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¿Por qué estamos más solos que nunca?

En plena era de las redes sociales y la hiperconectividad, millones de personas en todo el mundo se enfrentan a una paradoja desconcertante: la soledad.

La soledad, uno de los males de la sociedad actual. FREEPIK/WIRESTOCK

Las cifras no dejan lugar a dudas de que estamos ante la enfermedad del siglo XXI: la soledad.

En España y Argentina, por poner dos ejemplos claros del ámbito hispanohablante, los solteros superan a los casados. En España, país con 48,8 millones de habitantes, hay 20,68 millones de personas sin pareja (14,9 millones solteras, 2,8 viudas y 2,9 separadas) frente a 20,1 millones de personas casadas, según datos recientes del Instituto Nacional de Estadística.

En Argentina, el partido va parecido, ya que hay 15,6 millones de desemparejados frente a 14,5 millones de casados. En México, a tenor de los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, de una población de 93,5 millones de personas, aproximadamente el 34% es soltera.

La soltería, lejos de ser una simple elección personal, se ha convertido en un fenómeno sociológico que desafía las normas establecidas sobre el amor y las relaciones. ¿Qué ha ocurrido para que el “vivieron felices y comieron perdices” se haya convertido en una quimera inalcanzable para tantos y, sobre todo, para quienes se quejan de que no consiguen una pareja a la altura de sus expectativas?

Del patriarcado a la confusión de roles

Para entender el panorama actual, es necesario mirar atrás. Durante siglos, el patriarcado dictó las normas del juego amoroso, relegando a la mujer a un papel sumiso y al hombre a ser el proveedor incuestionable… O no tanto ya.

Tampoco es que ahora las feministas estén rebelándose por primera vez: la rebelde primigenia fue Lilith, borrada de la historia por no someterse a Adán, un símbolo poderoso de cómo el sistema ha intentado silenciar a quienes se desvían del camino trazado.

Aunque hemos avanzado sobremanera con respecto a tantos siglos de represión e incluso de persecución de las mujeres solteras, a veces acusadas de brujería a modo de excusa, el peso de esa herencia sigue condicionando nuestras relaciones. De hecho, ese bagaje nos ha llevado a una crisis de roles donde las expectativas de hombres y mujeres chocan constantemente. Los hombres se debaten entre el machismo tradicional, la confusión y un feminismo a veces más teórico que práctico. Las mujeres, por su parte, oscilan entre la independencia feroz y la nostalgia de ciertos aspectos tradicionales, generando lo que podríamos llamar un pendulazo emocional: “Como huyo del modelo de mi abuela y de mi madre, me lanzo a imitar el modelo masculino y, por el trayecto del péndulo, desplazo al hombre y me meto la leche contra la pared”.

Las mujeres que ya llevamos décadas ejerciendo la igualdad y estamos en la madurez, en torno a los 50 años de edad, ya hemos comprobado que lo único sano psicológica y emocionalmente es encontrar el propio modelo para ser mujer como a cada una le surja. Y, a ser posible, sin desplazar a nuestros compañeros, amigos y familiares, pero sin dejar de exigirles que cobren conciencia.

El amor en tiempos de Tinder

En este contexto de roles difusos, las aplicaciones de citas han venido a complicar aún más el panorama. La paradoja de la elección, teorizada por el psicólogo estadounidense Barry Schwartz, se manifiesta en toda su crudeza: cuantas más opciones tenemos, más difícil nos resulta elegir y comprometernos. El “mercado sentimental” se ha convertido en un casting interminable donde siempre parece haber algo mejor a la vuelta de la esquina. Y donde es fácil llenar el vacío y la cama sin necesidad de dar nada a cambio.

“Vivimos en la contradicción de quererlo todo a la vez”, resume el filósofo José Carlos Ruiz. Queremos la estabilidad de una pareja, pero sin renunciar a la libertad; la pasión, pero sin sufrimiento; la intimidad, pero sin vulnerabilidad. Esta ambivalencia, alimentada por la cultura del consumo rápido, nos paraliza y nos impide construir relaciones auténticas. Ahí el ghosting, el sexting sin materializar, el juego a varias bandas y demás comportamientos irrespetuosos hacia la otra campan a sus anchas dejando mucho sufrimiento, inseguridad e incertidumbre. Se quitan a las ganas de exponerse a otro estacazo más.

