Cuando comienza esta entrevista, Mercedes D’Alessandro repite una y otra vez el término ‘cuidados’, y mientras lo hace, reflexiona: “Hay que buscar otra palabra para expresar el trabajo no remunerado, porque nombrar ‘cuidados’ muchas veces lo coloca en un orden afectivo”.
Nacida en 1978 en la provincia argentina de Misiones, D’Alessandro hace años que investiga la economía con una perspectiva de género, visibilizando el trabajo no remunerado que realizan mayoritariamente las mujeres y cuerpos feminizados y apostando por una distribución equitativa. Su labor para hacer más cercanas las lógicas económicas le ha llevado a hacer continuos viajes por fuera y dentro del país, a publicar libros como Economía feminista (Sudamericana, 2016) —que ya va por su quinta edición— y a aparecer nombrada como una de las 100 personas más influyentes del mundo en la revista Time.
D’Alessandro además ha tenido ocasión de desarrollar sus teorías desde las estructuras del Estado. Entre 2020 y 2022 asumió la recién creada Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía argentino, que, en plena pandemia, tuvo el enorme desafío de pensar en cómo distribuir más equitativamente el dinero en un país con un 40% de desocupación y con una inflación anual que actualmente se sitúa en un 100%.
Durante su paso por el Gobierno se publicó el informe Cuidados, un sector económico estratégico, que dio a conocer que, en Argentina, 9 de cada 10 mujeres se dedican al trabajo doméstico productivo, con un promedio de 6,4 horas diarias, lo que significa tres veces más que los hombres. Si se examina la cifra desde una perspectiva económica, hablamos del 16% del PIB de la economía del país, una cifra superior a la industria nacional (13,2%), el comercio (13%) y el mercado inmobiliario (9,9%).
- ¿De qué hablamos cuando hablamos sobre los cuidados y su valor dentro del sistema económico y social?
- Las mujeres veníamos enfrentando la crisis de los cuidados antes del coronavirus. Cuando sucede la pandemia, esta problemática se profundiza y visibiliza, y a esto se le suma la crisis sanitaria y económica, con más peso en América Latina. Esta realidad, para mí, tiene dos aspectos buenos: la visibilización de estas problemáticas y la importancia del rol que ocupan los cuidados no remunerados en la sociedad y dentro de un sistema económico. Lamentablemente, en su mayoría, la sociedad no ve la importancia del trabajo que es planchar, cocinar, lavar, ocuparse de la crianza o del cuidado de tus padres; en resumen, la organización de una casa. Pero, además, está toda la cadena de cuidados no remunerados que sucede cuando no tenés dinero para contratar a una persona que se ocupe, por ejemplo, de cuidar a tu hijo o hija cuando hay que salir a trabajar.
- ¿Cómo son las lógicas de la inserción de la mujer al mercado laboral y la compatibilidad con las tareas de cuidados? ¿Ha habido una recuperación tras la pandemia?
- La crisis de la pandemia arrojó un aprendizaje muy importante sobre cuál es el lugar que ocupan los cuidados no remunerados en la vida cotidiana. Cuando era directora nacional de Economía, Igualdad y Género, y en Argentina empezábamos a salir de las cuarentenas, surgían diversas problemáticas sobre los cuidados. En particular, con las madres, que, por más que querían salir a trabajar, no podían porque las escuelas estaban cerradas. Algo similar sucedía con las enfermeras, quienes no tenían resuelta la cadena de cuidados. La pandemia recrudeció la crisis de los cuidados y empobreció aún más a las mujeres. En América Latina, retrocedieron el equivalente a dos décadas en su participación en el mercado laboral en tan solo dos meses a partir del cierre de actividades. Es decir, se retrajo la fuerza laboral de varones y de mujeres, pero las mujeres, como partimos de un piso más bajo, retrocedemos a niveles que no teníamos desde el año 2001. Por ejemplo, hasta la fecha, México, que no tuvo un cierre total, no ha recuperado los niveles prepandemia y es el país con la tasa de participación económica de las mujeres más baja (56,9%), mientras que el de los hombres en el rango de edad de 30 a 39 años es de 93,6%, según datos del Instituto Nacional las Mujeres de México.
- ¿Hay algún sector de mujeres que lo sufre más que otras?
- Las madres, sobre todo aquellas que tienen hijos o hijas de menos de 6 años de edad. Y dentro de este rango, quienes están maternando y a cargo de un hogar solas, es decir, un hogar monoparental. Por lo general, estas familias tienen ayuda de abuelas o tías y no tienen otra fuente de ingresos más que el que puedan generar ellas o de algún familiar que las ayude. Esa es la franja demográfica a la que más le cuesta ingresar al sistema laboral. Además, cuando vuelven al mercado, lo hacen en condiciones muy precarias. Si bien muchas mujeres pudieron retomar sus trabajos después de la pandemia, volvieron a ocupar espacios laborales muy precarizados, por ejemplo, de empleadas domésticas, donde se la pasan cuidando y organizando otras casas para luego volver a las suyas y seguir haciendo lo mismo. Una rueda sin fin a costa de muchísimo esfuerzo personal y sin reconocimiento sobre el valor de su trabajo. Hay muchísimos empleos que se perdieron y no se recuperaron.
- ¿Hay algún número estimativo sobre los trabajos que no se recuperaron?
- Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en América Latina y el Caribe, de los 49 millones de puestos de trabajo que se habían perdido en el peor momento de la crisis por la pandemia durante el segundo trimestre del 2020, aún faltan por recuperar 4,5 millones, y la tasa de desocupación sobre las mujeres actualmente se mantiene elevada, en 12,4%, desde 2020. En nuestra región, aún está costando volver a los niveles previos y la franja etaria más excluida son las jóvenes menores de 30 años de edad, con un nivel de pobreza importante y de precarización laboral.
