Claudia Sheinbaum ha hecho historia y se convertirá en octubre en la primera presidenta de México, con el reto mayúsculo de sustituir a un animal político que ha protagonizado y condicionado la vida pública del país durante los últimos 25 años: Andrés Manuel López Obrador.
La científica y exjefa de Gobierno de Ciudad de México, de 61 años, arrasó en las elecciones del pasado domingo con cerca del 60% de los votos, aupada por la popularidad de su padrino político, el actual presidente, López Obrador, que cuenta con un nivel de apoyo incluso mayor y ha conseguido que su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) alcance una mayoría de dos tercios en el Parlamento, lo que le permite reformar la Constitución. Así pues, la presidenta electa hereda un poder inmenso.
El enigma ahora es cuál va a ser la forma de gobernar de Sheinbaum, y si se va a plegar de forma total a los designios políticos del presidente saliente o marcará perfil propio.
López Obrador ha dicho que se va a ir a La Chingada, el rancho en Tabasco que sus padres le dejaron a él y a sus hermanos, y que no va a intervenir en la vida pública, pero muchos creen que no cumplirá esa promesa y que su presencia podría condicionar e influenciar las decisiones y las políticas del futuro Gobierno. El tabasqueño es uno de esos presidentes de personalidad arrolladora y hechos a sí mismos que no suelen alejarse por mucho tiempo de los focos.
Ejemplos hay muchos en América Latina. Álvaro Uribe continúa siendo el líder oficioso de la oposición en Colombia 14 años después de dejar el poder. Rafael Correa ni siquiera vive en Ecuador, donde fue condenado por corrupción —cargos que él niega—, pero todavía es el político en torno al cual se polariza el país. Y la relevancia de Evo Morales continúa siendo proverbial en Bolivia.
Esos tres expresidentes comparten, eso sí, una experiencia común, por muy distinta que sea su ideología: rompieron con las personas que ellos mismos designaron como herederos poco tiempo después de su salida del poder, en un cóctel que mezcla la voluntad del pupilo por marcar un perfil propio y la resistencia a abandonar la política de los antiguos gallos del gallinero. Los tres señalaron como traidores a Juan Manuel Santos, Lenín Moreno y Luis Arce. A este último, Evo Morales incluso lo ha calificado de “dictador”.
Muchos analistas creen que eso no sucederá en México. “El Gobierno de Sheinbaum será del mismo corte al de López Obrador. Más bien lo que se ha dado es una sucesión. En el antiguamente hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) se le llamaba ‘dedazo’ y eso es lo que ha ocurrido con esta administración. López Obrador entregó el mando, y de hecho así se hizo por medio de un ritual, a Sheinbaum, para que pudiera seguir con lo que él llama la Cuarta Transformación, con lo cual el efecto en su caso podría ser un tanto más polarizante, pero dentro del mismo corte”, explica a COOLT Arturo Gonzalez, de la consultora González de Araujo.
Una relación política de más de dos décadas
López Obrador y Sheinbaum se conocieron hace 24 años. Ella ya era una científica muy reputada y de fuertes convicciones izquierdistas, inculcadas por sus padres, de orígenes judíos y ascendencia lituana y búlgara. Había realizado numerosos estudios sobre energías limpias y López Obrador, entonces jefe de Gobierno de Ciudad de México, necesitaba una secretaria de Medio Ambiente que le ayudase a reducir la contaminación de la capital, uno de los retos de su mandato. Un amigo en común les puso en contacto y, tras apenas 15 minutos de reunión, Sheinbaum convenció al ahora presidente saliente.
Comenzó entonces una relación política que ha llevado a la física a la presidencia, previo paso por la jefatura de Gobierno de la capital. La constante en estas dos décadas ha sido el apoyo convencido de Sheimbaum a López Obrador y sus políticas. Apenas hubo una ligera discrepancia durante la pandemia, cuando Sheimbaum pidió a los habitantes de Ciudad de México que se quedasen en sus casas, adoptando una línea más restrictiva en comparación con la del presidente.
En esa campaña electoral esa constante ha continuado, salvo en un aspecto: Sheimbaun ha defendido la necesidad de avanzar hacia las energías renovables y abrir a la petrolera estatal, Pemex, a la inversión privada, mientras que López Obrador siempre ha defendido los combustibles fósiles y ha invertido muchos millones en intentar rescatar a la compañía, que está en crisis.
