicos sobre el turismo se volcaron a hacerse más preguntas que afirmaciones certeras sobre lo que pasaría con nuestros traslados por el planeta. Sólo había una sola cosa indudable: por primera vez en la historia, al menos desde que el turismo está considerado una industria o, incluso antes, desde que existen los viajes transoceánicos o el viaje por placer, el mundo se detuvo de golpe y dejamos de movernos por unos meses.

La cronista argentina Carolina Reymúndez, que venía estudiando el turismo y que lo definía como “una bestia omnívora, un Alien de película capaz de alimentarse hasta de guerras, favelas, cementerios y catástrofes naturales”, una bestia que “reciclaba el horror y devolvía experiencias de vacaciones”, se ocupó de analizar el fenómeno en plena pandemia y vio “lugares vacíos como en una pintura de De Chirico” y “ciudades que parecen renders de ciudades”. Y a medida que viajaba por internet, hacía lo que muchos de nosotros: recorría virtualmente exposiciones en museos de todas partes del mundo. Hasta que se pudo empezar a viajar y la pareja de cronistas Lucila Carzoglio y Salvador Marinaro contaron en Altaïr Magazine uno de los primeros vuelos transoceánicos después del confinamiento: cómo el mundo se volvía de repente un sitio inhóspito, contaminado, intocable; los seres humanos no se acercaban, los rostros estaban tapados, los escenarios que siempre estaban llenos ahora eran puro vacío.

En esa crónica y en tantas otras que se escribieron durante la pandemia se recurre a un libro de hace siglos que fue recuperado en pleno confinamiento: Viaje alrededor de mi habitación, del francés Xavier de Maistre, quien lo escribió en 1794 durante un arresto domiciliario de 42 días. Allí se narra con mucha ironía una expedición por diferentes partes del encierro, desnaturalizando lo cotidiano, viajando de manera estática. Un texto que nos ayudó a soportar el confinamiento y que, al momento de su publicación, a fines del siglo XVIII, se insertó dentro de una tendencia que empezaba a estar de moda en esas décadas, al menos desde la publicación de Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift: la parodia de los libros de viaje. Y que sigue vigente hoy, tal vez, con lo que se denomina posturismo: el consumo y la narrativa irónica de los lugares hiperturísticos y que tiene, entre sus referentes, al fotógrafo Martin Parr y al cronista Lawrence Osborne.

Ilustración del libro 'Viaje alrededor de mi habitación', de Xavier de Maistre. ARCHIVO
Ilustración del libro 'Viaje alrededor de mi habitación', de Xavier de Maistre. ARCHIVO

Tal fue el impacto de este insospechado rescate de Xavier de Maistre que la editorial Menguantes trasladó algunos pasajes del libro a Viaje alrededor de tu habitación, una obra digital gráfica y de descarga gratuita con 20 itinerarios con trayectos delineados sobre el plano de una habitación e indicaciones específicas para cada ruta. “Al igual que de Maistre, usted podrá recorrer la habitación con energía, rigor, ternura, entusiasmo o pesar, caminando a lo largo y ancho, diagonalmente, en zig-zags, o siguiendo diversas líneas geométricas”, proponen desde esta iniciativa surgida en plena pandemia.

En la misma editorial, la periodista Saray Encinoso publicó El año que no viajé a Buenos Aires, un no-viaje a la capital argentina, un texto sobre la preparación de un viaje que tuvo que suspenderse por la pandemia, un recorrido por los años en los que Saray viajó de manera estática a través de la literatura, la música y tantísimas búsquedas por Google sobre Buenos Aires. Una vuelta de tuerca a la tradición del viaje de una extranjera que mira con exotismo lugares que, en este caso, no llega nunca a conocer sino que desea hacerlo. Y ese deseo ante la imposibilidad de consumar el hecho adquiere una pulsión tan genuina que alimenta aún más el debate sobre si el traslado físico es imprescindible o no para que haya una narrativa de viaje.

¿Qué pasa ahora que los operadores turísticos vuelven a operar, los vuelos han recuperado su ritmo y el planeta vuelve a llenarse de millones de personas que son atendidas por otros millones de personas que viven del turismo? En la introducción a la última edición de El selfie del mundo (Anagrama, 2020), Marco D’Eramo se centra en la idea del deseo, en cómo durante meses palpamos virtualmente ciudades vacías que ansiábamos visitar “cuando todo esto acabe”. Y en la paradoja que enfrentan los turistas desde que el turismo es la industria más importante del mundo: “visitar un lugar por fin sin turistas, es decir, en definitiva, sin ellos mismos”.

Pero las ciudades se han llenado de nuevo, los aviones surcan el cielo y la pulsión humana de viajar por placer vuelve a ser complacida. Con todo eso, y de manera inevitable, seguirán los viajes virtuales y la preocupación por seguir pensando, ahora de manera pospandémica, en cómo la quietud, la inmovilidad y lo estático nos configuran, también, como viajeros. 

Escritor y periodista cultural. Ha colaborado en medios como Radar, Revista Ñ, Cultura(s)OrsaiRadioacktiva y Anfibia y ha sido editor web en Granta en español. También trabaja como docente en diferentes talleres de escritura. Ha publicado los libros Barcelona inconclusa (2017) y Casa de nadie (2022).

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