Tras el rastro del gallito de las rocas

Siguiendo la estela de Charles Darwin, una expedición científica se aventura en el bosque nuboso de Machu Picchu en busca del ave nacional del Perú.

Un ejemplar de gallito de las rocas, en el bosque nuboso de Machu Picchu (Perú). STEVE SÁNCHEZ
Un ejemplar de gallito de las rocas, en el bosque nuboso de Machu Picchu (Perú). STEVE SÁNCHEZ

Joseph Quispe es bajito y se sabe mover por el bosque nublado. Ofrece el aspecto de un profesor a la antigua, con sus anteojos de borde negro y su cuadernillo plastificado con las fotos de Hiram Bingham, el arqueólogo estadounidense que a inicios del siglo XX redescubrió el Machu Picchu. Cuando no lleva puestos los anteojos, tiene puestos los binoculares. En sus años como jefe regional de Ecoturismo en Inkaterra, ha visto familias de agutíes, 238 especies de aves, cinco osos de anteojos y varias ardillas y nutrias de río. Esta vez tiene la misión de guiarnos por el bosque andino con el propósito de dar con el ave nacional del Perú, el gallito de las rocas (Rupicola peruvianus).

Comenzamos el recorrido con algo de optimismo. Son las cinco de la mañana y junto al equipo del proyecto Darwin200 hemos iniciado la caminata a través de un sendero de bosque ubicado a una altitud de 2.040 metros sobre el nivel del mar, situado a orillas del río Urubamba, en la desembocadura de los ríos Aguas Calientes y Alcamayo. La expedición Darwin200 viene recorriendo el periplo de Charles Darwin a través de América del Sur a bordo de una nave histórica de tres mástiles, la goleta neerlandesa Oosterschelde.

La joven zootecnista Alex Marshall y el documentalista Josh Clarke —ambos jóvenes ingleses de la edad que Darwin tenía cuando emprendió su primer viaje de ultramar— están aquí con la finalidad de producir un estudio sobre el gallito de las rocas, explorar el rol dentro de su ecosistema, las amenazas que sufre y las estrategias para su conservación a futuro en el bosque andino de Machu Picchu.

Cuando piensa en Machu Picchu, el viajero se remite a unas ruinas enclavadas en un valle de montañas caprichosas. A esa fortaleza erigida por el inca Pachacútec, que permaneció escondida por más de cuatro siglos con una “firmeza sin edades”, como escribiera Martín Adán en La piedra absoluta. A diferencia de la épica, la dimensión natural de Machu Picchu aún no ha calado en el imaginario colectivo. Alrededor de la ciudadela se extiende un parque nacional con una superficie que supera las 37.000 hectáreas y que alberga hasta 24 ecosistemas, en un espesor donde la vegetación andina se difumina con la amazónica.

Joseph Quispe, dirigiendo la observación de aves en el bosque nuboso de Machu Picchu, Perú. INKATERRA
Joseph Quispe, dirigiendo la observación de aves, en el bosque de Machu Picchu. INKATERRA

La expedición de Darwin200 delimita su área de estudio a las 10 hectáreas que comprende Inkaterra Machu Picchu Pueblo Hotel. A mediados de la década del setenta, este terreno servía para pastoreo y como aserradero. En uno de los primeros casos de turismo regenerativo, Inkaterra se dedicó al cultivo de flora nativa para restaurar el ciclo de vida. Repobló el bosque de helechos, bromelias, y árboles como el queñual y el pisonay. Con el florecimiento, aparecieron las aves. Atraído por los racimos de palmeras como la Chamaedorea pinnatifrons o de la inflorescencia que brota de la Geonoma undata, el gallito de las rocas fue uno de los primeros hijos pródigos en volver a casa. Al ser uno de los mayores dispersores de semillas en su hábitat, este animal ha sido un agente polinizador para los jardines de esta propiedad, hoy convertida en un hotspot de biodiversidad biológica que alberga a 372 especies de orquídeas nativas y otras epífitas, además de 306 especies de aves registradas por el aplicativo eBird.

“En todo el Santuario Histórico de Machu Picchu hay más de 420 especies de aves identificadas”, dice Joseph mientras atravesamos un sendero cercado por epífitas y lianas. Al otro lado del río Urubamba, una densa neblina sube por la cresta montañosa. Bosque adentro, vamos despacio, procurando no hacer ruido mientras pisamos las hojas y ramas caídas, intentando poner atención al ‘ruido de fondo’, observando si vemos alguna silueta o color tras las palmeras y los helechos. Aunque el tucán andino de pecho gris, o Andigena hypoglauca, ha sido el pájaro que más ha impresionado a Joseph en sus años como pajarero, dice que cada avistamiento trae su magia. “A este tucán lo vi en el Intipunku o la Puerta del Sol una sola vez en mi vida mientras que al gallito de las rocas se le ve con mayor frecuencia”, cuenta.

Verlo con mayor regularidad no garantiza que siempre se le vea. El gallito de las rocas es un ave esquiva y, por más que lo busquemos en los peñascos donde anida, o que nos despertemos antes de que amanezca y lo esperemos con los binoculares hasta la última luz del día, hay algo de lotería cuando aparece la mancha roja entre el follaje y la neblina.

