No fue centro comercial ni empresarial ni de entretenimiento, tampoco el palacio de los espectáculos del progreso. El Helicoide fue mucho más: la obra futurista de Caracas, el símbolo de la modernidad venezolana y la acrópolis caribeña. Pero, a su vez, El Helicoide nunca fue. Atrapado en su propia espiral, ni siquiera escapó de convertirse en el centro de tortura más grande de Latinoamérica.
Se dice que Hugo Chávez llegó a afirmar que El Helicoide estaba maldito, y quizás tuvo razón. La construcción fue refugio para damnificados por deslizamientos de tierras y luego, zona de drogas y prostitución. Trató de ser centro industrial, centro de turismo, centro de artes escénicas, museo de arte, museo de historia natural y antropología, museo de ciencia y de la técnica, centro cultural y de investigación, y un espacio que albergara la Biblioteca Nacional, el Archivo General de la Nación y la Imprenta Nacional. El Helicoide casi logró ser un centro ambiental y sede del Ministerio del Ambiente y de los Recursos Renovables durante el Gobierno de Luis Herrera Campíns. Casi. Aunque el centro ambiental logró culminarse hasta con una biblioteca con nichos de mármol, nunca se inauguró. Y eso que, en 1992, los arquitectos de la remodelación, Julio Coll y Jorge Castillo, hicieron una meditación y algún otro ritual para espantar la energía negativa que bloqueaba el desarrollo arquitectónico. Entonces, supieron la maldición de origen: unos indios muertos anunciaron su venganza por montar El Helicoide encima de un cementerio aborigen.
Tal vez por mala energía, lo que sí acabó funcionando fueron las oficinas de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP), después de que, en 1985, el Gobierno de Rafael Caldera entregara a este organismo dos pisos en comodato por 15 años. Con Chávez, la DISIP pasó a llamarse Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) y a tener sede principal en El Helicoide. También se crearon “salones” para la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad y de la Universidad Nacional Experimental de las Fuerzas Armadas, y un centro para niños de la calle, mientras se mantenían ocultas tres celdas y a sus presos políticos.
Para 2014, El Helicoide tenía al menos 27 proyectos de rehabilitación sin concretar y demasiados usos improvisados.
Recuerda Gilberto Sojo, habitante de la parroquia San Agustín: “[El Helicoide] era el sitio al que nunca se le iba el agua, y había una toma a la que iba la gente de [las parroquias] San Pedro, San Agustín y Santa Rosalía a llenar sus latas de agua. Las rampas las usábamos los sábados para lanzarnos con patinetas que hacíamos nosotros mismos. Alrededor de ‘Los ranchitos del Helicoide’ [ahora, barrio El Progreso] había una calle que se llamaba ‘Sin ley’ y de ahí salió el grupo de tambor con ese nombre. Todos por aquí nos acordamos de lo bueno de El Helicoide”.
Con la llegada de Nicolás Maduro comenzaron las remodelaciones propias de una cárcel: más oficinas, más celdas y salas de torturas. Ahora, las espirales de El Helicoide son, en realidad, anillos de seguridad que, según datos recientes de la ONG Justicia Encuentro Perdón, resguardan al menos 90 presos políticos.
“Entre 2021 y 2023”, cuenta el familiar de un preso político, “las oficinas cambiaban de lugar, no sé si por estrategia o desorden. A los presos también los movían. No importa dónde estés, siempre huele a cloaca, porque ahí no hay ventilación, ni luz natural, ni agua. Hay aires acondicionados en todos lados y casi todos tienen malos los desagües. Entonces, las paredes tienen humedad. Muchas de las divisiones de los espacios fueron improvisadas, están hechas de drywall. Algunos pisos tienen cerámica pequeña o se quedaron en cemento. Las ‘mejoras’ de las celdas las pagamos los familiares, igual que el camión cisterna para llenar los tanques de agua. Los pasillos tienen muchas rejas. Todo allá adentro es muy rudimentario”.
El delirio y la grandeza
Siempre hay que decirlo: al arquitecto Jorge “Yoyo” Romero Gutiérrez se le ocurrió El Helicoide como se le ocurrió toda la Caracas moderna, y junto con Dirk Bornhorst y Pedro Neuberger alumbró en 1955, coincidiendo con la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, el proyecto “El Helicoide: Centro Comercial y Exposición de Industrias”.
