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Rodrigo Abd y el llamado de la tierra mártir

Doble ganador del Pulitzer, el fotógrafo argentino repasa sus experiencias en zonas de conflicto, desde Siria hasta Ucrania, pasando por Haití o Afganistán.

Buenos Aires
El fotógrafo argentino Rodrigo Abd, retratando a una niña en Haití, en 2011. NICOLÁS GARCÍA

De entre todas las reacciones posibles que suscita la fotografía de guerra con mayúsculas, es decir, aquella fotografía que con su potencia sintetiza y exhibe la atrocidad y el sufrimiento bélicos, tal vez la más recurrente, además del estupor o la perplejidad, sea la de la verosimilitud. Se trata de imágenes hiperrealistas que, en ocasiones, despiertan preguntas sobre el milagro de su confección. No es algo nuevo. Le pasó ni más ni menos que a Frank Cappa en 1936 con su icónica imagen de un republicano siendo abatido durante la guerra civil española. Generaba tanta admiración que hubo hasta quien dudó de que fuese armada. Por supuesto que —al igual que las de Cappa— las impactantes imágenes que obtiene Rodrigo Abd (Buenos Aires, 1976) son ciertas, por supuesto que fueron tomadas en el frente de batalla, pero están dotadas de una verdad tan estremecedora que, por momentos, se vuelven increíbles. Son imágenes que gritan en silencio, que transmiten un mundo. Es lo que sucede, por caso, con la instantánea que logró en Bucha, en las afuera de Kiev, Ucrania, el 3 de abril de 2022. En ella puede observarse a una mujer de mediana edad que camina por la bombardeada calle principal de la ciudad trasladando un paquete en medio de un pandemonio de tanques rusos destrozados, árboles caídos, restos de maquinaria desperdigados, esquiarlas de todo tipo y un aire encapotado, húmedo.

Es la imagen de la desolación. Una imagen, además, a la que se le adivina el hedor y hasta el sonido de esos pasos.

La foto tiene varios elementos que la hacen única y que explican, en parte, por qué fue galardonada con un Premio Pulitzer en 2023. Esa mujer que avanza, que hasta parece haberse engamado, con su vestimenta, con la oxidada decadencia que la rodea, traslada una caja que bien podría ser un set de alimentos o de medicinas pero que en realidad es un regalo que le lleva a alguien cercano, un paquete que nos recuerda que aún en medio de la barbarie, la vida continúa. La tomó Abd durante la cobertura que hizo para la agencia Associated Press (AP) de la guerra de Ucrania. Para hacerla, se subió a la parte superior de un camión militar ruso destruido. Bajo el agua nieve, esperó un tiempo largo hasta que la atmósfera se fue limpiando. Luego apareció la misteriosa mujer del paquete. Ahí fue que gatilló; ahí fue cuando la aventura tomó otro sentido.

Junto a un puñado de otras imágenes, suyas y de otros colegas de la agencia, ese retrato le permitió obtener por segunda vez el premio. La primera vez había sido 10 años antes, como consecuencia de su trabajo en otro destino de conflicto, en Siria, en 2013.

La “tierra doliente, la tierra mártir” de la que habla James Nachtwey —tal vez el gran fotógrafo de la guerra moderna— parece ser una obsesión para Abd, habituado como está a acudir al aullido del conflicto. Abd se inició en los diarios La Razón y La Nación de Buenos Aires. Tras cubrir las revueltas de diciembre de 2001 en su país, descubrió que se sentía a gusto en el cuerpo a cuerpo con la dificultad humana. Allí era donde pulsaba más intensamente su pasión por documentar la vida callejera de los pueblos. A través de una compañera, consiguió enviar su portafolio de trabajos a AP, la agencia de noticias con oficinas en todo el mundo. Fue como lanzar una botella al mar o, en todo caso, como hacer rodar un dado por todos los mares del planisferio. Porque lo que pensó que era un chance remota con un destino incierto pero más o menos cercano terminó siendo una oportunidad de trabajo en un buen teatro de operaciones. “Me llamó la jefa de fotografía desde Nueva York —le cuenta Abd a COOLT mientras toma mate en su departamento porteño— y me dijo: ‘Rodrigo, estábamos viendo tu trabajo y nos gustaría que trabajes con nosotros’. Yo había postulado para dos posiciones, una en Bolivia y una en Paraguay, pero ella me habló de una posición en Centroamérica. Le pregunté en dónde pero me dijo: ‘No importa, ya vas a recibir una llamada del editor, del jefe de México’. El lugar finalmente era en Guatemala. Primero me fui a México a hacer el training y luego me fui para allá. Era marzo del 2003. Profesionalmente y personalmente, creo que fue lo mejor que me pudo haber pasado”.

