“¿Cuál es el mejor gallo pinto? El mejor gallo pinto es el que hace mi mamá”.
Lo piensa Néstor Arce, y también la mayoría de nicaragüenses, de un plato que resume casi todas las rutinas culinarias de su tierra. Pero él pasará ahora un buen tiempo sin hincarle el diente, porque el director de Divergentes ha tomado una decisión: marcharse de Nicaragua para seguir contándola, algo imposible desde dentro entre ojos y espías de la dictadura del tirano Daniel Ortega. Néstor tenía que salir del país para recoger en España el premio Ortega y Gasset a la mejor cobertura multimedia, pero no piensa regresar.
En la huida, una mochila con un pantalón, dos camisetas, un bóxer y dos pares de calcetines, además de dos medicinas para las alergias, cuenta por Whatsapp, ya en el extranjero, días después de la entrevista que mantuvo con COOLT por videollamada cuando todavía se encontraba en Nicaragua. Por seguridad, prefiere no dar detallles sobre su marcha. Jack, el husky “tropicalizado” con el que vivía y con el que desconectaba del periodismo cuando lo sacaba a pasear a las seis de la mañana, se queda con una amiga mientras él está fuera.
Y un contraste de emociones: el de irse de su país sin desearlo, forzado por una dictadura hostil, para recoger uno de los premios más prestigiosos del periodismo en español.
En Valencia, este 31 de mayo, Arce, en compañía de sus colegas Wilfredo Miranda y Carlos Herrera, recibirá el galardón por la cobertura multimedia realizada por Divergentes en el especial ‘El reto tras la masacre: memoria, verdad, justicia y no repetición’, un exhaustivo mosaico de vídeos con testimonios, reportajes escritos y análisis que inmortalizan con rigor las protestas de abril de 2018 contra Daniel Ortega —que se saldaron con más de 300 muertes por la represión— y sus catastróficas consecuencias para la población.
“Nos cogió el anuncio por sorpresa. Suena a cliché, pero somos conscientes del peso que significa el Ortega y Gasset y la responsabilidad que nos otorga. Intentaremos seguir haciendo buenas historias desde la diversidad de formatos para que el lector tenga buenos reportajes que le revelen lo que los poderosos quieren ocultar”, dice Arce.
Periodismo comprometido
En un país sumido en el “pragmatismo resignado” desde que se sofocó a tiros la revuelta contra el régimen, “sin una oposición con la que hablar”, en palabras de Arce, porque está prácticamente toda encarcelada por la dictadura de Ortega, aún quedan las voces de pequeños medios como Divergentes, que con perfil bajo resiste haciendo periodismo comprometido con los derechos humanos. “No firmamos las notas y no tenemos prácticamente perfil público”, explica Arce, algo preocupado por el hecho de que esta entrevista y el premio supongan para él una mayor exposición.
Incluso a pesar de las precauciones, Arce ha sido testigo de algunos “asedios” y ha sufrido “un poco de vigilancia en 2018 y 2019”. “Siempre hay una estructura de partido que conoce a los vecinos, saben cómo te mueves”, cuenta, para ilustrar los diferentes niveles de espionaje que el poder autócrata ejerce.
Divergentes nació después, en junio de 2020, en medio de la pandemia y para informar del “postconflicto”, con reporteros que habían cubierto las protestas y la represión para otros medios. Empezaron cinco periodistas y ahora son 20. “La mayoría somos de Nicaragua, pero tenemos una visión centroamericana”, dice Arce.
Tal vez ese nacimiento posterior al conflicto es el que permite a Divergentes dar una sensación de lectura pausada y analítica en una jungla, la de internet, más acostumbrada a diseños caóticos, lluvia de banners y mucho clickbait.
El sandinismo, de religión a tiranía
El “pragmatismo resignado” del que habla Arce es la última fase del endurecimiento de un régimen, el sandinista, que como movimiento llegó a ilusionar a la mayoría de nicaragüenses e incluso a una gran parte de la izquierda mundial, que vio en la lucha un ejemplo de resistencia al imperialismo estadounidense y liberación de un pueblo.
