Es una escena normal para Mario Brandi: un grupo de niños miran perplejos a las dos aves que ha traído, un gavilán y una lechuza. Hay un ambiente de euforia infantil, pero los niños prestan atención a cada cosa que dice. Él explica que no son mascotas, porque son animales silvestres. Cuenta que es aprendiz en la cetrería, una disciplina ancestral que involucra a las aves rapaces.
Mario tiene los permisos correspondientes de las autoridades para tener estos dos animales. El gavilán, una especie diurna, se llama Sol. La lechuza, especie nocturna, se llama Luna. Como aves rapaces que son, se alimentan de carne. Usan sus ojos para localizar a sus presas —ratones, conejos, pájaros, iguanas y otros animales— y sus picos y garras para atraparlas y devorarlas. Las actividades de Sol y Luna suelen presentarse en la cuenta de Instagram del proyecto Garras del Aire, el cual tiene como misión educar a los venezolanos, especialmente a los más jóvenes, sobre la importancia de la conservación ambiental.
El camino hacia la cetrería
La cetrería consiste en adiestrar a las aves rapaces, potenciando habilidades como el vuelo o el reconocimiento de las presas, para que puedan cazar animales en el entorno natural. Es una actividad que empezó a practicarse en la Antigüedad: hay textos de hasta 4.000 años que documentan su existencia en diferentes culturas.
Se dice que hace varios milenios, el torpe homo sapiens espantaba a los animales pequeños al caminar, y las aves rapaces salían a atrapar a los conejos y perdices que huían al escuchar ese brusco andar. Los humanos se percataron de ese fenómeno, por lo que empezaron a domesticar a estas aves. Fue una relación ganar-ganar: un águila rara vez se come a la presa completa, de forma que para un humano era una forma de conseguir proteína mucho más segura que luchar contra mamuts. “Esa es una teoría sobre el origen de la cetrería que para mí tiene muchísima validez”, dice Mario.
En 2010, la UNESCO reconoció a la cetrería como Patrimonio de la Humanidad Inmaterial. La declaración involucró a 17 países de Europa, Medio Oriente y Asia. Entre los motivos por los cuales tuvo lugar ese reconocimiento, está el hecho de que es una disciplina que “se focaliza en la salvaguardia de los halcones, así como de sus presas y hábitats”, favoreciendo así el equilibrio ecológico.
De 50 años, alto, fornido, de expresión seria, Mario se recibió como ingeniero agrónomo en la Universidad Central de Venezuela. Siempre quiso ser cetrero, pero no existían lugares para formarse en su país. Hace 20 años, un par de días tras el nacimiento de su hijo, le dijo a su esposa que quería viajar a España para estudiar cetrería cuando el niño se convirtiera en un hombre independiente. “¿Me estás jodiendo?”, le respondió ella.
—Con la cetrería moderna podemos rehabilitar y reintroducir aves en su medio ambiente. Y adicionalmente, gracias a los controles biológicos, es posible colaborar con la naturaleza. En España se tienen halcones entrenados para espantar a las aves de los aeropuertos, allí no se usa ni un solo químico. Eso es lo que mantiene vivo el concepto de la cetrería.
Desde su infancia, Mario sintió atracción por la naturaleza. Veía cada uno de los programas del naturalista español Félix Rodríguez de la Fuente. En sus tiempos universitarios, empezó a rescatar animales silvestres para después liberarlos, o llevarlos a instituciones especializadas. Trajo numerosos reptiles al Zoológico Leslie Pantin y numerosas aves a la Fundación Phelps; también colaboró con Zoología Agrícola, una entidad de la Universidad Católica de Venezuela. Adquirió conocimientos teóricos y prácticos de ornitología, la ciencia dedicada a las aves.
En 2019, Mario trabajaba dirigiendo un matadero. Un día, un operario le llevó un pichón hembra de búho que había sobrevivido a la tala de un árbol cercano. Mario no sabía cómo encargarse de un ave de ese tipo, pero optó por conservarla. Investigando en internet, conoció la existencia de la Fundación Cetreros de Venezuela, ubicada en San Fernando de Apure, una locación llanera que está a 12 horas de Caracas. Les escribió para pedir consejos y contactó con quien se convertiría en su maestro, José Martín Varela Castillo, quien fue recomendándole documentales, libros y demás contenidos al respecto.
Así, Mario supo que el cetrero utiliza un guante especial llamado lúa para poder acoger en su brazo a las aves. Existen múltiples tipos de lúas, diseñadas para diferentes animales. A falta de un mercado especializado en Venezuela, Mario compró un guante para trabajadores del aseo de Caracas y lo intervino. Mientras tanto, iba tomando consejos de su mentor. Se dedicó a darle al ave una crianza correcta. Pasaron los meses, la hembra de búho mostró signos de estabilidad y finalmente pudo ser liberada.
Durante todo ese proceso, Mario empezó a viajar hasta San Fernando de Apure, a la sede de la Fundación Cetreros, para profundizar en el mundo de la cetrería. Quien desee iniciarse en esta disciplina tiene mucho que aprender: la anatomía de las aves, sus sistemas digestivos y alimentación, las técnicas con muñequeras, los diferentes tipos de cascabeles, etc. Debido a su formación, Mario ya poseía muchos de esos conocimientos; otros no le fueron complicados de internalizar. Además, él había comenzado, como decía su maestro, “por la página difícil”: cuidando un ave. Desde 2020, Mario no ha pasado dos meses sin visitar a los miembros de la Fundación.