- ¿Por qué Guatemala? ¿Cuáles son las ventajas de estar ahí?

- Yo creo que esta jefa —después me fui enterando cómo era la cosa— sentía que los países de Centroamérica eran un muy buen lugar como para foguear a alguien que tenía muchas ganas y para probarlo de alguna manera, para probarlo fuerte. Guatemala fue el trampolín para que yo pudiera meterme con todo y trabajar muy, muy duro. Hice historias muy profundas. Un poco siguiendo esa misma premisa que yo ya seguía en Buenos Aires, o sea, no hacer sólo lo que el medio necesitaba, sino hacer algo que a mí me parecía que era importante, retratar y documentar a pesar de todo el esfuerzo que eso requería. Y bueno, a partir de trabajar mucho Guatemala por dentro, eso hizo que de alguna manera el país empezara a verse de una manera diferente. Después me llevaron a Haití, y más tarde me propusieron vivir un año en Afganistán, en el 2005.

Afable y con una mirada franca que transmite nobleza, Abd parece dueño de un temperamento típicamente argentino —o porteño—, esa clase de personalidad que establece con alguna facilidad una corriente de confianza con su interlocutor de turno. Ese atributo natural es y fue un elemento esencial en el desarrollo —y el éxito— de su oficio. El trabajo de reportero gráfico, o fotoperiodista, tiene mucho de abnegación solitaria, de talento para capturar instantes, de audacia para trabajar en tierra hostil, pero también requiere de una enorme cuota de vinculación humana, entendiéndose esto como la capacidad del reportero para generar complicidad, empatía y finalmente espacio con aquellos que está buscando retratar, por lo general personas atravesadas por la necesidad. En su larga peripecia por caminos, selvas, ríos y frentes de batalla del mundo, Rodrigo debió doblegar voluntades y revertir suspicacias, incluso sospechas. Porque, con su cámara a cuestas, un reportero puede ser un aliado pero también un intruso. Un retratista del dolor pero también una amenaza al statu quo. Abd ha sabido franquear las barreras de los distintos destinos a los que llegó y ganarse la gracia de los lugareños, poco habituados a recibir la intromisión de un visitante fugaz que pretende capturar su estilo de vida, es decir, pretende comer, dormir y hasta sentir como ellos para lograr fotografiarlos. Para lograrlo, Rodrigo parece haber hecho propio el viejo consejo de Paul Theroux, legendario cronista de viajes, de “convertirse en extranjero en tierra extraña, hacerse humilde”.

La humildad, justamente, o la poca importancia personal, parece otro elemento decisivo en el ADN de Abd. Tras destacarse con sus primeros trabajos en Centroamérica, el argentino fue trasladado a otra misión no menos compleja: Afganistán, que salía de una guerra —y una invasión— que por poco había conseguido extinguirlo como nación. Vivió un año allí. “Afganistán era un lugar donde estaba la OTAN ocupando, era una democracia frágil, incipiente y tenía problemas. Cuando yo fui, fue el primer año donde la violencia empezó a hacerse fuerte de los ataques de los talibanes al Gobierno democrático, y ahí no paró nunca hasta 2010. Después volví a Guatemala. Y volví con otro aire, también con otro impulso para seguir retratando Guatemala, pero ya también empecé a viajar a Venezuela, por la crisis del Gobierno y la corrupción. También, la guerra del narco en México, el golpe de Estado en Honduras...”.

