Como en la trilogía sobre León Trotsky escrita entre 1954 y 1963 por el periodista e investigador polaco Isaac Deutscher, El profeta armado, El profeta desarmado y El profeta desterrado; guardando las distancias, los tiempos y las circunstancias, lo vivido por Juan Guaidó, hasta hace poco referente de la oposición venezolana, nos recuerda los auges y caídas de los líderes políticos que en un momento son profetas de las esperanzas de un pueblo, luego pierden la capacidad para ejecutar aquellos cambios ofrecidos y finalmente terminan en el destierro y en la soledad del poder extraviado.
Así le pasó a Trotsky quien, siendo el segundo hombre más fuerte de la Revolución rusa, constructor del Ejército Rojo, acabó en el exilio y sin visado para ingresar a ningún país del planeta hasta que fue recibido por México como refugiado político.
Guaidó (La Guaira, 1983) desde luego recibió ataques desde el bando de la Revolución bolivariana, a la cual se opuso desde sus tiempos de estudiante, pero su destierro también tiene responsables desde las filas de quienes fueron sus aliados políticos y compañeros en el camino de procurar un cambio democrático para Venezuela.
Así, haciendo alusión a la trilogía de Deutscher, Guaidó fue un “profeta armado” cuando asumió el liderazgo de la oposición venezolana con un respaldo mayoritario; un “profeta desarmado” después de que su base de apoyo le reclamara no haber conseguido sus objetivos; y un “profeta desterrado” en el momento en que, el pasado abril, tuvo que llegar caminando a Colombia, aparcar sus aspiraciones políticas y ser rescatado por los aliados que aún le quedan en Estados Unidos.
El “profeta desterrado”
En los últimos meses, hay dos momentos dramáticos en la vida política de Juan Guaidó. El primero de ellos ocurrió el 29 de diciembre de 2022, cuando la Asamblea Nacional opositora de Venezuela, constituida en 2015 y no reconocida por el régimen de Nicolás Maduro, aprobó la reforma del Estatuto que Rige la Transición a la Democracia. De esa forma, con 78 votos a favor, 29 en contra y ocho abstenciones, se ponía fin al Gobierno interino que Guaidó había presidido desde 2019, época en la que él encarnaba la mayor esperanza de evacuar al chavismo del poder.
El segundo momento crítico quedó plasmado el pasado 25 de abril en la imagen de Guaidó con un pequeño morral a un lado del hombro y una mirada de expresión indefinida. Quien fuera el más destacado líder opositor durante estos años en Venezuela caminaba en solitario por los pasillos del aeropuerto de Miami. Atrás quedaban su país, su esposa e hijas y sus perseguidores. Y también su candidatura a las elecciones primarias que la oposición venezolana celebrará el próximo 22 de octubre, de las que saldrá el rival de Nicolás Maduro en las elecciones generales de 2024. Al frente del partido Voluntad Popular, Guaidó había pasado más de cuatro años recorriendo su país con el objetivo de recuperar la confianza de un cambio para el país. Una aspiración extraviada en reveses y aciertos, perdida en las múltiples vías escogidas por las dirigencias opositoras, muchas de las cuales llevaron a caminos sin salida en el espectro laberíntico de encontrar la puerta hacia una solición a la crisis venezolana.
La llegada de Guaidó a Estados Unidos como nuevo refugiado generó múltiples interpretaciones, a favor o en contra, como suele suceder en los medios y redes sociales; pero en la mayoría de los casos el concepto común fue la identificación de su momento con “la soledad del poder”. Una soledad que ya se había escenificado un día antes de que Guaidó aterrizara en Miami, cuando el político llegó a Colombia desde Venezuela. Lo hizo caminando, como tantos otros venezolanos que diariamente huyen del hambre en su país. Su voluntad, anunció, era unirse a la conferencia internacional sobre Venezuela organizada por el Gobierno de Gustavo Petro, pero, a las pocas horas de pisar territorio colombiano, las autoridades locales le notificaron que debía abandonar el país, argumentando que había ingresado de manera ilegal. Una comisión de Migración lo obligó a trasladarse al aeropuerto de El Dorado, en Bogotá. Desde allí, tras la colaboración de la Embajada de Estados Unidos, se cumplió la orden de expulsión. Así, Guaidó acabó aterrizando en Miami, no sin antes denunciar las amenazas recibidas por parte del régimen de Maduro. Para el Ejecutivo venezolano y otras voces, su exilio era en realidad una fórmula “discreta” de abandonar la carrera de las primarias.
La promesa del cambio
Tres años atrás, en 2020, Guaidó había recibido un trato muy distinto en Colombia. El entonces presidente Iván Duque se reunió con él en la Casa de Nariño después de darle la bienvenida con honores de jefe de Estado. El Gobierno interino de Guaidó contaba entonces con el respaldo de una sesentena de países democráticos, entre ellos Estados Unidos, Brasil, Argentina, Chile, España, Francia y Alemania. El líder opositor parecía la única alternativa viable a Maduro. Era el rostro del cambio.
Guaidó había accedido al Gobierno interino después de años de activismo contra el régimen bolivariano. Pertenecía a la generación de jóvenes que en 2007 participó en las protestas masivas contra el cierre del principal canal de televisión privada, Radio Caracas Televisión, y contra el referéndum constitucional impulsado por el chavismo. Tras su paso por el partido Un Nuevo Tiempo, en 2009 se integró en Voluntad Popular, la formación fundada por Leopoldo López, y allí inició su despegue.
