Ideas

El enigma de Jacobo Grinberg

El científico mexicano, experto en fenómenos paranormales, desapareció en 1994 sin dejar rastro. Desde entonces, abundan las teorías sobre qué le pasó.

Buenos Aires
El científico mexicano Jacobo Grinberg, desaparecido en 1994. ARCHIVO

El protagonista de esta historia se llama Jacobo Grinberg, neurofisiólogo y psicólogo mexicano. Hay muchas versiones sobre quién fue, o quién es, Jacobo Grinberg. Una versión cuenta que volvió a Ciudad de México después de un largo viaje por la India el 8 de diciembre de 1994, tomó un taxi y abrió la puerta de su casa de donde nunca más salió. Hay, también, un Jacobo Grinberg que nunca viajó a la India, que salió de su casa sin dejar rastros unos días antes del 8 de diciembre, y fue llevado bajo la fuerza, obligado por la CIA, hasta un pueblo perdido de Colorado, Estados Unidos. Hay otro Jacobo Grinberg, uno que nunca salió de su casa, nunca viajó a la India ni estuvo en Colorado preso por la CIA, sino que se encuentra vagando en una de las tantas realidades alternativas que investigó cuando se encontraba en esta Tierra.

Treinta años después, el nombre de Jacobo Grinberg sigue despertando conjeturas, lanzando preguntas al espacio que no logran encuadrar con una respuesta. ¿Qué pasó durante los primeros seis meses después de su desaparición? ¿Por qué cuando un comandante de la policía, llamado Clemente Padilla, allanó su casa en busca de pruebas se encontró con que faltaban sus libros y los CPUs de sus computadoras? ¿Fue asesinado por su esposa, Teresa Mendoza? ¿Era Teresa Mendoza en verdad una espía encubierta que trabajaba para el servicio secreto estadounidense? ¿En qué estaba trabajando antes de desaparecer? Cada pregunta se encadena a otra pregunta como realidades paralelas que se alteran unas a otras.

Hubo —o hay— una historia de Grinberg que se detuvo ese 8 de diciembre de 1994. Su vida está partida al medio. Una parte de su biografía es lineal y mecánica, como la de cualquier científico raso que obtiene y profundiza conocimientos en su área de estudios, hasta que algo produce un giro, un cambio sustancial en su forma de pensar.

* * * *

Nacido en la capital mexicana en 1946, Grinberg perdió a su madre de niño, por un accidente cerebrovascular causado por un tumor. Grinberg decidió entonces que estudiaría el comportamiento del cerebro para entender cómo habían sido los últimos años de su madre. Obtuvo una licenciatura en psicología en la Universidad Autónoma de México y viajó a Israel para especializarse en psicofisiología. Al poco tiempo de volver a Ciudad de México, casado y con una hija, se separó y viajó a Nueva York para hacer un doctorado en el Brain Research Institute.

En Nueva York, Grinberg encontró más estímulos en lo que se hacía por fuera de las aulas; en los bares, las calles, las plazas, los recitales de poesía. Sobre todo, en las sesiones que Timothy Leary, un psicólogo egresado de Harvard, hacía con una droga nueva llamada LSD. Jacobo fue partícipe de esa nueva experiencia que modificó la cultura y la conducta de la segunda mitad del siglo XX. Empezó a distinguir poderes cerebrales en él. En un viaje en bicicleta, cerró los ojos entre colectivos y taxis que tocaban bocinas. Confiaba en que su cerebro convertiría el espacio no visual en un mapa para el movimiento de su cuerpo. Creía en un poder cerebral que excedía lo motriz. Para Grinberg, la realidad no dejaba de ser una construcción capaz de ser modificada por la percepción.

Volvió a Ciudad de México. Quienes lo conocieron en su etapa formativa, cuentan en el documental El secreto de Jacobo Grinberg (2020), dirigido por Ida Cuéllar, que había vuelto con la barba más larga, el pelo alborotado, con más peso. Parecía un científico loco sacado de un dibujo animado. Regresó a México con la intención de dar un paso más: abandonar el empirismo para entrar en un territorio especulativo, metacientífico. Convocó a una serie de chicos menores de edad para evaluar y estimular en su cerebro posibles aptitudes psíquicas. Según él, dos cerebros podían comunicarse sin intermedio del lenguaje, por ondas telepáticas. Toda esa “energía” que hay por fuera entre dos cerebros no es otra cosa que un canal: como si dos antenas se conectaran y compartieran el mismo mensaje; un mensaje que sería más puro, único, sin el malentendido que el lenguaje crea entre los seres humanos. Según una médium que asistió a los experimentos que Grinberg practicaba en su laboratorio de psicofisiología, los chicos se asustaban al entrar en lugares lejanos a su entendimiento, en donde la vida se confunde con la muerte y la actividad paranormal se convierte en un relato de miedo.

