Hace 18 años, el reciclaje empezó a salvar a un pedacito del planeta, de Colombia, desde un pueblito antioqueño llamado La Ceja del Tambo.
Este mismo reciclaje, hace seis años, salvó a Cecilia Bedoya.
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Era 1978. La Ceja, un pueblo agrícola del oriente del departamento no alcanzaba los 30.000 habitantes. Apenas dos décadas atrás se había terminado el acueducto metálico, que estuvo 20 años construyéndose. Por lo tanto, aunque no hay registros, no sería una rareza que para la época la basura se desechara como en el resto de Latinoamérica, en rellenos sanitarios —y como se desecha aún en muchos lugares en la actualidad.
Ese año, sin embargo, un Decreto Nacional, el 1337, incluiría en los currículos de educación componentes sobre ecología, preservación ambiental y recursos naturales renovables; y Colombia empezaría a reciclar vidrio. Y, aunque los responsables de estas iniciativas aún no lo supieran, sería el comienzo de una serie de eventos y decretos para proteger al ambiente.
Cecilia Bedoya, nacida y criada en La Ceja, tenía entonces 14 años. Fue entonces cuando comenzó a consumir drogas y, aunque aún no lo sabía, su vida, durante más de cuatro décadas, giraría en torno a eso.
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Era 2004. La población de La Ceja, en aumento, había pasado ya los 45.000 habitantes, y con ellos se había multiplicado también la basura. El relleno sanitario del pueblo se llenaría en cuatro años, en 2008. Tener un relleno privado implica la compra de un terreno lo suficientemente grande y, por lo tanto, costoso. Había que hacer algo.
Jorge Bedoya, alcalde para la época, emitió entonces el Decreto Municipal 109, que establecía la creación del programa de Manejo Integral de Residuos Sólidos (MIRS). El programa comenzó en la zona urbana y luego se extendió, entre 2008 y 2009, a la zona rural.
Los parámetros son sencillos: cada día se recogen distintos tipos de desechos (lunes y jueves los orgánicos, miércoles los reusables y martes y viernes los inservibles). Con los desechos orgánicos se hace compostaje, que luego se distribuye como abono en las fincas locales de hortalizas, frutas y pasto; los inservibles van al relleno sanitario de La Ceja; y los aprovechables se clasifican, comercializan y se reutilizan. Los desechos especiales (aceite de cocina, las bombillas blancas, los muebles, los dispositivos electrónicos y los envases de agroquímicos) tienen una recolección y disposición especial.
Sin embargo, establecer esta nueva rutina no fue sencillo. Al menos hasta diciembre de 2004, en más de una oportunidad varios pobladores protestaron, llevando sus bolsas de basura hasta la casa del alcalde.
Con programas educativos en escuelas, comercios y hogares, Empresas Públicas de La Ceja (EEPP) logró, poco a poco, sembrar conciencia en los cejeños.
“Les explicamos que no podemos estar como seres aislados, porque, finalmente, todo lo que hacemos tiene consecuencias. Si hago algo bueno, alguna estrategia buena, estoy contribuyendo en beneficio de todos. Pero si estoy haciendo algo mal, eso también va a repercutir en cosas negativas para el planeta y para los otros seres humanos que están a mi alrededor”, explica Marcela Peñaranda, coordinadora del programa para la zona rural . “No podemos separar lo ambiental de lo social y lo humano”.
Entonces, con charlas, regalando envases para clasificar la basura, con concursos de reciclaje e, incluso, con nuevas tradiciones como la elaboración del nacimiento navideño con materiales de desecho, EEPP consiguió que en La Ceja se comenzara a reciclar.
Los beneficios han sido palpables. El relleno sanitario que caducaría en 2008 sigue activo en 2021, y con al menos un año más por delante: se extendió su vida útil por 14 años más.
Este logro ha sido posible gracias a que, a diario, en La Ceja se recogen en promedio 48 toneladas de residuos. De estos, aproximadamente siete toneladas (15%) son de material reciclable y 17 (35%) de desechos orgánicos. El resto son residuos inservibles. Es decir, en La Ceja, se aprovecha el 50% de la “basura”; un porcentaje mucho mayor al promedio nacional de 17% y que, sin embargo, mantiene a Colombia entre los primeros 10 países (de 34) vinculados a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Latinoamérica en materia de reciclaje.
