Carlos Maslatón, el ‘influencer’ inesperado

El analista financiero ha cautivado a parte de la juventud de Argentina con su ideario liberal. “Somos un país divertido”, dice.

El abogado y analista financiero argentino Carlos Maslatón, en su despacho, en Buenos Aires. LEO VACA
El abogado y analista financiero argentino Carlos Maslatón, en su despacho, en Buenos Aires. LEO VACA

A los 12 años, Carlos Maslatón (Buenos Aires, 1958) tomó una decisión tan tajante como peculiar: nunca más almorzaría o cenaría en su casa. Todavía no estaba en sus planes ser abogado, dedicarse a la política, formar parte del embrión de las puntocom y luego de las criptomonedas, apasionarse por la historia económica, convertirse en un adalid del liberalismo criollo o los anticuarentena y, menos aún, en un impensado referente histriónico-pop para algún sector sub-30. Lo cierto es que desde entonces, y a lo largo de medio siglo, no ha cejado de inyectarle capitales a la industria gastronómica nativa, ya que solo se ha alimentado en restaurantes y bares. En ocasiones, con una excentricidad añadida: si el lugar es nuevo, él y sus amigos piden el menú entero, en una suerte de testeo relámpago. “Debo llevar más de 30.000 comidas afuera”, dice, con un gesto entre imparcial y conforme.

Estamos en el Oak Bar del Palacio Duhau, uno de los locales más elegantes de Buenos Aires, ubicado dentro del Hyatt Hotel de la Avenida Alvear, meca del patriciado vernáculo. Alrededor, todo es madera y confort y se respira la apacible tranquilidad de los hoteles de elite. Es uno de los lugares predilectos de Maslatón, dentro de una ciudad que defiende y alaba con fervor militante. “Hace 40 años atrás, Buenos Aires estaba entre las 15 mejores plazas del mundo; ahora no debe estar ni entre las 60. Pero puede volver, toda Argentina puede volver a tener los grandes indicadores que tuvo hasta mitad de los años sesenta. Tuvimos varias crisis económicas y políticas que son las que generaron la gran decadencia del país, pero para mí no está destruido, puede levantar perfectamente. Yo estoy convencido que el ciclo histórico de decadencia ha terminado”.

- ¿Por qué que decidió no comer más en su casa?

- Soy de una época en la que era común ir al bar. Vivía en Villa Devoto, y había tres o cuatro restaurantes por la zona, entonces llegaba del colegio y le decía a mi madre: “me voy a comer afuera, dame plata”, y me iba a un restaurante, a otro, me gustaba, soy hombre de varios restaurantes. Los bares eran de gallegos y asturianos, básicamente. Era común ir. Es algo que está desapareciendo en muchas partes del mundo, es algo que se puede dar casi exclusivamente en las ciudades concentradas, en las ciudades difusas no se puede dar: los Starbucks, los Café Martínez, todos los cafés-aroma han conspirado contra esto.

- Y se transformó en un cliente eterno, un hedonista de la comida.

- Totalmente. En Argentina diría que soy casi el fundador del consumo del sushi, parte de la primera camada que iba a los pocos restaurantes japoneses que había, que eran tres o cuatro. A finales de los setenta y comienzos de los ochenta, eran exclusivamente restaurantes para japoneses.

- Pasemos a la actualidad socioeconómica. Usted se autopercibe un político liberal, pero no se reconoce como antiperonista y hasta es optimista con el devenir del país, aun cuando es probable que este año terminemos con una inflación superior al 80%. ¿Por qué?

- En primer lugar, debo decir que, contrariamente a algunas interpretaciones, quizás muy antiperonistas, la decadencia argentina no empieza ni en 1945 (fecha de asunción de Perón), ni en 1943, ni en 1930, ni siquiera con los errores que pudieron haber cometido la Revolución Libertadora o el Gobierno de Frondizi. Para mí junio de 1966 marca el inicio de la decadencia argentina. El golpe de Estado de Onganía, totalmente innecesario y ridículo, inentendible desde todo punto de vista, porque además duró muchos años, siete. Hay, además, un acontecimiento único que es muy fuerte, que ocurre al mes siguiente del golpe: ‘La noche de los bastones largos’. Por entonces, la Universidad de Buenos Aires era una de las mejores del mundo. La intervención del Gobierno militar rompiendo con la autonomía y pegándoles con bastones a alumnos y a profesores marcó un cambio de país.

