A partir del ritmo de tambores costeros y la métrica del folclor venezolano se da inicio a ‘María Lionza’, la canción del cantante panameño Rubén Blades. Este single del álbum Siembra (1978) es, posiblemente, la pieza que más ha dado a conocer a la deidad venezolana en el mundo.
Basta una búsqueda en Spotify para comprobar que el culto marialioncero y sus seguidores han hecho centenares de versiones de la canción de Blades, desde el tambor al house, así como también nuevas interpretaciones como las del cantautor venezolano-estadounidense Devendra Banhart.
De la misma manera en que se crean versiones y nuevos ritmos sobre una letra, lo mismo ha sucedido con el mito de esta deidad. María Lionza es considerada la reina, madre y diosa del culto que lleva su nombre; se la conoce por viajar montada encima de una danta, un jabalí o un jaguar, por lo que no es de extrañar que sea la protectora de la naturaleza, y se caracteriza físicamente por ser una mujer de gran belleza que vive en un palacio situado en una cueva, bajo un lago en la montaña de Sorte, en el estado de Yaracuy, en territorio venezolano. Para los estudiosos es equivalente a la diosa Yemayá, reina del mar y divinidad de la fertilidad, o a la serpiente de fuego Boitatá, protectora de la selva, el agua y los animales.
El culto a María Lionza tiene muchas variantes, pero el más famoso proviene de la tradición oral desde antes de la llegada de los españoles a América. Se dice que es hija de un cacique de la región de Chivacoa llamada Yara, quien, luego de ser raptada y encantada por una serpiente dueña de las lagunas y los ríos, terminó siendo liberada por los espíritus de la montaña, los cuales mataron al reptil. Así fue que Yara durante el día tomó la forma de la serpiente en el fondo de las aguas, mientras que por las noches volvía a ser Yara para cabalgar sobre una danta.
Otros autores señalan que el nombre de Yara se transformó o se mezcló con el de una dama española encomendera llamada María Alonso, “poseedora de muchas onzas de oro y que, al morir, fue bautizada como María de la Onza”. Inclusive nuevos estudios académicos la dan a conocer como una deidad asociada en significado a dos de los arcanos mayores del tarot: la sacerdotisa (símbolo de lo misterioso, lo psíquico y lo oculto) o la emperatriz (símbolo de la madre, la creación y la fertilidad).
El mito de María Lionza ha sido sincretizado por diferentes creencias indígenas, africanas y católicas en Venezuela, un ejemplo vivo de los procesos de colonización y mestizaje dentro de la sociedad venezolana desde hace varios siglos. La diosa es la figura principal de su corte. La acompañan el indio Guaicaipuro, un cacique indígena, y el Negro Felipe, incluido en el culto a partir de la historia independentista. A su vez, el mito se ha dividido dentro de la sociedad desde finales del siglo XX por su uso político y por cómo su significado psíquico atraviesa los seguidores del culto.
Las tensiones de un país reflejadas en María Lionza
En Caracas, María Lionza se ha hecho especialmente visible a través de una estatua realizada por el artista venezolano Alejandro Colina que muestra a la diosa sobre una danta y levantando sobre su cabeza una pelvis femenina, símbolo de fertilidad. La figura fue concebida originalmente como pebetero en los Juegos Bolivarianos de 1951, celebrados en el Estadio Olímpico de la Universidad Central de Venezuela (UCV), la institución propietaria de la obra. En 1953, el dictador Marcos Pérez Jiménez, acérrimo defensor del culto marialioncero, ordenó su traslado a escasos metros de su emplazamiento inicial, a un pedestal en medio de la autopista Francisco Fajardo, que atraviesa la capital de Venezuela.
Con la llegada de Hugo Chávez al poder, la leyenda de María Lionza volvió a resurgir en la sociedad no solo por el mensaje del mandatario, devoto de la divinidad, sino porque otros dirigentes de Gobierno propusieron trasladar la estatua a otro lugar de Caracas. Los seguidores de la diosa se opusieron a esta decisión: acusaron al régimen bolivariano de querer apoderarse del mito para romper los basamentos culturales en los que la sociedad venezolana se apoya y amenazaron con maldiciones sobre quienes se atrevieran a trasplantar la estatua.
Para la académica Yubiza Zárate, este debate “habla de lo vigente y de la fuerza que posee el mito y el culto a la deidad en la era moderna”. La investigadora recuerda que, en el siglo pasado, mandatarios como Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez fueron fervientes practicantes del culto a María Lionza, “lo que nos hace pensar no solo en su actualidad, sino en la importancia de la magia, de lo divino, en la vida del venezolano racional”.
En 2004, meses antes del referéndum revocatorio contra el presidente Hugo Chávez, la escultura se partió en dos al intentar realizar un molde. La mala manipulación y los años de intemperie ayudaron a generar dicha fractura. Meses después, la pieza fue restaurada en la UCV por Fernando de Tovar y la Fundación Alejandro Colina, pero no pudo retornar a su pedestal en la autopista, ya que una réplica encargada por el Ayuntamiento de Caracas al escultor Silvestre Chacón ocupaba su lugar.
La estatua original permaneció en un almacén de las instalaciones universitarias mientras la UCV solicitaba su reubicación en el emplazamiento previo, pero en la madrugada del 2 de octubre de este 2022 la figura apareció en Quibayo, a los pies de la montaña de Sorte, centro espiritual del culto marialioncero, donde ya se encontraba otra réplica de la obra. Según informaron la Federación Venezolana de Espiritismo y varios medios locales, la estatua había sido trasladada para el famoso ‘Baile en candela’, la fiesta más relevante en honor a la diosa, que se celebra cada 12 de octubre.
La tensión entre la UCV, propietaria de la pieza, y el Gobierno de Nicolás Maduro provocó un cruce de comunicados oficiales: unos dirimían que la pieza había sido robada, mientras que otros afirmaban que la diosa llevaba años secuestrada por la institución universitaria. En palabras del Instituto de Patrimonio Cultural, organismo estatal que asumió la responsabilidad de lo ocurrido, el traslado a la montaña de Sorte se produjo para “proteger, preservar y reubicar la estatua en nuevas condiciones acordes con su significado histórico, patrimonial y espiritual”.
La política como catalizador del mito es, antropológica y psicológicamente, la variante más importante de los últimos años. El prejuicio ha ensombrecido al culto ya que, como afirma el psicoanalista junguiano Luis Pulgar, hace que lo psíquico se polarice: “Lo que es afuera es adentro, como decían los alquimistas”. Pulgar agrega que esta tensión “mueve los complejos culturales a nivel inconsciente, ya que la creencia polariza” la figura de la diosa.
El mito de María Lionza está en constante sincretismo, esta vez bajo el manto político, pero sin ninguna canción nueva para alabarlo.