La polémica reforma del poder judicial
Sí resultó llamativo que el presidente comentase este lunes, el día después de las elecciones, en su tradicional conferencia mañanera, que tenía que hablar con Sheinbaum sobre su Plan C, un muy polémico conjunto de reformas constitucionales que hasta ahora no había podido aprobar porque el oficialismo no contaba con la mayoría calificada en el Congreso. Esa charla a la que emplazó López Obrador podría ser un mero formalismo o, quizás, una insinuación de que existen diferencias al respecto. “No quiero imponer nada”, señaló el presidente saliente. Pero no querer, claro, no significa comprometerse a no hacerlo.
Entre las medidas incluidas en el Plan C figura una reforma del poder judicial para que los jueces sean elegidos por voto popular, justo en un momento en el que los vientos políticos favorecen decididamente al Gobierno.
La oposición y parte de la opinión pública han alertado de un deterioro democrático en el país. “Existe un efecto autoritario en el ataque a las autoridades y a las instituciones autónomas del Estado. También ha habido un ataque directo a la sociedad civil. Lo que el presidente ha buscado es la mayor concentración en la figura presidencial”, cree el analista González. Por su parte, López Obrador defiende su reforma de la Justicia alegando que hay que abrir las instituciones y que el pueblo no está lo suficientemente representado.
Está por ver cuál es la actitud de Sheinbaum con respecto a esas propuestas, pero es posible que ni siquiera tenga que opinar con respecto a ellas como presidenta: el nuevo Congreso jura el 1 de septiembre y ella no será investida hasta el 1 de octubre. De esta forma, López Obrador tendrá 31 días con supermayoría en el Congreso, y podrá aprovechar esa oportunidad para aprobar sus reformas.
El desafío de la seguridad
El mayor reto del futuro Gobierno de Sheimbaun será, en cualquier caso, la seguridad de un país donde se asesinan a 30.000 personas al año y que suma más de 100.000 desaparecidos, con carteles del narcotráfico dominando zonas rurales y fuertemente armados.
El sexenio de López Obrador ha sido el más violento de la historia, con más de 180.000 asesinados, cifra que el presidente achaca a la herencia recibida. Los registros de homicidios han descendido muy levemente en los últimos cinco años, pero no al nivel prometido en 2018, tras la criticada estrategia de “abrazos y no balazos” y la creación de una Guardia Nacional Militar que no está logrando aplacar a los carteles.
Sheinbaum, en cambio, sí tiene buenos resultados que ofrecer. Durante su paso por el Gobierno de Ciudad de México redujo los asesinatos un 51%, aunque los críticos aseguran que otros delitos como la extorsión se han incrementado.
La científica llevó a cabo un ambicioso plan de seguridad basado en la colaboración entre el poder judicial y la policía, la cual obtuvo aumentos de sueldo y una mejor formación. López Obrador, en cambio, apostó por los militares. Si Sheinbaum lleva su política de seguridad al Gobierno Federal, por muy difícil que sea aplicar en todo el país lo llevado a cabo en una ciudad, podría haber algún tipo de tensión. En campaña no ha querido tocar el tema de manera decidida. Sabía que era su punto débil ante la oposición, pero algunos especulan también que quiso ser sutil para no herir sensibilidades dentro de su propio partido.
Una formación, Morena, que amasa un poder inmenso, que se podría comparar con el que obtuvieron en su momento los gobiernos hegemónicos del PRI. Eso sí, hasta ahora, en Morena ha tenido gran relevancia la palabra de una sola persona, el presidente, mientras que en el PRI los mandatarios tenían una influencia más limitada tanto antes de llegar al cargo como después de dejarlo.
De momento, Sheinbaum ha asegurado que continuará con las conferencias matutinas de prensa, donde el presidente marca agenda y difunde su mensaje, aunque no se descarta que sus intervenciones sean más cortas.
El desafío para Sheinbaum es considerable. Tiene que llenar el vacío que va a dejar una personalidad tan arrolladora, para lo bueno y para lo malo, como la de López Obrador, consciente de que no tiene el mismo carisma. El sillón presidencial es un privilegio, pero puede convertirse también en un caramelo envenenado.