El nomadismo y las ciudades son claves para ahondar en la vida de los personajes fracturados por el fracaso que transitan por Cómo conocí al sembrador de árboles (Tusquets, 2022), una colección de relatos publicada por el escritor cubano Abilio Estévez (La Habana, 1954), asentado desde hace cerca de dos décadas en España.
En este libro, Estévez narra aquello que lo define, en gran parte, como ser humano: un migrante, un hombre que se exilia y pertenece a la gran diáspora cubana en el mundo. Esa lejanía de la raíz es la que lo hace retratar de la mejor manera, y a través de la ficción, el concepto complejo en el que se ha convertido la Cuba de hoy.
El escritor salió de la isla cuando tenía 46 años y actualmente vive en otra isla, Mallorca, desde donde nos responde varias preguntas alrededor de este nuevo compendio de relatos en el que explora un paisaje que ya no existe, que es más un recuerdo que otra cosa, una sensación de fracaso y memoria adolorida.
Pareciera que los relatos de Cómo conocí al sembrador de árboles hablaran del fracaso como idiosincrasia, sin embargo, Estévez confirma que quizá esta no sea “una característica puramente cubana” porque se puede transpolar a toda la política de América Latina, llena “de sucesivos fracasos”. A esa herida tan latinoamericana es a la que se circunscribe como narrador: “A lo político, porque literaria, artística, musicalmente, todo el continente y, dentro de él mi país, tiene una historia deslumbrante”.
Como en una canción de Beny Moré, para Abilio Estévez, a las repúblicas latinoamericanas les sobra mucho corazón porque “han sido, por lo general, repúblicas muy sufridoras” , sobre todo en el caso cubano: “Hemos vivido durante casi 70 años una historia de fracasos que, desde fuera, se han contemplado como victorias. Esa es nuestra particularidad, eso es tal vez lo más terrible de lo que nos ha pasado, que vivíamos en el infierno y todos querían hacernos ver que vivíamos en el paraíso. Eso hace que el fracaso sea más fracaso aún”.
El paraíso al que se refiere Estévez recuerda al exotismo al que muchos hacen referencia cuando se habla de parajes donde la destrucción y la precariedad resultan estéticos por melancólicos o bucólicos. Sin embargo, el escritor muestra ese escenario en su verdad más real. En sus relatos a través los parajes “paradisíacos” se encuentran personajes que regresan a La Habana e intentan tomar “alguna foto de la casa, o de lo que quedara de ella: una puerta, el marco de una ventana, un arquitrabe, una columna o, en último caso, un simple matorral. Y sobre todo, del trozo de calle sembrada de laureles que unía la casa con un paraíso llamado el Parque de los Chivos”, escribe Estévez en Cómo conocí al sembrador de árboles.
Esta forma de introducir varios parajes dentro de los relatos no es una “idea exacta” como herramienta narrativa para el autor, sino que surge natural. “Me gusta que los personajes estén en sus lugares, en lugares muy precisos, que son los lugares que yo recuerdo, los que extraño, los que todavía veo y por los que todavía deambulo. Es el ambiente y la naturaleza que me son propios”, dice el escritor, que no se mortifica por convertir esos espacios en claves metafóricas, aunque, en el fondo, sean movilizadores para decirnos que ese paraíso exótico del que muchos hablan ya no existe, y que se sigue manteniendo vivo desde la memoria.
Nomadismo y desarraigo cubanos
El ambiente tan propio en los recuerdos del autor hace que la búsqueda por la idiosincrasia cubana se despliegue en su esplendor. Aunque el ser un migrante no es la única forma de intentar hacerse preguntas o abordar las “búsquedas” o “los esclarecimientos”, Estévez sí cree que es evidente que el pueblo cubano es bastante nómada. “Cada vez más. Hay cubanos hasta en las Islas Salomón, y sospecho que eso va dando una visión nueva de lo cubano, sea esto lo que sea. No recuerdo si era Schopenhauer el que decía que la distancia hace los objetos más pequeños al ojo pero más grandes al pensamiento”.
Aunque ya el escritor Virgilio Piñera —al que Estévez conoció bien— nos había narrado las formas de exilio sin salir de una isla, el pensamiento y los debates sobre las migraciones, los exiliados o los refugiados no son únicamente propios de Cuba. La actualidad a nivel mundial, entre democracias imperfectas hasta guerras e invisibilizados totalitarismos, está marcada por el desarraigo. Para Estévez, quizás “no haga falta luchar contra el desarraigo, incluso hasta puede que sea bueno vivirlo, saber lo que es”, especialmente para quien tiene la necesidad de hacerse preguntas desde la lejanía, pero sí cree que lo doloroso es cuando este viene impuesto. En ese punto, el escritor incide en las diferencias migratorias: “No es lo mismo un alemán viviendo en Palma de Mallorca, que un cubano o un ecuatoriano viviendo en Seattle”
La escritura cubana y la necesidad de abordar lo político
La literatura cubana y sus escritores, en contraposición con el relato político de Cuba, son como un dragón que se muerde la cola. Haber nacido en la isla caribeña rodea a sus autores de una esencia temática que nunca está exenta de política. “En numerosas ocasiones ni siquiera te preguntan por tus libros”, dice Estévez cuando le comentamos si existe alguna forma de evadir a las preguntas sobre la política de su país. “Es como si por el solo hecho de ser cubano uno fuera politólogo”, añade.
Sin embargo, es imposible deslastrarse de lo que sucede en su país desde hace 70 años. En las letras cubanas es un relato hegemónico imparable. “En Cuba la política siempre irrumpe como un pistoletazo en el concierto, que decía Stendhal. Hemos vivido en un país donde la política ha estado en todo, hasta en lo más íntimo y cotidiano”, cuenta Estévez. No hay forma de escapatoria, porque ni el silencio es apolítico: “Si hablabas porque hablabas, si no hablabas porque no hablabas. No podías quedarte al margen. Tenías obligatoriamente que participar, porque siempre identificaron, y aún hoy lo hacen, la revolución con la patria”.
Los símbolos de la patria, como el padre de la Revolución, dejan marca. La figura de Fidel Castro es “como un gran padre todopoderoso, lleno de generosidad que piensa por ti y dirige tu vida”, apunta Estévez. Esta experiencia es violenta para muchos: “Puede que los más jóvenes ya no piensen así. Nosotros, los que tenemos casi la misma edad que la Revolución, somos las ovejas marcadas para morir”.
Quizás por eso la literatura es una escapatoria más allá de la migración o el exilio. Para Estévez, escribir le proporciona un placer único y, en especial, una sensación de libertad: “No cambio por nada esos momentos de la mañana en los que me siento a trabajar. Aun cuando el esfuerzo sea infructuoso, o parezca infructuoso. Yo me siento un ser libre y dichoso cuando escribo”. En ese placer posiblemente esté la clave para curar la horrible experiencia detrás de esa temática todopoderosa que persigue y con la cual solo se vive en la memoria, porque, como dice el escritor, “Cuba no será nunca el país que fue alguna vez”.