Unión Europea y América Latina: la hora de una nueva alianza

Bruselas quiere retomar posiciones en Latinoamérica. Pero el éxito de su plan pasa por un cambio de mentalidad en ambas orillas del Atlántico.

Unión Europea y América Latina: la hora de una nueva alianza. ELENA CANTÓN
Unión Europea y América Latina: la hora de una nueva alianza. ELENA CANTÓN

La Unión Europea, con el impulso de España, parece dispuesta a convertir a América Latina en uno de los pilares de su futura proyección internacional, situando a la región como uno de sus ejes prioritarios de su apuesta geopolítica.

Existen múltiples razones que explican el resurgimiento de esta estrategia. Una de ellas son los profundos cambios en el tablero mundial desde la caída del Muro, que han impedido la consolidación de un orden internacional estable y duradero. Del largo periodo de bipolaridad EE UU vs URSS (1947-1989) se pasó a una breve hegemonía unipolar estadounidense interrumpida por la crisis financiera de 2008, que dio paso a un mundo más volátil e incierto, con creciente protagonismo de nuevas potencias como China y Rusia y una pérdida de influencia de EE UU y su fiel aliado, Europa occidental.

La pandemia y la guerra en Ucrania no han sido sino aceleradores de esa transformación geopolítica global que ya se perfilaba con la estrategia más asertiva del Gobierno de Xi Jinping o el autoritarismo expansivo del régimen de Vladimir Putin frente a unos EE UU con profundos problemas económicos, militares (los fracasos de Irak y Afganistán) y de quiebre de los consensos internos, como demostró el asalto al Capitolio de 2021. La UE, por su parte, también ha visto deteriorada su fortaleza no solo por los efectos de la Gran Recesión, sino por fenómenos como el Brexit o el ascenso de los partidos populistas contrarios a Bruselas.

Con sus derivadas de crisis energética, de subsistencia y espiral inflacionaria, la actual agresión rusa a Ucrania ha evidenciado, de nuevo y más marcadamente, las múltiples dependencias europeas, y ha llevado a las autoridades de la UE a replantearse su rol en el mundo: el sueño de la “autonomía estratégica” resulta una quimera cuando el viejo continente depende militarmente de Washington, de los insumos de China o de la energía de Rusia. En ese contexto es donde se inserta la iniciativa de la UE de repotenciar viejas alianzas estratégicas para reposicionarse y ganar protagonismo en el nuevo tablero geopolítico. Este proyecto concede a América Latina un renovado protagonismo cuyo anclaje parte de una tradición de cooperación eurolatinoamericana que se remonta a los años setenta y de una semejante visión del mundo desde parámetros occidentales y liberal-democráticos basados en una herencia histórica común.

Tal y como desvelara este agosto el diario El País, Bruselas prepara para 2023 una contraofensiva diplomática y comercial para retomar posiciones en América Latina y frenar así el avance de China y Rusia en la región. Un documento interno de la Comisión Europea, elaborado por el Servicio Europeo de Acción Exterior que encabeza Josep Borrell, alerta de que la UE pierde terreno progresivamente en unos países que, por sus recursos naturales, son cruciales en el suministro de materias primas y en el acceso a commodities claves para la actual revolución tecnológica. Además, Latinoamérica puede, a medio plazo, convertirse en una alternativa para que Europa deje de depender de Rusia en materia energética, lo cual reforzaría su autonomía.

En los noventa, la UE centró uno de sus focos de proyección internacional en América Latina, pero con el paso de los años, al aparecer nuevos retos geopolíticos en otras zonas del planeta y problemas internos, desatendió esa relación: desde 2015 no se celebra una cumbre entre las dos regiones, y ya son más de 20 años de retraso para la firma de un tratado de libre comercio con Mercosur. En paralelo, China ha desplegado una estrategia más ágil y activa: celebró la última cumbre mucho más recientemente, en 2018, y ha multiplicado por 26 su inversión en la región entre 2000 y 2020, hasta transformarse en el primer o segundo socio comercial más importante de los países de Latinoamérica y Caribe, desplazando a la UE y a EE UU. Incluso ha logrado que 21 de los 33 países de la zona se sumen a su gran proyecto estratégico mundial, la Nueva Ruta de la Seda.

