Es 24 de febrero de 1992 en Buenos Aires. En una sala de parto, una nena nace. Crece con la alegría impúdica de la niñez y pasa sus veranos en Santa Lucía, un pueblo a 190 kilómetros de Capital Federal. El pueblo en el que nació su madre. El pueblo en el que su madre compró su primera casa. El pueblo en el que viven su abuela, sus tías, sus tíos, sus primas.
La madre y el padre trabajan casi todo el verano. Santa Lucía es, para esa nena y para su hermano, el único resguardo posible del calor húmedo porteño: allí los dejan. El niño se hospeda en casa de una tía. La niña, en casa de otra. En la quietud de esos paisajes, la niña aprende a buscar lombrices en la tierra. A pescar en las islas del río Paraná. A jugar al truco. A bañarse con el agua que llueve de las canaletas. A sacar choclos de los campos cercanos. A darles de comer a las gallinas.
Aprende, también, el dolor. Allí Claudio, su tío, el dueño de la casa en la que se hospeda, el esposo de la hermana de su madre, el padre de una prima de su edad, el comisario de ese pueblo de 2.360 habitantes, el hombre que siempre está con su uniforme, su camioneta de policía y su arma en el bolsillo, abusa sexualmente de ella.
La niña, la adolescente, la mujer, primero, calla. Como callan tantas otras niñas, adolescentes, mujeres abusadas. Tantas otras vidas ahogadas en la negrura del silencio.
Pero la escritora Belén López Peiró, esa niña, esa adolescente, esa mujer, perfora ese silencio.
Primero, denuncia. A los 22 años, en 2014, cuando en Argentina no existía el movimiento #NiUnaMenos y en el mundo no existía el #MeToo, Belén denuncia al abusador. Escribe: “Nací en Capital Federal un 24 de febrero de 1992 en una familia compuesta por mi mamá, mi papá y mi hermano. Actualmente tengo 22 años, soy estudiante y escribo este texto para poder contar lo que viví, sufrí y padecí en mi adolescencia y poder hacer justicia. Mi tío abusó sexualmente de mí reiteradas veces desde los 13 a los 17 años”.
Dos años después, Belén vuelve a escribir esa denuncia. Pero ahora esa niña, esa adolescente, esa mujer, empieza también a ser escritora, y la denuncia ahora es también —es, sobre todo— literatura. Es una voz lírica, fragmentaria, política, contundente. Es Por qué volvías cada verano, la primera novela de López Peiró. Una obra polifónica que muestra —con un lenguaje llano, poderoso, explosivo, punzante— la naturaleza colectiva del abuso. Lo desnuda y deja al descubierto las voces y los silencios que lo encubren: la familia, los vecinos, el pueblo, la policía, la Justicia, el sistema de salud.
Escribe, Belén, en ese libro:
“(...) Llamarlas víctimas es volver a garcharlas otra vez. Y otra vez. Es convencerlas de que les cagaron la vida, de que su historia empieza y termina ahí, con el tipo adentro. Les hacen creer que son a partir de él, que su identidad se construye a partir de la violación, que sus derechos fueron vulnerados y que ya nadie les va a garantizar que no se las vuelvan a cojer. Las convencen de resguardarse puertas adentro, de cerrar las piernas, de que son responsables y por eso merecen su propio castigo. Sí. Porque primero son víctimas de él y después de ellas mismas: una vez que él acabó adentro, ya están listas para acabar con la mierda que les quedó, con su vida (...)” , “(...) Lo culpo a él por hijo de re mil puta, la culpo a mi tía por cómplice, los culpo a mis viejos por ausentes, a mi pediatra por no notar mi concha rebanada y también a mi abogado por pelotudo desalmado. Pero nada es suficiente”, “(...) Así que no te calientes, que su hombría se derrumba cada vez que sentás el culo y escribís. Deshacelo con palabras, acabalo en un punto y garchátelo entre comas. Así sin más. Sin más pena, sin más dolor, sin más de vos”.