- Y así llegamos al primer Pulitzer, el que conseguiste por tu trabajo en Siria. El premio fue en el 2013, pero la cobertura fue un año antes.

- Sí, durante todo el 2012. Fuimos cinco fotógrafos que cubrimos todo ese año para AP. De todas formas, y con respecto al premio en sí, yo estoy honrado y contento, y por supuesto que es una satisfacción ser reconocido, pero creo que hay que tomar los premios con una manera un poco más sensata. Que no sea el fin, que sea la consecuencia de un esfuerzo, de un trabajo, tanto individual como en equipo. En este caso, lo importante es que hicimos un gran trabajo, independientemente de que hayamos ganado el premio.

- O sea, ya estabas conforme, estaba muy bien igual.

- Estaba muy bien igual, sí. Yo abogo para que no sea el premio el reconocimiento final, porque, si no, parece que mucha gente termina trabajando para ganar uno. Y es frustrante cuando uno no lo gana si uno tiene eso en la cabeza. Eso es muy dañino para los colegas, para todos. Lo importante es entender que esto requiere un compromiso fuerte, y que las consecuencias pueden ser un premio o no. Lo importante es el compromiso con la gente, con los clientes, con los lectores, con la audiencia. Lo esencial es entender cuál es la mejor manera en la que yo puedo contar una historia. Aprender a frustrarme si no pude hacerla, buscarle soluciones o atajos para poder contarla, dedicarle mucho tiempo para encontrar ese estilo y esa forma de hacerlo. En el medio, fracasás 12.000 veces. Es un trabajo muy artesanal que lleva mucho tiempo.

- Supongo que habrás tenido situaciones límites, con riesgo de vida o similar....

- Sí, claro. Una fue en Haití, en 2004, en Cabo Haitiano. Me acuerdo que los rebeldes habían tomado ya Gonaives.  Aristide era el presidente y parecía que se caía el Gobierno. Y la próxima ciudad que iban a tomar era Cabo Haitiano. Había mucha tensión, yo me bajé a hacer una foto en una estación de servicio donde la gente estaba sirviendo las últimas gotas de gasolina que había en la ciudad y me metí al auto con todos los reporteros y camarógrafos gritándome para que nos vayamos. Nos empezaron a mover el auto, nos querían quemar el auto con nosotros adentro. Fue muy dramático. Muy heavy. Y después todo el tiempo hay situaciones. Vos pensá que con los soldados estadounidenses yo caminaba en un lugar que eran terrenos minados en las afueras de Kandahar. Nos mirábamos los pies cuando caminábamos en fila, a ver quién iba a pisar la bomba que estaba escondida entre las rocas.

- Era una lotería casi.

- De hecho, afuera de la base donde estábamos, varios soldados perdieron piernas. Hicimos las fotos cuando se los llevaban los helicópteros médicos. En Siria fue también muy dramático salir de la ciudad de Idlib. Y después cosas cotidianas, porque siempre sentí que la mejor forma de contar bien una historia es estar muy adentro. Siempre fui de tomar mucho riesgo, porque creo que el periodismo a veces lo requiere. Ir a Venezuela y meterte en una barriada para empezar a hacer contactos en un lugar donde casi nadie se atreve a ir y todos te dicen: “No vayas”. Siento que asumir algún riesgo es la forma de poder contar algo que está en la oscuridad.

- ¿Así fue siempre?

