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Ariel Florencia Richards: “La vida es un tránsito”

La escritora chilena, que publica la novela ‘Inacabada’, charla sobre los caminos posibles de la experiencia transgénero.

Santiago de Chile
La escritora e investigadora de artes visuales chilena Ariel Florencia Richards. CONSTANZA MIRANDA

“Con mi hermana nos reíamos hace poco porque nos dimos cuenta de que los sistemas operativos tecnológicos se actualizan con mucha más frecuencia que las personas”, dice la investigadora de artes visuales chilena Ariel Florencia Richards (Santiago, 1981). La también escritora comenzó su año con una novela bajo el brazo, Inacabada, editada por Alfaguara. En ella asistimos a la relación de una madre y una hija que se encuentra en un tránsito de género, mientras están juntas en un viaje en el extranjero. La misma Ariel comenzó su transición hace algunos años y, a los pocos minutos de iniciar esta conversación, le comento que entiendo que estamos ante una novela, una obra de ficción y que no me planteo hablar de ella como una autobiografía. “Gracias por ver esa frontera”, dice.

“Cuando se publicó el libro, a mis hermanas les dije que esto no era la memoria de Harry”, ríe, refiriéndose al best seller del príncipe de Inglaterra. “Él practica la memoria autobiográfica y cuenta su vida, y acá hay un trabajo de construcción literaria, de ficción”. Ariel dice que el viaje que se narra en Inacabada nunca ocurrió, que la madre de la novela no es la suya. “Evidentemente, Juana, la protagonista, sí está nutrida de mi propia experiencia, pero muchas cosas que le pasaron a ella, a mí no me pasaron. Me parece importante marcar esa frontera, pero me doy cuenta, en la medida en que converso con las personas y con la vida que está teniendo el libro, de que no hay un diálogo sobre lo transgénero ni a nivel cultural ni social. Entonces, no me niego a que una entrevista o una conversación pase por ahí, porque me parece importante que haya una arqueología de la conversación trans. Que alguien en 2050 diga: ‘Ah, mira, en 2023 estaban pensando así sobre el género’”.

Inacabada comienza con un prólogo en el que se explica que este manuscrito no tuvo versiones, sino que fue reescrito muchas veces encima de lo anterior. “Eso no permite que exista una arqueología de la escritura”, dice Ariel. “Esta decisión de dejar ir tenía que ver con no creer que en el pasado había una versión mejor. La intención era no idealizar lo que había surgido primero, sino creer que había algún progreso en la medida en que lo trabajaba”, explica la autora.

“Terminé de leer hace poco un libro de McKenzie Wark”, cuenta Ariel, “y allí alguien decía que había una especie de ley que dice que si eres trans, tienes que dejar pasar cinco años desde que iniciaste tu tránsito para recién tener una reflexión. Y McKenzie, como es una desobediente, solo deja pasar tres y escribe”. La autora cree que su intención tenía que ver con esa idea: pensamientos en un estado embrionario que tenían que madurar.

- Cuando una amiga mía inició su tránsito de género, muy joven, conversamos mucho alrededor de esas primeras ideas que ella tenía. En ese momento inicial, recuerdo que dijo que, al expresarse de una manera más feminizada, sintió que perdía el privilegio que le otorgaba el verse como un hombre cis. Una reflexión que por supuesto cambió con el tiempo, porque comenzó a vivir y comprender otras cosas.

- Sí, exacto, creo que comparto lo que le sucedió a ella inicialmente. Por ejemplo, a mí me pasó que di una charla y me dijeron: “Oye, qué linda estabas”. Antes de mi tránsito, estaba acostumbrada a que tras las charlas alguien me hiciera algún comentario sobre el tema que había expuesto, pero acá el comentario estaba puesto en mi apariencia física. Ahí me di cuenta, evidentemente, de la enorme cantidad de gamas de violencia que se ejercen sobre cuerpos más feminizados. En este caso, desintelectualizarlos inmediatamente. El punto es que todas las ideas maduran.

Ariel dice que cree en la idea de ser cauta, algo que aprendió después su tránsito: “No solo con la escritura, sino también con las ideas. Las impresiones iniciales de la propia experiencia corren los riesgos de ser clichés, pueden incluso no ser tuyas, porque sabemos tan poco, que apenas vemos algo, creemos que es más fácil quizás calzar allí”.

