Ventura López Sánchez nació en San Sebastián de Yutanino, una localidad del estado mexicano de Oaxaca, México, en 1916. La cara ancha, los ojos pequeños y las cejas negras del mismo espesor y tamaño de su fino bigote, tal como lo retrata un dibujo a modo de homenaje, son algunos de los rasgos en los que prevalece su origen indígena mixteco. A los 18 años viajó a Oaxaca para estudiar en la Escuela Normal Rural. Una vez egresado se quedó en la ciudad. Tras 32 años de trabajo como docente, fue cesado del magisterio por pertenecer al Partido Comunista junto a otros profesores. Con el dinero de sus liquidaciones, pusieron una librería.
La librería nació como cooperativa, una organización colectiva donde todos suman uno. Se fundó en 1949, en el centro de Oaxaca. La llamaron La Proveedora. Un nombre directo que buscaba no disimular su objetivo: llenar de libros, material didáctico y papelería de la mejor calidad y precio a estudiantes y maestros de la ciudad y alrededores. La librería no era un hecho aislado, en todo caso fue el primer acorde de una canción que se fue improvisando de nota en nota, sin perder de vista ni alejar el oído de la escala de la clave de largada.
En la década de los setenta, Ventura Lopéz Sánchez —El Profesor, como se lo conocía— creó junto a otros libreros la Feria del Libro de Oaxaca. Luego, en los ochenta, desde La Proveedora empezaron a publicar libros. Eran ediciones locales, con tirajes pequeños de temas que abarcaban diferentes dimensiones de Oaxaca: personajes históricos, poetas, conflictos sociales, material pedagógico. En total, publicaron más de 500.
El nieto de Ventura Lopéz Sánchez, Guillermo Quijas, empezó a trabajar en La Proveedora en el verano de 2002. Por WhatsApp, en tono bajo, para no despertar a sus hijos en la noche oaxaqueña, dice:
—Mi abuelo estaba algo enfermo cuando empecé. Entonces me pidió ayudarlo con algunas cosas. Uno de los primeros trabajos que me dio fue hacer un libro. Ir a ver cómo se imprimía, recoger las cajas, llevarlas a la librería, organizar una presentación, entregarle los ejemplares al autor.
En otras palabras, Ventura Lopéz Sanchez le reveló a un joven Guillermo Quijas, futuro director editorial de Almadía, el truco del fondo de la galera: de dónde y cómo salían los conejos.
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Ventura Lopéz Sánchez muere en el año 2002. Guillermo Quijas se hace cargo de la librería, que hasta el día de hoy mantiene las puertas abiertas. Un local por donde transcurren escritores, editores y, sobre todo, lectores. Una especie de usina cultural e intelectual de la ciudad de Oaxaca, tal como la había pensado su fundador.
Al poco tiempo, en la presentación de un libro que no recuerda el título ni el autor, Quijas se conoce por azar con el escritor Leonardo Da Jandra, oaxaqueño por adopción. De esa primera conversación, rodeada del murmullo de lectores, copas y humo, a ambos les quedan en claro dos cosas: que habían encontrado a su McCartney o Richards para fundar el sueño de la editorial propia, por un lado; que el nombre esa editorial debía relacionarse con el mar, por el otro.
—Nos gustaba esta idea de que la literatura es un gran océano —dice Quijas, que en la actualidad también preside la Feria Internacional del Libro de Oaxaca.
El paso siguiente fue juntarse y buscar palabras con vista al mar, por decirlo de algún modo. De las cientos que repasaron y redescubrieron hubo una definición que los encandiló. En el diccionario decía: “Embarcación formada por troncos o maderos unidos y que se emplea especialmente para el transporte fluvial siguiendo el curso del río.”. La palabra que los enamoró a primera leída. Almadía.
—Nos gustó muchísimo y así fue cómo escogimos el nombre —dice Quijas aún en susurros, pero con entusiasmo—. En el 2005 echamos a andar la editorial. Empezamos con tres libros. Una novela de Leonardo Da Jandra, uno de poemas de la autora oaxaqueña Aracelí Mancilla y un libro de ensayos de un autor yucateco que vive en Oaxaca, Jorge Pech Casanova.
Una editorial hecha sobre las capas geológicas de Oaxaca, con vista al mar, navegando y transportando libros hacia otras orillas del mundo.