Jacobo Grinberg, realizando un experimento de visión extraocular con un niño. ARCHIVO

* * * *

La vida de Grinberg cambió por completo cuando una tarde fue invitado a la quinta presidencial conocida como Los Pinos y vio salir a una mujer de aspecto indígena, pelo corto y cara flaca. Su nombre era Bárbara Guerrero. Nacida en 1900, de origen náhuatl, Guerrero era conocida por el sobrenombre de Pachita. Abandonada por sus padres, había sido criada por un hombre de origen africano que le enseñó a curar con las manos, literalmente. Grinberg había escuchado sobre ella, pero creía, como todo científico, que el pensamiento mágico de los chamanes era una forma más del acercamiento teórico a una verdad científica. Pachita lo invitó entonces a su consultorio.

El consultorio no era más que un catre en una casa humilde. Lo que vio Grinberg ahí escapaba a su entendimiento. Pachita era capaz de invocar la enfermedad con la palabra y remover con sus manos cosas: bolas de pelos, órganos dañados, tumores. Lo hacía con un manejo de la energía del ambiente, una invocación a las estrellas e información oracular del paciente. Pachita realizaba las operaciones con un cuchillo de mango que tenía una inscripción de su “hermanito”, el tlatoani Cuauhtémoc. Ella no era más que un canal de una energía celestial y antigua de origen azteca. Grinberg escribió sobre ella: “El nivel de la conciencia de Pachita era extraordinariamente diferenciado. Durante las operaciones que realizaba ella era capaz de materializar y desmaterializar objetos, órganos y tejidos. El manejo de las estructuras orgánicas, le permitían realizar trasplantes de órganos a voluntad, curaciones de todo tipo y diagnósticos a distancia con un poder y exactitud colosales”.

Después de esos encuentros, Grinberg se vio incapaz de establecer el límite de la capacidad humana: “Estamos dentro de un continuo extensísimo y no conocemos cuales son los extremos”, anotó. Pachita podía salir de su cuerpo y habitar otras mentes, otros cuerpos. Grinberg vinculó la práctica chamánica con la física cuántica. Desarrolló su propia teoría neuronal que llamó sintérgica, y luego profundizó en otros libros. Resumir la teoría resultaría un poco complejo, pero podemos decir que Grinberg trata de echar luz sobre elementos comunes a la neurobiología y a la fenomenología; para él, “todo lo que existe no es más que un nivel particular de conciencia, incluso lo que llamamos materia”. Para Grinberg —como para muchos representantes de la escuela fenomenológica alemana, en sus distintas corrientes—, la mediación entre la realidad de los objetos y el ser humano está mediada por la percepción. La percepción construye realidades y quien “domina” esa percepción puede diluir su subjetividad en una consciencia mayor o ejercer un control sobre la materia, como en el caso de Pachita.

La experiencia con la chamana fue volcada en un un extenso perfil biográfico que se convirtió en un fenómeno editorial. Fue el inicio del viaje que Grinberg hizo al mundo prehispánico —hasta trabar amistad con Carlos Castaneda, aunque luego ambos se distanciaron—. Pachita, sin embargo, no quedó conforme con el libro y le pidió que lo sacara de distribución. Era tarde; el libro había trascendido las fronteras.  Nunca más volvieron a hablar. Los chamanes de México, la saga de libros luego de la biografía de Pachita, fue un intento de obtener un panorama sobre los distintos chamanes que aún habitaban territorio mexicano. Fue también un replanteo sobre la posibilidad de un estudio profundo acerca de la psicología desde México, desde una perspectiva de la física cuántica y la fenomenología. Los textos tuvieron un gran impacto en la época, pero leídos con la lupa de nuestro presente parecen el resultado de una mente encantada y afiebrada, enceguecida por los cambios en su propia psiquis. Como dice uno de sus colegas del laboratorio, “para los científicos era un chamán, pero para los chamanes no dejaba de ser un científico”.

Grinberg continuó sus estudios sobre la telepatía y la telequinesis. Según él, una excelente práctica para lograr la unión entre dos cerebros era la meditación. Para el científico, dos cerebros expuestos a diferentes estímulos podían lograr resultados parecidos. A esos resultados los llamó “potenciales transferidos”. En una entrevista, Grinberg dijo: “Imagínate que estamos tú y yo y nos dicen ‘vamos a hacer un potencial transferido’, entonces nos dejan interactuar para generar un sistema, nos ponen en dos cámaras de Faraday y a ti te mandan flashes. Tú estás con los ojos abiertos, viendo los flashes y se va a generar un cambio en tus células registrado por un electroencefalograma; yo, que estoy en la otra cámara completamente a oscuras y en silencio, es probable que encontremos que en mi cerebro también haya existido potencial de respuesta, no tan grande, pero exactamente en el mismo punto y en el mismo tiempo”.