- En una entrevista, Vicente, un hombre trans, me dijo: “Yo explico que las personas trans vivimos una transición que se ve mucho más, pero todos, desde que nacemos hasta que morimos, transitamos todo el tiempo. Cambian los gustos de la gente, cambia el cuerpo”. Desde esa idea concluí que la heteronorma es la que permite algunas transiciones y otras no.

- Estoy muy de acuerdo, porque la vida es un tránsito. Estoy muy de acuerdo con esa pluralidad y horizontalidad del tránsito. Lo que pasa es que el tránsito de género pone en evidencia ciertos tabúes sociales y culturales y por lo tanto, políticos.

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Una lectura de Inacabada es la de una mujer en pleno tránsito de género, pero también es la historia de una madre abordando —o no— los cambios en la vida y en la identidad de su hija.

“El conflicto que ellas tienen es que hay una imposibilidad de comunicación”, dice Ariel. “Entonces, hay dos personas que solían tener una —supuestamente— relación horizontal, abierta y enriquecedora que se corta cuando una de las dos partes empieza a ser diferente a como era. Y vemos la recuperación de una relación que está rota. Hay una madre que se niega a conversar, a recibir algo que está pasando. Como querer no ver”.

- Me encontré con un relato muy empático con la figura de la madre en tu novela.

- Sí, porque el nivel de información o discurso con el que te mueves por el mundo te permite abordar ciertas cosas. Pero creo que la experiencia de la maternidad, más que la de la paternidad, es extremadamente vulnerable, en el sentido en que muchas veces tus propias expectativas están depositadas en otras personas. En el fondo, existe un repliegue de tu propia identidad, porque tus hijes eres tú también, y es tu futuro y es tu apuesta. Entonces, cuando tus propias expectativas se tuercen, puede ser muy doloroso para ti. En mi experiencia personal, al principio yo no entendía que mi mamá se negara a hablar, a tener la conversación. Después entendí que su lugar era vulnerable y que yo no podía presionar. No podía apretarla, ni obligarle a tener esta conversación, porque ella necesitaba vivir su “duelo”, porque ella eligió ser madre, eligió depositarse en sus hijos. Era algo más allá de alguna ideología o creencia cultural, era una cosa muy íntima que yo estaba alterando; y tenía que tener cuidado, porque yo estaba completamente segura de que quería alterar eso. Así como ella había tomado su decisión de vida, yo había tomado la mía. Y eso necesitaba un reajuste importante. En el fondo, las personas que reciben la noticia del tránsito y que están fuera de él, también tienen que replantearse sus propias creencias en todos los niveles.

- Juana se dedica a estudiar obras de arte inacabadas. Tú investigas artes visuales ¿Qué hay dentro de lo inacabado de una obra que te interesó a la hora de incorporarlo en la historia?

- Una obra inacabada plantea preguntas como cuáles son los ahoras acabados, qué es lo que define que una obra se haya terminado y esté lista para ser exhibida. En ese espacio difuso aparece, por ejemplo, el taller del artista y lo reflexivo. El cuadro como ya no una cosa para mirar, sino un lugar para pensar ¿Dónde empezó? ¿Dónde abandonó? ¿Por qué abandonó? ¿En qué punto algo es un boceto o una obra? Me interesa todo ese espacio gris del cual no somos conscientes cuando vamos, por ejemplo, a un museo o a una galería en donde se supone que vemos obras “acabadas”. La idea de mirar lo inacabado tiene que ver con observar tras bambalinas, los andamiajes, que son más interesantes, creo, que lo que se ve terminado.

Ariel encontró un prefijo en latín, faciebat, que significa “está siendo hecha por”. Miguel Ángel empezó a firmar sus obras así en el Renacimiento, que precisamente es la época en la que aparece la autoría. La escultura La Piedad fue la única que firmó el artista, con aquella inscripción. Y hablamos del paralelo de aquello con los procesos personales. “Sí, somos personas inacabadas”, reflexiona Ariel. “Los adultos nos inventamos la idea de que ya somos, que dejamos de aprender, que ahora nos toca enseñar, y eso nos pone en un lugar muy rígido. Algo que me ha enseñado el feminismo es que tengo que estar permanentemente dispuesta a reaprender lo que sé. A las personas adultas nos hace muy bien ese lugar de no saber, de declararnos como incompetentes en un tema y estar dispuestas a cambiar de opinión. Estar acabada es la muerte ¿no?”.