En 2018, la editorial argentina Madreselva publicó ese libro. Desde entonces, Belén se levanta cada día con el mensaje de una mujer abusada que quiere contar su historia. La novela fue publicada luego en Chile, México y Brasil. En 2020, Las Afueras la editó en España. La traducción al italiano acaba de presentarse, la francesa será publicada en septiembre y la versión en inglés saldrá en Reino Unido y Estados Unidos en 2023.
Después de Por qué volvías cada verano, Belén pensó que no volvería a escribir sobre el abuso. “Dije: ‘nunca más escribo esto’ porque hubo momentos en los que lo pasé mal”, cuenta a COOLT en una entrevista por Zoom en la que habla suave, con la delicadeza de quien se toma el tiempo de pensar cada respuesta, de quien no se apura, de quien conoce qué son las palabras y qué se puede hacer con ellas. Por eso, cuando terminó ese libro, se sentó a escribir ficción durante un año (relatos aún inéditos).
Sin embargo, a dos meses de la publicación de Por qué volvías, la causa judicial que había iniciado en 2014 fue elevada a juicio oral. Meses más tarde, el abusador pidió ser juzgado en un juicio por jurados, y, después, hizo también la propuesta de un juicio abreviado. Belén no sabía qué cosa era un juicio oral. Ni qué un juicio por jurados. Ni qué un juicio abreviado. Ni cómo moverse en un sistema judicial que revictimiza en todo momento. Se sintió en cero otra vez.
Entonces, buscó ayuda ahí donde siempre busca: en la literatura, en el arte. Buscó libros, películas y series que hablaran sobre juicios por jurados en casos de abusos, violaciones o violencia intrafamiliar. Se encontró con El adversario, de Emmanuel Carrère, con American Crime Story: The People v. O. J. Simpson, con Laëtitia o el fin de los hombres, de Ivan Jablonka. En todos, los juicios por jurados tenían lugar en países y realidades muy distintas a la del pueblo de la provincia de Buenos Aires en el que sería el suyo. En todos, la víctima estaba muerta.
“Pensaba que en Por qué volvías lo había dado todo y lo di todo. Pero me di cuenta de que esa novela está más asociada a la familia y a romper el silencio. Años después, estaba viviendo otra instancia en la que me sentía tan perdida como cuando tenía 21 años y me preguntaban si iba a denunciar o no, o como cuando mi mamá me preguntó si había pasado algo con mi tío. En ese momento decidí hablar y denunciar para que no vuelva a repetirse la misma historia. En 2018, ante ese laberinto judicial me sentí a la intemperie y pensé: cuántas mujeres abusadas hay que denuncian y no saben con qué se van a encontrar; esta es una historia con una víctima que está viva y puede contar en primera persona cómo es atravesar ese proceso desde su mirada y no desde la del victimario”, dice Belén.
Para salir de esa intemperie, contactó con una abogada, armó una red de mujeres que la ayudó a atravesar ese proceso judicial, investigó, tomó notas, estudió, leyó, conversó, buscó estadísticas, miró mapas, trazó distancias, volvió a mirar álbumes familiares, dibujó líneas del tiempo, hizo mapas conceptuales y cuadros sinópticos. Escribió. Así nació Donde no hago pie, publicado en 2021 en Argentina y editado por Lumen en España este año. Un libro que es crónica judicial, autoficción, denuncia, narrativa, novela. Un artefacto literario que cruza géneros y encuentra en esa hibridez una voz propia cargada de un signo de época, y desde esa voz —que dice con una simpleza que nunca deja de ser precisa, austera y poética— narra un proceso judicial tortuoso en el que caminar es casi imposible.
- Tus libros son denuncias sobre el abuso, las voces que lo silencian, las voces que culpan a la mujer abusada, el sistema judicial que revictimiza. Pero son, además y sobre todo, literatura. ¿Cómo fue el proceso de encontrar y construir esa voz propia tan tuya y al mismo tiempo tan atrapante para el lector?
