Aunque Rafael Uzcátegui (Mérida, Venezuela, 1973) es un sociólogo formado en el ámbito académico de la izquierda, su lucha por los derechos humanos lo llevó a buscar un camino fuera de la ideología para ocuparse de la defensa de las víctimas de regímenes autoritarios. A su juicio, las izquierdas han perdido la centralidad del cambio social, y gran parte de sus líderes olvidan sus principios cuando es conveniente, sobre todo si se trata de temas que afectan a gobiernos o procesos afines. Una visión que ha desarrollado en libros como La rebeldía más allá de la izquierda (Náufrago de Ítaca, 2021), donde Uzcátegui analiza el abordaje que buena parte de las izquierdas internacionales han realizado sobre el conflicto venezolano y las perspectivas sobre la recuperación de la democracia en el país.
Desde 2015, Uzcátegui coordina el Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea), organización no gubernamental a la que se unió en 2006. Esta institución pionera fue fundada en 1988, y ha operado bajo modelos estatales de derecha y de izquierda, por lo que ha podido comprobar de cerca cómo actúan los representantes de estas dos ideologías frente al derecho y las libertades.
La labor de Provea, como la de otras ONG venezolanas, fue aplaudida al comienzo del mandato de Hugo Chávez, pero en la medida en que el régimen bolivariano consolidó el proyecto socialista, la institución pasó a ser acusada de agente enemigo y de recibir financiamiento del exterior como parte de una conspiración contra el chavismo. Es por ese motivo que Uzcátegui tiene, junto al resto del equipo de Provea, medidas cautelares de protección dictadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Pese al hostigamiento por parte de las autoridades, Uzcátegui persiste en su lucha en contra de las vulneraciones de los derechos humanos, más allá del sesgo que imponen las ideologías. El sociólogo, no obstante, expresa su preocupación por el futuro que le aguarda a su país, donde las autoridades han intentado adueñarse de todo aquello que articula el sentido de comunidad nacional. “Los símbolos de Venezuela han sido intervenidos y fragmentados por el chavismo; sin embargo, no han logrado que la población los asuma”, explica el activista a COOLT. “Los regímenes totalitarios tienen la capacidad de borrar la historia para imponer una nueva narrativa, pero en eso han sido ineficientes también. Esa intervención de nuestra identidad amerita un esfuerzo generoso de todos los venezolanos, incluyendo a quienes creyeron de buena fe que con el chavismo se iban a superar los problemas del país”.
- En su libro La rebeldía más allá de la izquierda aborda un sesgo que ha predominado en el mundo polarizado y que identifica como “solidaridad selectiva”, según el cual la izquierda y la derecha se solidarizan con las víctimas de Estados autoritarios según su ideología. Un fenómeno que, lejos de superarse, parece haberse profundizado en los últimos años.
- Hay una discusión en los últimos años que plantea que la división del mundo entre izquierda y derecha cada vez tiene menos correlación con la realidad. En el caso de las izquierdas, han perdido la centralidad del cambio social porque sus líderes han tenido ideas muy conservadoras. Lo que se configuró en el siglo XIX no tiene respuestas frente a las nuevas demandas de la sociedad. En Venezuela, creo que eso ha impedido que haya un tránsito a la democracia. Las autoridades gobiernan desde el apoyo del mundo progresista internacional, y eso ha impedido que los venezolanos puedan resolver este conflicto, al menos en este momento. Si las izquierdas se hubiesen comportado de otra manera, hoy la situación sería sustancialmente diferente.
Yo parto de la discusión que se dio entre Albert Camus y Jean Paul Sartre [en 1952 en torno a la ortodoxia comunista], de la que nosotros solamente vimos la versión latinoamericana, que fue la discusión entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. De alguna manera, ese debate fue el que legitimó esta postura pragmática de la izquierda internacional sobre los procesos o los Gobiernos afines: es decir, esta capacidad de olvidar sus principios cuando era conveniente, de justificar permanentemente el doble estándar y de utilizar la inteligencia para falsear la realidad.
A mí me preocupa mucho el futuro de Venezuela, pienso que hay principios que tenemos que defender, que tienen que estar en la nueva Venezuela que se va a construir, como los de solidaridad, igualdad y justicia, entre otros. Intento decirles a los jóvenes que la lucha contra la pobreza no es propiedad del chavismo ni de las izquierdas. Por tanto, necesitamos una mirada fuera de la ideología para poder dialogar. A mí no me sirve la ideología para conversar con un joven de 20 ó 30 años que ha crecido bajo la influencia de un Gobierno de izquierda y que siente que es uno de los factores que lo oprimen. Necesito conversar con él desde otro lugar, un lugar posideológico, para apelar más a los principios universales, para que tenga otro marco de comprensión de lo que ha sucedido en el país.