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- Un escritor o escritora trans es escritor o escritora porque escribe. Es decir, puede escribir de lo que quiera. Esta no es tu primera obra y es una novela que recoge en algún punto tu propia experiencia, pero es ficción ¿Es de tu interés abordar la escritura desde otros lugares más allá de la identidad en sí misma?

- Es una pregunta que no me había hecho hasta la publicación de Inacabada, porque, una vez que entregué el manuscrito a la editorial, me puse a escribir otra cosa. Y ahí pensé: ¿ahora qué escribo? ¿La protagonista vuelve a ser trans? ¿Ahora el protagonista es un hombre o una mujer cisgénero? ¿Ahora lo que quiero contar es otra cosa? Y fue un abismo, porque este libro tenía la urgencia de contar una ficción muy empapada de mi experiencia personal de ese momento, y evidentemente quería que fuera una novela trans y que fuera una literatura trans. Pero y ¿ahora qué? Yo amo a Camila Sosa. Y me preguntaba por su propia trayectoria también ¿Cómo va a ser la carrera de Camila Sosa después de Las malas? ¿Qué escribir después de una obra así? ¿Qué pasa si le restas la condición transgénero a esas obras? Lo trans es el corazón, el núcleo o el magma de esa obra, independiente de que sea una muy buena escritura, además. ¿Dónde depositar la condición trans de una escritura en el futuro? Creo que tu pregunta tiene algo muy visionario.

- Le he dado muchas vueltas a de qué maneras se expresará en el futuro la identidad trans en la producción cultural, en general.

- Es muy interesante. Por ejemplo, me escribieron de una revista académica en Uruguay que estaba preparando una edición sobre lo trans, el prefijo, no lo transgénero. No quise escribir sobre la experiencia transgénero, sino que pensé en qué podía aportar sobre el prefijo como núcleo. Lo que hice fue abordar una de las obras que estoy estudiando para mi doctorado. Es una de las primeras performances que se hizo en Chile, en 1971, en el hall del Museo de Arte Contemporáneo, de un chico muy influenciado por los cuerpos de los cadáveres en la guerra de Vietnam. Escribí sobre la experiencia transcorporal del soldado de guerra al performer que se ve afectado por eso. El prefijo trans ahí se está pensando en un contexto a propósito de un tránsito, pero que no tiene que ver con la identidad. La producción cultural trans puede salir y volver a entrar al género con toda la libertad y tocar otras cosas en las que se haya transitado.

- Ahora es más fácil conocer experiencias trans diversas que hace 20 años y, en términos de producción cultural, existe un registro de esas identidades, reflexiones y procesos, pero no puedo evitar pensar en el futuro. Por ejemplo, ¿de qué manera estas identidades moldearán, por ejemplo, nuevos usos del lenguaje?

- El lenguaje puede ser una cuestión fija, si es que nosotras lo queremos, así como un recurso que ocupamos y ya. Pero en la medida en que ese lenguaje no es algo estático, sino que lo ocupamos y, en ese tránsito de recurrir a él y verbalizarlo, lo transformamos. Nos volvemos seres muy activos y muy subversivos también. Sí creo que el lenguaje se está transformando. A mí me encanta. Me encantan las cosas que se caen a pedazos, las ruinas y los derrumbes son muy significativos de un proceso de transformación.

- Pero también te gustan mucho los museos.

- ¡Ja, ja, ja! Al museo yo entro críticamente, jamás de manera complaciente. Jamás diría “qué hermosa esta colección de arte colonial que nos ofrece la Corona inglesa”, ja, ja. Son espacios construidos con una intencionalidad con los cuales yo puedo tener una experiencia estética y también pensamiento crítico. Me gustan más las ruinas que los museos.

