“Las mujeres indígenas hemos tenido muy pocas oportunidades de hablar por nosotras mismas y de ser nosotras las portadoras del conocimiento”, dice Elisa Loncon (Lefweluan, 1963), académica mapuche y expresidenta de la Convención Constitucional chilena. Acaba de publicar Txayenko (Eco de la cascada) a través de la editorial Lumen. Una autobiografía que funciona como un ejercicio de memoria, desde su infancia en el Wallmapu hasta su llegada por votación popular al órgano encargado de redactar una nueva Constitución para Chile. Un itinerario vital siempre acompañado de la cultura de su pueblo y del activismo por la lucha de los derechos de este.
Dentro de su narración, hay tres conceptos que una y otra vez se encuentran: mujer, palabra y naturaleza. Elisa explica que, históricamente, la estructura colonial y patriarcal llevada a lo cotidiano pasó por encima de las voces de su comunidad, hasta quedar minimizadas incluso en el debate de lo femenino. “Sin embargo”, dice, “la cultura mapuche está conectada a la naturaleza representada como un ente femenino, la fertilidad de la tierra. El mundo donde nosotros vivimos tiene una base reconocida dentro de lo femenino”. Una visión que se filtra en la palabra, “que es el saber”, el conocimiento recogido en la práctica y en el sistema de educación. En ese sentido, Elisa se define como el producto de dos sistemas: “la escuela y la academia, pero también de la memoria y la filosofía del pueblo mapuche”. Lamentablemente, agrega, “la cultura mayoritaria se cierra en poner solo un tipo de mujer, un solo tipo de conocimiento, y no dar una apertura para conocer otros mundos”.
En Txayenko, Elisa escribe:
“Con mi familia aprendí el vínculo entre la tierra, la vida y el agua. Por eso la defensa de la tierra no era para hacernos ricos, sino para mantener esa vida tan diversificada donde había un momento para sembrar, otro para cosechar, otro para escuchar a las ranas y otro para ver a las luciérnagas. De la tierra extraíamos alimentos para comer y a ella le agradecíamos todo lo que nos daba, celebrando nuestras ceremonias”.
Le pregunto sobre esas ranas, sobre esas luciérnagas como parte de un sistema que no está completo si no existen, y la imposibilidad de la mayoría de las sociedades de incorporar ese conocimiento natural. “El sistema eurocéntrico de producción de educación puso en relevancia solo el ser hombre”, responde, “y la naturaleza fue vista siempre como un recurso natural explotable. Desde las ciencias naturales o la geografía, se estudia alejada de las personas. Pero todo está en nosotros”. Un ejemplo: nuestro cuerpo contiene un 75% de agua. Entonces, dice Elisa, “si el agua está contaminada, si el agua no corre por los ríos, nosotros también vamos a sufrir. Y estamos sufriendo dentro de nuestros cuerpos. En el libro se narra todo esto, el deseo de reestablecer ese vínculo con la naturaleza. Algunos dicen que ya pasó ese tiempo, pero es una problemática del siglo XXI. Hay que buscar ese vínculo”.
Y, a partir de esta relación con la naturaleza, en Txayenko Elisa narra los alcances del despojo de las tierras mapuche. El saqueo del territorio también conllevó —y conlleva— muchas otras pérdidas para la comunidad, como las prácticas religiosas y la lengua. Como dice la autora: “El espacio para la ceremonia fue vendido y nos quedamos sin lugar ceremonial. Tuvimos que ir a una comunidad vecina para seguir agradeciendo, de modo que el despojo de la tierra implicó también despojo cultural, el despojo de las prácticas religiosas y, en lo material, alejó la posibilidad de tener una vida menos atravesada por el hambre”.
“Nuestra lucha es por derechos”, dice Elisa. “No es una lucha identitaria como lo han querido señalar. O sea, las lenguas son un derecho, y también la espiritualidad. Son parte de los mundos que necesitamos para vivir bien. Necesitamos nuestras tierras para tener ese acceso de convivencia con la naturaleza. Esa vida que yo describo que tuve en la niñez y ahora no la tenemos, ahora estamos sufriendo por no tenerla. Los incendios que vivimos en el verano dan cuenta de esa dura realidad. Se quemaron escuelas, casas, las machis no tienen lugar donde recoger su medicina, están sufriendo ¿Qué buscamos? Buscamos la vida en paz, la felicidad, la alegría, la convivencia justa con el otro”.
Elisa Loncon es lingüista. Su carrera académica y activismo por los derechos del pueblo mapuche convergen en la defensa del idioma. En Txayenko narra sus experiencias en este camino, y también habla sobre la lengua amenazada y su revitalización, a través de procesos que actualizan el habla inventando nuevas palabras. Ella dice que ese es un trabajo creativo. “¿Qué pasa cuando nosotros tenemos una realidad no nombrada en nuestra lengua?”, se pregunta. “Yo, que me dedico a la parte de la lexicografía y conozco mi lengua, puedo plantear nuevas palabras. Anteriormente lo hicieron nuestros antepasados. Por ejemplo, la palabra waria es ciudad, pueblo. Eso no existía antes, porque no existían las ciudades, por lo tanto, no existía waria. Pero lo hicieron. ¿Y cómo lo hicieron? La lengua”. Elisa explica que su trabajo ha consistido en proponer criterios y procedimientos para la creación de nuevas palabras, una labor que también se lleva a cabo en la vida cotidiana: “Los mapuche que están hablando del mundo actual hoy lo hacen de manera personal. Pero cuando ya se trata de tener una lengua normalizada, necesitas tener diccionarios que te ayuden a instalarla. Y eso todavía nos hace falta, tenemos recién el último diccionario más completo, de Félix de Augusta de 1914”.
