El pasado 23 de octubre, Boca Juniors se consagró campeón de la Liga de Fútbol Profesional argentina tras empatar 2-2 con Independiente. Uno de los jugadores titulares que levantó el trofeo cuando terminó el partido fue Sebastián Villa, anotador del segundo gol del equipo xeneixe. El futbolista colombiano es un ídolo para gran parte de la afición, pese a que fue imputado en una causa por violación en mayo, mientras avanzaba el proceso judicial de otra denuncia por abuso sexual. A la espera de que la Justicia aclare estos hechos, la dirigencia del club, uno de los más grandes de Argentina, le respalda.
Pero Villa no es sólo Villa. Villa también puede ser Salvio, Pavón, Fabra, Saravia, Rossi, Acosta, Zárate, Centurión, Borré, Cristaldo, Carmona, Barrios. Que a su vez pueden ser Greenwood, Evans, González, Díaz, Fabbro, Hernández, Castro, Robinho, Mendy. Los nombres de futbolistas denunciados se apilan, se superponen y cambian de forma y pronunciación en distintas latitudes del mundo. Boca es Boca pero puede ser Racing, Lanús, Independiente, River. Que a su vez pueden ser Eibar, AC Milan, Atlético Paranaense, Manchester United.
Las hinchadas los sostienen, los periodistas deportivos los legitiman y los cuidan, las dirigencias los protegen. ¿Qué pasa con los futbolistas denunciados por violencia de género? ¿Se aplican los protocolos de prevención que se aprobaron en los clubes ante estas situaciones? ¿Sacar al jugador del equipo o vender su pase a otra entidad son las soluciones más acertadas?
Como un equipo que repite el planteo de juego, una y otra vez se buscan siempre las mismas estrategias. Por un lado, desde algunos sectores de los feminismos se exige que el futbolista denunciado sea apartado del plantel; por el lado de la dirigencia se insiste con negar la situación y sostener al futbolista en el equipo y cerrar el diálogo o bien, en silencio, firmar su pase a otro equipo, muchas veces, del exterior. Las preguntas entonces arrastran más preguntas: ¿Es la salida punitivista la estrategia para la transformación? ¿Cómo se desmonta una estructura de violencia machista tan arraigada? ¿Se podrá no repetir el esquema de juego tantas veces utilizado? ¿Será que en la repetición de un ejercicio algo se moverá de lugar? ¿Cómo? ¿Cuáles son las herramientas de los clubes? ¿Cuáles son las responsabilidades de los futbolistas, de los equipos, de las hinchadas, de los y las periodistas?
Al comienzo de la última temporada del campeonato local, Villa había convertido un puñado de goles para seguir erigiéndose como figura de Boca. Hace un tiempo, producto de una lesión de meniscos, el jugador quedó fuera de las canchas. Antes de eso, desde las tribunas rivales, el futbolista había sido parcialmente abucheado en algunos encuentros. Desde la hinchada del club había sido, parcialmente, defendido. Que el futbolista siga jugando vuelve a abrir un debate sobre qué deben hacer los clubes en estas situaciones. Según datos de la Coordinadora de Fútbol Feminista, 28 jugadores de fútbol profesionales han sido denunciados por violencia de género en Argentina desde 2015.
Ese año, 2015, fue clave para los feminismos en Argentina porque se organizó la primera marcha de Ni Una Menos y miles de mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis y trans salieron a las calles a denunciar las múltiples violencias vividas, a poner luz sobre la tasa de feminicidios y reivindicar sus existencias y derechos. El movimiento tomó tanta fuerza que traspasó fronteras. Desde aquel entonces, los feminismos se organizaron también desde las bases de los clubes para generar transformaciones: se fundaron las comisiones de género, se crearon agrupaciones de hinchas feministas y se implementaron los protocolos de prevención ante situaciones de violencia de género.
