Da la sensación de que Benjamín Labatut (Rotterdam, 1980) escribe no porque quiera averiguar nada, sino más bien porque le atrae formularse preguntas, hallar cada vez más fallas y paradojas en nuestro conocimiento del mundo. A este escritor chileno nacido en Países Bajos y criado entre Europa y Latinoamérica le fascina lo inaprensible de la realidad, ese lugar oscuro y resbaladizo que no puede alcanzarse ni por medio de la literatura, ni de la ciencia, ni del arte.
“El saber oculto, las palabras que nunca deben ser dichas, la visión que no se puede compartir ni comunicar: si perdemos esas cosas por completo, habremos perdido algo esencial, porque el ser humano necesita el misterio como necesita el agua. No podemos vivir en un mundo que esté desprovisto de enigmas”, responde en un momento de la entrevista al ser cuestionado acerca de este tipo de asuntos.
Un verdor terrible, un éxito editorial publicado en 2020 por Anagrama y que ya va por la décima edición, es un conjunto de cuatro relatos y un epílogo donde lo verdaderamente relevante no es la literatura, sino la ciencia. Labatut explora esa fina línea entre lo maravilloso y lo trágico en la que se mueven los grandes avances científicos. Con tal fin, en el libro aparecen figuras como el matemático Alexander Grothendieck, el químico Fritz Haber o los físicos Karl Schwarzschild, Werner Heisenberg, Albert Einstein o Erwin Shcrödinger.
Un año y medio después de la salida de Un verdor, en el otoño de 2021 fue publicado, también en Anagrama, La piedra de la locura. Un breve ensayo de apenas 70 páginas en el que Labatut toma como pretexto un famoso cuadro de El Bosco para preguntarse: ¿son la verdad y la locura síntomas de una misma enfermedad? ¿Está lo real más allá de nuestro alcance?
“¿Qué te parece haber sido recomendado por Obama?”, le cuestionaron a Labatut en una entrevista para la BBC. “No sé cómo tomarme lo de Obama. Me siento muy ambivalente al respecto. Me hizo famoso en mi país, con un tuit. Pero a mí no me gusta ser conocido”, respondió.
Al escritor le incomoda la popularidad. Tal vez sea esa la razón por la que resida junto a su familia en algún lugar medio remoto de las montañas chilenas, alejado del ajetreo y el estrés de las grandes metrópolis. Tampoco le gusta hablar de sí mismo. Al proponerle la entrevista, desde su agencia de representación contestan amablemente que sí, que adelante, que sin problema, pero solo si antes se aceptan dos condiciones: que la entrevista se haga por correo electrónico y que únicamente se formulen preguntas acerca de su literatura. Nada de temas personales, explicitan.
A Labatut parece acompañarle una extraña sensación de secreto, de reserva. Acepto y envío el cuestionario. Al fin y al cabo, como él mismo subraya una y otra vez, el misterio también puede ser bello.
- ¿Hasta qué punto es importante que los científicos trabajen teniendo en cuenta ciertos parámetros éticos?
- Las cuestiones éticas siempre me han parecido las menos interesantes. Creo que hasta el más bestia es capaz de distinguir el bien del mal. Pero la ciencia y el arte (en su esencia, aunque no en la práctica) tienen una libertad horrorosa que escapa de la simple moral. Son aspectos de lo humano que tienen permiso para considerarlo todo y que prácticamente no aceptan límites. En ese sentido, dos cosas que podemos situar muy cerca de la esencia de lo humano, se salen de lo humano. Y es necesario y fatal que sea así. Si solo hiciéramos lo que consideramos correcto, si fuéramos ángeles sin una sombra, nos habríamos extinguido hace siglos. Gracias a dios y al diablo acarreamos nuestra sombra donde sea que vayamos. Que suframos por ello, y que podamos convertirnos en monstruos, es el costo que debemos pagar por participar del fenómeno de lo vivo de la manera única que nos caracteriza.