- ¿Y usted sostiene que esa decadencia, que suma 55 años, está terminando ahora?

- Creo que es el final de la caída, y de hecho en el último año vos tenés una mejoría económica en los indicadores, quizás no tengas todavía una mejoría en lo social, con inflación. Siempre dije que la salida de Argentina al alza iba a ser con mucha actividad y con inflación inicialmente. Y con el tiempo se iba a arreglar la inflación y, obviamente, la superación de la pobreza, que estuvo o está quizás en récord histórico.

- Hay quienes aseguran, de todas formas, que esta crisis es más política que económica.

- Tengo la visión totalmente contraria a la catastrófica que transmiten un montón de personas de mi misma ideología, que dicen que esto va para abajo. Hay mucho de impugnación, porque gobierna el que yo no quiero que gobierne. Los cambios en Argentina los puede hacer cualquier partido, es un problema de decisión. Y yo, como analista del mercado y como simpatizante ideológico de la postura liberal, si lo hace alguien que no es de mi origen político, también está bien. Uno tiene que ser honesto intelectualmente.

- Y también hay como una narrativa periodística proclive a fomentar la crisis. Se nota en algunos diarios, ciertos portales.

- El diario La Nación tiene por costumbre dos veces por semana poner en la tapa casos de argentinos que se van afuera. Y es muy común ver en Twitter de Argentina gente que está en el aeropuerto de Ezeiza, que pone la foto, con un mensaje. Ahí tenés dos conductas: los que dicen “muy triste, me voy de Argentina, te voy a extrañar”, y los que dicen “me voy de acá, país de mierda, no vengo nunca más”.

- ¿A qué cree que responde eso?

- Es una locura social.

- Es como pegarse un tiro en el pie.

- Es lo que produce la decepción en un piso de mercado. Pero yo, que soy un tipo del mercado financiero, le tengo que jugar en contra a eso por política, porque, lamentablemente, en finanzas y en materia de predicciones, la mayoría se equivoca. Y ese viaje resentido afuera, eso de que “me voy para siempre”, no va a salir bien. Te puede ir bien desde el punto de vista que embocaste un trabajo en Alemania, España, Estados Unidos, pero al país no le va a ir mal. Otra cosa más: el ciclo de los comodities recién empieza. Toda la regularización que vimos en soja, trigo, maíz, gas, petróleo, no es circunstancial por la guerra de Ucrania, es un ciclo histórico propio que va a ir para arriba. Argentina tiene mucho para dar por ahí, y tiene para reconstruir su industria para reconstruir la venta de tecnología.

- Además, usted suele ser elogioso con la sociedad, le parece que es una sociedad que tiene su charme.

- Esa es otra característica: es una sociedad que, con sus errores y todo, es muy divertida; somos un país divertido. En la oleada de la recuperación económica que fue de 2002 a 2017, que abarcó varios gobiernos, pero especialmente 2007, 2008, 2010, que fue el mayor auge, recibimos mucho turismo. Turismo joven, a veces de generación intermedia, que venía por tres días a Buenos Aires y cinco días a Bariloche. Una cantidad enorme de casos dijeron que se quedaban acá dos o tres meses, otros se fueron pero diciendo que volvían a Argentina, y otros dijeron que se quedaban para siempre. O sea, es un país de atraer inmigrantes de ese tipo. Hay gente que voluntariamente se mueve de las principales ciudades del mundo a Argentina, y eso va a volver a pasar. El país no está arruinado, ha pasado un mal período, pero vamos a recuperarnos.

El abogado y analista financiero argentino Carlos Maslatón, en Buenos Aires. LEO VACA
Carlos Maslatón. LEO VACA

