Jon Lee Anderson: “África tiene más porvenir que América Latina”

El periodista estadounidense aborda los retos y flaquezas de una región atrapada en ‘Los años de la espiral’.

El periodista estadounidense  Jon Lee Anderson, quien ha plasmado su experiencia en América Latina en libros como ‘Los años de la espiral’. DAVID MONTELEONE
El periodista estadounidense Jon Lee Anderson, quien ha plasmado su experiencia en América Latina en libros como ‘Los años de la espiral’. DAVID MONTELEONE

Dar con Jon Lee Anderson es una tarea faraónica. Puede contestar un mail desde Chile, mientras espera la asunción del nuevo presidente Gabriel Boric, y al día siguiente quizás está en un auto recorriendo los pantanos de Nueva Orleans detrás de una nueva historia. Cuando no está dando clases en su tercera casa, la Fundación Gabo, con sede en Cartagena, Colombia, el mítico periodista, cuya firma es una marca registrada de la crónica y un símbolo de calidad en la revista The New Yorker, se desplaza hacia un nuevo territorio en pugna y prende la alarma por lo que está ocurriendo en Ucrania.

La estirpe a la que pertenece Jon Lee Anderson como periodista no abunda como en otras épocas. Hombres y mujeres formados en la aventura y en una búsqueda estilística para construir un delicado equilibrio entre literatura e información. Anderson es, antes que nada, un curioso nato. Comenzó su camino en viajes erráticos por el Amazonas y afiló sus herramientas como redactor en 1979 en The Lima Times, el semanario en inglés de Perú. La relación entre Anderson y Latinoamérica no se queda solamente ahí, en lo anecdótico de lo formativo o en los primeros pasos por la crónica, el reportaje o la nota de color. Anderson lo dice: profesa un amor especial por el continente. No siente lo mismo por Europa, donde ha fijado su residencia física y la de su familia (nacido en California en 1957, vive en Dorset, Inglaterra, desde hace varios años). Tampoco siente esa pasión filial por Asia, lugar en donde creció. O por África, cuya experiencia fue publicaba bajo el título de La herencia colonial y otras maldiciones (2012), ni por el Oriente Próximo, que, a pesar de haber registrado la invasión estadounidense en Irak en dos libros, La tumba del León: partes de guerra desde Afganistán (2002) y La caída de Bagdad (2004), no despierta en él un sentimiento de afinidad o cercanía. En Latinoamérica hay algo más.

“Siento que soy un ciudadano de ese hemisferio” dice Jon Lee Anderson, vía Zoom, después de acordar, tras varios intentos fallidos y desplazados, un punto fijo para conversar. “Desde muy joven ando por las Américas del sur y del centro. El español es mi otro idioma. Siento una gran afinidad. Tengo años de recorrer las ciudades y las geografías, años de vivencias en diferentes países. He vivido en media docena de ellos durante años en mi vida. Entonces siento que tengo curriculum. Es parte de mí. Estoy interesado y me importa lo que pasa en las Américas.”

Ese interés le ha reportado varios textos, muchos de ellos clásicos en su producción. Ha escrito perfiles sobre el dictador chileno Augusto Pinochet, el ascenso de Hugo Chávez en Venezuela y las favelas de Río de Janeiro. En el año 2009 se publicó una selección de sus escritos latinoamericanos más célebres bajo el título de El dictador, los demonios y otras crónicas (Anagrama). En su prólogo, el escritor mexicano Juan Villoro señala que la escritura de Anderson busca desentrañar la trama del poder y su derrame hacia las capas bajas, las consecuencias políticas de las ambiciones políticas y económicas en una parte del mundo que desde los años de la Colonia española no ha dejado de sangrar Historia; “Jon Lee Anderson se arrulla en las turbulencias marinas y despierta para contar las tempestades de la Tierra”. La cumbre de ese interés y obsesión ha sido la monumental biografía sobre Ernesto “Che” Guevara, de quien Anderson descubrió su lugar de enterramiento.

Cuba es también el centro por donde orbitan muchos de los textos agrupados en Los años de la espiral. Crónicas de América Latina, publicado en 2021 por la editorial Sexto Piso y traducido por el escritor Daniel Saldaña París. Durante los últimos 12 años, Jon Lee Anderson ha regresado, una y otra vez, a Latinoamérica, movilizado por los vaivenes políticos, las crisis económicas y los auges de líderes populares, pero también por un sentimiento irracional y amoroso hacia un continente que le resulta tan cercano como volver a casa.

Portada del libro 'Los años de la espiral', del periodistaJon Lee Anderson. EDITORIAL SEXTO PISO

- En muchas de las crónicas que componen este libro, estás, como Carlos Gardel, “volviendo”. ¿Qué diferencias encontrás entre la mirada formativa y la mirada del periodista actual?