- Hay varias cosas. Primero, recordar siempre que el objetivo final es la literatura, no mi vida. Siempre pensé cómo priorizar la literatura por sobre los hechos que narraba, que en definitiva formaban parte de un momento de mi vida, no eran mi presente. Para eso me ayudó guiarme por autoras como Vivian Gornick que en algún momento narraron su propia vida e hicieron literatura: ese ejercicio de ser protagonista de la historia, pero a la vez ser la escritora, aprender a hacer ese desplazamiento; que es un poco de lo que habla Hebe Uhart. Después, tuvo que ver con pensar que lo que yo estaba contando no me había ocurrido solamente a mí, que mi historia no era importante, era una historia más de abuso. Lo que yo tenía que hacer era escribirla con un lenguaje crudo, sin grises, de manera atrapante. La polifonía fue la herramienta que encontré para priorizar lo que yo quería transmitir: dejar claro que los abusos no tienen que ver solamente con la víctima y el victimario, que es lo que termina pasando en la Justicia porque no hay testigos y entonces los hechos son difíciles de comprobar. Yo quería mostrar que hay más que eso, que siempre hay un contexto que hace posible el abuso, y quería mostrar, también, qué pasa en ese contexto cuando el abuso sale a la superficie.
- ¿Tuviste que luchar contra vos misma, contra la culpa, el llanto, la vergüenza que la sociedad le carga a las víctimas para escribir estos libros?
- Fueron dos escrituras diferentes. Por qué volvías cada verano lo empecé a escribir años después de los hechos. Donde no hago pie fue un libro totalmente contemporáneo a los hechos, volvía de una audiencia y me sentaba a escribir. Sin embargo, en los dos casos la escritura para mí fue lo mismo: un modo de correrme de ese lugar de víctima, ir más allá, no olvidar y registrar. A veces, en vez de llorar me sentaba a escribir. Pensaba: no me tengo que olvidar de esto, y lo escribía.
El ejercicio que me pidió mi abogada de seleccionar fotos con el abusador, por ejemplo, para mí fue uno de los procesos más dolorosos pero a la vez importantes, porque yo veía mi sonrisa, las formas de los cuerpos, de qué manera se conectaban, de qué manera se agarraban, y todo eso lo iba escribiendo a medida que observaba. La escritura fue la herramienta que me dio claridad.
Pero también me ayudó no perder de vista que éramos muchas quienes estábamos en la Justicia y nos sentíamos revictimizadas, y que el juicio por jurados es un instrumento relativamente nuevo en Argentina, y que cada vez quieren implementarlo más porque en general los acusados prefieren el conservadurismo de la gente común a los jueces y fiscales, que están cada vez más formados en perspectiva de género. Entonces, no podía ser que en todos los libros que yo leía las víctimas estuvieran muertas. Poniendo eso siempre adelante, seguí. La literatura fue como un bálsamo, como si me tiraran un salvavidas. Me aferré a la literatura para poder salir del lugar de víctima, para poder apropiarme de las palabras que nunca tuve, de las palabras que no me enseñaron, y crearlas. Crear las formas de contar mi historia a mi manera, sin un lenguaje que me victimice, revictimice o estereotipe.
- En Donde no hago pie aparece un cruce de géneros evidente: es de ratos una crónica judicial, pero también hay crónica del yo, hay diario, hay narrativa. Hay una hibridez que enriquece el texto: anotás las preguntas que te vas haciendo, el proceso de buscar organizaciones que te acompañen, introducís las búsquedas de Google, fotos tuyas de la infancia, conversaciones de WhatsApp... ¿Cómo fue el proceso de elegir contar de ese modo?
- Yo tenía todo ese material —cuadros sinópticos, mensajes de texto, etc.—. En un comienzo dudé en usarlo porque había una barrera mía un poco asociada a la solemnidad de la escritura. Hasta que en un momento dije: al carajo con esto, hay un signo de época; yo no puedo hacer que esto sean todas llamadas por teléfono o todos diálogos porque son conversaciones de WhatsApp, no puedo omitir todas las búsquedas, las anotaciones, los mapas que fui haciendo. Pensé: tengo todo esto y todo esto tiene que ver con romper con la opacidad, con buscar claridad en la escritura y visibilizar los procesos, que es una búsqueda que hice yo pero que puede hacer cualquier otra persona. Dije: por qué no develar los procedimientos. Y también: por qué no hacer accesible la escritura, algo que ahora es más común porque hay cada vez más mujeres con estilos muy poderosos con lenguajes llanos como el de Gabi Cabezón Cámara y Selva Almada, por ejemplo.