Los desengaños sentimentales pueden llevar a la soledad no deseada. UNSPLASH/KELLY SIKKEMA

El individualismo exacerbado y la ficción de la autarquía

Dentro de los factores que afectan a nuestras relaciones, lo económico tiene mucho que ver. Mientras antes la sociedad evolucionaba en torno a la tribu y al núcleo familiar, ahora el capitalismo y la cultura del éxito individual han exacerbado nuestro egocentrismo. Nos han vendido la idea de que podemos ser felices y autosuficientes sin necesidad de nadie, una ficción de autarquía que choca con nuestra naturaleza social y amorosa. El miedo a la dependencia, a la vulnerabilidad y a la pérdida de control nos encierra en pequeñas fortalezas individuales, donde la soledad se disfraza de libertad.

Y si seguimos con lo económico, la independencia financiera, especialmente de las mujeres, ha transformado las dinámicas de poder de antaño, porque ahora nosotras no tenemos que aguantar a nadie por miedo a quedarnos en la calle o a no poder alimentar a nuestros hijos. Como diría Shakira, las mujeres facturan y, por tanto, se sienten libres para abandonar a alguien que no da el nivel de conciencia, igualdad, madurez y compromiso que requiere una pareja.

Si no hay todavía más divorcios —que han aumentado en todos los países ostensiblemente, aumentando las hordas de solteros— es porque la precariedad laboral y la presión del sistema capitalista tiende a asfixiarnos con inflación y alquileres insostenibles para una sola persona trabajadora. La de parejas separadas que comparten techo es abrumadora. Como afirma la economista María Jesús Izquierdo, “nos hacen creer que vivimos según elecciones libres, al margen de que lo hayan sido o no”.

La convivencia: el campo de batalla de las parejas

Y es que la convivencia se ha convertido en un auténtico campo de minas. Los roles tradicionales chocan frontalmente con la realidad de la mujer trabajadora y la del hombre del que, en vez de macho proveedor, se espera que sea corresponsable. La distribución desigual de las tareas domésticas sigue siendo una fuente constante de conflictos en todas las terapias de pareja.

La negociación, el consenso y la flexibilidad se imponen, según las terapeutas, como herramientas imprescindibles para construir relaciones más equitativas. Sin embargo, la falta de referentes y la persistencia de contradicciones entre lo que queríamos, queremos y demostramos todas y todos hacen que muchas parejas se estrellen contra el muro de la convivencia diaria.

Sexo, mentiras y desconexión emocional

Por si fuera poco, la liberación sexual femenina ha ido transformando radicalmente el panorama íntimo, con la gran ventaja de que ahora nos sentimos libres de explorar, sabemos lo que nos gusta y tenemos el valor para compartirlo con el compañero de turno o fijo.

Ahora bien, esta revolución tiene su cara oscura. La promiscuidad sin compromiso, lejos de empoderarnos, puede dejarnos, especialmente a las féminas, con una sensación de vacío y la autoestima por los suelos. Como advierte la psicóloga Rosetta Forner, “las mujeres, una vez más, han mordido el anzuelo de una sociedad patriarcal que les ha hecho creer que si imitaban los comportamientos de los hombres, habrían ganado la igualdad”. Ja.

El coitocentrismo, la pornografía omnipresente y la falta de educación sexual real han creado generaciones enteras que confunde cantidad con calidad y violencia con morbo. El sexo se ha convertido en una mercancía más, consumida con la misma voracidad y superficialidad que la comida rápida. “Follar está sobrevalorado y es contraproducente”, podría ser el lema de una generación que busca conexión pero solo encuentra encuentros fugaces que no sirven ni para apagar el fuego.

El mito del amor romántico: la gran estafa

Ahí entra de lleno la frustración, porque no dejamos de ser víctimas de esas fantasiosas películas de Hollywood y de una industria cultural que nos han vendido una idea del amor tan idealizada como irreal. El mito de la media naranja, la pasión eterna y el “felices para siempre” chocan frontalmente con la realidad de las relaciones humanas, complejas e imperfectas por naturaleza, pero más hoy en día.