Según el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo de Argentina, actualmente, el 76% de los clubes del país no cuentan con área de género, igualdad y/o derechos humanos. Asimismo, seis de cada 10 clubes carecen de un protocolo ante situaciones de violencia de género, el 19% lo tiene en marcha y un 23% lo está elaborando. El primero en activarlo fue Vélez Sarsfield, en 2018, por iniciativa de la abogada Paula Ojeda, que recientemente fue designada como gerenta del Departamento de Equidad y Género de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). “Si bien existe trabajo en algunos clubes, en la mayoría no es así. Las instituciones de fútbol son ámbitos que siempre han sido claramente machistas. Es importante trabajar con la perspectiva de género en todos los niveles de las instituciones, esto quiere decir con las personas que llevan adelante la gestión como también de las y los deportistas”, dice Ojeda a COOLT.
Una de las primeras decisiones que tomó la abogada en su nueva función fue promover las mesas de trabajos con los clubes de las distintas categorías del fútbol argentino en pos de la prevención de las violencias y con el fin de lograr una mayor sensibilización en el colectivo deportivo. Este punto aparece como fundamental: trabajar, desde las divisiones inferiores, en todas las categorías de todo el país. Una escena reciente refleja lo que sucede lejos de los flashes televisivos, de las cámaras de medios de televisión masivos, lejos de los reflectores de la gran ciudad. El último fin de semana de julio, en la tercera división de la Liga Regional de Tres Arroyos, una localidad de la provincia de Buenos Aires, el jugador Cristian Tirone le pegó una trompada por la espalda a la jueza Dalma Cortaldi en medio del partido que ella arbitraba entre Independencia y Deportivo Garmense. Ella fue internada, él detenido y sancionado de por vida por su club. “Los jugadores son parte de la sociedad, y vivimos entre muchos varones violentos. Son necesarias la educación y el conocimiento en la temática. Es importante que las personas que toman las decisiones entiendan lo importante que es trabajar con esa persona denunciada. Se debe entender que el fútbol es un claro reflejo de la sociedad, por ello las medidas que se tomen en este ámbito colaboran en la lucha contra las desigualdades y las violencias”, explica Ojeda.
Boca es uno de los clubes que cuenta con un protocolo de prevención y acciónprotocolo de prevención y acción ante situaciones de violencia de género, que fue aprobado en 2021. El protocolo se activa a través de una denuncia institucional por parte de la víctima. Luego, el Departamento de Inclusión e Igualdad del club indica cuáles son las medidas a tomar ante la Comisión Directiva. Frente a la última denuncia a Villa, el protocolo se activó una semana después de la denuncia, y a la denunciante se le ofreció acompañamiento y asesoría. Sin embargo, no se tomaron medidas en torno al jugador. Diferente fue el procedimiento en Vélez, cuando en enero de 2020 el club decidió incorporar a Ricardo Centurión al plantel de primera. El jugador tenía denuncia por violencia de género y se interpuso una cláusula en los contratos que señala que, en el caso de que el jugador no se comporte de acuerdo al estatuto y al protocolo del club, será sancionado con la rescisión del contrato.
Una de las organizaciones feministas que se creó al calor del Movimiento Ni Una Menos fue la comisión de género de Boca Es Pueblo, la organización de hinchas del club xeneixe, que tuvo una postura pública muy clara desde la primera denuncia por violencia de género a Sebastián Villa en 2020, cuando la entidad aún no tenía aprobado su protocolo. “Lo personal también es político y nuestras vidas valen más que sus contratos. No queremos más violentos en Boca”, habían tuiteado en ese entonces. Desde la comisión, ponían el dedo en la llaga, ahí donde el club se desangra por la herida: en los negocios económicos. “Nuestra primera reacción fue pensar cómo hacer para que el abordaje no dependa de criterios de varones que no tienen perspectiva de género y priorizan entre otras cosas el patrimonio del club”, señalan a COOLT las integrantes de la comisión de género de Boca Es Pueblo. Ponen el foco en la forma de comunicar para correrse de prácticas revictimizantes y morbosas, que son características de las coberturas de los medios ante estas situaciones. Además, coinciden con Paula Ojeda en establecer un compromiso formativo para las y los deportistas de la institución deportiva.