Un cambio de paradigma

Para que la UE recupere protagonismo en América Latina y despliegue una estrategia eficaz frente al avance de China, Bruselas tiene que rediseñar el vínculo logrando que este vaya mucho más allá del mero intercambio comercial y posea otro tipo de componentes políticos, económicos, sociales y geopolíticos superadores de las tradicionales declaraciones de buenas intenciones. Una tarea que implica un cambio de paradigma para ambos actores: para la UE y para unos países latinoamericanos que también están abocados a redefinir —más bien a encontrar— cuál es su papel como actor internacional.

Por lo que se refiere a Bruselas, para que esta estrategia no acabe siendo un mero ejercicio voluntarista, no solo debe impulsar una cumbre al máximo nivel durante la presidencia española de la UE, en el segundo semestre de 2023, sino que también está abocada a elaborar una agenda integral de medidas que ayuden a los países latinoamericanos a superar las consecuencias macroeconómicas del conflicto en Ucrania, a ser capaces de modernizar su industría y economía y a que tengan voz y peso en los foros multilaterales. Esta agenda, capaz de competir con las de Pekín o Washington, debe tener una paternidad bicontinental y un carácter bidireccional. Es decir, no puede ser una propuesta con sello exclusivamente europeo, sino que tiene que nacer del diálogo y el intercambio de pareceres entre los dos lados del Atlántico. 

En el marco de esta estrategia de la UE para intensificar el vínculo con Latinoamérica, primero habría que desbloquear la negociación con Mercosur. En 2019 se alcanzó un principio de acuerdo que creaba un mercado de más de 800 millones de personas a ambos lados del Atlántico. Tres años después, el pacto sigue congelado por la oposición de países como Francia, Austria, Irlanda y Bélgica, que se resisten a suprimir las barreras arancelarias que protegen a sus agricultores y ganaderos. En segundo lugar, resulta vital completar la actualización de los acuerdos comerciales con México y Chile, que se han ido quedando obsoletos.

El vínculo transatlántico contiene asimismo los mimbres para dar un salto cualitativo y cuantitativo, ya que la UE y América Latina son aliados estratégicos en dos áreas claves en esta tercera década del siglo XXI: en la preservación de la institucionalidad democrática y en la construcción del mundo de la IV Revolución tecnológica.

El responsable de Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell,y el presidente de Chil,e Gabriel Boric, en el Palacio de la Moneda, el 27 de abril de 2022. EFE/ALBERTO VALDÉS
El responsable de Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, y el presidente de Chile, Gabriel Boric, el pasado 27 de abril. EFE/ALBERTO VALDÉS

La supervivencia de la democracia

Las democracias están atravesando un periodo de crisis a escala internacional. En Europa avanzan fuerzas de extrema derecha y xenófobas en países como Italia, Francia y Suecia, mientras que en Latinoamérica se consolidan dictaduras como la de Daniel Ortega en Nicaragua o emergen regímenes crecientemente autoritarios como el del Nayib Bukele en El Salvador. Si en 1989, tras la caída del Muro, la democracia parecía la gran triunfadora del mundo que se estaba forjando tras la Guerra Fría y el colapso del comunismo, en la tercera década del siglo XXI, los populismos y los autoritarismos, que se alimentan de la desafección y el malestar ciudadano, se alzan como un desafío para esas mismas democracias.