- Cuando Libros de la Mujer Rota reeditó tu libro anterior, me emocionó mucho el acto de tachar tu antiguo nombre en la portada. Como lectora, lo vi como un símbolo de reapropiación, pero también de memoria con tu propio proceso. ¿Cómo se dio esa decisión y qué significó para ti?

- Ese gesto se le ocurrió a Jorge Núñez Riquelme, el editor. “¿Qué pasa si recuperas la autoría de tu texto que publicaste en 2016 y lo publicamos en 2021, ahora con tu nombre?”. Esa fue la propuesta, que venía con esta idea del tachado. Me pareció hermoso como gesto político y, además, ponía en evidencia algo del tránsito. Creo que pasa también con mi propia identidad: a veces me veo a mí misma como la persona que era antes. Pero también me pasa, por ejemplo, que me encuentro con mis ex y veo en esos hombres a los jóvenes con los que estuve. Están ahí de alguna manera, no tachados, pero detrás de la primera impresión visual que tengo de ellos está la voz del que me decía te quiero, están los ojos que me miraban así, las manos. Pero también han envejecido. Entonces está esa cuestión de las capas del tiempo, que no solamente es propia de la identidad, sino también de las cosas que reconocemos del pasado.

- ¿Tiene algo que ver también con esa idea de buscar una luz, la alegría, dentro de un proceso que, por cómo la sociedad está construida, incluye momentos que pueden ser horribles?

- Me encanta esa preocupación, es una preocupación muy afectiva, muy propia de hermanas. Mi hermana, por ejemplo, me dijo: “Qué horrible que lo hayas pasado tan mal”. Evidentemente, desde afuera del tránsito, alguien que te quiere puede pensarlo como una pesadilla y jamás querría que lo pasaras mal. Y claro, hubo momentos en que la experiencia de no poder sacar esto fueron dolorosos, pero como soy evasora profesional, podía arreglármelas para compartimentar esto.

Yo tenía una pesadilla recurrente cuando era niña, una que recién estoy empezando a reparar. Soñaba que había matado a alguien y lo enterraba bajo tierra en las vacaciones. Y todo seguía como si nada, pero de repente iban a hacer un hoyo para hacer una piscina y pensaba en que iban a encontrar a la persona enterrada que solo yo sabía dónde estaba. Esa pesadilla recién la estoy empezando a sanar ahora y tenía que ver con ocultar.

- Todo esto te lo pregunto porque en el terreno de lo público, no solo en la producción cultural, cuando se habla sobre las identidades trans, la mayoría de las veces hay tropos como el fetiche o la víctima. Y las menos, sobre experiencias que, a pesar del dolor, pueden ser más luminosas.

- Tengo mucho que decir con respecto a eso. Por ejemplo, en 2014, la actriz Laverne Cox aparece en la portada de la revista Time, y allí relata una experiencia muy trágica. Siete años después, aparece ahí mismo Tommy Dorfmann, que cuenta una experiencia completamente luminosa, acompañada de su pareja y su familia. Evidentemente cuenta con otros privilegios, es una persona mucho más joven y es blanca. Pero ya hay un cambio en el relato en cuanto a que la dificultad que enfrentó la primera permite que emerja la segunda. Y en ese sentido, ese progreso hacia la desdramatización de lo trans se construye como el feminismo: una sobre otras. Unas lo pasan muy mal para que otras no lo pasen tan mal, para que otras lo pasen mejor. Y así. Estamos en una cadena de favores, ayudándonos unas a otras. Ese es otro aprendizaje del feminismo, cómo nos vamos construyendo colectivamente.

Ariel Florencia Richards. CONSTANZA MIRANDA

Para Ariel, este tema también aparece en, por ejemplo, su doctorado, que tiene que ver con los estudios de la memoria. “Europa es un continente traumatizado por la Primera y Segunda Guerra Mundial y existe una corriente alrededor del concepto memories of joy, que en su traducción siento que no es solo recuerdos de alegría, porque también tiene que ver con el goce o la felicidad, es más amplio”, dice. Me explica que dos académicas danesas detectan un peligro en que la memoria traumática eclipse recuerdos más felices. Pienso en cómo la historia siempre está incompleta, primero por quiénes han sido los que se han dedicado a escribirla, pero ahora se suma un nuevo nivel de análisis. Y, además, pensando en que es en el pasado en donde podemos encontrar estrategias para el presente y el futuro ¿cómo pensar en nuevos imaginarios, sin esperanza?