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Bueno Aires, fines del milenio. Maslatón ocupa un cargo en el departamento financiero de Patagon.com, una de las primeras start-up dedicadas a dar servicio de internet en Argentina y América Latina. Al tiempo que el mundo descubre la fascinante e infinita galaxia digital, el mercado de capitales celebra la aparición de las puntocom, cuyo crecimiento, auguran, tiene los límites del cielo. Hay que invertir en ellas. En los setenta fue el chip; en los ochenta, el VHS; ahora, internet. Es una nueva edad de oro. Patagon, además, tiene detrás la mitología adecuada: fue creada por Wenceslao Casares y Constancio Larguía, dos jóvenes de 23 años con un capital inicial menor a 30.000 dólares. El sueño húmedo de Steve Jobs. De la noche a la mañana, empresas como esa o como el Elsitio se convierten en las nuevas joyas de ese ecosistema sostenido, muchas veces, por embelesos repentinos y expectativas con pies de barro. En marzo de 2000, sus jóvenes directivos toman una decisión que parece definir una era: venden el 75% de la compañía al Banco Santander de España por casi 600 millones de dólares. Todo parece brillar, pero el encanto dura menos que una primavera. En cuestión de meses, el panorama cambia dramáticamente. El boom de internet ahora se conoce por un nombre más prosaico: la burbuja de las puntcom. Las acciones caen estrepitosamente. Desesperado, el Santander comienza a desprenderse de activos y de empleados (Patagon había pasado de tener ocho trabajadores a 3.000), entre ellos, Maslatón, que es despedido sin que pueda cobrar un saldo de acciones al que tenía derecho. Decidido a no dejarse amedrentar por el gigante, el abogado le hace juicio tanto en Argentina como en Estados Unidos. Un pleito millonario que prepara y gana.

- Yo me veo en la obligación de reclamar porque era mucho dinero. Y como iba a usar la Justicia argentina, ellos decidieron demandarme en Nueva York preventivamente. Para mí, era muy claro que tenía que defenderme en Nueva York; yo soy abogado y comandé un equipo de abogados. La compañía me hizo el juicio en Nueva York porque pensaba que yo no iba a rifar mi reputación. Ellos cometieron el error de no evaluar mi personalidad ni mi origen: soy una persona que viene de la política, estoy acostumbrado al conflicto más que cualquiera otra actividad. Y además soy abogado, y yo soy de las personas que asumen más riesgos que los demás, a veces por el honor nada más, estoy dispuesto a pelear una causa. Al final obtuve la razón en los tribunales tanto argentinos como norteamericanos, dos en Estados Unidos, uno de Miami y otro de Nueva York. Obtuve lo que tenía que obtener, más la reposición de los gastos generados por el juicio.

En Patagon, Maslatón no solo era un asesor financiero y formaba parte del comité ejecutivo, sino que también desarrolló una veta que ha ido desplegando a lo largo del tiempo y que hoy tiene su cenit en Twitter, donde es una estrella: la comunicación o la discusión virtual. Mezclando frases o palabras ingeniosas, estilo zumbón e ideas provocadoras, aquel Maslatón finisecular se convirtió en una estrella de los foros, lo que le dio tráfico a Patagon y gimnasia narrativa a él, la misma que hoy exhibe en las redes sociales. “En aquellos foros estaba el germen de lo que hago hoy. Por eso, cuando apareció Twitter, sentí que era lo mío”, cuenta. Pero lo que terminó darle notoriedad en la red social fue su militancia en contra de la cuarentena. Maslatón fue uno de los pocos ciudadanos que, aun en los momentos de mayor encierro, se las ingenió para seguir comiendo afuera en la clandestinidad de algún bar que se animaba a abrirle las puertas. Cuando lo hacía, lo posteaba en su cuenta, provocando adhesiones y enojos apasionados. Comenzó a acuñar, además, un argot propio, usando palabras de origen árabe habituales en la Siria de donde procede su familia, como “barrani”, que significa sin declarar, en negro, fuera del alcance del Estado.

- ¿Por qué militó tanto contra la cuarentena, siendo que era una época en la que se contaban los enfermos diarios de a miles?

- No soy médico, pero me dio la impresión que esto era un susto mundial injustificado. De hecho, hubo varios experimentos acá durante las cuarentenas de manifestaciones masivas. En un momento, se cita a los jubilados a cobrar los sueldos físicamente a los bancos, y hubo una alarma de que se iban a morir todos, y no pasó nada. Después fue el funeral de Maradona, no se murió ni uno de los que estaba ahí. Yo le puedo condonar al Gobierno por lo de 2020, pero en 2021 ya no. De hecho, Estados Unidos abrió en septiembre del 2020. Esto fue exagerado, fue un proceso a nivel mundial donde los gobiernos tuvieron mucho miedo.

- Pasado el tiempo, con la misma gente de Patagon, comenzó a explorar el mundo de las criptomonedas. Si tuviera que explicarle a un niño de 10 años qué es una criptomoneda, ¿qué le diría?

