“En la República Independiente de San Javier consigues lo que sea”, le responde Ciro, nuestro guía de Casa Kolacho, a una de las visitantes del Graffitour que pregunta si conseguiremos cerveza artesanal cuando lleguemos.
Es viernes, somos seis personas: una pareja de Bogotá, tres amigos de Medellín y yo. Estamos esperando el bus que nos llevará a la Comuna 13. Ciro nos dice que es un buen día, porque San Javier —el nombre por el que también se conoce a esa comuna de Medellín, al occidente de la ciudad— los viernes está de fiesta. Y luego nos dice que también los sábados, y los domingos, los lunes, los martes, los miércoles y los jueves.
Y es verdad. Entramos por la zona más alta del Graffitour, una gran galería de grafitis a cielo abierto que ocupa calles enteras de la Comuna 13. Vamos a hacer el recorrido de arriba hacia abajo. Las calles son estrechas, un señor nos da las buenas tardes desde su porche, caminamos calle arriba y hacemos la primera parada.
—Hey, hablálo, Chotaaa, Jess, ¿cómo van? —saluda Ciro a un par de grafiteros, artistas de San Javier, que pasan a un lado. Se preguntan sobre la vida y se ríen.
Escuchamos música alta que proviene de al menos tres o cuatro sitios distintos a la vez, hay carcajadas, motos que pitan y pasan entre la gente, perros, más gente que saluda a Ciro. El cielo está despejado pero las paredes todavía nos protegen un poco del sol, y lo que nos espera a unos minutos es un recorrido de murales enormes, vistosos, llenos de color, grupos de gente que baila, que canta, que improvisa, ventas de sodas o cervezas micheladas, de helados caseros, de franelas, telas y bolsos estampados, de decenas de habitantes de la comuna vendiendo sus productos, ofreciéndolos con sonrisas, personas vendiendo los brazaletes que tejen sus manos, velas aromáticas, miles de souvenirs del Graffitour, un tobogán enorme de colores, las escaleras mecánicas más famosas de Colombia, tiendas de café, un montón de turistas tomando y tomándose fotos, más gente que baila y, por supuesto, sitios de cerveza artesanal. Una fiesta.
Pero no siempre fue así. Ese espacio, habitado por la algarabía y el color, la risa y el baile, una noche, la del 16 de octubre de 2002, se quedó en profundo silencio.
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Ciro tenía 12 años y medio cuando todo ocurrió.
Recuerda que una noche, bajo la puerta de su casa y las cientos, miles de casas de San Javier, dejaron avisos con una promesa que fue cumplida: “Prepárate para una noche negra y una mañana de dolor”.
Fueron cinco noches y cinco mañanas, más todos los días, meses, años de incertidumbre y dolor que todavía viven cientos de familias.
Cuenta Ciro que los barrios de la Comuna 13 se formaron con familias desplazadas por el conflicto armado. De acuerdo con el informe del Centro de Memoria Histórica ¡Basta ya!, en toda Colombia, el conflicto ha dejado 5,7 millones de personas desplazadas, entre 1985 y 2012. Hasta 2009, la Comuna 13 había recibido a 7.475 personas desplazadas de otros municipios de los departamentos de Antioquia y Chocó.
La vulnerabilidad de este sector y las deficientes políticas de seguridad, permitieron que en la comuna se instalaran frentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y del Ejército Popular de Liberación (EPL).
La Operación Orión comenzó el 16 de octubre de 2002, por órdenes del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, y la ministra de defensa Martha Lucía Ramírez, actual vicepresidenta de Colombia, quien estuvo a la cabeza del Consejo de Seguridad que abrió la puerta a la muerte. Todo se gestó desde una casa grande, de paredes marrones, conocida como la Casa Orión —cuenta Ciro y la señala durante el recorrido, de camino al Graffitour—, y dice que fue escogida por “estar cerca, pero no demasiado cerca”, y por ubicarse justo en la esquina donde se unen las comunas 11, 12 y 13.
Más de 1.500 efectivos policiales y militares —del Ejército, DAS, Policía, CTI, Fiscalía y las Fuerzas Especiales Antiterroristas— entraron a la comuna, acompañados también de helicópteros artillados, para sacar del sector a los grupos guerrilleros.
Ciro recuerda el sonido de las balas sobre el techo de su casa, las armas, el encierro y el silencio de la noche, que solo rompían los gritos y el llanto de las madres cuando las fuerzas del Estado entraban a sus casas y se llevaban a sus hijos.