- Supongo que en aquella época estaba buscando mi narrativa. Claro, uno era más joven y tenía menos conocimientos de la historia, menos cronología propia como para entender las artimañas y vicisitudes de las idiosincrasias nacionales y de la política misma. Espero que no me pase lo que pasa siempre con los viejos, que se encasillan en lo conocido. Cuando me doy cuenta de que empiezo a repetir consignas personales en torno a un tema, a un problema, a un lugar, intento corregirme. Pero no me siento experto en nada. Me gusta sentirme explorador, no en el sentido colonialista, sino en el sentido humano. Buscando lo nuevo al mismo tiempo que lo primordial, el origen de las cosas. Siento que está ahí siempre pero nos elude. Siempre hay capas nuevas que se crean y que son necesarias de descubrir y de entender, y de asimilar, hasta cierto punto.

 Cuba es un país con un problema existencial. No importa cómo lo interpretas, es un país que no sabe su destino

- Cuba tiene un lugar importante en tu libro, ¿por qué aún hoy, varios años después de la Revolución, te sigue interpelando a vos y al mundo?

- Cuba es un tema no resuelto. Sigue ahí, con sus 11 ó 12 millones de personas. Es un país excepcional en el último medio siglo. Es el país que tuvo su revolución armada y propuso un cambio político prototípico para la región. Fue el país en donde Estados Unidos creó su política de contención, que terminó por afectar a los demás países durante la Guerra Fría, y por ende Cuba ha tenido un rol mucho más grande que su espacio geográfico. Debido a Fidel Castro, a los personajes que emergieron ahí, y el papel mundial que jugó. Han pasado una serie de evoluciones a lo largo de los años, menguantes luego de la Guerra Fría, que corresponden con su decadencia y su declive. Ahora está en el limbo. Es un país con un problema existencial. No importa cómo lo interpretas, es un país que no sabe su destino. Suiza, por poner un ejemplo, va a seguir como ha andado desde hace décadas. Bélgica también. A lo mejor México también, a pesar de su violencia interna. Pero Cuba no.

Retratos de Fidel Castro y el Che en una tienda de La Habana. EFE/YANDER ZAMORA
Retratos de Fidel Castro y el Che en una tienda de La Habana. EFE/YANDER ZAMORA

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En el prólogo de Los Años de la espiral Jon Lee Anderson compara a las políticas internas de los países latinoamericanos con la metáfora que propone como título. Según su mirada, “la segunda década del siglo estuvo marcada por la volatilidad, además de por la decadencia o desaparición de algunas tendencias anteriores, así como por la entrada en escena de nuevos patrones, no todos positivos. Es decir una época que se mueve como un espiral”. ¿A qué se opone? A los años iniciales conocidos como “marea rosa”, cuando en Latinoamérica aparecieron líderes políticos de izquierda que parecían cambiar el rumbo político del hemisferio.

- ¿Suscribes esa idea del periodista, poeta y escritor José Martí de crear una patria grande en Latinoamérica? ¿Es posible esa idea desde una mirada externa?

- Todo indica que no, porque fracasó en el siglo XIX. Y ha fracasado en múltiples ocasiones. Yo no digo que no es posible que se cree una cosa así. Así como hicieron los europeos, de su desunión sangrienta, sanguinaria, de siglos, creando la Unión Europea, que siempre está en jaque. Pero requirió que hubiera una Segunda Guerra Mundial con un Holocauto para dejar el germen de una idea así. Del mismo modo que se crearon las Naciones Unidas, aunque hoy es un barco semihundido. Todavía se ve la punta de los mástiles, pero está hundida. En América Latina hemos visto esfuerzos parecidos, pero los nacionalismos han sido demasiado fuertes.

El modelo democrático ha fracasado en el imaginario popular de la mayoría de las personas

- En los textos que conforman Los años de la espiral aparece con insistencia la idea de que los gobiernos populistas han creado nuevos nacionalismos que ponen en crisis las democracias y los estados de derecho.

- Hemos entrado en una época en la que parece que se han quedado atrás las guerras binacionales, de conquistas de territorios entre sí, aunque un país como Brasil todavía tiene sobre qué hablar en ese sentido, en Venezuela y en Guyana. En la zona tropical aún se piensa en términos de conquistas territoriales. Posiblemente surja alguien en Centroamérica capaz de posicionarse como un pequeño Napoleón. Pero hay otro matiz que es el fracaso de los modelos en la región. Sobre todo del supuesto modelo trazado, que es el democrático. Ha fracasado en el imaginario popular de la mayoría de las personas, que han dejado que surjan populismos nuevos, posmodernos, como el de Nayib Bukele en El Salvador, o “cretinescos”, como el de Jair Bolsonaro en Brasil. O rebuscados y semicorruptos, como el de los Fernández en Argentina. Perú, por su parte, es un Estado fallido, no funciona. Su política al menos no funciona. México es un Estado narco, y también lo son Colombia y Venezuela; y muchos de los países del Caribe, con sus cualidades y particularidades, lo son también. Estos países ya no funcionan como estados-naciones. Entonces, algo urge.

- Pareciera no haber destino posible para Latinoamérica.

- Es que no sabemos hasta cuándo será sostenible, con desigualdades tan cruentas que se viven en el día a día. La región puede perdurar como la más violenta del mundo, con un flujo migratorio, con una hemorragia de su gente; tanto que la parte capaz, intelectual, e instruida está buscando futuro en Europa o Estados Unidos, no sé. Hasta cierto punto, África tiene más porvenir que América Latina.

