La raíz latina de liminalidad es la misma que la de frontera, lo que no está ni en un lugar ni en otro, el umbral de los sentidos. El término también podría emplearse para referirse a los narradores aventureros que viajan hasta el extremo del abismo de lo no dicho para cartografiar las palabras que viven en ese límite. Es el caso de la escritora mexicana Alicia Mares, autora de Cocodrilario (Horror Vacui, 2022), una recopilación de cuentos con carácter propio, textos de bellísimas metáforas —el amanecer como el repiqueteo de una fragua, por ejemplo— en los que niñas se someten al rito de paso de los cazadores y taxidermistas y los SWAT masacran cocodrilos. Todo sobrevolado por un cometa que parece atestiguar el carácter temporal fronterizo de lo que sucede.
Se trata de una propuesta original, que huye de los tópicos del amor milenial hasta una construcción casi gótica en la que el cuerpo se convierte en un festín, como en las novelas de un Clive Barker que se hubiera criado en un infierno rural latinoamericano. La fijación de los escritores experimentados encuentra ecos palpables en la somniloquía de una de las protagonistas y los cocodrilos juegan su antiguo rol egipcio como deidades. También los hechizos que nos arrojamos los unos a los otros en el día a día se vuelven algo palpable, que todos verbalizan, lo que permite a los personajes del libro emplear conjuros como la sangre.
Comunicóloga de profesión, Mares (Ciudad de México, 1996) cursó el Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y es columnista de medios como Palabrerías y Penumbria. En 2022 publicó una primera novela, Cautivo de sombras (Plaza y Valdés), participó en la antología Mujeres perversas (Trajín Ediciones) y firmó este libro de cuentos que toma su título de una granja de cocodrilos muy real, situada en Veracruz.
- ¿En qué condiciones escribiste los cuentos de Cocodrilario?
- Los que aparecieron en revistas, ‘Cocodrilario’ y ‘Flores que aparecen de noche’, los había concebido como parte de un universo diferente, cuatro años después de visitar el susodicho cocodrilario [de Veracruz]. Fue un hallazgo fortuito, vi el anuncio en la carretera y visiblemente dejó una impresión en mí. El segundo cuento apareció en una antología, pero lo amplié para esta selección. Los demás los redacté durante los últimos dos años. El cuento ‘Pillow Talk’ fue el más difícil. Los editores me pidieron reestructurarlo; de hecho, estuvo bien revisitarlo porque de nuevo tiene base en la realidad: un viaje que hicimos mi novio y yo en Veracruz justo antes que me fuera a Barcelona a hacer el Máster en el que, como buenos amantes, sentíamos que era el fin del mundo. Fue difícil darle coherencia porque aparecen muchos temas, que si la voz, el padre o el hermano.
- De hecho, quería preguntarte por todo ese peso de la familia en los cuentos.
- Sí, hubo un foco en la familia, diría yo que concretamente en la hermandad. La hermandad y su ausencia, la culpa del superviviente. Por supuesto, también metí romance. Pero la hermandad también puede ser entre mujeres, con enlaces que las unen.
- Al acabar el libro, sorprende encontrar que está dedicado a los entes que veías de niña y a tu hermano ausente.
- Esa mezcla fue una decisión estilística. Una cosa es muy real y la otra, no tanto. Mis padres dicen que vivía espantada porque veía cosas, yo no me acuerdo de nada. Pese a ello, decidí ponerlas porque veo cosas en sueños que luego en los cuentos funcionan como esa pequeña nota discordante. Lo de mi hermano era real y lo de los entes, lo que se dice por ahí. Me gusta que el lector que termina el texto se quede con una pequeña duda.
- ¿Cómo se te ocurrió la idea del cometa que sobrevuela los relatos?
- El apocalipsis que iba a marcar los cuentos era que el eje del planeta dejaba de rotar, por lo que ya no había ciclos normales de luz. Eliminé ese apocalipsis y busqué otro que tuviera que ver con la luz. Yo recuerdo todos mis sueños y esa noche llegó la respuesta: un cometa sobre el cocodrilario que visité en Veracruz.
- ¿Cómo construyes la atmósfera de tus relatos?
- Casi siempre está centrada en un solo espacio que después amplío. Por ejemplo, en el primer cuento, ‘Sangre de parvada’, el espacio era el barranco. Voy construyendo a partir de esa imagen principal, la idea germina, como una muñequita dentro de otra que esconde esa primera escena imaginada. Casi siempre puedo expandirlo en tres o cuatro escenas o muñequitas; siento que más ya disolvería la esencia de ese mundo.
- En el texto hay una obsesión con el lenguaje en forma de palabras intraducibles o pronunciadas en sueños.
- Soy fanática del leitmotiv. Hallar esa frasecita o palabra es el leitmotiv del cuento, lo que le da ritmo. Las cacofonías y pleonasmos son muy conscientes, se repiten hasta el final del cuento para trazar una ruta.
- Da la sensación de que la manera que tienes de tratar el amor es poco… milenial.
- (Sonríe). De entrada, soy muy… no quiero decir de la vieja escuela. No es que en mi casa me obligaran, ni que tenga una madre o abuela que diga: “De esta casa tienes que salir vestida de blanco”. Esas presiones sociales no existen en mi vida. Sin embargo, yo en mi día a día sí tengo un amor romántico muy gótico porque… no sé… quizás encontré al hombre concreto. No somos de poliamor y responsabilidad afectiva. Llevamos siete años juntos. Parecemos abuelitos. Llevo dos años ahorrando para la boda, creo que eso lo resume todo. Ya que todo el mundo hace lo que quiere con su vida afectiva, yo también hago lo que quiero.
- Suele ser una constante ese viaje a Barcelona, que parece ya un rito de paso para los autores latinoamericanos.
- En el primer día de clases nos dijeron que nosotros cumplíamos con una tradición que venía haciéndose desde el boom latinoamericano, así que en cierto modo estábamos siguiendo los pasos de otros grandes escritores, había cierto pensamiento mágico ahí. Fue toda mi intención ir hacía allí: uno de los libros favoritos de mi madre es Nada de Carmen Laforet. Cuando estaba en la secundaria me encantó Carlos Ruiz Zafón y me enamoré de Barcelona. Lo quisiera o no, era un destino que estaba siempre en el fondo de mi cabeza. Mi padre me recomendó ir a Estados Unidos o Canadá, que hubiera sido más barato y más sencillo, pero decidí Barcelona porque quiero escribir en mi idioma.
Escribo ciencia ficción especulativa y los escritores más destacados del mundo escriben en inglés, por eso mi padre recomendaba buscar editores en Estados Unidos. También estaba harta del panorama mexicano del narco, ya no tolero literatura del narco, no puedo. Estoy en clases y todo el mundo me dice que escribiré de violencia organizada… yo no puedo. Mi proyecto allí fue una novela de mitología escocesa en la que había princesas foca y doncellas… Me decían “escribe de tu país”. ¿Por? Yo quiero escribir de princesas foca y de los cocodrilos que hay en Veracruz.