Caminar por el bosque tras sus señales es una coartada para encontrar otras especies como colibríes y tangaras, o para ver posarse sobre una rama al relojero andino (Momotus aequatorialis), reconocido por un verde azul iridiscente y una cola que agita como péndulo para ahuyentar a sus depredadores. Cerca de la cascada Rocotal escuchamos el taladro en una corteza, es un carpintero de vientre rojo (Campephilus haematogaster) con el penacho en punta, una especie más difícil de observar que el propio gallito. Consultamos a nuestro guía si la ha visto antes. Es su primera vez.

Ejemplar de relojero andino
Ejemplar de relojero andino. STEVE SÁNCHEZ

El paisaje geográfico de los Andes crea numerosos hábitats aislados y diversos microclimas que son fundamentales para la diversificación de las especies. Para la zootecnista Alex Marshall, la decisión de investigar a esta ave de color bermellón encendido no se debió únicamente a que Charles Darwin la avistó durante su travesía por los parajes sudamericanos, sino también al reconocimiento de que el ave —catalogada como una especie de “Preocupación menor” en la lista roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza— enfrenta varias amenazas.

Los científicos advierten que diferentes causas como la deforestación, el cambio climático, el tráfico de fauna silvestre y la construcción de represas y carreteras impactan directamente en la supervivencia de la fauna silvestre. “Con la destrucción de su medioambiente, el gallito de las rocas ha perdido los recursos que necesita para sobrevivir”, señala la ornitóloga Lucrecia Amado Asmat en un artículo publicado en la Agencia Peruana de Noticias.

Diez años atrás, a un comerciante belga conocido por exportar animales silvestres se le encontró en posesión de ocho ejemplares de gallitos de las rocas. Fue sancionado con una multa de 28.500 soles por parte de las autoridades nacionales, la sanción “más alta dada en la historia del país por un delito de esta naturaleza”, según Wildlife Conservation Society. En el mercado ilegal, el precio de cada ejemplar de gallito puede superar los 5.000 dólares. En las últimas dos décadas se han incautado por lo menos 45.849 aves, de acuerdo con los datos del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre.

Las probabilidades de ver al gallito de las rocas en nuestro primer día de excursión disminuye a medida que pasa la hora crepuscular. Camuflados entre el verdor del bosque, oímos un silbido intenso que nos recuerda que no estamos solos. Es el canturreo largo y agudo de otra tangara que deja ver su cabeza azul. El canto del gallito de las rocas tampoco es muy musical. Emite un graznido que se asemeja al grito de un cerdo. En cambio, un pajarito gris como el solitario andino (Myadestes ralloides) se salva de pasar desapercibido gracias a un trino que parece una flauta de pan. Cada ave es dotada con su propio recurso, un atractivo suficiente para que logre aparearse y garantizar así la subsistencia de la especie.

Tras años de observación y entrenamiento, Joseph está convencido de que no dejaremos el bosque de niebla sin haber visto al tunqui (nombre quechua del gallito de las rocas). Y como buen conocedor del terreno, el segundo día tenemos mejor fortuna: al cabo de unos minutos de caminata, una mancha rojiza que resplandece como un chispazo de fuego vivo se asoma entre la fronda que se alza entre las nubes. Nos ajustamos los binoculares y los enfocamos hasta poder ver con claridad la cresta pronunciada en forma de disco y un ojo desplazado como en una pintura cubista.

Un ejemplar de gallito de las rocas, en el bosque nuboso de Machu Picchu, Perú. STEVE SÁNCHEZ
El gallito de las rocas, ave nacional del Perú. STEVE SÁNCHEZ

Sin duda este es un macho, pues se hace notar por la intensidad de un plumaje rojo anaranjado, rematado por una cola negra y unas alas perladas. Por ratos, da largas zancadas a las ramas vecinas que están adornadas por gotas de lluvia a punto de desprenderse, lo que provoca que Joseph explique el cortejo de las rupícolas sin apartar los binoculares de los ojos.

Lo primero es diferenciar al macho de la hembra, la cual se caracteriza por tener un matiz parduzco. La percepción humana la juzga poco agraciada, pero la intuición animal es capaz de ver el encanto en la discreción. Congregado en la zona de cortejo conocida como lek, el bando de los machos deja de lado la timidez habitual para batirse a duelo entre bailes y piruetas, saltando de un árbol a otro, a fin de que la hembra elija al favorito con el cual irá a empollar. Un espectáculo que no todos tendremos la suerte de contemplar, pero sí de imaginar.

Por ahora nos contentamos con los minutos contados que nos ha regalado esta ave luminosa que construye nidos de barro en las grietas de las laderas empinadas. Dentro del bosque puede transcurrir todo un día sin que te des cuenta. La espera viene ambientada por miles de sonidos que incluyen el roce de uno o varios insectos, del iagua que termina de tocar el suelo oscuro y nutrido, y todo tipo de gorjeos y crujidos. Es la manera que algunos hemos elegido para entrar en comunión con los sentidos. Quizá el verdadero placer de observar aves está en saber esperar y aprovechar el momento de estar, solo escuchando.

Periodista especializada en medioambiente. Cofundadora de Ravel Agency, ha sido editora de la revista Savoteur y guionista independiente en Media Networks, así como colaboradora en medios como El País, L.A. Times, El Malpensante y Altaïr Magazine. Actualmente cubre cuestiones relacionadas con la Amazonía peruana a través de una beca otorgada por Rainforest Journalism Fund.

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