Para quienes viven en democracia plena puede resultar difícil de entender el sentimiento esperanzador que se vivió en gran parte de Venezuela el pasado 22 de octubre, cuando cerca de 2,5 millones de personas salieron a las calles a emitir su voto en las elecciones primarias convocadas por la oposición para escoger a un líder que los represente en la compleja tarea de reconstruir al país.
No se trató solo de una elección, sino de una “rebelión cívica”, como la han calificado algunos observadores, en una Venezuela que lleva dos décadas buscando fórmulas para encontrar un camino que conduzca al cambio, a la salida del callejón oscuro en el que se encuentra el país. Una reacción muy temida por el Gobierno, que ahora puede ver cómo cambia el juego de poderes del que hasta ahora se ha beneficiado frente a una población civil debilitada por el hambre y la dependencia.
De manera masiva, los electores optaron por un nuevo liderazgo encabezado por una mujer, María Corina Machado (Caracas, 1967), quien desplegó un discurso frontal contra las políticas de Nicolás Maduro. La candidata de Vente Venezuela defendió en campaña la necesidad de retomar la libertad económica, el respeto a la propiedad privada, la captación de inversiones extranjeras y las privatizaciones de la gran cantidad de empresas del Estado que se encuentran quebradas.
Calificada de radical por su ideario, comparada incluso con Margaret Thatcher, Machado conectó con una población cansada de la inercia gubernamental, resignada luego de tantos golpes y fracasos de las propuestas alternativas, y logró un resultado insólito: 92,35% de los votos fueron para ella, por encima de líderes con partidos bien organizados pero con discursos más conciliadores, dosis de populismo y cierta ambigüedad en cuanto a pronunciarse sobre el carácter autocrático del actual Gobierno.
Machado no es una improvisada de la política. Ingeniera industrial, fue fundadora de la asociación civil Súmate, que en 2002 organizó la recolección de firmas para promover un referendo revocatorio nacional. En 2010 fue electa diputada, y dos años más tarde se presentó a las primarias de la oposición, que ganaría Henrique Capriles y en las que ella sólo cosechó un 3,7% de los votos. Una de las actuaciones por las que más se le recuerda ocurrió en enero de 2012, durante la memoria y cuenta que presentaba Hugo Chávez en la Asamblea Nacional. Machado intervino para pedir explicaciones por la ola de expropiaciones que se estaban aplicando contra el sector privado sin compensación. “Expropiar es robar”, dijo. Chávez le respondió: “Águila no caza moscas”. Hoy, la mosca es un águila que pone a correr al Gobierno.
Boicot del Estado a las primarias
Las primarias se celebraron cinco días después de que el Gobierno y la oposición suscribieran un acuerdo político en Barbados para celebrar elecciones presidenciales en el segundo semestre de 2024. Uno de los documentos de ese pacto establecía que ambos bandos “reconocen y respetan el derecho de cada actor político de seleccionar su candidato para las elecciones presidenciales de manera libre y conforme a sus mecanismos internos”.
Sin embargo, en los dos últimos meses, todo el poder del Estado venezolano operó para hacer fracasar el proceso de primarias. La elección de un candidato para ser presentado en un próximo proceso electoral, una actividad cívica normal en cualquier país democrático, se identificó como un mecanismo insurreccional para promover un golpe contra el Gobierno y generar violencia. Asimismo, tres de los principales precandidatos (Henrique Capriles, Freddy Superlano y la propia Machado) fueron inhabilitados por la Contraloría General de la República para ejercer cargos públicos, y altos voceros del Gobierno amenazaron a la Comisión Nacional de Primarias, integrada por personalidades de prestigio que fueron seleccionadas por los partidos de oposición y la sociedad civil para organizar unas elecciones desprovistas de cualquier tipo de apoyo oficial.
El día de las elecciones, en algunos puntos del país se registraron ataques de los grupos “colectivos” que operan para el Gobierno, así como la toma y el cierre de centros de votación por parte de autoridades locales. Pero las caídas del sistema eléctrico, la censura a los medios de comunicación para que no transmitieran información del evento y el bloqueo de los servidores e internet, entre otras acciones, no lograron disuadir a los electores. Hubo largas filas para votar, y ni siquiera la lluvia arruinó el clima de esperanza: incluso se vieron escenas de gente esperando su turno con el agua hasta los tobillos.
Ahora, después de que Venezuela viviera una gran movilización de votantes incluso en antiguos bastiones del chavismo, el Gobierno desconoce lo que ocurrió. Sus máximos representantes, desde Nicolás Maduro a Diosdado Cabello, pasando por Cilia Flores y Jorge Rodríguez, hablan de “fraude”, y la Fiscalía amenaza con cárcel a los organizadores del proceso.
Nuevo escenario
Para Venezuela, se abre un nuevo ciclo político. Desde 2017, cuando las protestas de calle fueron derrotadas por la fuerte represión, se produjo un gran vacío entre el liderazgo opositor y una gran masa decepcionada. Cientos de dirigentes se fueron al exilio, otros 300 terminaron en las cárceles políticas y cerca de 8 millones de personas optaron por emigrar.
Si bien el Gobierno de Maduro había perdido su base de apoyo social, la represión comandada por la Fuerza Armada Bolivariana le permitió mantener el control del poder. Pero ese equilibrio ha ido cambiando por los efectos de la corrupción, una deuda externa que llegó a 160.000 millones de dólares con cierre a los créditos internacionales, la destrucción de las industrias del Estado y las sanciones internacionales que impìden manejar libremente los negocios financieros en Occidente. La represión ya no basta para mantener cohesionado a todo el aparato político.
