Santiago de Chile es la ciudad invitada en la 47ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y, cómo no, varias de sus actividades con autorías chilenas se centraron en conversar sobre el estallido social de octubre de 2019 y todo lo que ha sucedido en el país, como una reacción en cadena, en los años siguientes.
“La revuelta es algo que todos esperaron. Fue algo que una generación, al menos, esperábamos con muchas ansias, pero estábamos seguros de que no ocurriría, porque ya no iba a ocurrir”, decía el periodista Juan Cristóbal Peña al inicio del panel Contar el estallido, en el que participaron también la editora Evelyn Erlij y el periodista y escritor Cristian Alarcón.
“Alguna vez pensamos que iba a ocurrir en 1990, pues a partir de ese año, cuando viene el proceso de transición a la democracia en Chile, se trató de un continuo y no una ruptura de la dictadura, a diferencia de otros países como Argentina o Uruguay. No habíamos sido capaces de romper con los anclajes de la dictadura, entonces, en ese sentido fue como hacer vivo el discurso de Allende, ‘Se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre’. Uno lo escuchaba todos los años con nostalgia y nunca se abría la Alameda, hasta que en 2019 vimos que estaba pasando algo, no solamente un proceso político institucional, sino que desinstitucionalizado, con pirotecnia”, agregaba Peña.
La escritora y profesora Andrea Jeftanovic, participante del panel Santiago del estallido con los periodistas y escritores Óscar Contardo y Patricio Fernández, fijaba la mirada en dos antecedentes que propiciaron esta revuelta: el paro feminista en las universidades de 2018 y la marcha feminista de 2019. “Me tocó verlo muy de cerca, soy profesora en la Universidad de Santiago de Chile. Vi en primera fila lo que demandaban las estudiantes que, además, tenía algo interesante desde la estética, porque, junto con las demandas que nacían desde el dolor por el abuso de profesores y acosos, había una forma de ocupar la calle; había rabia, pero al mismo tiempo, había danza, vestimentas; era todo muy creativo. Las mujeres teníamos miedo en la calle, pero la ocupamos políticamente y con creatividad”.
Una de las primeras imágenes del estallido que Juan Cristóbal vio —y que escribió para una crónica en La Vanguardia— fue en las puertas de una iglesia cercana a su barrio, el 18 de octubre de 2019, a las seis de la tarde. “Había un novio parado afuera de la iglesia con sus padres, impecables, esperando una novia que no llegaba, que no iba a llegar y que no llegó porque era una ciudad sitiada. En llamas. Tampoco llegó el cura y tampoco llegaron los invitados. Y yo le pregunto al novio que, curiosamente, no estaba angustiado, ‘¿qué te parece que no te puedas casar por todo esto?’. Y él me dijo que le parecía muy bien, que esto era bueno, porque estábamos hartos y todo tenía que cambiar. Para mí esto fue muy simbólico de lo que era el clima de la opinión de la calle”.
“Yo vivo a media cuadra de la plaza Italia/plaza Dignidad [epicentro de las protestas en Santiago]”, decía el escritor y profesor Álvaro Bisama en la mesa Las huellas de la eterna transición, junto a la dramaturga Carla Zúñiga y el periodista y exconstituyente Patricio Fernández. “Entonces, mi recepción está mezclada con un paisaje social, local, nacional, pero también con lo que sucede en la esquina de la casa. Hubo una cantidad enorme e intolerable de violencia policíaca, hubo una cantidad enorme de destrucción. Y lo que se dice que es el estallido es una cosa muy distinta para toda la gente. Eran muchas cosas diferentes funcionando a la vez que se superponían, y creo que todavía no lo podemos resolver”.
Óscar Contardo, autor de Antes de que fuera octubre (Planeta, 2020), una crónica que narra todo ese caldo de cultivo de los últimos 30 años chilenos para la revuelta social, habló por su parte de la existencia de una “mitología latinoamericana” en la que Chile aparecía siempre como una excepción: “La excepcionalidad chilena. Una tradición de excepcionalidad respecto al orden republicano, respecto a la ausencia de caudillismos y otros aspectos que aparecían en Latinoamérica como común denominador pero que no aparecían en Chile”. Según él, desde afuera, durante estas últimas tres décadas se veía “estabilidad, una cierta prosperidad económica y una cierta tranquilidad de la población. Pero había una serie de anuncios de que existía una creciente disconformidad. Una desconfianza en las instituciones, que eran las que mantenían la confianza y la estabilidad.Y eso se rompe en un momento. O sea, hay una progresión de señales de pequeños temblores que van a anunciar ese terremoto”.
