El sótano era el principio y el final.
Los seis escalones que bajaban los prisioneros secuestrados por el Grupo de Tareas de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) eran el primer tramo del descenso al infierno de la última dictadura cívico-militar en Argentina. Una metáfora literal y real que, a 40 años de inaugurado el período democrático, aún permanece cosida en los cuerpos, en los pliegues de la memoria de hombres y mujeres que pudieron sobrevivir al horror programado. El sótano era también el último lugar por el que pasaban antes de ser arrojados —muertos o sedados— al Río de la Plata, desde aviones que partían del Aeródromo Militar Campo de Mayo, con el fin de eliminar los cuerpos y las pruebas del delito.
Al sótano se entraba por el patio trasero del edificio Casino de Oficiales, donde funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio de la ESMA entre 1976 y 1983, pegado a la Avenida del Libertador, en el corredor norte de la ciudad de Buenos Aires. En estas instalaciones, bajo tierra, a espaldas de la sociedad y de la legalidad, se interrogó a prisioneros por medio de la tortura: picanas eléctricas, submarinos, golpes con palos en las articulaciones, asfixia con bolsas plásticas, vejaciones, violaciones sexuales, amenazas, y otros métodos que exceden la capacidad de las palabras para dar cuenta del terror y el sufrimiento de quienes lo padecieron. En palabras de Marta Álvarez, una de las secuestradas en la ESMA que pudo aportar su testimonio en el juicio a las Juntas Militares celebrado en 1985, “la tortura empieza un día y creo que no termina nunca”.
En varios testimonios de sobrevivientes que pasaron por el sótano aparece un recuerdo en común: una viga de hierro. Al llegar encapuchados, cuando los acarreaban al espacio específico para la tortura, se golpeaban la cabeza con el hierro que cruzaba la pared. Esa viga, junto a otras no tan visibles, sostiene el techo y la estructura del piso superior: la base de otra estancia, el salón Dorado. Antes de 1976, ese espacio albergaba las ceremonias de la oficialidad de la Armada. Con el golpe militar, mutó a centro estratégico para la planificación de los secuestros y para el análisis de la información recogida durante la tortura. A 40 años del grito fundacional del Nunca Más, en el salón Dorado, justo arriba del sótano, hay hombres y mujeres agolpados, hablando entre sí, sacando fotos con sus celulares; algunos están de pie, otros sentados en sillas blancas, otros en bancos de madera. En una de las puntas hay cuatro sillas vacías. Faltan unos minutos para que se sienten Mayki Gorosito, actual directora del Museo Sitio de la Memoria ESMA; Mauricio Cohen Salama, responsable de Producción Museográfica y Contenidos del centro; y la arquitecta patrimonialista María Turull. Es 19 de octubre de 2023. Acaba de cumplirse un mes exacto de la denominación del espacio, por parte de la Unesco, como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
La charla abierta al público es un modo de celebrar y valorar la ponderación de la memoria, la verdad y la justica contra el genocidio y los crímenes de lesa humanidad. En la cara de cuatro mujeres sentadas en la primera fila se percibe algo parecido a una sonrisa, a un gesto de alivio. Las cuatro mujeres rondan los 70 años, miran al frente con las manos entrelazadas entre sí. Las cuatro fueron secuestradas en el campo de concentración de la ESMA. Las cuatro pertenecen a la Asociación de ex Detenidos Desaparecidos. Cuando Mayki Gorosito, previo a empezar a hablar, agradece su presencia, las cuatro, al unísono, aplauden fuerte, como si estuvieran enfrentando fantasmas o silenciando voces negacionistas que volvieron a rumiar en la última campaña presidencial en Argentina.
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El predio donde actualmente se encuentra el Museo Sitio de la Memoria ESMA tiene un total de 17 hectáreas. Desde 1924 fue parte de la Armada Argentina, cuando el Concejo Deliberante de Buenos Aires lo cedió por ley. Allí se construyeron 34 edificios, entre los que se destacan la Escuela de Mecánica, la Escuela de Guerra Naval y el Casino de Oficiales. Un espacio para la educación y la formación de ingresantes. Tales funciones continuaron vigentes incluso a partir de 1976, cuando se transformó en uno de los principales y más cruentos campos de concentración de la dictadura cívico-militar, por donde pasaron 5.000 detenidos-desaparecidos.
Al regreso de la democracia, la Armada siguió teniendo potestad sobre el predio y continuó funcionando como Escuela de Suboficiales. Sin embargo, la sociedad argentina se preguntaba qué hacer con ese grito, con ese espejo, con esa sombra que la miraba desde una de las arterias más importantes y visibles de la Ciudad de Buenos Aires.