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La historia del pueblo mapuche en su relación con Chile está marcada por la violencia y el despojo. En su libro, Elisa narra diferentes experiencias tanto personales y familiares, como también aquellas de conocimiento público, desde el Gobierno de Salvador Allende pasando por la dictadura, hasta llegar a los años de la Concertación, en donde toda esa criminalización no cesó. Por el contrario, tomó incluso otras formas. Y ella habla de ser estratégica, que esa es la única manera de avanzar.
“El Estado impuso una estructura de dominación frente a los pueblos originarios que teníamos otra lengua, otra manera de vincularnos entre nosotros, otra sociedad”, explica. “Y esa imposición implicó desplazar lo que nosotros teníamos, terminamos empobrecidos”. Elisa incide en el avance que ha experimentado el pueblo mapuche: a diferencia de lo que sucedía 30 años atrás, ahora hay académicos, poetas y artistas que han logrado reconocimiento. Como ella misma, que es doctora. “Hemos tenido logros y esos logros se deben a cuestiones estratégicas”, dice. Y, en ese sentido, enfatiza el papel que han desempeñado las mujeres: “Nosotras siempre hicimos colectivo, compartimos nuestro saber, y eso es una estrategia que nos ha permitido mantener el idioma, formas de producción de alimentos, técnicas de telas; y nos ha permitido el conocimiento también”.
Para Elisa, esa postura de rescate por parte de la comunidad mapuche es vital. “Estamos muy conscientes de que, si no lo hacemos, todo se va a perder”, dice. Y apunta al camino que todavía le queda que recorrer al Estado: “Falta lo más grande, no se validan nuestras voces, otros siguen decidiendo por nosotros”. Eso, asegura, se ve especialmente en la Comisión de Expertos que tiene hoy día el proceso constituyente, donde no se reconoce a los pueblos originarios: “Están definiendo por nosotros y eso no es democrático, eso es racismo. Los pueblos estamos en condiciones de dialogar. Instalaron que nosotros fuimos los responsables del Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre y que la plurinacionalidad era antichilena. Todo eso es parte de la mentira que instaló el sistema dominante para desplazarnos y no hacerse cargo de que nosotros también tenemos derecho”.
- Desde el plebiscito de salida del 4 de septiembre pasado, varias personas han lanzado desde la esfera pública la tesis de que el principal fracaso de la Convención Constitucional fue el levantamiento de causas identitarias y no proyectos políticos ¿Qué piensas de eso?
- No comparto el análisis que quiere identificar el proceso como una lucha identitaria. Es equivocado y reduccionista. Ahí llegamos de todo Chile, había una diversidad. Nosotros llegamos a defender y a instalar derechos de todos los pueblos, no instalamos identidades individualizadas, aisladas. E, independientemente de todas las diferencias que teníamos, fuimos capaces de establecer acuerdos por dos tercios. Quienes hoy están analizando el proceso y están definiendo que es un tema identitario están tratando de borrar el avance que logramos a nivel del debate por los derechos sociales, por los derechos de la naturaleza, por derecho de la mujer y de los pueblos.
- ¿Crees que durante el proceso se intentó instalar la idea de que las demandas de los pueblos indígenas iban contra el pueblo chileno? ¿Como una estrategia de división?
- Sí, por eso digo que el análisis de que estas eran causas identitarias es reduccionista y que tiene una finalidad, que es mantener marginados a los que nunca hemos tenido derechos. Para los detractores del proceso constituyente, la derecha fue funcional. Lo más importante que la gente debe saber es que fue histórico cómo logramos una propuesta constitucional para todos, con derechos sociales para todos. Una que habla de la plurinacionalidad como el dispositivo político para resolver el problema de la violencia con la que el Estado ha tratado a los pueblos indígenas. ¿Qué buscamos? Justicia, derechos. ¿Y qué busca el pueblo de Chile? Justicia, derechos ¿Qué buscan las mujeres? Justicia, derechos. Que nuestras voces sean respetadas. Que nosotros representemos nuestras propias voces. Entonces, ¿cómo se puede tergiversar tanto ese discurso? Atacando al más débil. ¿Y quiénes eran los más débiles? Las mujeres mapuche, porque tienen menos poder. Tuvimos el proceso más transparente que ha tenido la institucionalidad chilena. Entonces ¿de qué estamos hablando? De la ideología del poder político y económico que domina Chile y que no quiere soltar para mantener su privilegio.
