Simón Bolívar tenía 40 años cuando desembarcó en el Callao, un 1 de septiembre de 1823. Lo hizo en medio de salva de cañones, cohetes y repiques de campanas. Llegó invitado por el Congreso peruano para completar el proceso de independencia, con la ayuda de los ejércitos de la Gran Colombia. Tres meses antes, él había enviado al Perú a Antonio José de Sucre, su hombre de confianza, quien lo mantenía informado al milímetro del caos político reinante: sabía quiénes eran los seguidores de Riva-Agüero, quien destituido por el Congreso se había atrincherado en Trujillo con sus tropas leales; sabía quiénes apoyaban a Torre Tagle, quien ejercía el cargo de presidente en Lima; y sabía del temor que reinaba en la capital ante la presencia de las tropas realistas.
En este escenario complejo, Bolívar atrincheró sus fuerzas en el norte, entre Pativilica, Huaraz, Trujillo y Huamachuco, y comenzó a moverse con sagacidad, apoyándose en la élite ilustrada peruana, pero descargando sus baterías contra la nobleza nobiliaria y sus descendientes, a quienes acusaba de godos, es decir leales al rey. “Sí, tiene luces y sombras”, dice la historiadora Scarlett O’phelan, “pero yo me inclinaría más hacia las luces”.
“Desde muy joven —agrega O’phelan—, Bolívar fue una persona muy entregada al proceso de independencia, era un hombre de grandes batallas, era el vencedor de Boyacá (1819), en Colombia; de Carabobo (1821), en Venezuela; y de Pichincha (1822), en el Ecuador. En el Perú va a tener una personalidad fuerte y una mirada muy astuta… cuando llega ya sabía que había un enfrentamiento entre Riva-Agüero y Torre Tagle, aunque ambos pertenecían a la aristocracia. En general, él va a tener una relación difícil con la élite nobiliaria, pero una buena relación con la élite ilustrada, con personajes como Faustino Sánchez Carrión e Hipólito Unanue”.
Muerte en la Plaza
En los 36 meses que Bolívar permanece en el Perú termina enviando al exilio a opositores suyos como Riva-Agüero, y ejecutando a otros como Juan de Berindoaga, vizconde de San Donás, quien había peleado en las tropas de San Marín, y había sido intendente del ejército y ministro de Torre Tagle. Sin embargo, en esos inestables días, terminó refugiado en los castillos del Callao, cuando estos fueron retomados por los realistas en febrero de 1824. Había sido acusado de traición, y entonces, se dedicó a escribir manifiestos contra Bolívar.
Más de un año después, cuando ya la capitulación de Ayacucho había sido firmada, y el Perú era independiente, el vizconde intentó huir de los castillos del Callao, pero fue capturado, llevado a juicio y condenado a muerte. Hubo pedidos de clemencia, pero Bolívar no se inmutó. “Le pareció un delito de alta traición —dice O’phelan—, pero también creo que con esa muerte quería descabezar simbólicamente a la nobleza. A estas ejecuciones acudían diferentes sectores sociales, sobre todo gente del pueblo”.
¿Dictador vitalicio?
Para 1824, Bolívar ya tenía la denominación de dictador. “Es el título que le otorgó el congreso —dice O’Phelan— porque buscaban una figura hegemónica, lamentablemente a veces [los historiadores] trabajamos con los pies puestos en el siglo XXI, y lanzamos críticas a terminologías que a inicios del siglo XIX tenían significados diferentes a los actuales”.
Otra de las acusaciones a Bolívar tiene que ver también con la eliminación de prerrogativas a los descendientes de la nobleza inca. “Eso no es cierto —dice O’phelan— la abolición de los señoríos, y los caciques eran señores naturales, se decretó en 1812, con la Constitución de Cádiz, y viene de España. Cuando en 1814 regresa al poder el rey Fernando VII se restituyen, pero los cacicazgos estaban ya muy debilitados. Y durante el trienio liberal (1820-1823) otra vez los señoríos fueron abolidos”.
Pero las críticas a Bolívar no son solo recientes. En 1827 se publicó en Buenos Aires y Lima un libelo que llevaba el título de La conducta del general Bolívar, donde se decía que “el héroe que había hecho tantos servicios a la patria… abrigaba en su corazón sentimientos ambiciosos, y descubría pretensiones de convertirse en amo”. Se referían a la llamada Constitución vitalicia, que el Libertador alentó en 1826. “Bolívar la llamaba mi Constitución —comenta O’phelan—, pero le va a traer serios problemas… el principal tiene que ver con el tema de la sucesión. Sus enemigos lo acusan de tener pretensiones monárquicas. Pero él buscaba una sucesión por mérito y no por parentesco, quería dejar a alguien que estuviera formado con su proyecto”.
Sin embargo, para 1930, el sueño de la Gran Colombia (que una Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador) había llegado a su fin, y el 17 de diciembre, el Libertador, afectado por la tuberculosis, moría en Santa Marta, Colombia. Antes había escrito: “América es ingobernable… el que sirve una revolución ara en el mar”.
Este artículo se publicó en la web de El Dominical de El Comercio de Perú el 24.07.23