Me parece que está bueno crear una escritura accesible, que sea literatura y que a la vez promueva las ganas de escribir. La decisión también tuvo que ver con transparentar los procedimientos y ponerlos al alcance de todes. Fue un poco lo que hice en Por qué volvías con el tema de mostrar los expedientes judiciales: por qué no los pueden ver todes, por qué si los tengo que ver yo y tengo que fumarme esto no es importante que estén accesibles para todo el mundo. En Dónde no hago pie me pasó lo mismo, lo sentí en esa línea.
- En relación al lenguaje, en Donde no hago pie las voces que aparecen se nombran en mayúsculas y de un modo particular: ACUSADO, FISCAL, JUEZ, así, sin artículo. ¿Cómo fue la decisión de llamar así a los otros?
- Tiene que ver con encontrar un lenguaje propio porque el judicial a veces se vuelve muy complicado y creo que ni la palabra víctima ni victimario están bien. Tampoco creo que acusado sea la ideal, pero estoy buscando un lenguaje que me incluya.
- Hay una pregunta que te hacés en los dos libros y es: “¿Hasta dónde quiero llegar?”. En el capítulo 4 de Donde no hago pie, por ejemplo, escribís: “Me veo en unos ventanales de vidrio: el pelo largo y un suéter blanco de lana de mamá que uso cuando me canso de mí misma. ¿Quiero ir hasta el final? No necesito definirlo hoy, 23 de junio de 2018”. Esa pregunta sigue a lo largo del libro y es parte de la trama hasta el abrazo final con tu mamá en el que te dice que con que se declare culpable es suficiente, que no es necesario ir al juicio oral. ¿Cuándo decidiste poner un punto final, si es que lo pusiste?
- Esa pregunta sigue hasta el día de hoy. Por ahí se piensa que ya se resolvió, y no. Yo no tomé todavía ninguna decisión porque estamos en 2022 y no hubo ni juicio oral ni juicio abreviado. En 2019 hubo una propuesta de juicio abreviado que después no se llevó a cabo. Cuando inició la pandemia todo se congeló y, como nunca hubo una fecha de juicio oral, al acusado no le convenía fijar una fecha de juicio abreviado. ¿Por qué reconocería la culpa si no hay fecha de juicio ni la va a haber hasta no sé cuándo? ¿Por qué se reconocería culpable si está libre? Si estuviera preso, quizá sí negociaría algo, pero si tiene todas las de ganar, ¿por qué negociaría?
De cualquier manera, eso no significa que no sean preguntas que están latentes, que sean situaciones que se van moviendo y van apareciendo otra vez y que están ahí desde el principio: desde por qué denuncié. Y creo que los libros fueron fundamentales en ese proceso, en el sentido de que de alguna manera fueron los que me fueron marcando el paso. Por qué volvías es un libro con mucha furia, mucho enojo, es como un grito de desesperación. Donde no hago pie tiene otra circulación: es un reconocimiento del cuerpo, es algo que empieza a suceder de adentro hacia afuera, el paso lo marca el libro y no necesariamente la Justicia; es como un ida y vuelta, si bien hay una cronología judicial también hay un crecimiento personal y emocional que se va dando en paralelo y en presente. Pero bueno, sí, la pregunta “¿Hasta dónde quiero llegar?” sigue apareciendo porque no hubo fecha de juicio, no hay ninguna resolución. La causa sigue abierta y él sigue libre.
- En Donde no hago pie planteás la cuestión de la reparación. Tu abogada te dice: “La idea es que más allá del resultado final, del veredicto de JUEZ, esto sea una reparación para vos”. Vos decís: “¿Qué me importa más? ¿Que se declare culpable o que vaya preso? Yo soy la única que pone el cuerpo. Pero ¿qué se supone que es reparación? ¿Olvidar? ¿Soltar? ¿Dejar atrás? ¿Se puede reparar un cuerpo como se repara una taza rota? ¿Se verán las fisuras? Los surcos que deja el pegamento seco, por fuera y por dentro, las marcas en la mente. ¿Qué es reparación para mí?”. ¿Qué es la reparación para vos? ¿La escritura? ¿La escritura y algo más?