Durante la Operación Orión, según las fuentes oficiales, se realizaron 150 allanamientos y se capturaron 355 personas. “Pero solo cambiaron a la guerrilla por paracos”, cuenta Ciro, y la historia le da la razón. Diego Herrera, director del Instituto Popular de Capacitación, asegura que a partir de Orión comenzaron a afincarse en el territorio los hombres del Bloque Cacique Nutibara, de las Autodefensas Unidas de Colombia. “Orión permitió sacar a un grupo armado (la guerrilla), para darle entrada a otro, que terminó controlando lo que pasaba en la Comuna 13. Esta fue la puerta de entrada a la hegemonía paramilitar que se vivió después en todo Medellín”, explicaba a Semana en 2015.
Y la complicidad entre los paramilitares y las fuerzas del Estado para la Operación Orión fue luego confirmada por el mismo Diego Fernando Murillo, alias Don Berna. “Varios de nuestros hombres fueron allá, muchos de ellos iban encapuchados, se identificó varias personas, algunas fueron dadas de baja, otros fueron capturados y después desaparecidos”, declaró ante la Unidad Nacional de Fiscalías para la Justicia la Paz en 2008.
Las cifras de muertos y desaparecidos son difusas, pero se habla de más de 100 personas, civiles, que fueron asesinados y enterrados en La Escombrera, una fosa común en San Javier de la que parece imposible recuperar los cuerpos: la cantidad de escombros —desechos de bloques de cemento, vidrios, latas, tejas y otros materiales de construcción— que hay sobre ellos es equivalente a un edificio de 25 pisos.
En contraste, desde la calle donde Ciro nos señala Las Escombrera, solo hay color y arte, cultura y memoria.
—Nadie ve las paredes hasta que están rayadas —dice Ciro, y lo usa como metáfora para explicarnos por qué cuentan la historia previa al Graffitour antes de entrar al Graffitour.
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¿Hasta cuándo la guerra? Párenla ya.
¿Hasta cuándo la muerte? Párenla ya.
Ciro estaba en el colegio cuando comenzó un enfrentamiento entre grupos criminales en la comuna. Desde una casa cercana comenzaron a oírse estas estrofas, y no pudo dejar de repetírselas. Cuando pudo, tocó la puerta y preguntó qué música era esa que hablaba de paz: era rap.
—Cuatro elementos conforman el hip hop: DJ, grafiti, rap y break-dance —cuenta Ciro justo antes de ver una improvisación.
Cuatro muchachos, adolescentes algunos, y un niño, cantan, bailan, riman sus versos con los nombres de las ciudades de las que venimos a visitarles. Es imposible no aplaudir, sonreír, reír, creer en lo que asegura Ciro: todos tenemos flow. Son jóvenes que le dan color, más color, a la comuna. Frente a ellos, una lata de pintura vacía espera por los aportes voluntarios del público, y casi todos se acercan. Más adelante veremos dos grupos más, todos con estilos y rutinas distintas. El Graffitour de la Comuna 13 es diversidad.
Después de escuchar aquel casete, Ciro nunca se separó del rap. Entró a un grupo de hip-hop, en 2008 grabó su primera canción, y pertenecía a colectivos del movimiento cuando nació el Graffitour en 2010. Tras el asesinato en 2009 de Héctor Pacheco “Kolacho”, líder social y rapero de la Comuna 13, Ciro junto con otros jóvenes crearon en su honor, entre 2013 y 2014, la Casa Kolacho, un espacio donde podrían crecer, aprender y sentirse seguros.
La Casa Kolacho es tan vistosa como el Graffitour. Está, también, en San Javier, pero más cerca del metro de Medellín, y recibe a sus visitantes con un grafiti enorme en el suelo de la entrada con la palabra AMOR. Tiene un cafetín y una tienda de souvenirs, atendidas por las mujeres más amables con las que he conversado en dos años y medio en Colombia.
Adentro, hay grafitis por todas partes: un gran oso panda de colores, un techo que hace las veces de Capilla Sixtina del hip-hop, una nevera llena de colores y, por supuesto, un retrato de Kolacho. Tiene estudio de grabación, anfiteatro, áreas de esparcimiento, cocina y muchos mueblecitos para “parchar” —sentarse, conversar, pasarla bien en lenguaje antioqueño—. Dan clases gratuitas de hip-hop a los niños del barrio, y se sustentan con lo que venden, con los servicios de grabación que ofrecen (y que para la primera canción de cada niño es gratuito y ha hecho soñar a más de uno), y con sus guías en el Graffitour, que equivalen a unos 10$ por persona, duran alrededor de 3 horas (desde el encuentro hasta el cierre) y finalizan con una clase de grafiti justo afuera de la casa.
—La única manera de luchar contra los prejuicios es trabajar, trabajar y dejar que las acciones hablen, más que las palabras o los gestos —explica Ciro—. La música, el arte, la pintura… hay que invitar a la gente a que conozca los territorios, que conozcan las dinámicas sociales y las vidas de aquellos a los que prejuzgan. La única forma es trabajar para eliminarlos e invitar a las personas a que conozcan las otras realidades, las otras verdades.