Grinberg estaba convencido sobre los alcances de la telequinesis. A sus 47 años, luego de largo tiempo de estudio neurofisiológico y de entrevistar y conversar con todos los chamanes vivos de México, creía que había juntado las pruebas empíricas necesarias y fehacientes como para llevar adelante un experimento. No más niños; la prueba sería con dos adultos para ver los alcances entre una persona ubicada en México y la otra en la India. Si los resultados buscados por Grinberg y su equipo eran positivos, estaría muy cerca de dar con la idea de que la unión ocurre gracias a la pertenencia a una única consciencia.

Grinberg estudió el chamanismo para expandir las posibilidades de la ciencia. ARCHIVO

* * * *

Poco antes de cumplir 48 años, Grinberg tenía preparado su boleto para viajar a la India. Allí se encontraría con el equipo de científicos para llevar adelante la prueba. Volvería para el festejo de su cumpleaños, pero Jacobo no apareció. Sus hermanos lo conocían, decían que así era él. Con el correr de los días, su única hija empezó a sospechar: ¿había viajado a la India? Llamó a Teresa Mendoza, su esposa, quien aseguró que Jacobo aún no había regresado de la India. Un mes después, la familia tampoco tuvo noticias de Teresa. Los hermanos de Jacobo también se preocuparon. Decidieron entrar a la casa y la encontraron vacía, sin presencia de Teresa ni de Jacobo.

El caso de Jacobo Grinberg se volvió mediático. La familia decidió contratar al comandante de policía Clemente Padilla, quien dijo que las computadoras y los libros de Jacobo habían desaparecido el mismo día que él. También aseguró que el científico nunca había viajado a la India. Dio con una pista de un hombre, un trabajador de una estación de servicio en Boulder, Colorado, que aseguró haber visto a Grinberg y su esposa bajar de un auto que lo llevaría a las oficinas de la CIA. Padilla descubrió que Grinberg había trabajado para la Universidad de Colorado enviando informes durante años, algo que los parientes más cercanos no sabían. Padilla logró dar con la evidencia de tres vuelos distintos hechos por Jacobo y Teresa en Estados Unidos, luego de que ocurriera su desaparición. Ante esta evidencia, la hipótesis de Padilla fue que Grinberg había sido secuestrado y extorsionado para continuar con su investigación sobre telepatía y telequinesis en la CIA. Ante esta pista, la familia decidió descartar la hipótesis de un posible secuestro por parte del servicio de inteligencia de Estados Unidos y abandonó toda esperanza. A mediados de la primera década del siglo XXI, cuando la CIA desclasificó sus documentos, se encontraron informes de Grinberg sobre telequinesis.

La otra hipótesis sobre el caso recae sobre la figura de Teresa Mendoza. Un personaje sospechoso, que falseó un título universitario de la Universidad de San Francisco. Su relación con Grinberg no era buena. En el último tiempo, Jacobo había acondicionado la parte trasera de una camioneta para dormir en ella. Le dijo a su hermano que temía por su vida, y las discusiones con Teresa, producto de los celos de ella, escalaban en violencia. Una de las pistas llevaba a un hombre contratado por Teresa para llevar adelante el secuestro y asesinato de su marido, aunque esa línea de investigación no fue esclarecida.

La otra hipótesis del caso tiene que ver con realidades paralelas, con portales, con mundos exteriores. Con la posibilidad de que el avance de Grinberg en sus investigaciones sobre la sintergia diera con la forma de abrir un portal para viajar a la galaxia de Andrómeda, en donde, se cree, los seres que habitan esos mundos han logrado un nivel elevado de la consciencia hasta comunicarse de una mente a la otra, sin necesidad del habla ni de los malentendidos del lenguaje. En ese mundo paralelo, puro y único, habrá tal vez una respuesta al enigma sobre qué pasó con Jacobo Grinberg.

Cineasta, periodista y escritor. Ha dirigido los documentales, Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini (2014, Premio Argentores) y El volcán adorado (2018). Es autor del libro de cuentos Bailando con los osos (2013) y del ensayo Una isla artificial: crónicas sobre japoneses en la Argentina (2019). Su último libro, coescrito con Damián Huergo, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), premiado por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina.