Francisco, el primer papa latinoamericano, llegó hace 11 años a Roma para mover algunas de las placas tectónicas sobre las que se ha cimentado la Iglesia durante siglos. Lo hizo provocando en algunas ocasiones terremotos internos, evitando en otras llegar hasta el fondo de la cuestión, e intentando contener, a veces con suerte, a aquellos que dentro de esta institución inamovible se agarraban a sus dogmas y a sus posiciones de poder como si fuese el día del juicio final.
Venido al Vaticano desde el “fin del mundo”, como él mismo bromeó tras la fumata blanca, Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936) eligió quedarse en la residencia de Santa Marta, se despojó de símbolos de ostentación y se puso manos a la obra. Así, renovó la Constitución apostólica para solucionar algunos problemas enraizados en la gestión, por ejemplo, económica; se trajo a los suyos —recientemente nombró a otro argentino, Víctor Manuel Fernández, como nuevo responsable de la Doctrina de la Fe, el órgano que se ocupa, entre otros aspectos, de los casos de abusos— e incluso dejó por escrito que los curas del mundo deben bendecir a las parejas del mismo sexo si ellas lo desean. Algunos llaman a su reto ‘la sfida epocale’, el desafío histórico, y sus intenciones se mantienen fuertes a pesar de que los achaques de la edad —87 años cumplidos el pasado diciembre— se hacen cada vez más evidentes.
Francisco ha sabido gestionar un buen ritmo, acelerando en la parte inicial del pontificado, frenando para observar los cambios y volviendo a acelerar cuando el tiempo se hacía estrecho. Ha tenido también que moderar el paso cuando la salud le ha dado algunos sustos, especialmente en este último año. En el horizonte, un posible viaje a su país natal, Argentina, al que no viaja desde 2013, y una serie de reformas que pretende dejar plantadas como semillas para el futuro. La renuncia —que le pareció un gesto inteligente de su predecesor, Joseph Ratzinger— es una opción si sus capacidades se ven mermadas, pero por ahora la determinación de seguir al frente de la Iglesia se mantiene.
La llegada de Bergoglio al Vaticano fue una revolución, aunque el arzobispo de Madrid, José Cobo, recién nombrado cardenal con 59 años y parte de eso que llaman los baby bishops, matiza: “Francisco fue nombrado en un cónclave donde se buscaba un perfil determinado, y él respondía a eso. Ya había trabajado en [el documento final de la Conferencia de] Aparecida y dominaba muchos conceptos importantes en el catolicismo latinoamericano que para Europa eran completamente desconocidos”.
Según el vaticanista y profesor de Geopolítica Vaticana Piero Schiavazzi, el sector más duro pensaba que Francisco podría representar un cambio en la fachada sin dejar de ser “el capellán de Occidente”, pero “él se negó”. ¿Por qué? La respuesta está en el anuario estadístico de la Santa Sede, que recoge los datos de todas las diócesis del mundo: “Ahí puedo ver algo que está presente desde hace tiempo”, dice Schiavazzi, “y es la transferencia de poder que se ha dado en el clero y en los miembros de las grandes órdenes religiosas masculinas y femeninas, donde ahora las vocaciones provienen predominantemente del sur del mundo. El papa no ha hecho más que llevar ese proceso a lo más alto, nombrando a un gran número de cardenales del sur del mundo y convirtiendo así la Iglesia en una gran potencia del sur global”.
Según las últimas cifras disponibles, publicadas en 2023 y que hacen referencia al año 2021, los lugares donde crecen los creyentes son África, con un 3% más, y Asia y América, con un 1%. Europa se mantiene estable. Para Schiavazzi, estos datos son fundamentales para entender el modo en el que el pontífice se ha relacionado con esa parte del planeta: “Francisco se da cuenta de que en los últimos 20 años, en los vértices de las organizaciones religiosas, los que podríamos considerar como consejos administrativos, cada vez había más representantes del hemisferio sur”. Así, la llegada del pontífice argentino no ha supuesto en sí misma un traspaso de poder, dado que ese traspaso “ya se había realizado y había partido de las bases de la Iglesia católica”. Francisco simplemente “ha ratificado en los vértices la distribución de poder que ya se había producido”, añade el vaticanista.
El papa, actor geopolítico
En ese contexto, el papa ha dado más peso a lo que ha llamado “las periferias del mundo” en el seno de la Iglesia católica, y también ha establecido un diálogo con ellas. Francisco ha visitado hasta ahora 60 países, y en ese mapa de viajes se puede ver su interés por esa parte del globo. En África ha visitado más de 10 países, entre ellos Kenia, Uganda, la República Centroafricana y Sudán del Sur. En Asia y Oriente Medio, más de 15, como Mongolia, Myanmar y Kazajistán. Y en América Latina, casi todos: de Chile a Perú, pasando por Panamá, Colombia, Brasil o Cuba. Le falta su país natal, Argentina, al que no vuelve desde que pasó de arzobispo de Buenos Aires a obispo de Roma en 2013. Un viaje que generaba muchos interrogantes con la llegada al poder de Javier Milei, quien construyó parte de su campaña electoral criticando e insultando al pontífice, pero que parece más viable después de que el papa recibiera al presidente argentino este febrero.