Es un cambio del que él mismo ha formado parte.
Luego de la operación, un grupo de “pelúos”, como él les dice, se unieron para contarle al resto de Medellín, del país, del mundo, que la Comuna 13 era más que uno de los 10 barrios más peligrosos del mundo (para la época). Que en sus calles, en sus casas, había personas buenas, no solo guerrilleros o delincuentes. Así, en cada esquina donde las economías criminales trataban de hacerse un espacio, estos “pelúos” pintaban una pared.
Conócete es el primer grafiti del Graffitour si comienzas de arriba hacia abajo. Si empiezas desde abajo hacia arriba, el primero es el mandala de la VIDA. El primero es una niña de rasgos indígenas, con un barranquero en su hombro, que lee un libro, el libro de la vida, donde se registran todas nuestras acciones y que debemos hojear antes de irnos a dormir, nos explica Ciro. Y es, de nuevo, una metáfora sobre la comuna, sobre habitarse, sobre contarle a otros quién o cuál es la realidad.
Es el comienzo de decenas de imágenes: un obrero, que representa al trabajador del barrio, perseverante, “el mejor arquitecto de todos”; cuatro elefantes que representan el hip-hop, pero también la fuerza del colectivo: “un elefante es fuerte, pero una manada es imparable”; una anciana ruda en una moto: “el motor de la rebeldía”. Y así, muchos más, todos con significados, todos con el mismo objetivo: proteger las memorias y no olvidar.
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Una perrita amarilla entra en un local y sale corriendo con un envase de lavaplatos que tiene comida para gato. El dueño del gato se queja con serenidad, dice que siempre hace lo mismo, la perrita corre pero sabe que nadie la persigue. Y alrededor nos reímos.
Antes de subir, Ciro nos advertía que en la comuna hay muchos perritos sin dueño, abandonados, unos más sociables que otros. Que era mejor no tratar de tocarlos sin saber de qué ánimo estaban, pero que era de muy mala educación no acariciarlos si se acercaban moviendo la cola.
En la Comuna 13 se respira libertad, respeto y seguridad. Y amor. Nadie teme sacar el teléfono para tomar fotos, todos se sienten y están seguros. Todos son amables, conversadores, alegres. Nadie teme ser quien es. Es parte de los valores afianzados y de la imagen que San Javier quiere transmitir al mundo.
Y aunque los delitos no han sido erradicados, los artistas del barrio confían en que cada vez más niños querrán ser grafiteros, raperos, bailarines y no criminales.
—Cuando éramos niños nos dijeron que tuviéramos cuidado con lo que decíamos, que las paredes tenían oídos. Hoy queremos decir que acá en la Comuna 13 las paredes hablan —dice Ciro.
Sus brazos hablan también.
Entre más de una decena de tatuajes, dos destacan en los brazos de Ciro: un gran tigre con la frase El futuro es nuestro y en el otro un pensamiento que está implícito en todo lo que dice: Lucha, resistencia y libertad.
Dice que muchos cambiarían gran parte de la historia, pero que saben que la historia ya fue. Que aunque la Operación Orión ocurrió hace muchos años, todavía hay madres, hermanas, familias enteras que sufren por sus desaparecidos, y que por eso es necesario contar la historia todas las veces que sea necesario y buscar justicia. Dice que hay que contarla como la vivieron, como la sintieron y como la siguen viviendo. Dice, también, que los autores intelectuales de Orión siguen en el gobierno, “un gobierno que oprime, que maltrata, que mata, que desaparece a sus jóvenes y a las personas que están trabajando desde los territorios”.
Dice que el proceso de la Comuna 13 se puede vincular a todo lo que está ocurriendo en las protestas actuales en Colombia, a través del arte y las apuestas de las organizaciones que tienen una voz en las comunidades. “Hay que politizar a la gente en los territorios para que reconozcan las problemáticas a nivel nacional y que sean ellos los encargados de movilizar a la gente dentro de los territorios, dentro de la ciudad, y movilizar a cada uno de los ciudadanos en el momento de las urnas, las elecciones”.
Lucha, resistencia y libertad.
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Una mujer de cabello largo y azul ocupa una pared enorme. Al final, su cabellera se convierte en una ballena jorobada. La ballena jorobada atraviesa los mares para llegar a aguas cálidas donde parir y tener unos días de tranquilidad. Es un homenaje a las mujeres de San Javier, a las mujeres del conflicto armado, que resisten, que luchan y sobreviven, que siguen buscando a sus muertos, que cuentan su historia, que no dejan que olvidemos.
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—Aquí hay una palabra importantísima, que no podemos olvidar: amor. Porque en la vida pasamos a veces por momentos difíciles, duros, pero los seres humanos somos como las latas de pintura: a veces tienen que agitarnos para que demos lo mejor de nosotros.