- Desde su fundación en 1988, Provea ha vivido dos modelos políticos en Venezuela: la democracia representativa y el socialismo del siglo XXI. ¿Cómo ha sido la experiencia al defender a las víctimas en ambas etapas?
- Provea nació cuando aparecieron las primeras ONG venezolanas de defensa de derechos humanos. En aquellos años asumimos un caso emblemático, la Masacre del Amparo, y sufrimos la estigmatización de ser denominados “defensores de delincuentes”. Generalmente, los Gobiernos de esos años no entendían de qué iba este trabajo. Provea también visitó a Hugo Chávez en la prisión en 1993 y 1994, después del golpe militar, para constatar su situación, y dio asistencia jurídica gratuita a Nicolás Maduro, entonces un sindicalista de ser despedido por su actividad en el Metro de Caracas. Ese período prebolivariano era una democracia que tenía déficits, debilidades. Era un modelo que se estaba agotando, y la sociedad venezolana estaba buscando una salida. De una manera desesperada, se apostó por un vengador que fue Hugo Chávez, quien prometió venganza frente a todo lo que significaban los males de ese momento.
Tuvimos nuestra época de oro en las relaciones con el chavismo desde 1999, a raíz de nuestra participación en el proceso constituyente, pero esa etapa se deterioró rápidamente. En un discurso en febrero de 2004, Chávez delineó lo que iba a ser el abordaje que iban a tener las autoridades con las ONG, que era acusarlas de ser financiadas desde el exterior con fines oscuros y ser parte de una conspiración. Provea observaba la realidad desde los lentes de los derechos humanos. Así, se reconocieron algunas políticas públicas del chavismo que beneficiaban a las mayorías. Pero tampoco perdíamos la capacidad de ser críticos con lo que veíamos, como la pretensión de imponer hegemónicamente un modelo que luego se llamó el socialismo del siglo XXI. Todo fue muy nítido a partir de 2007, cuando Chávez pierde el referendo constitucional. De hecho, eso es lo que le permite a Provea calificar en octubre de 2016 a Maduro como un gobernante no democrático, un dictador.
Desde 2006, las ONG no podemos visitar las cárceles, ni a los presos comunes ni a los presos políticos, y estamos bajo un ataque permanente, con la posibilidad de que se apruebe una normativa para evitar la cooperación internacional. Maduro no quiere que recibamos fondos para ayudar a víctimas, como en algún momento lo ayudamos a él. Este es el peor momento en materia de derechos humanos, el peor momento en derechos sociales, civiles y políticos del país. Han ocurrido hechos muy graves y eso ha motivado una investigación por parte de la Corte Penal Internacional. No temo que el chavismo se quede para siempre, porque este tipo de gobiernos autoritarios tienen fecha de caducidad; mi miedo más profundo es que, como país, no hayamos aprendido las lecciones de los últimos años y que los venezolanos apostemos de nuevo por una venganza, no por la justicia o por un modelo inclusivo que permita superar los déficits que tenemos. Lamentablemente, hay mucha indignación en la sociedad, mucho dolor, no solamente por la pobreza, sino por la separación de las familias.
- Un hecho tan repudiable como ha sido la invasión rusa a Ucrania cuenta con el apoyo de Gobiernos llamados progresistas como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba entre otros, solo por el hecho de formar parte de una alianza internacional.
- Frente a la incertidumbre, volvemos a lo conocido. En el Palacio de Miraflores [sede del Gobierno venezolano] se hizo un esfuerzo de revitalizar la Guerra Fría, de volver a separar al mundo entre izquierda y derecha. Uno pensaba que después de la caída del Muro de Berlín eso se había debilitado y que usábamos otros ejes para la comprensión de la realidad, pero está reviviendo.
En América Latina se sigue pensando que Rusia es la heredera de los sóviets y desde allí se intenta revitalizar esa mirada sobre el mundo, que además es muy favorable para proyectos autoritarios como el de Venezuela y los nuevos populismos: la división de la sociedad entre los buenos y los malos. Estamos volviendo a una reconfiguración del mapa político latinoamericano en esos términos, con una mayor preponderancia de las izquierdas a través del grupo de Lula Da Silva en Brasil, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia. Pero la dicotomía no es entre izquierdas y derechas, sino entre gobiernos democráticos y autocráticos. Las libertades en América Latina están amenazadas en diferentes países independientemente del signo ideológico de los gobernantes, como es el caso de Jair Bolsonaro en Brasil. Esta división entre izquierda y derecha no nos ha permitido entender estos matices, ni apostar por la solidaridad o aumentar los vínculos para poder defender los derechos.