Inspirado en los espirales de Frank Lloyd Wright, “la montaña de exposiciones con rampas”, como la llamó Bornhorst, sería un strip mall de cuatro kilómetros de rampa ascendente y descendente. Los más de 300 locales distribuidos en seis niveles que alojaría el edificio también se conectarían por ascensores diagonales vieneses hechos a la medida y con capacidad para 96 personas. Un séptimo nivel estaría coronado por la cúpula geodésica de Richard Buckminster y cada uno de los niveles estaría decorado con el paisajismo de Roberto Burle Marx. Hasta Salvador Dalí quiso decorar El Helicoide, porque dicen que evocaba a sus relojes.
No es para menos. La Roca Tarpeya —la colina de Caracas, llamada como la romana, donde se ubicó El Helicoide— fue esculpida con una forma geométrica insólita y produce una visión distinta según el ángulo desde el cual se le mire. Más que una construcción que se adaptó en armonía con la roca, El Helicoide se proyectó como otro relieve que, además, tendría un bulevar que lo conectaría con el Jardín Botánico de Caracas.
Cada quien se dejó hechizar: la monumentalidad de la forma que todavía mantiene encantó a Maurice Rotival. El uso del concreto martillado dejó fascinado a Oscar Niemeyer. Pablo Neruda llegó a decir que fue la “creación exquisita jamás nacida de la mente de un arquitecto”. Nelson Rockefeller trató de comprar el proyecto, quizás como una más de sus macroinversiones en Venezuela y para promover su objetivo de la American way of life.
De El Helicoide se supo hasta en la revista Time y en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) durante la exposición Roads (1961), resaltando la integración del diseño vial en una arquitectura nunca antes vista. Ludwig Glaeser, curador del Departamento de Arquitectura y Diseño del MoMA, comentó que Caracas “debía ser felicitada por ser la primera ciudad del mundo en tener una estructura arquitectónica basada en la integración topográfica”. Todo libro de arquitectura que mencione el estilo brutalista tiene una foto de El Helicoide.
Porque aquello, cuenta el arquitecto Enrique Larrañaga, “estaba completamente en sintonía con los valores de finales de los años cincuenta, cuando ya el uso del vehículo predominaba por encima de cualquier otra experiencia urbana: carro para el cine, carro para comerte la hamburguesa, carro para todo. Entonces ibas a recorrer el mall en carro, o sea, ibas a parar el carro delante de la tienda a la que ibas a ir”.
Pero cayó Marcos Pérez Jiménez y se desplomó el delirio: El Helicoide había quedado para la memoria como una obra de la dictadura, y todo lo de la dictadura debía quedar atrás.
Dice el crítico sociocultural Erik Del Bufalo en Proyecto Helicoide y los misterios de la modernidad venezolana: “El Helicoide fue una obra condenada a ser ruina anticipada. Más que una ruina moderna, representa el modernismo desvalijado que ocurrió antes de que nuestra contemporaneidad viniera a invadirlo con cierta venganza. Su edificación fue a la vez su proyecto y la imagen fracasada de ese proyecto (…) [y] más que ser uno de los monumentos del fracaso de la modernidad venezolana, es el ejemplo perfecto de cómo esta modernidad pudo darse cabalmente, pero solo como imagen, como posibilidad”.
Propuestas a futuro
Ahora, cuando El Helicoide está tan lejos de lo que pudo ser y no fue, quizás convenga que quede el recuerdo de lo que es para que no vuelva a suceder.
“En mi opinión”, dice Larrañaga, “es necesario deslastrarlo del mito de gran obra, de ‘la gran pirámide de Caracas’, para hacerle un análisis crítico a la estructura sin romanticismo ni rabia y ver cómo se le puede resucitar”.
Otra vez se está hablando de esto, tal vez por la esperanza del cambio político en Venezuela. Algunos deseos: que cierre por completo y se convierta en museo, viviendas, jardines colgantes, un punto que conecte el oeste con el sur de Caracas…, pero que se quede, que no lo dinamiten, porque esto traería el problemón del desalojo y reubicación de los barrios alrededor de la construcción.
Precisa la historiadora cultural Celeste Olalquiaga, fundadora y directora de Proyecto Helicoide: “Pese al deterioro del concreto, sí se puede mantener una parte de El Helicoide para la historia, por supuesto. Es posible. El área de las celdas sí debería ser un museo de la memoria, pero no todo El Helicoide”.