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“¿Qué hace falta para que tengas nuestros libros?”, le preguntaron dos jóvenes a Héctor Pons, encargado de una cadena de libros. Pons, con paciencia, les enumeró cuestiones básicas: alistarse como proveedor, tales papeles, un modelo de rendición. Los dos jóvenes, que parecían salidos de una novela de Bolaño, lo escucharon con atención. “Espera un ratito”, le dicen. Le dejan los tres títulos de la editorial en la mesa para que los evalúe y salen de la librería. Pons los mira irse sorprendido. Al rato, entran con todos los papeles solicitados. “¿Cómo hicieron eso?”, les pregunta Pons. “Traemos todo en una camioneta”, le responden; una camioneta de “tour rockero, igual a la de Scooby Doo”, como la nombra Pons en un video celebratorio por los 16 años de Almadía.
—La distribución fue todo un tema —dice Quijas—. Por dos años y medio imprimimos en Oaxaca los libros y nos íbamos en coche a distribuirlos, visitando librería por librería, en un carro del horror. Eso fue al primer año. Al segundo año ya lo hacíamos con una camioneta.
Cada vez que salía un libro —un promedio de cada dos meses—, Guillermo y Leonardo se subían a la camioneta y agarraban ruta: Puebla, Ciudad de México, Guadalajara, Querétaro, Monterrey. Además de los ejemplares, en la camioneta llevaban una computadora y una impresora para imprimir las facturas y los documentos de consignación.
—Un desastre total, pero emocionante —dice Quijas, recordando—. Emocionante realmente.
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Editorial Almadía busca encontrar un equilibrio entre autores y autoras consolidados y primeros libros de cuentos y novelas de autores jóvenes. Arrancaron con narrativa, ensayo y poesía, y sumaron una colección de crónica y otra de infantil. Y, claro, las antologías, otro rasgo de la editorial, como la reciente publicación de Mundos alternos, una selección de cuentos escritos por las pioneras de la ciencia ficción del siglo XX, o 25 minutos en el futuro, sobre la nueva ciencia ficción norteamericana.
Desde sus inicios, Almadía ha intentado construir una cartografía donde Margo Glantz se junte con Mónica Ojeda, Juan Villoro con Bernardo Esquinca, Sergio Pitol con Hernán Ronsino.
—Ha sido un proyecto que ha encontrado mucho eco y eso ha permitido una expansión en estas líneas o criterios editoriales. Hemos tenido mucho eco en América Latina. Para nosotros fue muy importante encontrar esas voces, esos autores como la respuesta de un territorio.
Los libros más representativos de la editorial, según Quijas, entre ventas y porque se consolidaron como autores de la casa —además de haber generado una buena recepción en la crítica y del público en distintos países—, son Los culpables, de Juan Villoro; Toda la sangre, de Bernardo Esquinca; y Pájaros en la boca, de Samanta Schweblin. Más recientemente, Punto de cruz, de Jazmina Barrera; Furia, de Clyo Mendoza; y Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística, de Yásnaya E. Aguilar. Y, un poco entremedio, Conjunto Vacío, de Verónica Gerber; y Nefando, de Mónica Ojeda.
—Estamos en la continua búsqueda de presentar a los lectores los libros que más nos emocionan, que más nos gustan, que nos parecen que tienen cosas que decir. Nos interesan mucho las técnicas narrativas, los usos de recursos literarios. Nos gusta el lenguaje, la estructura de los libros, los temas que abordan.
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El proyecto de Almadía se emparenta con la editorial Sexto Piso en México y con Eterna Cadencia en Argentina. Editoriales que están en conversación permanente, que comparten proyectos, distribución, incluso algunos autores.
—De forma más reciente hay dos editoriales mexicanas que admiramos muchísimo: Antílope y Gris Tormenta —dice Quijas—. Son catálogos que se complementan en realidad.
Al igual que Sexto Piso y Eterna Cadencia, Almadía desembarcó en España, en Madrid. Como señalan en su web: “El hecho de hablar una lengua en común nos hace parte de la misma conversación; en ese territorio compartido, es importante para Almadía y otras editoriales independientes tender puentes en España, pues este intercambio sostenido es indispensable para consolidar el mercado del libro y enriquecer la literatura en todos los puertos de Hispanoamérica.”
Los libros de largada, los primeros baqueanos que fueron a pisar el territorio, fueron cuatro novedades de la editorial: La mirada de las plantas, la última novela del boliviano Edmundo Paz Soldán; El asedio animal, la premiada novela de la escritora colombiana Vanessa Londoño; una antología de crónicas compiladas por el español Jorge Carrión, Mejor que ficción; y el libro de cuentos de ciencia ficción de Andrea Chapela, del team Granta sub 35, Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio.
Un total de cuatro troncos unidos, enlazados por un cordel, que dan cuenta de la solidez del catálogo de Almadía. Un catálogo consolidado de más de 400 libros que en el 2022, cuando bajó la marea de la pandemia, decidieron amarrar en la otra orilla del océano.