Lucho Fabbri es el coordinador del Área de Género y Sexualidades de la Universidad Nacional de Rosario e integrante del Instituto de Masculinidades y Cambio Social. Trabajó en talleres de reflexión sobre masculinidades con los jugadores de las categorías inferiores del club Rosario Central, así como con los cuerpos técnicos y directivos. Desde esa experiencia, aporta: “Lo fundamental es poner el foco en lo institucional y en lo grupal, en cómo esas prácticas masculinizantes no tienen que ver con cuestiones identitarias singulares de los varones solamente sino con lógicas que se reproducen de manera colectiva y se hacen institución”. Por eso, cree que, además de trabajar con los jugadores jóvenes que están en etapas formativas, “más permeables” a las reflexiones desde la perspectiva de género, es importante trabajar con las dirigencias: “No tenemos que olvidar que en estas instituciones funcionan principios de jerarquías, y si solo trabajamos con los eslabones que están en posiciones de inferioridad o subordinación en la revisión de estas prácticas, lo más probable es que encuentren un techo muy bajo que los discipline y los lleve a adaptarse a las prácticas institucionales en función de su posibilidad de ascenso y desarrollo profesional”.
La complejidad de la violencia machista es que es estructural, que no puede desmontarse con una única estrategia, en un solo sentido. Analizar las situaciones desde distintos ángulos y cruzando distintos ejes deviene prioridad. Tanto Ojeda como la comisión de género de Boca Es Pueblo destacan la masividad y la popularidad del fútbol como eje fundamental a tener en cuenta a la hora de pensar los posibles abordajes de estas situaciones. El fútbol es uno de los epicentros del heterocispatriarcado y del sistema capitalista que se asienta, históricamente, sobre la base de una estructura binaria, donde se forja y potencia la masculinidad hegemónica. Partir de esa premisa para saber que los jugadores de fútbol son víctimas y victimarios del mismo sistema donde sufren si se fugan de los mandatos y al mismo tiempo reproducen esa violencia machista. Para Fabbri, una de las estrategias para que las instituciones asuman un compromiso efectivo en la prevención y erradicación de las violencias por motivos de género tiene que ver con políticas de estímulo. “Pueden ser simbólicas como sellos o certificados en capacitaciones o bien que esas mismas políticas sean requisitos para renovar membresías en ligas deportivas u obtener subsidios estatales”, señala.
“De Villa no tenemos más que palabras de agradecimiento. No se ha tirado nunca en la camilla, no lo han atendido nunca, nunca le dolió nada, no ha dejado de entrenar un solo día. Nosotros con ese chico nos tenemos que sacar el sombrero. Después, lo que pasa fuera de la cancha es otro tema”, dijo en una entrevista Juan Román Riquelme, exjugador y actual vicepresidente de Boca. Otro de los puntos fundamentales entonces para pensar las estrategias frente a estas situaciones es derribar de una buena vez la división ficticia de lo público-privado, lo que sucede en la cancha y lo que sucede fuera de la cancha como si no hubiera una continuidad, como si no fueran parte de una misma estructura. “Es una escisión conveniente y funcional a mantener por fuera del foco de la crítica, prácticas que no deben ser entendidas como privadas porque afectan al orden público y comunitario como es el ejercicio de las violencias. Hay que cuestionar que este ejercicio de violencias de género sea algo privado”, explica Fabbri, quien plantea llevar esta analogía a la escisión de la razón y la pasión. “Muchas veces, en nombre de las pasiones, se justifican prácticas discriminatorias y violentas en el ámbito del fútbol”, sostiene. ¿Qué hubiera pasado si, después de la primera denuncia, se hubiera trabajado de verdad con ese jugador?, preguntó en una nota radial la abogada Sabrina Cartabria Groba. El interrogante es contrafáctico. No podemos saberlo porque no sucedió. Pero abre un horizonte de posibilidades. ¿Qué pasa si Boca, por decir Boca y decir también River, Independiente, AC Milan, Eibar o Atlético Paranaense empiezan a trabajar con los jugadores de fútbol frente a este tipo de violencias?