En este contexto, América Latina se convierte en aliado de Europa en la preservación de la institucionalidad democrática. Mayoritarias en la región desde los años ochenta, las democracias latinoamericanas se han consolidado más allá de sus debilidades en las últimas décadas, superando los sucesivos períodos de crisis, estancamiento económico y deterioro social. Si bien es cierto que, según la revista The Economist, solo Uruguay y Costa Rica pueden considerarse democracias plenas, en todo el continente únicamente se contabilizan cuatro regímenes autoritarios: Haití, Nicaragua, Cuba y Venezuela.

Por lo tanto, el futuro de la democracia occidental se juega no solo en Europa y EE UU, sino también en América Latina, donde, en la última década, ha habido un fuerte retroceso de las libertades en algunos países, en paralelo a una crisis mundial que padecen los sistemas democráticos afectados por la polarización, la emergencia de nuevos populismos, la fragmentación, la crisis de los partidos y las tendencias autoritarias. El resultado ha sido que la confianza en la democracia ha retrocedido desde un 68,9% en 2008 al 57,8% en 2017.

La tarea de los países europeos y latinoamericanos es la de reinventar la democracia. Una democracia que, sin perder sus esencias, sea capaz de canalizar esa desafección y actual frustración de expectativas que desembocó en 2019 en la oleada de protestas que recorrió América Latina. La pandemia hizo pasar a un segundo plano ese malestar e impidió, por los confinamientos, que se produjeran nuevos estallidos. Sin embargo, el actual bajo crecimiento económico y las renovadas tensiones inflacionarias golpean a los sectores con menores ingresos y a las clases medias más vulnerables, caldo de cultivo para nuevas oleadas de protestas como las vividas ya este 2022 en Ecuador y Panamá.

Así pues, los países latinoamericanos se convierten en otro de los escenarios en el que va a estar en juego la supervivencia de la democracia occidental y la posibilidad de rediseñar un nuevo pacto social que permita alcanzar un crecimiento con desarrollo humano a largo plazo y que preserve los equilibrios sociales y medioambientales.

En un contexto de crisis económica y bajo crecimiento, el gran reto será elaborar este nuevo contrato social sin perder la esencia de la democracia (la institucionalidad por encima de los personalismos) y, al mismo tiempo, modernizando los Estados para hacerlos más ágiles, transparentes y cercanos a la ciudadanía gracias a las nuevas tecnologías y los avances en la digitalización

La IV Revolución Industrial

La economía mundial del siglo XXI no se podrá construir sin América Latina. Su riqueza en recursos naturales se va a convertir en una ventana de oportunidad para la región, sobre todo en el momento en el que se dé el definitivo cambio global de la matriz tecnológica y energética. El continente posee en abundancia los commodities que se necesitan para esa transformación energética que van a liderar la UE y Estados Unidos en su búsqueda por construir economías más sostenibles y verdes.

Por lo que respecta a la sostenibilidad, América Latina es una de las regiones con mayor biodiversidad del mundo. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), alrededor del 60% de la vida terrestre mundial y diversas especies marinas y de agua dulce se encuentran en América Latina y el Caribe.

En cuanto a las energías renovables, vitales en la denominada IV Revolución Industrial, los países latinoamericanos son potencias en su producción tanto en la hidráulica, en la eólica y en la solar: la región posee más del 30% de agua dulce del mundo, así como abundantes horas de sol y capacidad para generar hidrógeno verde y gis. Además, en su suelo se encuentra el 86% de las reservas de litio, un mineral clave para producir las baterías que permitirán poner fin a la dependencia a los combustibles fósiles.

Lo que la UE desee hacer en materia de sostenibilidad y desarrollo de nuevas fuentes de energía lo tendrá que hacer contando con América Latina. De hecho, Europa ya está mirando hacia el otro lado del Atlántico: a raíz de la crisis ucraniana, la UE busca alternativas energéticas a Rusia, y Latinoamérica tiene un elevado potencial en renovables, tanto en la hidráulica, en la eólica como en la solar y, a medio plazo, como productor de hidrógeno verde que puede llegar a reemplazar parcialmente al gas ruso.