- En estas nuevas alianzas de izquierda hay matices. Por ejemplo, Gabriel Boric mantiene reservas frente a los regímenes autoritarios de la región...
- En el caso de Boric, creo que ha tenido la inteligencia y la modestia suficientes para intentar conformar un equipo de Gobierno con expertos en las diferentes áreas. Ha nombrado canciller a Antonia Urrejola Noguera, abogada con especialidad en Derechos Humanos y Procesos de Democratización en la Universidad de Chile, quien presidió la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2002. Creo que eso le ha ayudado a mirar de manera correcta el tema de derechos humanos no solamente en relación a lo que pasa en Venezuela, sino a denunciar el abuso de poder donde quiera que ocurra. Boric ha gestionado de manera inteligente la pérdida del referendo por la nueva Constitución, está haciendo política en el sentido amplio para todos los chilenos, y ojalá eso redunde en beneficio de la gente. Boric pudiera liderar una regeneración de la manera de hacer política en la región en el sentido de colocar algunos principios democráticos por encima de los tacticismos a corto plazo.
- Gustavo Petro, a pesar de que se le identifica como izquierda radical y de que ha restablecido las relaciones de Colombia con Venezuela, también ha sido cauteloso respecto a Maduro...
- Con una frontera compartida, era de esperar que ocurriera cierta normalización de las relaciones con Colombia. Sin embargo, tenemos preocupaciones con ese proceso, que puede desarrollarse de diferentes maneras. Tenemos algunos signos esperanzadores, como que Petro le pidiera a Venezuela regresar a los organismos de derechos humanos, pero hemos tenido también algunos signos contrarios, como las declaraciones del nuevo embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, y el ministro de Asuntos Exteriores, Álvaro Leyva, quienes no descartan retirar la demanda por crímenes de lesa humanidad contra Nicolás Maduro en la Corte Penal Internacional. Eso no va a tener ningún efecto jurídico concreto, pero traslada el mensaje de que los derechos humanos no van a estar entre las prioridades en las relaciones con Venezuela y nos hace temer que todos los refugiados políticos venezolanos que hoy están en territorio colombiano pudieran ser devueltos.
- ¿Cómo observa las perspectivas en Venezuela? En los últimos años, hay una oposición, todavía muy dispersa, que trata de reflexionar sobre los errores cometidos, con cierto proceso de renovación interna, mientras que desde el bando del chavismo no se vislumbran cambios que favorezcan una futura transición.
- Todas las derrotas son traumáticas, y el campo democrático viene de una derrota importante cuando la estrategia que se llevó hasta 2019, después de 20 años de conflictividad y de movilizaciones intensas, no funcionó. La reflexión de lo que implicaba esa derrota se congeló por la pandemia. Son discusiones que debimos haber tenido desde hace más de dos años, este es un momento de reflexión tardía. Y lo que uno desearía del liderazgo político opositor es que asumiera su rol revisando los errores, las estrategias que no han funcionado y la necesidad de colocar los intereses del país sobre los personales.
Este es un momento de recomposición. Hay un agotamiento después de tanto tiempo de conflicto, y también existe tristeza porque muchos líderes y familias se han dividido, han tenido que vivir la emigración forzada, algo inédito para los venezolanos, que no sabemos cómo lidiar con esa separación cuando siempre fuimos un país receptor de inmigrantes.
Uno de los errores sobre los que tenemos que superar es el de no entender las coyunturas políticas como una batalla política definitiva. Ojalá en este proceso de reflexión no vuelva a salir el mensaje de que el año 2024 va a ser la última batalla, sino que será un momento, un proceso de movilización democrática. Soy bastante escéptico de que Maduro pierda las elecciones, y he dejado de esperar la expresión pública de un chavismo inconforme y democrático que pueda estar dentro de las esferas del poder. De hecho, las movilizaciones de 2017 apelaban a que ese chavismo democrático se expresara y permitiera una transición a la democracia. No ocurrió.
Pensaba que las nuevas generaciones del bolivarianismo podían oxigenar con nuevas políticas, pero ha sido muy decepcionante seguir leyendo a voceros del chavismo reiterando que la revolución es irreversible y que ratifican que, aunque Maduro ha cambiado el modelo original, plantean hacer todo lo posible por mantener a la élite gobernante en el poder. El chavismo está intentando ganar todo el tiempo posible. Su gran referente es Cuba, que con 50 años es la dictadura más larga de la región. Lamentablemente, tengo pocas esperanzas de que una mesa de negociación pueda allanar el camino a una transición a la democracia. El chavismo va a utilizar ese diálogo para mantener la fragmentación del campo democrático