La caravana de la desesperación
Soldados guatemaltecos bloquean el paso de migrantes hondureños rumbo a EE UU en Chiquimula, el 17 de enero de 2021. EFE/ESTEBAN BIBA

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La especulación inmobiliaria convertida en una torre tomada por cientos de personas sin recursos en el centro de Caracas. La muerte lenta y agónica de Hugo Chávez y, con ello, las consecuencias políticas que hubo en Venezuela con la asunción de Nicolás Maduro como presidente. La muerte de Fidel Castro y la puja por un nuevo sistema de representación en Cuba. El polémico Tratado de Paz en Colombia, con la esperanza claudicada de un cese al conflicto entre la guerrilla, los paramilitares y el Ejército. La fiebre por el oro en la Amazonía. La vida y obra de Leonardo Padura Fuentes, uno de los escritores más aclamados de Cuba, luego de la Revolución. Los 20 artículos largos combinados con las 21 piezas cortas que componen Los años de la espiral articulan el posible mapa para una geografía incierta, en cambio constante. Anderson mira hacia Latinoamérica desde afuera, sin tomar partidos, ni hacerse ilusiones políticas, tratando de sostener una ética periodística, que ha sido puesta en crisis durante los últimos 20 años.

- En tus artículos se percibe un cambio de interés. Si en tus primeros años había un foco puesto en el poder y en las dirigencias políticas, ahora tu mirada parece orientada hacia temas como el ambientalismo y el uso consciente de los recursos. Aunque, en muchos casos, parecen una novela distópica de ciencia ficción.

- Es que nunca han logrado sobrepasar su papel como países extractivistas. Algunos lo han soñado, han logrado algo, por supuesto. Los argentinos han tenido un nivel de educación loable que los ha puesto por encima de sus vecinos en términos de lo que su ciudadanía puede lograr. Han logrado una salida para su población, que es más comparable con Europa, que con el resto de los países. Pero es una excepción, Chile también. Y Cuba, con sus misiones médicas, ha logrado formar algo que sale de la media, que no es exportar azúcar. Pero es algo vulnerable, tal vez no sea sostenible. Ellos no tenían los recursos, porque dependían del ingreso ruso. Al menos que alguien esté dispuesto a bancarlos para que formen médicos, y tal vez su industria farmacéutica crezca y vuelva a ser una isla grande en el Caribe, no veo mucha salida. Los demás, nunca han formado economía. Desde las plantaciones y la esclavitud, ¿qué hay? Turismo normal, turismo sexual y éxodo. Y, por supuesto, extractivismo.

Chile siempre abrió un camino. Tanto en las épocas buenas como malas

- ¿En qué lugar te parece que se encuentra ahora la región en relación a lo que está pasando en el conflicto entre Rusia y Ucrania?

- Estamos entrando otra vez en un período de bloques. Los países hegemónicos van a exigir de los países terceros lealtades y posicionamientos. De Venezuela para arriba, con excepciones de algunos, son países fracasados y dependientes, y no van a tener muchas opciones. En donde ves los grandes nacionalismos, y donde yo veo posibilidades de armonizaciones, es en las grandes naciones del Sur, pero no están ni remotamente cercanos a lograrlo, porque cada país tiene su problema interior. Quizás en Uruguay y en Chile hay cierta esperanza, pero los demás son dependientes de economías extractivas, incluyendo a Argentina, que juegan a posicionamientos “guerra friístas” con los gobierno de turno. Tanto Fernández como Bolsonaro estuvieron con Putin semanas antes de la invasión. Eso es un comportamiento típico de los “dictadorcitos” de África de los años sesenta. Así no se comporta un líder nacional que tiene visión con un sentimiento de arraigo nacional. Volviendo a tu pregunta sobre “la patria grande”, sí: habría sido la gran solución, sí.

- Estuviste en Chile para la asunción de Gabriel Boric. ¿Ves un cambio posible ante la realidad “espiralada” que vivimos en Latinoamérica?

- Estuve en Chile, sí. Es un país al que voy con relativa frecuencia. No había estado en dos años. Quise vivir algo de la transición de Boric al poder. Estoy escribiendo algo para The New Yorker. Surge una izquierda, que, si bien no es nueva, es joven. Es más socialdemócrata, y no tiene que ver con la corriente chavista, madurista, orteguista. Es distinta. Abre un camino nuevo. Chile siempre abrió un camino. Tanto en las épocas buenas como malas. Allende, Pinochet, luego el neoliberalismo. La alternancia posmoderna quizás. Y el estallido social, seguido por Boric. Es interesante. Chile es distinto. Y en mis días positivos, veo una posible salida. Ojalá que así sea.

Cineasta, periodista y escritor. Ha dirigido los documentales, Beatriz Portinari. Un documental sobre Aurora Venturini (2014, Premio Argentores) y El volcán adorado (2018). Es autor del libro de cuentos Bailando con los osos (2013) y del ensayo Una isla artificial: crónicas sobre japoneses en la Argentina (2019). Su último libro, coescrito con Damián Huergo, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), premiado por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina.

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