Agrega un expreso político: “Si van a montar un museo, que sea en la parte del SEBIN nada más, y que sea con todas las caras de los responsables de esta tragedia, de mis torturadores que casi me matan. Yo que estuve ahí, te digo que la estructura sí aguanta pa´ lo que sea, porque no es mala, malos son los que le están dando uso ahorita”.
Para Larrañaga, un Helicoide museo es una idea poco sustentable, porque “la iluminación artificial y el aire acondicionado para más de tres kilómetros sería muy costoso para instalar y mantener, ni hablar de llenar más de tres kilómetros con memoria sin que se convierta en una exhibición morbosa o mal intencionada. Lo que sucede ahí no es que tenemos que recordarlo solo ahí”.
Sobre todo, cuando se quiere olvidar: “La verdad, de verdad, yo lo que quiero es que bombardeen esa mierda”, dice el expreso político. “Eso es un centro de torturas muy arrecho. Pero si no van a volar esa vaina, que le saquen provecho: monten una universidad, un liceo o una escuela”.
Movido por el deseo que dejen de ver al Helicoide como un “elefante blanco”, el arquitecto Pablo Nascimento quisiera que el edificio “se convierta en un centro de enseñanza y divulgación de los valores fundamentales de la democracia para que no quede nada de lo que es esta barbaridad, que no sea un lugar de contemplación nada más. En donde está la cúpula, por ejemplo, podría ser un gran salón para conferencias”.
Esta es una propuesta semejante a la de Olalquiaga: “Para mí, podría haber un centro cultural y deportivo que sirva a la comunidad que lo rodea”.
Claro que ejecutar anhelos como estos supone resolver demasiados problemas infraestructurales, pero es posible: donde estuvo la biblioteca de mármol, que es el mismo espacio donde Nascimento visualiza un salón para conferencias, ahora funciona el gimnasio Mayor General Elio Estrada Paredes de la Policía Nacional Bolivariana (PNB), inaugurado en febrero de 2023 para la Superliga de Baloncesto. Tras su remodelación en 2022, cuenta con un aforo para 1.000 personas y es una de las canchas más modernas de Venezuela.
“¿Y cuando no hay Superliga, pa´ qué sirve eso?”, dice el familiar de un detenido hace unas semanas. “Algo más se tiene que hacer. Esa vaina no puede quedar pa´ lo que está: un estacionamiento de camionetas del DAET [Dirección de Acciones Estratégicas y Tácticas de la PNB], de ballenas [camiones lanza agua], perreras [camiones para los traslados de presos] y ambulancias. Y hay un parapeto de oficina para los derechos humanos, ¿cómo es eso si ahí torturan a la gente? Es como desperdiciar El Helicoide, ¿verdad?”.
Larrañaga insiste en la falta de ventilación e iluminación natural como los mayores problemas de la edificación. Por eso sostiene que la propuesta de reutilización más apropiada sigue siendo la de un cementerio de nichos: “A lo mejor, aquella propuesta se dejó así porque se considera pavoso hablar de esto, pero debería ser una prioridad de salud pública, porque es algo que todos vamos a utilizar en algún momento. Desde la construcción del Cementerio General del Sur no ha habido inversión pública en cementerios y la gente, con recursos económicos o no, tiene que optar por cementerios privados”.
Sea cual sea el proyecto que le deshaga la maldición de su fracaso original, El Helicoide exige esfuerzos que siempre hay que intentar. Bien dice Olalquiaga: “Hay miles razones por las cuales hoy en día El Helicoide no pudiera funcionar, comenzando por el mal cálculo en la ubicación del centro comercial, cuando se pensó que el eje comercial de Caracas se iba a desarrollar de norte a sur, pero se desarrolló hacia el este. Entonces, ya se perdería como centro comercial… Pero tiene que quedarse y contarse la historia completa hasta donde la sabemos”.
Porque todavía hay mucho que contar y “tanto por hacer”, decía Romero Gutiérrez, a ver si esta vez y para siempre retomamos la espiral de esa promesa que estamos obligados a seguir creyendo.
Nota: los nombres de los familiares del preso político y del detenido que aparecen en este reportaje fueron omitidos como condición para obtener sus testimonios. El nombre del expreso político fue omitido por temor a represalias, pues aún no se le ha concedido libertad plena.