- Leyendo Un verdor terrible parece que los científicos que llaman su atención son aquellos que trabajan buscando esa esencia que unifique la realidad bajo un único parámetro. ¿Por qué le interesa tanto esa búsqueda de lo primordial?
- La realidad está partida en dos. Nosotros estamos partidos en dos. Cada aspecto del mundo trae su luz y su sombra, eso es algo que vale incluso para las partículas elementales: la materia y la antimateria surgen juntas. El mundo no parece conocer otra cosa que la dualidad y la escisión. Me parece que de ahí surge el afán humano —tan profundo, dañino, incontrolable y seductor— de buscar la totalidad, de añorar una unidad indivisible, de conocer una esencia absoluta. Personalmente, he sido poseído por ese afán muchas veces a lo largo de mi vida. Ahora he aprendido a tomarme las cosas con más humor y liviandad, pero sufro por la misma sospecha que atormentó al matemático Alexander Grothendieck: la sensación de que algo muy grande y muy sutil nos acecha sin que podamos hacer nada al respecto.
- En su libro se muestra bien cómo a comienzos del siglo XVIII las disciplinas se entremezclaban: al mismo tiempo uno podía ser alquimista, científico, filósofo y artista. ¿Cree que ciencia y filosofía, o ciencia y arte, o ciencia y literatura, se han distanciado demasiado? ¿Sería bueno para estas disciplinas que hubiera un diálogo más fluido entre ellas?
- La separación que hoy existe no tiene vuelta atrás, pero eso no significa que debamos volver al pasado, al tiempo de la alquimia. Son campos separados, pero no opuestos. Si la ciencia estudia la velocidad de la luz, la literatura se preocupa de la velocidad de la sombra. Ambas son formas en que el ser humano le da sentido a su experiencia. El poder de la ciencia está en su método y en su curiosidad omnívora: le interesan las órbitas de las estrellas, pero también los órganos sexuales de las cucarachas. La literatura, en comparación, tiene poca importancia y casi ningún poder, pero posee una magia propia que nos revela un mundo al que solo podemos acceder si cerramos los ojos: la ficción. La ciencia es útil a cualquier propósito, pero indiferente a todos, como dijo el matemático húngaro John von Neumann, mientras que la literatura funde lo verdadero, lo falso, lo real y lo imaginario para construir las historias sin las cuales no seríamos capaces de comprender el mundo, ni de entendernos a nosotros mismos.
- ¿Qué elementos considera que tienen en común la ciencia y el arte?
- La ciencia y el arte requieren de la imaginación, y ambas poseen una libertad que bordea en lo luciferino. Son luces que nos permiten ver la oscuridad que nos rodea, pero que, a la vez, la aumentan. Ciencia y arte comparten mucho, pero tienen esencias muy dispares. La ciencia tiene su método, mientras que la literatura funciona con la lógica de los sueños. Es una forma de pensamiento encendido que no se puede encontrar en la ciencia, en la filosofía, ni en cualquier otro ámbito limitado por el poder o atado a la verdad. No tiene sistema, casi no tiene importancia, y justamente por eso te abre un camino hacia lo desconocido.
- La idea de genio está muy presente en Un verdor terrible. Se aprecia, por ejemplo, en el relato sobre Grothendieck. El matemático alemán era tan distinto al resto de seres humanos que casi parecía proceder de otro planeta. ¿Cómo se relaciona con esta idea, este estereotipo, del genio? ¿Considera que todavía posee vigencia?
- Por supuesto. El problema no es el genio, sino el estereotipo, como dices. Hoy está de moda denigrar la imagen del genio y considerar que somos todos muy especiales. Pero no hay otra palabra para ciertas personas. Alguien como John von Neumann, por ejemplo. O Borges. O Claire Denis. O Maradona. A mí me fascina el genio, porque en los extremos de lo humano es donde mejor podemos ver la maravilla que nos anima
- ¿Qué otras personas geniales le interesan? Que estén fuera del ámbito científico, a poder ser.