Es por ello que el MIRS ha tratado de ser replicado, aún sin éxito, en otros municipios. Sus dirigentes, Johana Carmona en la zona urbana y Marcela Peñaranda en la rural, proyectan que en pocos años lograrán aprovechar el 80% de los desechos.
Más reciclaje, más conservación, más oportunidades de trabajo.
Más vida.
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Era 2017. Cecilia salía de su casa cuando se encontró con una nueva y pequeña iglesia enfrente. Alguien la invitó a entrar, y aunque se negó, dice que una voz, la voz de Dios, la invitó. Ese mismo Dios —cuenta y los ojos le brillan y se emociona, y emociona—, le dijo que reciclar sería su labor desde ese momento, y ella aceptó, y se acercó a una recicladora que quedaba muy cerca y pidió trabajo. Ese día Cecilia dejó, de forma definitiva y contundente, las drogas, después de 43 años siendo adicta. “No necesité ni una rehabilitación”, relata. “Cuando empecé a reciclar solo tuve pensamientos para esto: ya mi mente no estaba enfocada en las drogas”.
Cecilia es bajita, de voz dulce, cariñosa. Es también fuerte en más de un sentido.
Vivió bajo puentes, mendigó, estuvo presa. A sus 57 años ha perdido a tres hijos, asesinados. Pero desde hace cinco años todo eso se convirtió en pasado y su mayor peso es el de la carretilla con la recorre el pueblo y recoge desechos aprovechables. Se levanta temprano, reza, agradece por el reciclaje, pide por los recicladores y por la empresa donde trabaja, y por el mundo, y por todos los que la han ayudado, cuenta. Se baña, lee la Biblia. “Luego cojo mi carretica y me voy a trabajar”.
Cecilia es una de las personas recicladoras de oficio que trabajan en Arofuturo, una de las asociaciones recicladoras que funcionan en La Ceja, y que forma, junto con El Faro (otra asociación), Ciclototal (ya constituida como empresa pública) y Empresas Públicas de La Ceja (la principal entidad municipal) el programa de Manejo Integral de Residuos Sólidos (MIRS).
Porque el reciclaje en La Ceja salva vidas de más de una manera, y una es generando nuevos empleos y beneficios.
Son en total 58 recicladores (entre Arofuturo, El Faro y Ciclototal), quienes se encargan de la clasificación, almacenamiento y comercialización de los desechos aprovechables. El material se transforma en alianza con una empresa de gestión ambiental. Además, desde EEPP integran el programa otras 16 personas, entre conductores, operarios e inspectores de recolección.
Todos trabajan y se benefician juntos, gracias a las normativas nacionales que en el municipio se cumplen a cabalidad.
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Colombia está a la vanguardia del reciclaje inclusivo en América Latina y el Caribe. Desde 2013, la factura de cobro por el servicio de aseo público incluye un componente destinado al reciclaje, bajo el nombre de “tarifa de aprovechamiento”. Se trata de una cuota que se paga a los recicladores de oficio y que depende de la cantidad de residuos aprovechables que recojan y comercialicen.
Esto ha dado paso a la constitución de asociaciones como Arofuturo.
Carolina García, su directora, cuenta que ella y su esposo tenían una chatarrería. Un día de 2017, Cornare (una corporación departamental conservacionista) les sugirió organizar a sus recicladores y apegarse al MIRS, y les hablaron sobre la tarifa de aprovechamiento. En el transcurso de un año, lograron constituir Arofuturo.
Arofuturo, visto desde afuera, parece un depósito enorme. Pero, al entrar, se puede ver paso a paso el proceso con el que decenas de personas recicladoras están, de forma anónima, salvando al planeta.
Hay cientos de sacos con desechos clasificados y cada persona se dedica a una labor puntual. Primero, se separan plásticos, papel, botellas y metales. Luego, se comienzan a separar entre ellos: el papel de archivo del cartón, el plástico de botellas del plástico de juguetes… Luego, se vuelven a separar, incluso, por colores. Se apilan, se pesan, se comercializan y se llevan registros de cuánto clasificó cada reciclador, pues tienen una meta mínima mensual, que les permite tener un sueldo y acceso a la seguridad social (a casi todos, pues algunos recicladores son externos e independientes y solo van a Arofuturo a venderles sus desechos).