- No es fácil dar una definición de criptomoneda, pero no es difícil definir la criptografía, que es la posibilidad de transmitir un archivo sin que ese archivo se pueda modificar. Esta propiedad hace que en un sistema monetario como el Bitcoin no se pueda duplicar ni falsificar la moneda. Eso sirve a los efectos monetarios para que no suceda lo mismo que con las monedas gubernamentales. El dólar estadounidense es un certificado anónimo o es una unidad bancaria, pero su creación depende de la voluntad de un Gobierno. En cambio, el Bitcoin es una unidad monetaria cuya cantidad ha sido determinada desde el día uno (en el año 2009), y ya sabemos todo lo que va a suceder desde el punto de vista de la oferta monetaria hasta 2140. El Bitcoin es un valor monetario que sabemos que solo va a tener 21 millones de unidades, ni más ni menos. De hecho, en los últimos 25 años el dólar estadounidense se multiplico 10 veces, y la cantidad de circulante 15 veces.

- Ese número limitado hace que el Bitcoin suba de valor…

- Claro, la oferta limitada del Bitcoin tal vez sea la explicación de por qué históricamente es la moneda que más perduró y que valga en este momento 21.000 dólares. Quiero decir que la idea de que los gobiernos adopten las criptomonedas me parece desacertada. Que un Gobierno lo declare de curso legal no significa demasiado. El tema es cuál es la unidad de medida del presupuesto nacional. El Bitcoin es una moneda privada.

Carlos Maslatón, en su departamento en el edificio Kavanagh de Buenos Aires. LEO VACA
Carlos Maslatón, en su departamento en el edificio Kavanagh de Buenos Aires. LEO VACA

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Buenos Aires, mediados de los sesenta. El niño Carlos Gustavo Maslatón todavía no almuerza ni cena afuera, pero es un alumno curioso y algo nerd para quien la geografía es mejor que los dulces o los soldados de plomo. Memoriza la ubicación de los países en el planisferio y se aprende el nombre de las capitales. Podría ser uno de esos niños que concurren a los concursos de preguntas y respuestas en la TV y dejan perplejos a la audiencia. Cuando abre el planisferio siente que lo están llamando: no quiero jugar al TEG, quiere viajar, llegar a esos lugares que no hacen más que desatar su imaginación. Se propone una empresa quijotesca: conocer todos los países del mundo.

- ¿Por qué tanto interés?

- Tiene que ver con un interés desde muy chico por los sucesos internacionales. Me hice adicto de la geografía a los seis años, quería ubicar en el mapa los países y las capitales. Después usé manuales que describían cada país, con los que yo iba interiorizando cuáles eran las ciudades principales, la forma de gobierno, los principales elementos de la producción, por qué se conocía cada país... me los fui estudiando. Cuando pude empezar a viajar, a los 18 años, siempre fui seleccionando un país o un grupo de países para ir recorriéndolos. No eran itinerarios turísticos, más bien lo contrario: era siempre ir a la capital, ver los organismos de Gobierno, ver los monumentos históricos, revelar la sociedad tal cual es. Eran circuitos no convencionales que armaba yo mismo.

- Casi un trabajo de campo.

- Total. En esa época, cuando empiezo a viajar, hace 45 años, el turismo no tenía el desarrollo que tiene ahora. En algunos lugares jamás había ido nadie de afuera, no había ni guías, ni vuelos, ni hoteles, y entonces estabas como cualquier persona local. Yo, con un bolso, me acostumbré a moverme de un lugar a otro y viajaba internamente con autobuses.

- ¿Cuántos países conoce?

- Creo que 85. Suelo ir varias veces al mismo. Ahora quiero no repetir y barrer el mundo, me hice un plan para conocer 10 países por año. Quiero ir a los 193 que forman parte de la ONU, y después a países que son un poco más difusos. A la India fui dos veces, conozco Japón, Medio Oriente, América Latina entera, Europa casi toda... Voy sumando, pero hay muchos países. Las islas del Caribe son como 10 países, en el Océano Pacífico hay 10 ó 12 más, todo suma y no es fácil. Conozco siete de las 15 exrepúblicas soviéticas.

Pasaportes de Carlos Maslatón, con sellos de distintos países. LEO VACA
Pasaportes de Maslatón, con sellos de distintos países. LEO VACA

En 1985, la pulsión de Maslatón por ser testigo de los conflictos internacionales in situ lo llevó a viajar a Lima, Perú. En aquel entonces, el país que hoy es una de las mecas de la cocina de Occidente vivía un tiempo de violencia social desmesurada. El movimiento guerrillero Sendero Luminoso asolaba las calles. Por un error, personal del ejército que se movía en los límites de la legalidad lo “secuestró” pensando que aquel Maslatón de 26 años, que para entonces era una estrella de la política universitaria en Buenos Aires (fundó la agrupación liberal UPAU), era un agente encubierto de Sendero Luminoso. Durante una semana, Maslatón estuvo incomunicado y detenido en condiciones que no recuerda con agrado.