Además de demostrar con sus viajes que la palabra evangelizadora era fundamental para construir su propia identidad, el papa Francisco, una persona que su entorno cercano describe como obstinada, sabe que sus movimientos son también un gesto de geopolítica. En julio de 2022 visitó Canadá, y ahí pidió perdón por el papel de los religiosos católicos en la red de antiguos internados donde niños indígenas fueron maltratados y denigrados hasta finales del siglo XX. Por otro lado, en marzo de 2023, el Vaticano repudió oficialmente la “doctrina del descubrimiento” de la época colonial, a través de la cual la religión católica fue utilizada para justificar las conquistas europeas de África y América.
Para muchos, estos gestos de apertura a las partes del mundo que sufrieron el olvido son insuficientes. Para otros, una revolución en toda regla. El cardenal José Cobo destaca que uno de los grandes valores del papa ha sido, precisamente, su visión integradora y la capacidad de ver que “el músculo de la Iglesia católica está en las periferias”. Por su parte, Schiavazzi cree que Bergoglio “ha replicado un cambio geopolítico con un cambio dentro de la Iglesia. Ha dado el poder a los cardenales de la periferia del mundo, donde ya estaba el poder espiritual y económico, y ahora también está el político”. Roma, Europa, las tradicionales sedes de poder, pierden su posición de privilegio ante la realidad numérica de una Iglesia católica cada vez más repartida por el mapa.
Además, añade Schiavazzi, Francisco no solo está pendendiente del futuro religioso, sino que también tiene en cuenta que “el centro económico del mundo será Asia”. De ahí sus acercamientos y guiños a China desde el inicio del pontificado. “Hoy China está rodeada por un ‘cinturón cardenalicio’, en el sentido de que los países que la rodean tienen todos un cardenal, desde Bangladesh a Myanmar, Laos, Malasia o Mongolia, mientras que antes no tenían ninguno”, dice Schiavazzi.
Un cónclave más diverso
El mapa que diseñan los datos y los viajes de Francisco tiene su reflejo en el cónclave que elegirá a su sucesor, el cual otorga un mayor protagonismo a las periferias. Si antes el porcentaje mayor de cardenales era europeo, especialmente italiano, ahora ganan cuota los purpurados del resto de continentes, con representantes de países lejanos, a veces incluso inhóspitos, si lo pensamos desde la visión de Roma como centro del mundo católico.
Así, el cónclave que lleva la firma de Francisco es el más internacional de la historia: si en 2013 eran 48 los países representados en él, ahora son 68, con un importante peso de los purpurados de habla hispana (casi un tercio procede de España y América Latina). Y no sólo eso: destaca también por su juventud, con una media de 63 años. “Este es uno de los cónclaves con la fotografía más universal de la Iglesia”, dice José Cobo. “Los pasos dados por Francisco no van a revertirse, yo creo que este cónclave asegura la Iglesia del futuro. Y otra cosa que tengo clara es que ya no solo se hablará italiano, como hasta ahora; se hablarán otras lenguas”.
Bergoglio proviene del sur global y es a esa parte del mundo a la que, superando las barreras del tradicionalismo vaticano, ha intentado dirigirse en estos años. No solo por su condición personal, sino también por la realidad de los números. No solo por la importancia de obtener el perdón de una parte del planeta maltratada por el catolicismo durante siglos, sino también por lo que hoy significan esas dos palabras: sur y global. Es esa parte del mundo la que sufre más que ninguna los efectos del cambio climático, un hecho del que es especialmente sensible el papa argentino, quien ha escrito sobre el tema y habla de la sensibilización verde siempre que tiene oportunidad.
El documento de Aparecida —presentado en ese santuario brasileño en 2007, en el marco de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, y en cuya elaboración intervino Bergoglio— ya marcó hace más de 15 años algunos de los debates decisivos para entender la Iglesia de hoy, donde la palabra reparación se ha convertido en un vocablo fundamental. Conceptos como la participación de toda la comunidad eclesiástica, no solo la de los vértices que acumulaban riquezas y poder desde Roma, han revolucionado el funcionamiento del clero. Un claro ejemplo de ello fue el Sínodo de los obispos que inició en otoño de 2023, en el que participaron por primera vez las mujeres, y cuyos puntos de discusión incluyeron aportaciones de todas las diócesis del mundo. En ese gesto se encuentra una gran metáfora de este pontificado y del papa que habla al sur global.