El primer voto del señor Jorge Alonso fue para Juan José Arévalo, primer presidente democrático de Guatemala. A los 98 años, su último voto ha sido para un hijo de aquel mandatario: Bernardo Arévalo. “Tengo la esperanza de que este nuevo Gobierno luche por un mejor país para mi biznieta”, dice Alonso. Como él, tantos guatemaltecos que conocieron “la primavera democrática” del país (1944-1954) acudieron a las urnas el pasado 20 de agosto compartiendo la emoción de un nuevo cambio posible con nietos, hijos y sobrinos.
A Bernardo Arévalo (Montevideo, 1958) nadie lo vio venir. Guatemala iba camino de cumplir una década de profunda erosión en su siempre frágil democracia. Las élites políticas y económicas que dominan el país tenían todo armado para que otro de los suyos sucediera en la presidencia al conservador Alejandro Giammattei. A través del corroído poder judicial, consiguieron ir sacando de la competición electoral a los candidatos opositores que despuntaban. Arévalo no aparecía ni como remota posibilidad. Voló bajo radar y eso le permitió dar la sorpresa en la primera vuelta. Redujeron tanto a la oposición que acabaron concentrando el voto de quienes están hastiados de la corrupción, el origen de los otros grandes males del país: la pobreza y la violencia.
Arévalo y su Movimiento Semilla estuvieron a punto de no llegar. Tras la primera vuelta, la Fiscalía hizo lo indecible por ilegalizar el partido para que compitiera en su lugar el oficialista Vamos. No pudo. El intento fue tan descarado que provocó una protesta ciudadana masiva y sólida en defensa de la democracia y la separación de poderes. Unas movilizaciones que recordaron a las marchas anticorrupción de 2015 de las que brotó Semilla, primero como grupo de análisis y después como partido político. Los guatemaltecos están preparados para volver a las calles. La transición política guatemalteca es larga. Quedan seis meses para la toma de posesión del 14 de enero de 2024 y nadie descarta nuevas artimañas para impedir el mandato de un presidente que ha prometido tolerancia cero a la corrupción que ahora gobierna en los tres poderes del Estado.
La primera muestra de esa inseguridad llegó dos días después de las elecciones. El martes 22, Arévalo anunciaba en Twitter la suspensión del festejo convocado para la tarde de ese día en el Parque Central de la capital. “Pronto nos volveremos a encontrar para celebrar esta victoria para Guatemala”, escribió, sin ofrecer mayor explicación. Tampoco lo hizo, consultada por COOLT, la portavocía de su partido. En centenares de respuestas a ese tuit, los ciudadanos decían comprender la decisión “por cautela” ante posibles argucias judiciales, pero también por la propia seguridad del presidente electo. La situación es tan tensa que la Organización de Estados Americanos (OEA) va a mantener su misión de observación electoral en el país hasta el mismo 14 de enero. El secretario general del organismo, Luis Almagro, viajó a Guatemala entre las dos vueltas electorales y se reunió con Giammattei. La presión internacional —también de EEUU, la UE y la ONU— ha sido clave para que Arévalo haya llegado a la segunda vuelta.
Un presidente sereno, de consensos e internacionalista
Bernardo Arévalo es un presidente atípico en su país y también en una Centroamérica que desciende hacia el autoritarismo. “Una semana funesta para Nicaragua, pero en Guatemala una esperanza con la victoria de Arévalo. Esperemos que esa esperanza fructifique para bien de toda Centroamérica”, escribió tras su victoria la escritora nicaragüense Gioconda Belli, exiliada en España. Arévalo es un político de izquierdas que no tiene medias tintas para el régimen de Daniel Ortega: “Es un desastre”, ha dicho. “Nuestra política exterior —ha prometido— va a ser promover siempre la democracia nacionalmente e internacionalmente. Vamos a buscar formas de relacionamiento donde podamos ayudar a que la democracia regrese a Nicaragua”.