La crisis económica ha causado estragos: más del 80% de la población sufre pobreza monetaria, según la más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Universidad Católica Andrés Bello. Y esa realidad ha agudizado la necesidad de cambio político, incluso en la base política del chavismo, que, según un estudio de Delphos y el Centro de Estudios Políticos y de Gobierno, se redujo a solo el 20% de la población. De ese sector, se cree que un 11% le quitó el respaldo a Maduro.
En ese contexto, los partidos políticos de oposición, sin grandes movilizaciones de calle, decidieron este año regresar al camino electoral para legitimar sus liderazgos. De ahí que la convocatoria a las elecciones primarias haya ayudado a mover el tablero político. Los candidatos despertaron el interés de la gente y la esperanza de cambio. A pesar de la censura, la ciudadanía se informó a través de las redes sociales. Los organizadores de las primarias crearon una estructura que hoy es capaz de movilizar a la sociedad para lograr objetivos.
Comienza la gran alianza
Como resalta Felix Seijas, director de la encuestadora Delphos: “La jornada del 22 de octubre dejó un resultado y asignó roles. El primer paso es respetar esto. Comienza una nueva etapa. La gente no da cheque en blanco, no votó por alguien sólo porque les gusta y prende velas a ciegas. La gente quiere cambio político y lo quiere porque quiere mejorar sus condiciones de vida. El objetivo de todos es aumentar la presión en el bloque de poder y para eso se abrió una nueva ventana. El mandato es aprovecharla”.
El reto de revertir tantas barreras no lo puede asumir sólo la ganadora de las primarias. Aunque Machado cuenta con el apoyo de varios partidos y movimientos políticos, la tarea futura conlleva algo mucho más complejo que un cambio de Administración, y ya todos hablan del “comienzo del fin” como un proceso de transición que apenas comienza y que no se resuelve en unas elecciones.
El Gobierno sigue manejando un gran poder. Hay muchos intereses políticos, económicos, alianzas geopolíticas y acuerdos con grupos internacionales a través de los cuales los factores del sistema manejan la llamada economía ilegal, que actualmente podría representar más del 20% del PIB.
En su discurso tras ganar las primarias, Machado dijo que “debe comenzarse a construir una gran alianza nacional para que todos los venezolanos que queremos lo mismo podamos desplazar a esta tiranía y construir pilares sólidos, que se sumen a esta causa indetenible”. Esa expresión perfila un cambio de actitud respecto a los primeros meses de campaña, en los cuales la candidata exhibía una postura más personalista, dado el favoritismo que reflejaban las encuestas.
Machado también dijo que se debe iniciar “un proceso de construcción de gobernabilidad”, para que, si su candidatura gana las elecciones presidenciales, el país ya esté listo “para iniciar su crecimiento”. Se trataría no sólo de construir una organización ciudadana como nunca en la historia, sino las bases de una nueva nación. Son elementos que apuntan a buscar consenso, alianzas y vías específicas.
El Gobierno y el diálogo
La apertura política que se está perfilando en el país no nace del vacío. El Gobierno venezolano, que se encuentra con muy pocos ingresos y una deuda de dos veces el PIB, ha tenido que pautar un diálogo con Estados Unidos en la búsqueda de aliviar las sanciones por violaciones a los derechos humanos. Así se explican movimientos como la firma del acuerdo con la oposición en Barbados, comprometiéndose a respetar la participación opositora en unas elecciones libres y con supervisión internacional. Un acuerdo que se pone en duda dado el comportamiento del Estado antes y después las primarias.
El Gobierno de Maduro no es el único interesado en que les alivien las sanciones. Desde Estados Unidos, sectores económicos y poseedores de bonos financieros venezolanos han presionado al presidente Joe Biden para que abra la mano. Ya se han producido medidas en esa dirección, con el reciente levantamiento de las sanciones al petróleo, gas y oro. Al mismo tiempo, se ha permitido que los bonos de Petróleos de Venezuela S.A. y la República sean negociados en el mercado secundario. También ha aumentado el interés de Venezuela como proveedor de petróleo como consecuencia de la crisis de combustibles desatada por la guerra de Ucrania y que se puede agudizar con el conflicto de Israel.
Estos elemento están cambiado el escenario para el régimen de Maduro, que no ha podido recuperar ingresos ni con la ayuda de sus tradicionales aliados, como China, Rusia e Irán, con quien también acumula deudas. Las dificultades económicas complican al actual Gobierno la posibilidad de recuperar algo del apoyo social perdido. Algunos estudios de opinión otorgan a Maduro un escaso 12% de aceptación, y su partido no cuenta con líderes aceptados por la población. Su principal soporte, el sector militar, también está afectado por la crisis. Los últimos sondeos de firmas importantes registran que 85% de la población quiere un cambio, y en esa mayoría, inevitablemente, hay un sector del chavismo.
De esta manera, el ascenso de María Corina Machado y las ansias de cambio abren un nuevo ciclo para Venezuela en el que, por un lado, se juega la sobrevivencia del régimen de Maduro por imposición y la fuerza o, por el otro, un proceso de transición a un régimen de libertades civiles y económicas negociadas con el chavismo a través de elecciones libres. Esta última opción parece la más compleja y difícil, ya que significaría la salida del poder de Maduro. Cabe recordar que en 24 años el régimen se ha resistido ha dejar el poder, a pesar que uno de los lemas más esgrimidos por Hugo Chávez mientras disfrutó de apoyo social fue: “La voz del pueblo es la voz de Dios”. Una voz que ahora prefieren no escuchar.