- Cuando estaba escribiendo el libro y a medida que transitaba este proceso judicial, me empezó a pasar que ya no quería declarar más. Cada vez se me hacía más difícil. No quería volver a repetir ese discurso otra vez. Entonces me di cuenta de que había muchas personas en la misma situación que yo. Ahí empecé a pensar en esto de la reparación, en las formas de la reparación. En la Justicia, en definitiva, existe una única vía de reparación que es la pena. Pero muchas personas denuncian solamente para poder ser escuchadas o para evitar que en el futuro el acusado le haga lo mismo a otra persona. Creo que en mi caso la reparación obviamente estuvo en la escritura, pero también estuvo —y es algo que traté de mostrar en Donde no hago pie— en la transformación de las personas que quiero: de mi madre, de mi padre, de mi hermano, de mis amigas. Y en encontrar esta red de mujeres que de alguna manera hizo colectivo algo que yo hacía en soledad. La escritura para mí desde el principio fue colectiva y lo sigue siendo porque detesto la figura de la escritora en soledad, no la soporto: necesito hablar con amigas escritoras, necesito hacer el taller, necesito el ida y vuelta. Pero antes de atravesar este proceso no había pensado en la Justicia o en una denuncia penal como un laburo colectivo; y esta red de mujeres hizo que yo me pudiera apoyar en ellas para seguir adelante. Mi reparación estuvo un poco en todo eso y en saber dónde encuentro yo el refugio, el alivio, y bueno creo que está un poco ahí, en todas esas cosas.
- Ahora que traes el concepto de reparación colectiva, me viene otra idea que vos también abordás en los libros y es la del abuso colectivo, que queda clara en la polifonía de los relatos. ¿Esa dimensión del abuso la tenías clara antes de escribir o fue algo que se reveló con la escritura?
- No. Lo que yo sí tenía claro es que cuando conté el abuso en mi familia, mi familia (mis tías, mis primas, etc.) me dio la espalda. A mí me dolió más eso que el abuso. Hubo algo que se quebró en mí y que poco a poco me hizo dar cuenta cómo operaba el contexto familiar en esa situación y el porqué del silencio. Cuando empecé a escribir Por qué volvías, escribí la escena del último abuso, y después escribí la voz de mi tía sin pensar. Esa voz me pesaba en la cabeza. Era constante: por qué volvías, por qué volvías, por qué no hablaste, por qué dejaste. Y esa pregunta y que justamente fuera mi tía la que la hiciera, y que mi tía eligiera quedarse con él, creo que era lo que a mí más me pesaba. Eso junto con el rechazo de mis primas y con la decisión de alguna manera de todo un pueblo —el pueblo en el que yo había vivido, el pueblo de mi madre, de mi abuela— de darme la espalda. En cierto sentido, lo viví como un exilio. Como si hubiese sido expulsada de la ciudad. Fue el precio que tuve que pagar por hablar.
- Relacionado con eso que decís, en uno de los capítulos de Donde no hago pie contás que cuando conociste a tu novio te hizo tres preguntas. La última era si querías ir a Santa Lucía un fin de semana. Fueron y al final de ese capítulo él te dice: “Santa Lucía puede tener otros significados para vos”. ¿Sentís que lograste que tuviera otros significados, que se abrió otra puerta para reparar ahí también?
- Volví a ir con mi mamá hace algunos meses. Ella sigue teniendo su casa ahí, nunca la vendió, la mantuvo con el peso que eso le traía. Yo al principio estaba muy enojada con que ella hubiera decidido mantener esa casa. Pero con los años fui entendiendo más a mi vieja. Ese también es su pueblo. Ella nació ahí y esa casa fue lo primero que compró en su vida, la compró con su trabajo y no quería entregarla. Después de la denuncia, con el tiempo, ella empezó a ir de nuevo, de a poco: iba a pasar el día, a abrirla, ordenarla, no se quedaba a dormir, se volvía. Hasta que un día le dije: te acompaño, vayamos juntas. Era como una forma de reapropiarme de parte de mi historia. De decir: Santa Lucía no es Claudio. Al principio tenía miedo de salir a la calle, miedo de que me vieran. No sabía qué reacciones iba a poder generar; sobre todo porque él, pese a que está jubilado, sigue siendo el responsable de seguridad del pueblo, el delegado municipal lo sigue poniendo en ese rol. Pero, pese a eso, este verano fuimos juntas con mi mamá. Y tiene que ver con eso: con pensar que ni toda mi infancia es un abuso ni Santa Lucía es Claudio. Distinguir eso tiene que ver también con poder reapropiarme de las cosas. Creo que todavía estoy en ese proceso porque después de tantos años es difícil, pero está bueno y es necesario.