- Es un indicador que sorprende porque no dejan de ser una franja de edad muy vital.
- Todos los indicadores económicos bajos se encuentran en mujeres menores de 30 años de edad. A los varones también les cuesta conseguir trabajo o un salario digno, pero lo consiguen tres veces más que las mujeres. De la región, Argentina es el país con peores indicadores. En datos de la OIT, América Latina tiene 9,4 millones de jóvenes desempleados, 23 millones no estudian ni trabajan y más de 30 millones solo consiguen empleo en condiciones de informalidad. La tasa de mujeres (28,9%) duplica a la de los hombres (14,6%). La mayor parte de esos 15,3 millones de mujeres jóvenes tienen dificultades para acceder al mercado laboral, a la capacitación o al estudio debido a ocupaciones no remuneradas en el hogar. Muchas son mujeres jóvenes con tareas de cuidado: por ejemplo, la hija mayor que cuida a la hermanita más chica mientras la mamá se va a trabajar, o que cuida a la abuela o que tiene sus propios hijos o hijas. En Argentina, por suerte, se está reduciendo la tasa de embarazos en adolescentes, sin embargo, las empresas no quieren contratar a mujeres en periodos de fertilidad o que están maternando. Con los varones, esta situación no sucede. Es un fenómeno estructural.
- Y ese grupo de jóvenes llamados “ninis”, muy estigmatizados en América Latina, ¿entran en la problemática de los cuidados?
- Sí, en Argentina se les estigmatiza por estar en la calle y consumiendo drogas, pero muchas veces se ocupan de cuidar a sus hermanos o hermanas, y no tienen tiempo ni para estudiar, ni para trabajar. En estas generaciones, la mayor carga de tiempo se ve afectada por los cuidados no remunerados, no circula la economía.
- ¿Hay lógicas de cuidados que respondan a una clave comunitaria?
- Depende mucho de los lugares. En los asentamientos populares de la Ciudad de Buenos Aires hay mucha red comunitaria. A mí me gusta nombrarlo como cadena de valor. Mientras algunas mujeres trabajan, otras cuidan de sus hijos e hijas. También, esto sucede con quienes generan los comedores populares. Allí las lógicas de cuidados y de crianza son otras y no pueden existir sin una red comunitaria. Las estructuras mutan, y ese valor, también.
- En los territorios fronterizos, donde se manejan diversas economías (por ejemplo, las zonas de Argentina que limitan con Brasil y Paraguay, países con divisas más fuertes), ¿cómo se puede medir el valor de los cuidados?
- Yo crecí en esas fronteras y recuerdo que mi madre tomaba la lancha para comprar útiles escolares en Paraguay siendo nosotros de Argentina. En esa lógica se mide el tiempo, que tampoco está valorado. Esto también suele suceder con las mujeres que van al mercado central, que usualmente queda lejos de la ciudad, en busca de comida más económica: arman la logística de tomarse un colectivo, buscar precios y venirse con las bolsas gigantescas hasta la casa, y paralelamente viendo qué hacer con los chicos y chicas. En general, esas estrategias de supervivencia son a costa de tiempo. Y ese tiempo de organización doméstica es un tiempo que las mujeres no tenemos para, por ejemplo, crecer laboralmente o educativamente, o simplemente para generarnos placeres. La crisis de los cuidados es transversal a todas las mujeres, son muy pocas aquellas que viven en un barrio cerrado y no se ocupan o no destinan su tiempo a esta problemática.
- ¿Hay algunas políticas gubernamentales que se ocupan de facilitar las tareas de los cuidados no remunerados?
- En Bogotá, Colombia, existen las manzanas de los cuidados. En ciertas zonas de la ciudad, las mujeres pueden resolver muchas cosas: trámites, dejar a tus hijos haciendo juegos, recibir atención psicológica, educación... La idea es el ahorro del tiempo y, por ende, del dinero. En Uruguay también existe un sistema integral de cuidados generado por el Gobierno.
En Argentina, desde el Ministerio de Economía trabajamos mucho en identificar a los cuidados como un problema, y dimos índices concretos mostrando que si este trabajo estuviera remunerado aportaría un 16% del PIB, más que la industria nacional (13,2%), el comercio (13%) y el mercado inmobiliario (9,9%). También presentamos el índice económico de cuánto cuesta una canasta básica focalizado en la crianza. Cuando hablamos de políticas de cuidados, hablamos de fortalecer el acceso al empleo de las mujeres desde el punto de vista económico y de mejorar la calidad de vida de las niñeces; y, obviamente, de unas políticas de combate hacia la pobreza en todos los rangos etarios. Durante la pandemia, Argentina dio ayudas económicas como medida de contención y cuidado: es verdad, no les resolvió sus vidas, pero al menos pudieron alimentarse y vivir.
- Por parte de los varones, ¿hay concienciación sobre la importancia de compartir las tareas de los cuidados?
- Soy ambigua con esos diagnósticos; a veces creo que sí y otras, que no. Según la última encuesta del uso del tiempo realizada durante 2021 por el INDEC, mientras en las personas de 14 a 29 años las mujeres dedican 2:32 horas más por día a este tipo de actividades, en las mayores de 65 años el tiempo dedicado llega a las 3:20 horas. Hay mejoras, pero aún no es equitativa la carga de cuidados que soportan los cuerpos de las mujeres ante los varones.
- ¿Ves mejoras en otros continentes?
- En Estados Unidos no hay licencia por maternidad. Europa tiene buenas licencias, y algunas son compartidas en tanto crianza, sin embargo, aún no hay una franja equitativa. Lo importante es colocar el discurso en la sociedad y luego el camino se va abriendo.