En 1998, el presidente peronista Carlos Menem impulsó un proyecto de ley para demoler el espacio y crear un monumento de unidad nacional, en línea con las leyes de impunidad de 1990, tal como se conoció a los seis decretos que indultaban a los exmiembros de las Juntas de Comandantes condenados: Jorge Rafael Videla, Emilio Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Viola, y Armando Lambruschini.
La historia, como un animal vivo, continuaba en movimiento. La siguiente fecha clave es el 24 de marzo 2004, cuando otro presidente peronista, Néstor Kirchner, ordena el desalojo de la Armada del predio de la ESMA y en su lugar impulsa la creación del Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. Un gesto, una orden, una vuelta de llave, le agrega otra capa a la vida de la ESMA y de la Argentina: Kirchner mandó al titular del Ejército que retirara de una de las galerías del Colegio Militar los cuadros de Videla y Reynaldo Bignone, dos de los rostros más emblemáticos del terrorismo de Estado. Ese día, como carambola material del hecho simbólico, habilitó la reapertura de los juicios contra los represores que, a la fecha, ya supera las 1.100 condenas por crímenes de lesa humanidad y otras centenas de implicados —militares y civiles— esperando sentencia.
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A partir de 2004, progresivamente, los edificios del predio de la ESMA fueron revitalizados por distintos organismos sociales y de derechos humanos, como Abuelas de Plaza de Mayo, Madres de Plaza de Mayo e HIJOS, por nombrar unos pocos. También hubo lugar para museos, como el de Malvinas, y para sociedades públicas, como el canal educativo Paka Paka o el portal educativo Educar. Edificios que fueron habitados por trabajadores, visitantes, civiles, estudiantes, en una lucha cuerpo a cuerpo contra los fantasmas, sonidos y leyendas del pasado reciente. Una de las transformaciones más emblemáticas del espacio es la que sucedió en el antiguo Casino de Oficiales, donde se creó el Museo Sitio de la Memoria Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio.
El Museo Sitio es un testimonio único del terrorismo de Estado en Argentina, de la planificación de la violencia criminal extrema ideada y ejecutada por la cúpula militar que tomó el poder en el golpe de 1976. Se estima que desde su inauguración, el 19 de mayo de 2015, la visitaron más de 340.200 personas. El recorrido histórico pretende hacer entender cuál fue el funcionamiento de la represión en la ESMA.
El Casino de Oficiales en su interior tenía varios círculos del infierno que el Museo Sitio de la Memoria se ocupa de nombrar en diferentes salas. El edificio continúa siendo prueba judicial de las investigaciones aún abiertas. La curación museográfica busca no alterar la estructura del lugar. El recorrido, el guion, está basado en los testimonios que los sobrevivientes brindaron en el Juicio a las Juntas Militares de 1985 y en los juicios de lesa humanidad reiniciados a partir de 2004.
El visitante, envuelto en un silencio espeso, entra con los ojos abiertos y los sentidos sensibles a salas como la Capucha y la Capuchita, donde se retenía a los prisioneros en condiciones de hacinamiento y asfixia; la sala de Embarazadas, donde se aislaba a las mujeres en estado de gestación; el Pañol, donde se guardaban los botines que el Grupo de Tareas robaba de las casas de los detenidos; o, una de las más siniestras por la cercanía de lo cotidiano con el horror, la Casa del Almirante, la residencia que ocupaba el director de la ESMA.
Desde 1976 hasta 1979, la Casa del Almirante la habitó Rubén Chamorro junto a su familia. El visitante, cuando recorre los pasillos angostos, va a escuchar una voz en un ambiente que podría funcionar como comedor. La voz sale de una televisión de tubo. En la imagen se proyecta uno de los testimonios del Juicio a las Juntas. No se ve el rostro de quién habla, pero sí se escucha bien claro su nombre: Andrea Marcela Krichmar. Y más claras son sus palabras que atraviesan y rompen la oscuridad de un recuerdo que la sacude desde el 76 ó 77, desde el día que fue invitada “a jugar” por su amiga Berenice Chamorro.
Dice: “Fui invitada a un almuerzo (a la ESMA) porque era amiga de la hija del señor Chamorro (...). En un momento estaba en una sala donde había un billar, a través de una ventana vimos como descienden a una mujer, encapuchada y encadenada de manos y piernas de un Ford Falcon, mientras dos hombres la apuntaban”. Krichmar cuenta en su testimonio que le pregunta a su amiga: “Berenice, ¿qué es eso?”. Y Berenice Chamorro le responde: “¿Viste como hacen en S.W.A.T., que persiguen a la gente en patrullas? Bueno, algo parecido”.