En 2017, Guaidó se reencontró con otros compañeros de generación en las movilizaciones surgidas tras la ruptura constitucional del Gobierno de Maduro con la Asamblea Nacional constituida en 2015. La crisis económica hacía estragos en el país, con una inflación de hasta 500%; la violencia y la persecución se habían profundizado. Venezuela se retiraba de la Organización de los Estados Americanos y los fallecidos en las manifestaciones —la mayoría jóvenes estudiantes— alcanzaron las 157 víctimas. Fue en esta etapa turbulenta cuando Guaidó se convirtió en la figura central de la oposición, después de que de los integrantes de la alta dirigencia, como Leopoldo López, Julio Borges y Antonio Ledezma, fueran perseguidos y tuvieran que salir del país.
Su estatus como referente absoluto del movimiento opositor quedó confirmado el 23 de enero de 2019, cuando Guaidó, que entonces tenía 35 años de edad, se juramentó como presidente encargado de Venezuela. Su objetivo: “Lograr el cese de la usurpación, un gobierno de transición y elecciones libres”.
El líder asediado
Desde que accedió a la presidencia interina, Guaidó se convirtió en el principal blanco de los ataques del régimen bolivariano. Instituciones y altos dirigentes lo señalaron de agente de la CIA, de conspirar para atentar contra Maduro, de promover ataques contra el sistema eléctrico del país y de tener vínculos con bandas criminales y paramilitares, entre otras acusaciones. La Fiscalía General y el Tribunal Supremo de Justicia abrieron una serie de procesos contra él.
A pesar de esas acusaciones y de la prohibición de salir del país, Guaidó realizó giras internacionales sin ser detenido. “El día que los tribunales de la República den el mandato de detener al señor Juan Guaidó por todos los delitos que ha cometido, ese día va a la cárcel, ten la seguridad. Ese día no ha llegado, pero llegará”, aseguró Maduro después de que el líder opositor regresara de una de esas salidas al exterior en 2020. Sin embargo, el Gobierno venezolano no se atrevió a dar el paso de encarcelar a Guaidó. En su lugar, persiguió a familiares y a su equipo de trabajo más cercano, como el coordinador nacional de Voluntad Popular, Ronald Carreño, preso desde 2020; Juan Planchart Márquez, primo de Guaidó, detenido en 2019; Roberto Marrero, su jefe de despacho, también arrestado en 2019; o Juan José Márquez, tío materno, encarcelado en 2020.
En paralelo a esta persecución, Guaidó lideró iniciativas sonoras contra el régimen: desde “La Salida”, el levantamiento cívico-militar del 30 de abril de 2019; a la formación del propio Gobierno interino o el llamado a la abstención en los comicios convocados por el chavismo. Estas medidas fueron cuestionadas por opositores, politólogos y hasta aliados de la alianza opositora Unidad Democrática. Independientemente de lo acertado o equivocado de sus políticas, al no haber logrado los objetivos de cambio y cumplir con las expectativas ofrecidas, Guaidó pasó a ser la diana de las críticas del fracaso opositor venezolano.
En un país que acumula algunos de los peores índices económicos, de corrupción y libertades del mundo, la oposición comandada por Guaidó no supo consolidar el apoyo recibido de la ciudadanía, ni tampoco construir una dirigencia bien estructurada como la lograda en 2015, cuando obtuvo la mayoría de la Asamblea Nacional, entonces aún bajo la tutela de un ente electoral controlado por el chavismo.
El futuro incierto
En las elecciones regionales de noviembre de 2021, gran parte de la oposición venezolana decidió volver a participar en dos plataformas separadas. Sumando estos dos grupos, la oposición superó en votos al oficialismo y ganó cuatro gobernaciones. Una de ellas fue Barinas, la región natal de Hugo Chávez. Ahí ganó en primera instancia el opositor Freddy Superlano, candidato de Voluntad Popular apoyado por la Plataforma Unitaria, aunque, cuando el conteo de votos lo proyectaba como triunfador, el proceso fue suspendido e inhabilitado por el Tribunal Supremo de Justicia. Se convocaron nuevas elecciones al mes siguiente y en ellas fue electo Sergio Garrido, de Acción Democrática, quien logró el respaldo de la alianza opositora que antes había acudido separada a las urnas.
El ejemplo de Barinas abrió una nueva visión al sector opositor para formar una dirigencia unida mediante las primarias que deberán realizarse en octubre de este año. Sin embargo, la pugna entre facciones, el lanzamiento de candidaturas independientes, el conflicto que se generó con la eliminación del Gobierno interino, el camino radical que ha emprendido Maduro y la negación a la conformación de un Consejo Nacional Electoral autónomo hacen que las “elecciones libres” anunciadas para 2024 estén llenas de obstáculos.
Guaidó, recibido en Estados Unidos por figuras políticas internacionales, sigue llamando a la unidad. Ya no será el candidato de Voluntad Popular en las primarias —su partido, Voluntad Popular, anunció el 5 de mayo que su reemplazo será Freddy Superlano—, pero tampoco ha expuesto sus próximos pasos. Su esposa e hijas ya se reunieron con él, lo cual podría indicar una larga permanencia en el exterior, pese que inicialmente dijo que buscaría protección internacional para volver a Venezuela. Está por verse si el profeta continuará en el destierro o regresará en algún momento como un “profeta armado”, para reencontrar el apoyo de los ciudadanos que una vez lo respaldaron con fervor en las calles del país.