- Creo que en estos casi 25 años que llevo trabajando lo único que hice fue intentar buscar historias, intentar ver qué cosa puedo hacer. A mí nunca me han pedido mucho nada, todo lo he propuesto yo. Sí, por ahí alguien me puede decir: “Che, Rodrigo, queremos que vayas a Siria”. Pero, en general, todas estas historias, todas las cosas, son cosas que yo fui encontrando y que yo propuse. Y esos trabajos que fueron funcionando bien me dieron un poco el espacio para seguir haciéndolo. Pero no es que a mí me piden cosas; a mí no me piden en general nada.

- Como decía Roberto Arlt, “el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo”.

- Es estar todo el día escuchando cosas, leyendo, mirando, hablando con colegas, viendo qué pasa, tener una red. Durante muchos años fui haciendo una red a través de la cual puedo llamar a alguien en Haití, Venezuela, México, Bolivia, Perú o Brasil. Una red que me permite también plantear proyectos. Y después, tratar de estar, ¿no? Ahora tal vez, teniendo una hija de 10 años, trato de compensar un poco y no estar todo el tiempo pensando en ya, ya, ya y hacer, hacer, hacer... Pero la verdad que sigo siempre pensando en qué cosas puedo hacer. Probando formatos distintos, haciendo algo con una cámara de madera o una cámara panorámica. Intentando construir historias que puedan ser de interés para un público global.

Al margen de sus coberturas en lugares de conflicto, o en simultáneo a eso, Abd ha venido desarrollando proyectos más personales, trabajos en los que se aparta, de algún modo, de la urgencia de la actualidad —llámese el frente de batalla o una protesta social— para ir en búsqueda de, por decirlo de modo algo pomposo, el alma humana. Es que ese ha sido y es uno de los mandatos atávicos del fotoperiodismo: capturar lo evidente para revelar aquello que es invisible, para congelar una partícula del espíritu. Ese intento puede verse —y apreciarse— en un proyecto que Abd comenzó a macerar cuando regresó a Afganistán en 2010. Allí, se decidió a retomar una vieja tradición local ligada a la fotografía. En Kabul, antes de la asunción de los talibanes al poder en 2006, era usual hallar en sus calles retratistas que tomaban fotos de los ciudadanos con una cámara empotrada en un cajón de madera construido a mano que contaba, además, con una especie de micro-laboratorio ambulante rudimentario, que consistía en una especie de cubo oscuro hecho de telas, ubicado detrás. Parece un artefacto del paleozoico. Como los talibanes prohibieron la fotografía de humanos y de animales, la costumbre se perdió en el tiempo y esas cámaras “obsoletas” desaparecieron.

Creativo y curioso, Abd se propuso fabricar un dispositivo que emulara aquellas máquinas. Y lo hizo. El conocimiento del terreno y de algunos modales de los locales lo ayudaron. También su cariño por esa nación, en la que vivió experiencias inolvidables. Es legendaria, por caso, la hospitalidad de su gente, una vez que son superadas las lógicas aprensiones que despierta cualquier desconocido. Como un arqueólogo del pasado reciente, Abd se propuso documentar al afgano de a pie. Comerciantes, jubilados, alumnos de primaria, abogados, empresarios, aldeanos, agricultores: todos posaron bajo el ojo de Abd. El resultado es abrumador. En las elocuentes y desnudas miradas de toda esa gente se trasluce la mirada de un país. Condensan el pasado del lugar, su dolor y su historia. “Me enamoré de esta forma de fotografiar, regresando al acto más primitivo de tomar fotografías, ese largo tiempo dedicado a mirar rostros, detalles, texturas, paisajes, tanto urbanos como rurales”, comenta.

Pero no solo hizo retratos, sino que Abd salió a la ruta, o a lo que queda de ella, y se internó en las profundidades de un país atravesado por heridas, mitos y desmesuras. Algunas de esas imágenes, hechas en un blanco y negro impactante, son de una belleza sobrecogedora. Son imágenes que han logrado apresar la dignidad y las cicatrices de una nación. Como un cazador de momentos, allí está Abd buscando, tal vez, aquello que intentaba experimentar Steve McCurry, prócer de la fotografía de esa parte de Oriente: “Un instante de descuido en el que [el retratado] baja la guardia y la realidad aflora con toda su frescura”.