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Mayki Gorosito tiene anteojos grandes, redondos, de marco rojo. Como la anfitriona que le toca ser, se mueve por el salón Dorado entre sillas y bancos apretando fuerte manos arrugadas y otras con la piel tensada por la juventud. Detrás suyo, sobre la pared, se proyecta una imagen que tiene en el centro al Dr. Abdulelah Al-Tokhais, presidente de la 45ª sesión del Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco. El video reproduce el momento exacto en que golpea el martillo sobre la mesa y declara al Museo Sitio como Patrimonio Cultural de la Humanidad. En el salón Dorado, al igual que en la pantalla, se multiplican los aplausos. Mayki, atenta a los detalles del conversatorio, se queda quieta y sonríe como si le hubiesen dado un regalo por adelantado. “La idea era no volver a llorar”, dice, y para sostenerse empieza a agradecer a los presentes sin protocolos ni ceremonial.
El proceso para declarar al Museo Sitio como Patrimonio Cultural fue iniciado por el Estado argentino a fines de 2015. Dos años después, el centro ingresó en la Lista Tentativa a ser declarados por la Unesco. Para que un lugar sea declarado bien cultural no solo tiene que ser trascendente para el país o la región que pertenece, sino que tiene que tener un valor universal excepcional. La candidatura se veía reflejada y en serie con otros lugares de la memoria merecedores de la distinción de la Unesco, como el campo de concentración Auschwitz-Birkenau en Polonia, el Memorial de la Paz de Hiroshima en Japón, el Muelle de Valongo en Brasil, por nombrar algunos.
El valor universal que aportaba el Museo Sitio de la Memoria, la especificidad que se tuvo en cuenta, la singularidad que tiene interés mundial, fue que en la ESMA hubo una técnica de represión ilegal denominada “desaparición forzada de personas”, que dio lugar a la creación de centros clandestinos de detención. “El valor universal nuestro”, dice Mauricio Cohen Salama sentado al lado de Mayki, “era el terrorismo de Estado basado en la desaparición forzada de las personas”.
La Unesco, además, solicita un valor positivo con trascendencia internacional. Cuenta Cohen Salama: “En nuestro caso fue el valor de la persuasión social en la búsqueda de justicia, porque nuestra justicia transicional también es especial. Tuvimos un primer momento de justicia limitada con denuncias a las Juntas Militares. Después tuvimos un retroceso con las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y los indultos. Y, finalmente, por la persuasión y el consenso social se logró una justicia sin restricciones como tenemos ahora. Es un caso excepcional. Estos fueron los valores que llevamos y, de esta manera, logramos que consideren la violación de los derechos humanos en la Argentina como algo de interés mundial”. Además, recuerda Cohen Salama, la Unesco valora que haya grandes hitos que representen, en lo posible, vastas regiones y vastos períodos. Así, “tomaron al Museo Sitio como representativo de la represión ilegal que sucedió en América Latina en los setenta y ochenta”.
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En los días previos al balotaje que la designaría vicepresidenta de la Argentina, Victoria Villarruel —hija de un militar detenido en 1987 por negarse a jurar la Constitución y sobrina de un militar detenido en una causa por crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención El Vesubio—, dijo: “La ESMA son 17 hectáreas que podrían ser disfrutadas por todo el pueblo. Sobre todo, porque en su momento estaban destinadas a ser escuelas, y lo que más necesitamos son escuelas”.
Los visitantes al Museo Sitio, las excursiones escolares al predio, sumados a los trabajadores de los diferentes organismos, convierten al enunciado de Villarruel en una falacia. Por otro lado, es de suponer que la vicepresidenta electa no ignora la reciente declaración de la Unesco. Sus palabras fueron una provocación más, una rajadura en los consensos democráticos que vienen siendo construidos hilo a hilo desde el final de la última dictadura cívico-militar. Las 17 hectáreas que nombra Villarruel están protegidas por la Unesco con la figura de “zona de amortiguamiento”, que solicita medidas de protección y conservación de todos los edificios y que alienta la ampliación del Museo Sitio, entre otras recomendaciones.
La declaración del Museo Sitio de la Memoria llegó en un momento clave en Argentina, donde, por voto popular, la extrema derecha acaba de lograr la presidencia. En palabras de Mayki, “implica un compromiso del Estado argentino. Un resguardo en términos de institucionalidad, de mantener este lugar, el Museo Sitio, para las funciones para las que fue creado. En términos presupuestarios es otro tipo de protección. También creemos en otro nivel de protección que es simbólico (...) y una protección internacional. Todos los países que forman parte de la Unesco acuerdan con este valor universal excepcional por el que fuimos incorporados en la Lista. Tenemos ahora una protección del mundo”.