- Durante el estallido se hizo famosa una fotografía en la que un joven sube con la Wenufoye [bandera mapuche] a la estatua de Baquedano, el punto central de las protestas. En tu libro hablas sobre ese momento, también sobre las palabras en mapudungun escritas por las paredes en las calles. Personas que no pertenecían a comunidades mapuche comenzaron a portar las banderas, a hacer rayados. ¿Qué significó eso para ti? ¿Y cómo pasamos de esa carga simbólica a tener un nuevo proceso constituyente en el que no hay presencia de escaños reservados?
- El fenómeno vivido es histórico y el nivel de reconocimiento y de popularidad que tuvo la lucha mapuche también fue valioso. Producto de eso es que yo terminé siendo la primera presidenta de un órgano constituyente por primera vez en la historia de este país. Nunca antes habíamos tenido mujeres definiendo un proceso constituyente, y menos aún, mujeres indígenas. Fue un punto de quiebre ver este Chile de una manera diferente, con una democracia ampliada e inclusiva, plural, necesaria para este siglo XXI.
¿De quién es Chile? ¿Cuál es la identidad de este país? Acá llegó solo una mujer, Inés de Suárez. Y no tuvo hijos ¿De dónde viene la historia de los chilenos? De la mezcla. Y cuando uno empieza a hablar con los chilenos, aparece la abuela mapuche, la bisabuela mapuche. Este Chile tiene una fuerza originaria fundamental. Hasta los grandes poetas lo reconocen. Gabriela Mistral se reconoce india porque viene de esa mezcla, aunque eso no le guste a la gente ¿De dónde sacamos la linda poesía? De la oralidad, de las palabras. Chile tiene mucho más de lo que se piensa de mapuche, y el sistema colonial ha tratado de desplazarlo a través de una sola historia. Chimamanda Ngozi Adichie habla del peligro de una sola historia. El proceso constituyente es el resultado del 18 de octubre en su máxima expresión, pero desde el Rechazo operaron los aparatos ideológicos que tiene el Estado o que tienen quienes manejan el Estado.
Yo me encontré con evangélicos que me dijeron: “Qué bueno que se rechazó porque, si no, la cantidad de muertos que hubiéramos tenido”. Y yo les preguntaba que de dónde habían sacado eso. “Redes sociales”, me decían. Eso lo hicieron esos aparatos ideológicos que se llaman medios de comunicación, Iglesia, instituciones. Todos denostaron el proceso e instalaron discursos de odio hacia los más débiles ¿Quiénes somos los más débiles? Los indígenas. Ahora tenemos el problema con el tema de los migrantes, que también están en una situación de debilidad absoluta en cuanto a derechos. Se instalaron mentiras, hasta dijeron que yo tenía un sueldo vitalicio y la gente lo creyó.
- Bueno, hubo denuncias que involucraban directamente a constituyentes que entregaban información falsa.
- Por eso yo hablo de democracia deshonesta. Un plebiscito que se ganó a partir de la instalación de la mentira. ¿Hasta cuándo vamos a tener que depender de las mentiras para ganar los procesos democráticos? ¿Es bueno eso? ¿Es a lo que aspiramos cuando se habla de democracia? Los que están en el poder saben que mintieron y, sin embargo, siguen diciendo que con los contenidos de la propuesta de Constitución “nos pasamos tres pueblos”. Lo dicen así, sin ningún pelo en la lengua.
- Cuando ganó la opción del Rechazo el 4 de septiembre, se habló de un pueblo desinformado, pero también algunos dijeron que quizás había que aceptar que la sociedad chilena era racista y misógina, como una conclusión sin esperanza ¿Qué piensas?
- Hay deshonestidad en todo eso. Creo que esas afirmaciones hacen mucho daño a la identidad de este país y a lo que nosotros somos. Cuando estaba dentro de la Convención soñaba con que, una vez terminara, todos íbamos a acabar hablando de plurinacionalidad y del reconocimiento del otro como legítimo otro. Esa era mi aspiración, porque yo lo he vivido en muchas partes fuera de Chile: he estudiado fuera y me he encontrado con ese reconocimiento donde te vistes distinto, donde tu piel es diferente, tu lengua es distinta, pero sin embargo logras una convivencia, un cariño. Chile también necesita su cariño. Necesitamos legarles a los hijos y nietos agua limpia, lugares sin violencia, naturaleza donde puedan descansar, donde puedan no sentir hambre. Tengo esperanza en la condición del ser humano. Tal vez los nietos de esos mismos que nos negaron derechos hagan los cambios.
Creo que hay que rescatar lo avanzado y valorar los logros. La sociedad tiene que reconocer que logramos una propuesta comunicacional a partir del consenso y el diálogo. Es el ejemplo más grande e histórico, más bello y más valorado en el mundo que tiene Chile hoy día. Donde sea que uno vaya, se le reconoce a Chile que tuvimos esa capacidad. Escribimos la Constitución más avanzada en el mundo. Hoy yo no estoy participando del proceso, hay otras personas llevándolo adelante. Lamento mucho que esa Comisión de Expertos, en vez de abrir puertas, las esté cerrando. Vamos a ver cómo lo hacen, pero al momento no lo están haciendo bien porque están negando los avances que habíamos alcanzado.