Arévalo es hijo del exilio de su padre y heredero de su trayectoria internacionalista. Sus primeros años transcurrieron entre Montevideo, Caracas, Ciudad de México y Santiago de Chile. En su adultez prosiguió el periplo en destinos como Jerusalén, Madrid y Ginebra. Desde los 20 años les han ofrecido a él y a sus hermanos postularse a cargos electos. No quiso hacerlo hasta los 58. Su trayectoria ha sido diplomática y académica, como especialista en resolución de conflictos. Llegó a ser viceministro de Relaciones Exteriores, la última dependencia del Estado en la que trabajó su padre antes del golpe militar que los llevó al exilio. También fue embajador en España y director de la organización Interpeace en América Latina. Su perfil de “hombre de paz” y experto negociador augura una nueva voz serena de izquierda democrática para la región, al estilo del presidente chileno Gabriel Boric.
Su triunfo también es una excepción en el contexto internacional. En un momento donde la frustración popular la canalizan figuras estridentes y autoritarias, Guatemala ha elegido a un hombre tranquilo para iniciar un cambio de época. Para continuar la “primavera democrática” que abrió Juan José Arévalo en 1944, continuó Jacobo Árbenz en 1951 y quedó interrumpida durante siete décadas desde el golpe de Estado de 1954, promovido por Estados Unidos a través de la CIA en el contexto de la Guerra Fría y bajo el pretexto de una amenaza comunista que no era tal en Guatemala. “Durante el periodo gubernamental de Juan José Arévalo (1945-1950), comenzaron a sonar las alarmas. No porque el profesor Arévalo, que defendía un ‘socialismo espiritual’ confusamente idealista, se hubiera metido contra la United Fruit. Pero hizo aprobar una ley del trabajo que permitía a los obreros y campesinos formar sindicatos o afiliarse a ellos, algo que en los dominios de la compañía no estaba permitido hasta entonces”, describe Mario Vargas Llosa en su novela Tiempos recios (Alfaguara, 2019), que narra esos años convulsos y decisivos de la historia guatemalteca y el papel que jugó la bananera estadounidense en la historia de la región.
Una oportunidad histórica con desafíos mayúsculos
El señor Jorge Alonso estaba a punto de graduarse de maestro cuando la Revolución de 1944 llevó al primer Arévalo al poder. “Encontró mucha resistencia, todo entonces era anticomunismo”, recuerda de aquel tiempo. “Hace 79 años fue electo Juan José Arévalo, cuyo Gobierno fue blanco de varios intentos de golpe de Estado. Hoy su hijo Bernardo recibe el mandato de su pueblo de gobernar bajo las mismas sombras de fuerzas desestabilizadoras. ¡Felicidades, Guatemala! ¡No bajen la guardia!”, escribió el día 20 la expresidenta de Costa Rica Laura Chinchilla. Nadie espera que Bernardo Arévalo lo tenga más fácil. Las amenazas antidemocráticas tienen formas distintas, pero planean también sobre su futuro mandato tal como lo hicieron sobre el de su padre.
Semilla ha ganado en las urnas el poder Ejecutivo, pero tiene en contra a la mayoría del Congreso, formada por las élites que manejan el país desde hace décadas, y al poder judicial, intervenido por el Gobierno en los últimos años con nombramientos irregulares y notables fiscales anticorrupción en el exilio. Semilla no tiene tampoco una gran estructura. “Hemos nacido como un movimiento intelectual, clasemediero y urbano, tenemos que crecer y hacernos un partido nacional”, ha reconocido Arévalo. El presidente electo sabe que las expectativas son altas y que tendrá que entregar pronto mejoras concretas. Promete un efecto dominó: con un Gobierno de tolerancia cero a la corrupción, esta práctica —argumenta— irá descendiendo a todos los niveles, hasta llegar también al poder más cercano a los ciudadanos, sus alcaldes.
Bernardo Arévalo compitió por la presidencia como diputado novel de un grupo minoritario, pero con un apellido histórico. “El nombre de mi padre me ha abierto las puertas y los corazones”, suele decir. Y también: “Yo no soy mi padre, yo estoy siguiendo su camino y quiero que lo sigamos todos”. El sociólogo de 64 años se siente responsable del importante legado de su padre, quien dejó bases sociales como el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social. Proclama la vigencia de los valores que Juan José Arévalo defendió. Y promete su propio “giro de timón”: entonces fue el de un país que estrenaba democracia y ahora es el de una nación que ha votado para rescatarla. Más de dos millones de guatemaltecos, como el señor Jorge Alonso, confían en él: “Vamos a estar mejor, te aseguro que vamos a estar mejor, que yo todavía no me quiero ir”.