Carolina supervisa y participa del proceso. Camina de un espacio a otro, lleva los registros en la pequeña oficina, saluda y conversa con cada persona que entra y sale de la planta. “Es muy satisfactorio, sobre todo porque el reciclador se da cuenta de la bonita labor que está haciendo. No solo ayudamos al medio ambiente, el reciclador mejora su calidad de vida”, dice.
Y es así.
El decreto nacional 596 de 2016 estableció disposiciones adicionales para la formalización de los recicladores y los deberes de las empresas públicas con ellos. Empresas Públicas de La Ceja, a través del MIRS, se apegó a este decreto con medidas concretas: oportunidades de capacitación certificada para los recicladores en su área, dotación de uniformes y carretillas, y apoyo en su labor.
Tanto Arofuturo, como las otras asociaciones y el MIRS hacen parte de algo mucho más grande y universal: la economía circular, que plantea que, como la naturaleza, podemos aprovechar mejor nuestros recursos, darles vida de nuevo, vivir en mayor armonía con nuestro entorno y, en este proceso, fomentar también los empleos y economías locales.
El compromiso de EEPP La Ceja es evidente.
“Tenemos que ir de la mano con la normatividad y con el crecimiento poblacional, tratando de generar nuevos procesos y alternativas para optimizar al máximo los procesos de aprovechamiento”, explica Johana Carmona. “Esto no se logra solo ni es fácil. Debemos ser constantes y coherentes, para que la población al ver los procesos y resultados se pueda ir alineando y le dé continuidad al programa”.
En La Ceja el reciclaje impulsa cambios sociales y económicos, y también empodera.
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La mayoría de las personas que integran el MIRS son mujeres.
“En el municipio las mujeres encabezan el proceso de reciclaje. Aunque se han incorporado más hombres, son ellas quienes más han perdurado y han sido más estables en el proceso”, afirma Carmona. “La mayoría son madres cabeza de hogar, y creemos que a esto se debe su compromiso y perseverancia”, asegura.
El liderazgo femenino comienza con las directoras del programa, pero se mantiene en todo el proceso de reciclaje.
Carolina afirma que el 70% de sus trabajadores son mujeres. “Esas muchachas que yo tengo son una berraquera, todas”, dice con orgullo. “Tienen fuerza, son berracas, son animadas. En Arofuturo hemos visto que las mujeres son más berracas, aguantadoras, se le miden a todo. Todas nos echamos bultos de 50 kilos al hombro. Están más motivadas, por sacar su vida adelante, a sus hijos”.
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A Cecilia Bedoya le queda una hija, quien también es su motivación. Y en ella, y en su recuperación, piensa cada día que sale a reciclar.
—¿Por qué amo el reciclaje? Porque ha sido mi motor, el que Dios puso en mi camino para salir adelante. Esa es mi rutina, yo ya no tengo tiempo de pensar en cosas malas. Me fascina ayudar a la comunidad. Yo parezco una hormiguita corriendo pa’ un ladito y pa’ el otro, y esa es mi felicidad. Es muy hermoso servirle a la comunidad y también tener el ambiente limpio. Yo he sentido el apoyo de toda la comunidad de La Ceja, porque todos me conocen. Y le pido al señor que me ayude para seguir adelante y seguir mis sueños, que es tener un apartamentico propio. Como recicladora ese sería mi más grande logro. Voy con el carrito y voy orando. Él es el camino, la verdad y la vida y no hay otro camino sino él.
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Trasciende, dice en letras enormes un mural justo frente a la planta de Arofuturo, donde una niña y una mujer —quizá pasado y presente, o futuro— se unen a través de las raíces de las plantas y el vuelo de una mariposa.
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Hace 18 años, la economía circular empezó a salvar a un pedacito del planeta, de Colombia, desde un pueblito antioqueño llamado La Ceja del Tambo.
Y sus beneficios, hace seis años, salvaron a Cecilia Bedoya.