Esa fase final de endurecimiento arrancó en abril de 2018 para sofocar las protestas lideradas por estudiantes, jubilados y empresarios contra la reforma del sistema de pensiones. Fueron tres meses de revuelta, que el régimen intentó controlar desplegando una violencia inaudita.
Hacía tiempo que Daniel Ortega venía perpetuándose en el poder e intentando acallar a la disidencia, sobre todo desde que en 2006 retomó la presidencia después de 16 años en la oposición. El exguerrillero había gobernado el país entre 1985 y 1990, después de una rebelión en el año 1979 que consiguió vencer a fuerzas antisandinistas, la contra, financiadas por los Estados Unidos.
A fuerza de asistencialismo, cierta estabilidad económica y social, ayudas económicas de países afines y una violencia social muy inferior a la que se desató por las maras en países vecinos como Honduras y El Salvador, Ortega consiguió mantener una cierta apariencia de normalidad mientras convertía Nicaragua en un cortijo familiar y amañaba elecciones para ganarlas.
El propio Arce ha crecido en una de esas familias que creyó en el sandinismo, “porque el sandinismo era como una religión, como ser cristiano”. Cada año, el periodista iba con sus padres a la plaza a celebrar el aniversario del derrocamiento del dictador Anastasio Somoza, que había provocado una guerra civil y a quien muchos ahora comparan con Ortega.
“Aún hoy, en zonas rurales, Ortega llega, reparte comida y hay muchos campesinos que le defienden. O en barrios. Pero se trata de apoyar a Ortega para tener esas ayudas. Nosotros fuimos sandinistas hasta 2005-2006”, cuenta Arce. Por entonces, el candidato Herty Lewites, que murió cuatro meses antes de las elecciones de un infarto, consiguió movilizar al sandinismo disidente, que ha ido creciendo cada vez más y en gran parte está hoy en la cárcel, como tantos opositores al régimen.
Néstor tenía 14 años cuando su familia dejó de ser sandinista, y seguramente aún no sabía que los planes no suelen salir como uno espera, pero que eso a veces puede no ser necesariamente malo. Un ejemplo: su vida profesional.
El computador y la calle
De niño, a Néstor le encantaban los videojuegos y quería ser diseñador de computadoras, aunque también destacaba animando los actos del colegio. Una maestra le dijo que tenía voz de radio y que estudiara periodismo. Lo hizo, pero enseguida fue tras los pasos del periodismo escrito haciendo prácticas en El Nuevo Diario. No duró ni dos días.
“No me gustó. Hacía portada y no me iba del periódico hasta las once y media de la noche. Me dije que esto no era para mí, que no iba a ser periodista. No volví después del primer fin de semana. Después estuve tres años en la radio, me gustaba mucho y pensaba que iba a hacer algo grande. Hacía más de animador, presentando música”, cuenta.
Durante esa época en la radio aprendió a dominar algunos softwares y pudo mantener su pasión por los ordenadores, por lo que enseguida se convirtió en un buen valor en la digitalización de la prensa a partir de 2010, realizando vídeos para webs de noticias y coordinando la parte de redes sociales.
En 2018, trabajaba en Confidencial y le tocó hacer la cobertura en la calle de las protestas, con transmisiones en vivo que se popularizaron y que, como viene pasando en todos los conflictos de las últimas dos décadas, sirvieron como ojos del mundo para contar las revueltas.
“Me gusta lo digital y pensar cómo visualizar en web las crónicas, pero tienes que saber cómo funcionan las cosas afuera”, resume. Y será desde afuera, pero más de lo que le gustaría, desde donde intentará seguir denunciando las injusticias de Nicaragua. Porque cuando manda la mordaza, hay que irse de un lugar para explicar lo que ocurre en ese lugar.