En esa etapa, Mario fue criando y liberando a diferentes aves. Y cada vez que lo hacía, sentía un vacío por dentro. Un amigo le sugirió entonces crear un proyecto educativo con las rapaces, pero no podía hacerlo sin tener un par de ejemplares que se fueran a quedar en su casa.
En una de sus visitas a los cetreros de Apure, alguien tocó la puerta. Era un adolescente, tenía en su casa una lechuza rescatada. En algunos pueblos, está más o menos difundida la creencia de que esos animales son brujas transformadas. Mario se quedó con la lechuza, la cual presentaba carencias nutricionales. No le fue difícil hacer que recuperara su salud, pero el ave no mostraba signos de poder ser liberada.
Un año después, en el pueblo de Mantecal, el maestro cetrero Ronald Moreno encontró a unos niños vendiendo un pichón macho de gavilán. Lo guardaban en un saco y pedían un pago en dólares. Ronald adivirtió a los niños de la ilegalidad de esa operación y decomisó el ave secuestrada, algo para lo que están capacitados los miembros de la Fundación Cetreros. Justo en esos días, Mario llegó de visita a Apure, y así consiguió un integrante más para su casa.
Ahora Mario tenía dos aves rapaces, una nocturna y una diurna. Tomó el teléfono y fue haciendo llamadas para conseguir espacios por donde ir “sembrando semillas” en escuelas. Había nacido el proyecto Garras del Aire.
Una labor educativa
La palabra “cotufas”, que en Venezuela significa “palomitas de maíz”, es esencial en las charlas educativas de Mario. Antes de empezar, él pregunta a quiénes les gustan. Todos los niños alzan sus manos.
—Las cotufas salen del maíz, ¿y saben quiénes protegen el maíz de las ratas?
Allí comienza la explicación: lo hacen las aves rapaces.
En el medio natural, el equilibro es clave. Si la población de un depredador disminuye, el número de ejemplares de sus presas potenciales aumenta, y eso supone varios peligros. Por ejemplo, podrían amenazar los cultivos. Así, una falta de aves rapaces podría derivar en problemas en los cultivos de maíz. Mario subraya en su charla que la cetrería cumple hoy una función ecológica, ya que puede ser efectiva para el control de plagas; y también explica que es posible tomar a pichones que han caído en condición de orfandad, enseñarles a valerse por sí mismos y liberarlos. En definitiva, insiste en que esta práctica es respetuosa con el medioambiente.
Mario explica a los niños que él tiene un gavilán, una especie que tiene la vista como principal sentido para interactuar con el mundo. Durante el día, estas aves surcan los cielos buscando a sus presas, a las que cazan valiéndose sobre todo de la velocidad.
—Este gavilán se llama Sol. Como ya les dije, es un ave diurna. Y la lechuza, que es un ave nocturna… ¿cómo se llama?
—¡Luna! —gritan los niños.
Mario continúa la charla explicando que las rapaces nocturnas no basan su estrategia de caza en la velocidad, sino en el sigilo. Su principal sentido es el oído. Sin ser detectadas, al escuchar el caminar de un animal pequeño, se lanzan a capturarlo.
—¿Alguno sabe cuántos ratones se come una lechuza al año? Mil. Entonces, ¿cuántas ratas pueden comerse varias lechuzas? Y una lechuza pone huevos en función de la cantidad de roedores que haya...
“Le voy a decir a mi papá que no les ponga veneno a las ratas”, dice un niño. Otros aseguran que quieren ser cetreros cuando crezcan.
La presencia de Sol y Luna resulta fundamental en las charlas de Mario. En la jerga venezolana la palabra “cetrería” es casi desconocida, por lo que ver en acción a las aves hace muy atractiva la propuesta. Él confiesa que en cada encuentro se siente como un infante más al ver la emoción de los muchachos. Mario también da charlas para adultos, pero prefiere concentrarse en los niños. Piensa que, por cada charla, un niño podría adquirir interés en los animales, la ecología o la cetrería. Cada charla que da puede germinar a futuros adultos que querrán ser cetreros, biólogos, zoólogos, ornitólogos, etc.
“La educación a nivel infantil, aunque no paga de inmediato, da más frutos por las semillas que siembro en los chamos”, dice el aprendiz de cetrero, quien, pese a declararse “antitecnológico”, no dudó en crearse una cuenta de Instagram para difundir sus actividades.
Los efectos que el contacto con las aves tiene en los muchachos son notables. Un ejemplo: a Mario una vez le escribió una mujer con un hijo autista en edad escolar que quería conocer a Sol y a Luna. El niño no se relacionaba con casi ninguna persona, pero sentía un genuino interés por los animales. Mario lo invitó a casa, le permitió tocar a las rapaces y le ofreció una charla particular. El menor se maravilló. Al día siguiente, la madre escribió por WhatsApp a Mario para enseñarle un dibujo del gavilán y de la lechuza. Según lo que ella le relató, el muchacho llegó a casa con una actitud más comunicativa.
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Una noche, Mario recibió la visita de un búho hembra que entró en su casa con absoluta confianza mientras la familia estaba cenando. En encuentros posteriores, vio que el animal se le acercaba al escucharlo silbar. Era obvio que el búho reconocía ese sonido. Se trataba de su primera rapaz liberada, aquella que despertó su interés por la cetrería. Ahora viene acompañada de sus crías y de su macho, aunque este último se mantiene distante de los humanos. Han anidado en su jardín. Es un ejemplo de que las actividades de Garras del Aire están rindiendo frutos. Mario quiere que la misma satisfacción que él siente al ver a ese animal pueda ser compartida en un futuro por al menos uno de los niños que han presenciado sus charlas. Espera que las semillas que ha cultivado den frutos el día de mañana.