Bisama explicó que hace poco estaba leyendo El hombre que pudo ser rey, de Rudyard Kipling: “Allí, un periodista dice: ‘En alguna parte alguien está escribiendo la Constitución, en otra parte muere un rey y yo tengo que despachar las noticias por la mañana’. Me parece que eso que escribe Kipling es interesante como señal… Chile fue un país que tuvo una ilusión de que todo estaba bien, pero si uno mira la historia realmente, esa es una visión de un discurso a posteriori, que nos contamos nosotros mismos para persistir con alguna forma de consuelo. Si miramos la violencia del 38, la violencia del 73, la violencia de 1920… una y otra vez. Todo lo que hizo un dictador como Carlos Ibáñez del Campo o un presidente como Alessandri, al que le encantaba mandar a masacrar obreros... Me parece que esas vueltas son interesantes porque hay una lógica, no digo de eterno retorno, pero ¿dónde está Chile?”.
A Bisama, en el momento del estallido, le pareció lógico “dejar de escribir en medios chilenos”, por lo menos por un tiempo: “El estallido no era el momento de la autoría, sino el del registro. Eso para mí significó mucho porque me permitió pensar el estallido desde la escritura que se estaba haciendo en los grafitis de la gente de la calle, lo que había en los stickers pegados en los muros. Y me parecía que ahí había un papel que había que recoger y sobre lo cual me parece que todavía no es posible decir nada concreto, porque se va moviendo una y otra vez”.
Evelyn Erlij, editora de la revista Palabra Pública, de la Universidad de Chile, dijo que desde su medio —el cual, por su naturaleza, mantiene un pie en el periodismo y otro en la academia— precisamente se venía trabajando el tema del malestar: “Tratábamos de entender la dimensión simbólica de todo esto, de darle un sentido. Recuerdo que en esa época estábamos preparando el último número del año y decidimos dedicarle la revista entera al estallido y había muchas cosas que en los medios tradicionales no se hablaban, como la violación a los derechos humanos. De hecho, uno de nuestros fotógrafos recibió balines en una mano y en la espalda en medio de las coberturas. Vimos todo muy de cerca, vimos la efervescencia. Nos empezaron a llegar columnas de mucha gente: escritores, sociólogos, académicos y de todo Chile. Abrimos de forma especial un espacio dedicado en nuestra web, en paralelo a la revista impresa y publicamos todos los días”.
El primer texto que que publicó en referencia a lo que pasaba, contó Evelyn, fue uno escrito por Enrique Aliste, Premio Nacional de Geografía. “Él se preguntaba cómo podíamos vivir juntos en una ciudad que tenía tantas ciudades dentro de ella, formada por partes tan distintas, con tanta desigualdad. Y yo creo que podemos llevar esa pregunta hasta el día de hoy. ¿Cómo podemos vivir? Las preguntas que se abren en el estallido siguen abiertas. El número de la revista que dedicamos al proyecto constitucional se llamaba ‘Y ahora ¿qué?’, y me di cuenta de que en el número del estallido había un texto del mismo nombre. Yo me sigo haciendo esa pregunta tres, cuatro años después. Todavía vivimos con esa duda y cuando pasó esto en octubre del 2019, mucha gente firmó columnas con muchas certezas y hablando con mucha seguridad. Y efectivamente, creo que el momento que estamos hoy, años después, nos confirma que no podemos estar seguros de nada”.
Como su compañero de panel Óscar Contardo, Patricio Fernández también publicó un libro durante el estallido, Sobre la marcha (Debate, 2020). “Un libro de registro”, en definición del autor, quien fue testigo directo de distintos ámbitos de las protestas: “Estuve en saqueos, en la quema de iglesias, en distintos lugares de Chile. Y si algo pude ver en ese reporteo es que ese estallido era muchas cosas, no solo una historia. Eran muchas historias. Además, ese año hubo estallidos en toda América Latina: Ecuador, Haití, Bolivia, Colombia, Nicaragua, Venezuela, e incluso en Cuba. Con esto quiero decir que estamos en un mundo que se encuentra incómodo, un mundo que está buscando nuevas maneras de acuerdos o que está buscando cómo entenderse de una nueva forma, con diferencias que no son las de antes. Una de las cosas más determinantes para entender el caso chileno es que tenemos partidos políticos que no representan a la población. Hay candidatos ocasionales a los que la gente vota, sin sentirse parte o vinculada”.
Esa desafección, según Contardo, se hizo visible en las marchas que siguieron al estallido, cuando las banderas que aparecían no eran de partidos políticos: “En las movilizaciones había un conjunto de individualidades que demandaban cosas distintas, que eran muy difíciles de abarcar en un mismo petitorio. No había un liderazgo claro, entonces, no había una contraparte para el Gobierno tampoco para que se pudiera sentar a negociar. Y el mundo de izquierda, de dirigentes jóvenes, tampoco tenía una representación en todo esto, sigue no teniéndola. Hoy [por el 7 de mayo] hay elecciones. Y aquí podría empezar otra parte de la historia”.