“Yo no viajo como un turista, sino que me convierto en un ciudadano más de los lugares a los que voy. Es la mejor manera de informarse y conocer cada lugar. Me hago el tonto, el que soy de ahí…”, dice Maslatón. Ya nos fuimos del bar y estamos en su amplio y luminoso departamento del edificio Kavanagh, en el barrio de Retiro, frente a la plaza San Martín, corazón romántico de Buenos Aires. Ubicado en el piso 18, desde sus ventanales se atisba la ciudad, que brilla en todo su esplendor. También el Río de la Plata, a la derecha. Inaugurado en enero de 1936, el Kavanagh es considerado una cumbre arquitectónica y fue el rascacielos más alto de Sudamérica durante varios años. De estilo racionalista y art déco, es un exuberante muestrario de diseño con ornamentos de bronce, revestimientos de acero inoxidable, muebles en chapa pintados al Duco y baños de mármol. Maslatón, que vive ahí desde hace 20 años, tiene sus oficinas.

Dos años más tarde del episodio limeño, el trepidar de su motor interno lo llevó al otro lado del mundo. Oriundo de una familia judía de Damasco, Siria, a Maslatón siempre le interesó sobremanera el mundo árabe, la conflictiva relación con Israel y su importancia geopolítica. Estando allá, en el sur de la Franja de Gaza, una bomba del costado del camino impactó sobre el Jeep del ejército de Israel en el que el abogado viajaba. Si bien era blindado, por debajo del vehículo lograron filtrarse decenas de esquirlas del explosivo, de unos 40 kilos. El Jeep voló por los aires, pero la tragedia no fue tal. “Algunas esquirlas me dieron en la tibia derecha, y me la quebraron. Pero no sentí miedo, para nada… Si uno desde joven tiene la comprensión cabal y entiende la magnitud de los conflictos civiles, después, cuando se viven, no tienen por qué producir miedo”, asegura.

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A las pocas horas de la entrevista de Maslatón con COOLT, el siempre imprevisible panorama político argentino se vio sacudido por la asunción de Sergio Massa, aliado del Gobierno de Alberto Fernández, como un superministro de Economía. Expresidente de la Cámara de Diputados, Massa reemplazó en el cargo a Martín Guzmán, cuya aparente habilidad para negociar con el FMI la refinanciación de la deuda contraída por el Gobierno de Mauricio Macri le había granjeado una reputación que, finalmente, se disolvió en el aire. Cinco días después de asumir, y en medio de la zozobra que implica hacerse cargo de un ministerio tan crítico, Massa se dio tiempo para reunirse con Maslatón. “Me preguntó cómo veía todo”, resumirá luego el abogado, a través del teléfono. “Y le transmití mi optimismo”. En la charla se observa a ambos sonrientes y elevando el antebrazo y la mano derechos, en un ademán que es copyright de Maslatón, y que por lo general ejecuta o exhibe junto al epígrafe “proceda”. Es otro aspecto más de ese costado desenfadado y ligeramente histriónico del abogado, arsenal gestual que, junto a palabras como la citada “barrani”, “bullish” o “masacrar” —como sinónimo de consumir— conforman un Pequeño Maslatón Ilustrado que cae muy bien en la audiencia joven.

Su impronta liberal combinada con sus elecciones desprejuiciadas, cierto aire ausente de profesor ecuménico y sabelotodo y el inapelable atractivo del hedonismo gastronómico conforman un menú que, dosificado en grageas de Twitter, lo han instalado entre los consumos culturales de cierta franja sub-30. Si le agregamos, claro, las encendidas fantasías que desata entre centeniales la palabra Bitcoin —y su promesa de súbita gloria financiera— tendremos una idea aproximada de por qué, al igual que Dua Lipa o Bizarrap, a los 64 años, a casi 40 años de su mayor convocatoria política —un acto en la cancha de River en 1985—, Maslatón parece, inesperadamente, conectar con la época. No en vano, a las pocas horas de reunirse con él, el superministro Sergio Massa recibió un Whatsapp familiar. Era su hijo, Toto. No lo había llamado en varios días. Quería una sola cosa: conocer a Maslatón.

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).

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