- Donde no hago pie deja clara la revictimización a la que te expone la Justicia. De hecho, el título del libro nace de una anécdota de la infancia, pero evoca también ese laberinto judicial en el que no hacés pie y que por momentos ahoga. ¿Antes de denunciar imaginabas que eso iba a pasar?
- No, no lo esperaba. Creo que no sabía qué era llevar adelante un proceso judicial, ni qué era denunciar un abuso sexual en la Justicia argentina. Fue un golpe de realidad. En Donde no hago pie un poco lo que intento es que cualquier otra persona que quiera denunciar primero sepa qué es lo que se le va a venir para decidir con información, con las cartas sobre la mesa. La desinformación es un problema general y muchas de nosotras no tenemos los medios económicos para acceder a la información. Es difícil acceder a una asesoría, a un acompañamiento terapéutico. Todo eso se invisibiliza y es fundamental. Para mí, entrar en la causa judicial fue como sumergirme en un río y no ver la otra orilla; nadar, nadar, nadar sin ver la otra orilla. Y todavía no la veo.
- ¿Cómo fue encontrarte con todas esas llamadas de mujeres que habían sido abusadas después de la escritura de los libros?
- Tuvo que ver con dimensionar y sentir en carne propia lo que significa que una de cada cinco niñas es abusada. Fue encontrarme con mujeres de Argentina y de otros países y otras lenguas. Fue conocer cómo cuesta en algunos países involucrarse políticamente con estas causas. Fue saber que somos muchas las que estamos despertando y nos estamos dando cuenta de que la familia puede ser un lugar problemático. Sigo recibiendo testimonios de mujeres de todo el mundo casi a diario. Es una forma, también, de confirmar que tenemos que seguir haciendo cosas para que esto termine: desde la literatura y también yendo hacia las infancias para no estar pensando siempre en el después sino también en el antes, viendo de qué manera se puede prevenir.
- ¿Qué fueron para vos estos dos primeros libros? ¿Antes de empezar a escribir Por qué volvías habías explorado la escritura más allá del periodismo? ¿Qué proyectos de escritura tenés por delante?
- La escritura anterior a Por qué volvías había sido estrictamente periodística, pero había algo de la actualidad que me complicaba. Quería dedicarle a los textos más tiempo del que me daban. Les daba mucha importancia a las palabras, a las ideas, a las imágenes, y me daba cuenta de que eso estaba más cerca de la literatura en un punto que del periodismo. También leer en la facultad libros de no ficción me ayudó a ver que había otra forma de periodismo posible, más cercano a la literatura. Ese fue mi despertar. Y empezar a leer mujeres.
Estos dos primeros libros fueron de alguna manera el inicio de mi carrera en la literatura y fueron también la posibilidad de combinar estos dos universos que tenía tan separados: el periodismo y la literatura. Ahora estoy tratando de probar en la ficción, de ver hacia dónde va, de qué manera entra. Soy una apasionada de la no ficción, me gusta escribir eso. Sin embargo, me di cuenta de que los dos libros que escribí fueron muy fuertes para mí y de mucha demanda en todo sentido. Tengo ganas de despegarme un poco, de ir hacia otro lado. Obviamente, yo estoy presente en cada cosa que escribo: en el ojo, en lo que digo, en lo que no digo, en hacia dónde termino llevando el texto. Pero estoy tratando de explorar otras cosas, de crear algo más allá de lo que sucede en mí. Ahora estoy con una historia de ficción que ojalá pueda convertirse en una novela. Me encantaría.