Esta idealización no solo genera decepciones y mucho dolor, sino que también nos impide valorar y trabajar en parejas reales. Como señala el filósofo José Antonio Marina, “el amor, por supuesto, no existe. Lo que existe es una serie de sentimientos y comportamientos que etiquetamos como amor, pero que están lejos de ser ese ideal perfecto que nos han vendido”. Vamos, que nos quedamos en el enamoramiento y no trabajamos por construir un proyecto de vida en común. ¿Por qué?

El miedo: el gran saboteador de las relaciones

Detrás de muchos de nuestros comportamientos destructivos relacionales se esconde un denominador común: el miedo. Miedo al compromiso, al rechazo, al sufrimiento, a la pérdida de identidad... Estos temores, a menudo inconscientes, nos llevan a autosabotear nuestras relaciones o a evitarlas por completo.

Como escribió el filósofo Jiddu Krishnamurti, “lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo”. Superar estos miedos requiere un trabajo personal profundo, un autoanálisis crítico para lo que muchos no están preparados o simplemente no tienen tiempo en la vorágine de la vida moderna. Es mucho más fácil culpar al otro género o a la otra persona (da igual la orientación sexual, sucede lo mismo) de lo que no funciona que hacer autocrítica y escarbar en nuestras mochilas repletas de traumas.

¿Hay esperanza? Hacia un nuevo paradigma relacional

A pesar de que el panorama es sombrío, hay lugar para la esperanza. El primer paso es tomar conciencia de estas dinámicas y trabajar en nosotros mismos. La deconstrucción de los roles de género, la superación de nuestros miedos y el desarrollo de una comunicación auténtica son claves para construir relaciones más sanas y satisfactorias si no queremos que se extinga la especie.

A estas alturas, como adultos, resulta fundamental replantearnos qué significa realmente el amor y las relaciones en el siglo XXI. Quizás la respuesta no esté en volver a modelos antiguos, sino en crear nuevos paradigmas que integren la libertad individual con esa necesidad de conexión tan humana que nos hace sentir infelices cuando estamos en soledad demasiado tiempo.

La soltería no es un problema. La soledad, sí. Ser soltero no es negativo si tienes un entorno con el que compartir y disfrutar de la vida. Si tienes oportunidades de conocer gente, amar y ser amado. Lejos de ser un fracaso, aprender a estar solo es muy positivo para no conformarse con el primero que nos ofrezca alguna migaja de cariño y para no ser víctima fácil de la desesperación. Es más, los periodos de tiempo a solas suelen ser una oportunidad para el autoconocimiento y el crecimiento personal.

Ese será un buen punto de partida para que, cuando surja la ocasión de escoger una vida en pareja, sea desde una base de igualdad, respeto mutuo y consciencia de las dinámicas que hemos heredado y ya no sirven.

En última instancia, el desafío es encontrar un equilibrio entre nuestra necesidad de autonomía y nuestra naturaleza social. Como dijo el psicoanalista Erich Fromm, “el amor maduro significa unión bajo la condición de preservar la propia integridad”. O sea, mantener el espacio de cada uno, el tiempo, los amigos y amigas respectivos, los hobbies, etc., para tener un universo particular más allá del compartido. Quizás ahí, en ese delicado equilibrio, esté la clave para superar la epidemia de soledad que nos aqueja, porque si no tememos perdernos a nosotros mismos, estaremos más receptivos a abrirle nuestra existencia a otra persona que lo merezca.

Ahora bien, lanzo la pregunta del millón al aire para nuestros lectores: ¿seremos capaces de reinventar el amor y las relaciones en un mundo que cambia a velocidad vertiginosa y cada vez resulta más superficial? Solo el tiempo lo dirá.

Mientras tanto, millones de desemparejados siguen nadando a brazo partido en las aguas turbulentas del amor moderno, buscando un puerto seguro en medio de la tormenta. La soltería es, sin duda, la única elección cuando lo que nos encontramos resulta tóxico, pero la soledad es el síntoma de una sociedad que necesita urgentemente redefinir sus vínculos más profundos y recuperar el valor del amor, de los cuidados, del acompañamiento, el apoyo y la solidaridad.

Periodista y escritora especializada en relaciones. Autora de más de una veintena de libros, entre ellos el ensayo Yo no me caso con nadie. El libro para entender por qué no funcionan tus relaciones, de próxima publicación y en el que se basa este artículo. Creadora del www.sindicatohedonista.es, plataforma mediática para que los singles se relacionen en torno a la gastronomía, el vino, la cultura y los viajes.