Y así fue.
El domingo 7 de mayo Chile celebró las elecciones para escoger a los consejeros encargados de llevar a cabo una propuesta de una nueva Constitución, luego del rechazo de la anterior, en septiembre de 2020. ¿El resultado? La ultraderecha se impuso, ganando la mayoría de los espacios dentro del órgano. Una paradoja más para la larga lista que tiene Chile: el sector que desde el inicio del debate sobre una nueva Constitución se opuso al cambio ahora liderará el segundo proceso.
“Lo importante de la elección es que volvió el pinochetismo”, explicaba Álvaro Bisama 24 horas después de conocer los resultados. “La gente que va a escribir esta Constitución es, básicamente, nostálgica del mundo de Pinochet. Me parece tremendo que un proceso que abrió con violencia, con muerte, con gente que perdió los ojos, con la destrucción de la ciudad, con el cambio de la arquitectura y de la geografía del espacio en el que convivimos y donde funcionamos, terminara trayendo de vuelta del modo más irreal… ¿Conocen la película Idiocracia? De Mike Judge, el creador de Beavis and Butt-Head… Bueno, se trajo de vuelta la idiocracia. Ahora, la pregunta es ¿qué hacer con esto? Creo que, simplemente, no tengo respuesta”.
Para Bisama, “todavía es muy pronto” para hablar del estallido y de lo que va a suceder. “Pero, como decían ayer [7 de mayo], winter is coming. También pienso que nos quedan dos años del Gobierno de Boric, así que es el momento de aprovechar estos espacios de libertad, porque justamente sabemos lo que viene”.
Patricio Fernández apuntaba por su parte que esta última elección constituyente “hay que pensarla más que padecerla”, y que puede funcionar como “un llamado a que la inteligencia despierte la mirada” y a encontrar explicaciones que a veces no son a las que estábamos acostumbrados. “Es verdad que los candidatos que ganaron del Partido Republicano son, en buena medida, representantes de ese sector que defendió el pinochetismo y el golpe de Estado. Pero miremos los números, porque no dan los cálculos: quienes votaron por ellos votaron antes por la Lista del Pueblo, seguramente una parte de ellos por Boric. Muy seguramente, también participaron del estallido social, porque el 80% de los chilenos, según todas las encuestas que había en el momento, apoyaban el estallido social”.
Para Patricio, “Chile es un país que todavía no sabe bien lo que quiere”, víctima de una confusión que gana terreno en muchas partes del mundo: “Está siendo muy difícil gobernar en distintos lugares y ahora, de manera paradojal y aterradora, cuando nos aprestamos a conmemorar medio siglo del comienzo de la dictadura, ganan las elecciones quienes representan más fielmente ese pensamiento autoritario, quienes han sido los defensores a ultranza del dictador. ¿Significa eso que todos los que votaron por ellos quieren lo mismo? Yo creo que no. Pienso que quienes votaron hoy día por la extrema derecha son un mundo molesto que anda buscando una casa donde asentarse, sin encontrarla. Espero que esto sea un momento y no un estado permanente. Creo que tenemos que empezar a mirar con ojos frescos para entender de verdad lo que hay detrás de esto. Ya la lectura del estallido social que hizo la izquierda en Chile fue completamente torpe. Tan torpe que el resultado fue un rechazo. Y hoy las derechas están haciendo una lectura torpe de lo que fue ese rechazo al proceso constituyente anterior, una lectura que no está entendiendo que lo que se requiere acá es un diálogo lo más abierto, atento y tolerante posible para construir un espacio de convivencia, que es lo que todavía no sabemos cómo hacer”.
Según Bisama, Chile vive “entre la promesa y la desesperación, entre el sueño y el horror”, así que los buenos lectores de este país son justamente “los que han visto esto y que se han enfrentado a este monstruo”, figuras como Mistral, José Donoso, Raúl Ruiz. “Hoy es un muy buen momento para estar atento, para ver lo que no sabemos que podemos ver, para escuchar lo que no creemos que podemos escuchar”, aseguraba. “Y justamente en eso que no sabemos, en esas pistas de los muros, en esas pistas de las canciones, están las señales que a mí por lo menos me permiten destrabar y pensar esta mirada, este presente gris. Vivimos ahí, vivimos entre la desesperación que existe, entre el horror y la comedia cruel, entre la esperanza y, diría, la posibilidad de que alguna vez salgan las cosas bien cuando siempre todo sale mal”.