Trabajadores en la sala de máquinas de la central hidroeléctrica de Hidroituango, en Colombia. EFE/CARLOS ORTEGA
Trabajadores en la central hidroeléctrica de Hidroituango, en Colombia, el 13 de octubre de 2022. EFE/CARLOS ORTEGA

Un nuevo rol de América Latina

Este cambio de mentalidad, agenda y estrategia de la UE debe ir en paralelo y de la mano con un cambio similar en América Latina. Para que esta alianza se concrete como una opción de largo plazo y se construya desde sólidas bases y con iniciativas creíbles, requiere de una condición previa: no solo Europa tiene que saber qué puede ofrecer a sus socios del otro lado del Atlántico, sino que estos, en concreto, necesitan tener liderazgos definidos y consensuados, capacidad de coordinación y una idea clara de lo que son o desean ser como región.

En primer lugar, la UE tiene un serio problema de interlocución por la falta de un liderazgo latinoamericano con el cual tratar. La región es un mosaico de países e intereses con fracturas internas de tipo histórico, geográfico e ideológico que hacen muy difícil trazar una ruta común. América Latina carece no solo de un hegemón, sino que ni siquiera tiene un conjunto de países que ejerzan cierto liderazgo mancomunado y consensuado a escala regional Los países llamados a ejercer ese tipo de liderazgo (México y Brasil) viven de espaldas el uno del otro, no coordinan políticas comunes (ni siquiera en el G-20) y poseen estrategias geopolíticas incompatibles que marchan por raíles que no convergen. 

Además, falta coherencia en cuanto a lo que América Latina desea ser o qué rol quiere jugar a escala global. Vista la imposibilidad histórica de integrarse —“No hay ninguna integración a la vuelta de la esquina (...), no podemos dar lo que no tenemos, y los pueblos en las calles no hablan de integración”, afirmaba recientemente el expresidente uruguayo José Mujica—, resulta prioritario que la región llegue, al menos, a un consenso de mínimos sobre su rol internacional para dejar de ser periférica.

Entre esas prioridades está el mantener a América Latina como una zona desnuclearizada y tratar de construir una autonomía frente a los grandes bloques mundiales. Una autonomía compleja de llevar a cabo porque, en un mundo crecientemente polarizado, las medias tintas acaban siendo contraproducentes para una región que condenó mayoritariamente la invasión de Rusia a Ucrania en la ONU, pero que no ha promovido sanciones al régimen de Putin —el cual ha anunciado un incremento de su cuerpo diplomático en América Latina—.  

En conclusión, rediseñar y reimpulsar el vínculo transatlántico entre la UE y América Latina se convierte en una de las herramientas principales para que la región latinoamericana salga de la periferia geopolítica en la que se halla y para que la UE recupere influencia, autonomía y presencia mundial. Pero para que esto ocurra Europa está abocada a plantear y diseñar una agenda integral y competitiva que resulte atractiva para América Latina ante el desafío y proactividad de China. Huir de lo que han sido las dinámicas tradicionales: vínculos que como el que ahora mantiene con Pekín y anteriormente con EE UU trajeron mayor dependencia, desarrollo de peor calidad, con deterioro ambiental y menos inclusivo. Por su lado, los países latinoamericanos deben alcanzar acuerdos de mínimos entre ellos y ser capaces de convertirse en un interlocutor fiable y que no provoque incertidumbre.

Todo lo que sea reiterar viejos tópicos y no innovar y ser flexibles para modernizar el vínculo UE-CELAC en la nueva coyuntura geopolítica mundial se va a traducir en un mero ejercicio retórico y melancólico mientras que otras naciones, como China, avanzan y ganan terreno con políticas más asertivas, pragmáticas y basadas en intereses comunes.

Doctor en Historia Contemporánea de América Latina por el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset de la Universidad Complutense de Madrid. Profesor del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Alcalá. Investigador sénior asociado del Real Instituto Elcano de España. 

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