“Hay modos de resistencia distintos. Uno es quedarse en el trauma y ahondar en él, pero el otro es decir: ‘Mientras hubo guerra, igual nacieron niños. Mientras hubo guerra, también hubo amor’. El amor, por ejemplo, es una táctica de resistencia frente a un horror como una guerra u otro tipo de opresiones, y relevar esa historia no quiere decir descartar las otras, sino que las otras ya se han estudiado. ¿Qué pasa si ponemos también el foco aquí?”, dice Ariel. “En esa línea me inscribo también a nivel personal. Resueno mucho con esa inquietud tuya de cómo y qué contamos, qué relevamos de la experiencia del tránsito. Si solo la vemos desde la perspectiva del drama, ¿a quién le sirve eso? En cambio, si destacamos aspectos luminosos, cambiamos el discurso con el que nosotras crecimos. Me encanta esa inquietud de repensar la narrativa del tránsito”, comenta.

- Evidentemente, ambos caminos son válidos y necesarios ¿no? Las experiencias vitales pueden ser dolorosas, pero en el mismo camino, hay momentos de felicidad o goce. Me parece muy importante no pasar por encima de eso, borrarlo.

- Por eso me gustan las ruinas. Una puede mirarlas de dos maneras: llorar por lo que se cayó o entender la potencialidad de lo que tiene una ruina. Si algo se cayó, qué vamos a hacer con esto, a nivel colectivo. Qué hacemos con estos pedazos. Cuando empecé mi tránsito lo comencé a compartir sutilmente por Instagram. Y un día, Daniela Vega me escribe por interno y dice: “Oye, tengo la impresión, y por favor corrígeme si no es así, que estás iniciando un tránsito de género”. Y yo le dije que sí. Y su respuesta fue: “Bienvenida a la mejor época de tu vida”. Fue lo único que me dijo y fue hermoso, porque yo estaba muy acostumbrada a hablarlo como algo dramático. Estaba como parada desde el futuro diciéndome “bienvenida”. Nadie más me dijo bienvenida. Ella transformó mi propia narrativa sobre mi tránsito y lo empecé a contar como algo no terrible.

- Volviendo a la producción cultural desde lo trans, vemos que se cuentan historias de la identidad en sí misma. ¿Crees que esto con el tiempo se desplazará hacia otro lugar?

- Mi tránsito, en parte, estuvo impulsado por una tontera. ¿Recuerdas la serie La casa de las flores? Allí había un personaje de una mujer trans abogada que la familia de Verónica Castro tiene que llamar para resolver un problema financiero. Esa chica trans era el exmarido de una de sus hijas y la llaman porque era una buena abogada. Cuando lo vi se me puso la piel de gallina porque pensé que su identidad de género no era el centro del conflicto. Que fuera trans estaba en tercera o cuarta línea. Eso permitió que yo pudiera pensar en un futuro en que ponía en primer lugar, por ejemplo, mi producción literaria o académica. En segundo lugar, ponía temas que me interesan, que son por ejemplo pensar la horizontalidad y una masculinidad femenina. Y, en tercer lugar, que yo sea trans.

En ese sentido, todo esto me permite mirar a las otras personas de otra manera. No puedo emitir un juicio, ni te puedo insertar en el mundo, ni ubicarte en un lugar fijo respecto a solo tu identidad de género. Tengo que considerar múltiples variables que están ahí. Descubrí que tú tienes una cosa medio oracular, como con el futuro, y te juro que de esta entrevista me voy a quedar con esa reflexión, porque creo que propone una forma de avance, de no estancarse. Para mí, estancarse es morir. El agua es la cuestión más metafórica que existe: el agua estancada se pudre, el agua que fluye, se transforma.

Periodista especializada en música pop y feminismo. Directora de la revista digital POTQ Magazine y fundadora de la web Es Mi Fiesta. Organizadora del festival Santiago Popfest. En 2020 publicó Amigas de lo ajeno, libro que da voz a algunas de las artistas más representativas de la música chilena.