Completa Abd: “A veces puedo conectarme mejor con esa cámara que con una digital por la manera en que la gente la mira, ese momento que se crea entre el fotógrafo y la persona que está sentada frente a ella”.

- Has venido desarrollando tu trabajo en las últimas dos décadas, período de tiempo que coincide con transformaciones notables en los medios de comunicación. En algún momento, incluso, se temió hasta por el futuro del fotoperiodismo, por aquello de que ya no era un trabajo esencial. Pasada esa paranoia, ¿cómo sentís que cambió tu trabajo?

- Creo que todos, tanto las agencias de noticias como los medios en general, han cambiado mucho la forma de trabajar porque hoy la velocidad de la información es otra, no la de hace 25 años. Ahora, en muchas coberturas de prensa, nosotros enviamos las fotos desde la cámara. Ya no hay tiempo ni siquiera de abrir una laptop y mandar. Hay que editar desde la cámara. Pero hay cosas que corren en distintas velocidades. Si vos hacés una historia, por ejemplo, sobre un tema en particular y te querés dedicar más tiempo y está coordinado con los editores, la agencia puede esperar a publicarlas mucho tiempo porque no hay premura. Una buena historia bien contada es bienvenida para todos los clientes, porque los clientes necesitan llenar sus espacios de la web, de los periódicos y de las revistas con buenas historias.

Obviamente, hoy hay muchas más cámaras y muchas más situaciones capturadas por transmisiones de teléfonos celulares. Y eso está bien: son otros registros, hay inmediatez. Ahora, no es lo mismo alguien que pasa cinco minutos desde su terraza o desde una tribuna para hacer una cosa, que alguien dedicado el 100% a capturar eso de una manera profesional, alguien que está bajo la lluvia o bajo el sol... El tipo que está con el celular caen tres gotas y se va. Obviamente. Y nadie va a tomarse todo el tiempo que se toman los reporteros para hacer todas esas historias que llevan días, horas, semanas, meses de trabajo muchas veces. Eso no lo hace sólo el acceso a una cámara. Eso lo hace un compromiso con el trabajo. Eso lo hace estar focalizado en que eso salga adelante, en hablar con la gente, hacer contactos, entender el enfoque. Todo eso, tener el lente justo, la cámara, eso no está cambiando. Evidentemente, si la tecnología sigue avanzando, nuestro trabajo va a cambiar y seguramente va a haber modificaciones en donde muchos colegas nos quedaremos afuera, otros surgirán, habrá cambios de forma de documentar. Los dispositivos serán otros, pero me parece que el compromiso, el profesionalismo, la cabeza puesta en un solo lugar, eso no es reemplazable, por ahora.

- También es notoria la camaradería que hay en las coberturas, sobre todo en el frente, es algo que incluso hasta se ve en las películas. ¿Eso sucede así?

- Sí, tenés que ver The Bang Bang Club, es una película basada en un libro. Son los fotógrafos que describieron el Apartheid. Uno de los fotógrafos [Kevin Carter] hizo esa foto famosa de la niña con el buitre. Sí, existe esa camaradería. En algunos lugares más que otros. Acá en Argentina está ARGRA, que es la asociación de reporteros gráficos, que además de que genera muchas actividades, le da un sentido de solidaridad entre los colegas. Pero en todos los lugares que yo veo tratamos —o al menos yo tengo como esa premisa— de darle una mano al compañero, porque siempre la vas a necesitar vos también. Siempre. En este trabajo yo tuve la suerte de ser muy ayudado. Volviendo a los premios, yo no podría haber hecho nada de lo que hice sin la ayuda de un montón de gente durante todo este tiempo. A mí me ayudaron mucho para hacer lo que yo pude hacer. No sólo los protagonistas que me abrieron la puerta de su casa para que cuente algo, sino los taxistas, los colegas, los que me dijeron: “Mira por allá, vení que te quiero mostrar algo, en el otro pueblo pasa esta otra cosa”, darte una cama, un plato de comida en la montaña del Perú cuando estabas en el medio de los Andes, en la selva, alguien que te llevaba en bote a un lugar... Es un trabajo que requiere que vos ayudes mucho cuando puedas y que te ayuden mucho. Si un colega no tiene auto, subirlo a tu auto. Si se le rompió el lente y vos tenés un lente de más, pasárselo.

