Los acuerdos de paz de Colombia de 2016 sellaron oficialmente el final del conflicto armado en el país. Y abrieron un nuevo capítulo en las vidas de los excombatientes de las FARC. Para muchas de las mujeres que habían empuñado el fusil, el fin de las hostilidades supuso el inicio de la maternidad, de forma que en los últimos años se ha producido un baby boom en el seno de la extinta guerrilla.
Este fenómeno es visible en lugares como Tierra Grata, en el municipio de Manaure Balcón del Cesar, en el noreste de Colombia. Se trata de uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) surgidos en Colombia a raíz del proceso de paz, y donde los excombatientes llevan a cabo su proceso de reincorporación a la sociedad. Tierra Grata aloja a 240 excombatientes de las FARC y a sus familias, y desde 2016 ha registrado 57 nacimientos.
En Tierra Grata, la ideología del grupo en armas y su idiosincrasia política han sido reemplazadas por la esperanza de vivir plenamente en un hogar, en el que los niños y niñas crezcan seguros, lejos de todo lo abyecto que muchos de estos desmovilizados vivieron de primera mano durante su infancia: reclutamiento forzado, masacres, violaciones, noches perdidas entre disparos, mañanas adornadas por cadáveres... Desasosiegos de un futuro oscuro e incierto.
Un ejemplo de todo esto es Esperanza (nombre ficticio), que fue sustraída de su hogar cuando era adolescente. Ella estuvo en las filas de las FARC por más de una década, lapso en que no tuvo noticias de los suyos, ni ellos de ella. “Durante las noches que tenía guardia, o cuando me iba sola a caminar por el monte, siempre recordaba a los míos, y me prometía a mí misma, ante los ojos de Dios, que tenía que volver a verlos”, recuerda.
Tras la desmovilización, pudo retomar el contacto. Para sus familiares, explica, fue como si volviera a nacer. En especial para su abuela, que, según decía, “no se iba a dejar morir hasta volver a ver a su nieta”.
Una vez desmovilizada, Esperanza también pudo cumplir su sueño de ser madre, algo imposible mientras militaba. Las mujeres en armas tenían rotundamente prohibido quedar embarazadas. Si ocurría, eran obligadas a abortar o, en su defecto, tener al menor y darlo en adopción. “Mientras estábamos en las FARC nos cuidábamos para no quedar embarazadas. Todas sabíamos lo que pasaba si quedábamos encinta, cuáles eran las consecuencias”, dice mientras mira a su hijo jugar con otros niños de Tierra Grata.
Bebé a la vista
Daniela Jaramillo, una de las residentes de Tierra Grata, muestra la última radiografía realizada durante el embarazo de una de sus compañeras. Se calcula que desde 2016 han nacido más de 3.500 niños y niñas entre excombatientes. CARLOS PARRA RÍOS
Luces y sombras
Un exguerrillero, descansando en Tierra Grata. La vida de los excombatientes de las FARC bascula ahora entre la esperanza por un futuro mejor y el miedo a las represalias violentas. CARLOS PARRA RÍOS
Risas infantiles
Una niña se cubre la cara mientras juega en Tierra Grata. Pese a la escasez material, los habitantes del asentamiento no pierden las ganas de diversión. CARLOS PARRA RÍOS
Con las gallinas
Una mujer, con su hijo, en gallinero de Tierra Grata. El asentamiento cuenta también con un huerto y una escuela, entre otros espacios comunitarios. CARLOS PARRA RÍOS
En el hogar
Dormitorio de una de las familias residentes en Tierra Grata. La creación de un hogar confortable, en el que poder criar a los hijos, es una de las principales aspiraciones de los habitantes de este tipo de asentamientos. CARLOS PARRA RÍOS
Tareas domésticas
Una excombatiente de las FARC carga a su hijo de 11 meses mientras lleva la colada en Tierra Grata. Las mujeres representan el 40% de la guerrilla desmovilizada. CARLOS PARRA RÍOS
Entre escombros
Un niño se divierte entre materiales de construcción en Tierra Grata. La falta de ayudas oficiales condiciona la vida en este tipo de asentamientos. CARLOS PARRA RÍOS
Espíritu revolucionario
Una bandera comunista luce como cortina de una de las viviendas de Tierra Grata. A pesar de que han abandonado la lucha armada, los excombatientes de las FARC se mantienen fieles a su ideología. CARLOS PARRA RÍOS
Madre primeriza
Maciel Carolina Jiménez, con su hijo Matías Daniel. “Con los guerrilleros aprendes mucho las reglas de la vida, pero no cómo dar a luz por cesárea o cambiar los pañales”, dice. CARLOS PARRA RÍOS
Hora de juegos
Una niña corre en la zona de recreo infantil de Tierra Grata. La crianza en los asentamientos de exguerrilleros no elude el componente lúdico. CARLOS PARRA RÍOS
Huella imborrable
Pintada del símbolo de las FARC y una mano en un árbol de Tierra Grata. El conflicto armado ha dejado muchas heridas por cicatrizar en Colombia. CARLOS PARRA RÍOS
En este ETCR, muchas mujeres que se encuentran en condiciones similares a las de Esperanza. Se han dado la oportunidad de ser madres, tener una familia y redimirse dando al mundo una vida a través de la cual tener lo que ellas no tuvieron en su infancia: amor, libertad, educación, salud y oportunidades de un futuro mejor.
Sin embargo, no todo es idílico en este entorno: la falta de gestión por parte de entidades que velen por el control poblacional y el desarrollo integral de la familia hace que la maternidad transite entre la oportunidad y la amenaza. Las madres no cuentan con un acompañamiento oportuno durante la gestación, los niños carecen de la supleción óptima de todas sus necesidades y, por si fuera poco, el espectro de la violencia todavía les respira en la nuca a los excombatientes de las FARC. Muchos de ellos han sido asesinados o violentados por otros grupos al margen de la ley, en una muestra de que esa paz soñada casi parece un espejismo, una fantasía para otra ocasión.
Esperanza, como otras de sus compañeras, tratan de hacer cuanto pueden por sus hijos, al tiempo que sobreviven el día a día, impotentes por seguir lejos de sus familias, ya que temen que la sentencia de muerte que adivinan sobre sus cabezas pese también sobre la de sus parientes. Los casos de desmovilizados asesinados junto a sus familias no son extraños, por lo que se abstienen a salir del ETCR y rehacer su vida en otro sitio. Si bien aquí carecen de muchas comodidades, al menos se sienten más seguras.
Ahora cabe preguntarse qué será de estos niños, frutos del amor, la guerra y el desamparo. Quiénes serán los que velen por el cumplimiento de sus derechos y qué medidas han de tomarse para hacer frente a un crecimiento demográfico que, a la larga, puede derivar en nuevas problemáticas. Mientras, los niños siguen naciendo y creciendo.
Esperanza y las demás madres hacen lo mejor que pueden, pero todo el amor que profesan a sus hijos no alcanzará para brindarles un desarrollo de calidad. Sin herramientas ni ayudas, estos niños corren el riesgo de ser otra generación perdida o, mejor dicho, una a la que las circunstancias y el Estado hicieron perder, una vez más.