Rodrigo Abd (izquierda), a bordo de una motocicleta, en Haití, en 2011. CORTESÍA

- Y en cuanto a la convivencia con batallones de soldados, con milicias, según la ocasión o según el lugar, ¿hay algún tipo de complicidad o, por lo menos, algún tipo de conexión más allá del trabajo?

- Sí, totalmente. Por ejemplo, en el ejército estadounidense hay un montón de soldados latinos, hijos de mexicanos, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos. Yo, si bien hablo inglés, rápidamente cuando digo que soy argentino me dicen: “¡Messi! ¿Qué necesitás? Una batería, una pila, te quedaste sin esto”. Me explican cómo era la dinámica del batallón. Vos me hablás de batallón, pero en general la gente también muchas veces se sorprende que uno tenga ganas de estar ahí, que haya llegado a esos lugares, que esté dispuesto a dormir en la casa de un pescador en Venezuela, que haya llegado a la punta de la montaña caminando. Y eso también es importante para los protagonistas y para la gente, ver que los periodistas y los fotógrafos hacen ese esfuerzo y son cómplices de eso también.

- Claro, porque sienten que también son protagonistas en parte. Una partícula de la historia, quiero decir: estás yendo al lugar de ellos a retratar algo vos, a buscar algo.

- Y aparte dicen: “Che, si este tipo está interesado por lo que nos pasa a nosotros en un pedacito del mundo, vamos a darle una mano, no es que recibimos mucha gente”. Hay de todo también. Hay lugares donde llegás y no sos bienvenido porque nadie te necesita ahí o porque no hay nada que contar o porque hay mucho que ocultar o sienten que hay una duda. Muchas veces, también es nuestro trabajo romper esos prejuicios y explicar quiénes somos, qué hacemos. Esos mismos personajes que eran reacios de repente se abren y te invitan a dormir a su casa. Pero hay un poco de todo, es un trabajo donde juega mucho el cómo nosotros nos presentamos, cómo explicamos...

- Viviste en Guatemala, en Lima, en Kabul, ahora en Buenos Aires. ¿Qué sigue?

- Ahora Argentina atrae más atención internacional por la figura de Milei, que despierta interés en el resto del mundo. Después estoy todo el tiempo como te decía, con un ojo en otro lado, proponiendo, escuchando a periodistas que están en otros lugares, sumándome a otros proyectos. Yo soy mi propio productor, buscador, y también me gusta volver a mi país y reconectarme con historias de acá.

- Con respecto a Milei, vos y algunos colegas fueron reprimidos en una marcha en contra de sus políticas de ajuste. ¿Eso acrecentó el interés o ya había de antes?

- Hay interés en Milei porque es un personaje muy exótico que va en la misma línea que Trump. Un outsider que viene a romper con el sistema, en un país que no tiene una tradición de políticos libertarios. Yo creo que llama la atención más por un exotismo que por la importancia de Argentina en el mundo, pero así son las noticias y por ahora se publica mucho. Me gustaría también pensar este año en historias que puedan contar un poco la crisis, la profundidad de lo que está pasando. Más allá de la coyuntura política, la situación que está viviendo la gente.

 

Periodista y escritor. Editor jefe de la revista digital La Agenda y colaborador de medios como La Nación, Rolling Stone y Gatopardo. Coautor de Fuimos reyes (2021), una historia del grupo de rock argentino Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y autor de la novela Teoría del derrape (2018) y de la recopilación de artículos Nada sucede dos veces (2023).