- Werner Herzog. Simone Weil. Bob Dylan.
- En su libro presenta una visión romántica y algo anticuada de lo que es la ciencia. Los científicos del presente defienden que la ciencia ya no avanza así, gracias al ingenio de figuras particulares y excéntricas, sino que el progreso tiene más que ver con comunidades de trabajo y grupos de investigación. Un descubrimiento es un descubrimiento de muchos, y no de uno solo.
- Sí, la que yo presento es una visión romántica y anticuada. Pero en la actualidad defender el ideal romántico es también algo necesario, porque hemos adoptado el lenguaje de la razón a tal punto que nuestro desarrollo ha quedado cojo y desequilibrado. Tenemos que recuperar los hábitos de sombra, oír esa voz que susurra y nos llama a volver a la parte más oscura de nosotros mismos. Y lo anticuado, bueno, yo soy un tipo anticuado de gustos anticuados: los autores que me causan fascinación —como W.G. Sebald, Pascal Quignard o Roberto Calasso— saben que uno puede tener una mejor visión del futuro mirando hacia atrás y rescatando el tiempo que hemos perdido. Por otro lado, si yo hubiera escrito la forma real en que surgió la mecánica cuántica, o cómo funciona la ciencia de forma fidedigna, nadie habría leído el libro. Es más, yo nunca lo habría terminado de escribir, porque sería criminalmente aburrido. Si nos ajustáramos a la realidad de forma totalmente fidedigna, moriríamos de aburrimiento.
- Mientras leía Un verdor me preguntaba cómo fue su trabajo con el lenguaje para llegar a expresar con palabras asuntos tan complicados como son la mecánica cuántica de Heisenberg o la singularidad de Schwarschild. ¿Hay un momento en que el lenguaje no vale para explicar ciertas cosas?
- La verdad, la verdad profunda, es algo que solo se puede contemplar. Si la tratas de cazar con el lenguaje, la empobreces. Se te va de las manos como si fuera agua. Por eso los grandes maestros de la humanidad fueron todos ágrafos. Cristo solo escribió una vez, con un dedo, en la arena. Pero yo soy solo un escritor, y eso me obliga a permanecer en la superficie del mundo, y a trabajar con ese material radioactivo que son las palabras. En Un verdor terrible me preocupé de que la prosa fuera simple, porque mientras más oscura y abstracta es la materia que uno quiere tratar, más sobria y transparente debe ser la prosa. Es una escritura esclava. Está supeditada a algo más grande. Busca que brille otra cosa. La literatura no se trata de escribir “bonito”, sino de pulir el lenguaje hasta sacarle filo. Un punto bien puesto te puede atravesar el corazón.
- En el libro también comenta que Grothendieck creyó que un punto de vista, por sí mismo, es limitado. El matemático pretendía alcanzar a ver lo Uno a través de lo múltiple, vislumbrar la verdad gracias a que ésta se observa desde distintos lugares. ¿Qué opinión le merece este planteamiento?
- Recuerdo perfectamente el momento en que encontré la frase que mencionas de Grothendieck, porque fue uno de esos obsequios raros que te da la literatura. Estoy convencido de que necesitamos empezar a desarrollar un punto de vista múltiple: poseer (como si viviéramos en el mundo de 1984, esa pesadilla que se parece cada vez más a nuestra realidad) puntos de vista contradictorios sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Porque cada ojo tiene un punto ciego, y solo considerando los opuestos podemos aspirar a ver más lejos, aunque nos duela el sistema nervioso entero producto de la paradoja.
- Recurrentemente postula la idea de que hay algo último en la realidad que nunca puede atraparse. Como si hubiera una zona de sombra que es imposible iluminar.
- No son solo nuestras mentes las que necesitan el misterio, sino que nuestras almas surgen de ahí: “Quién tiene un secreto, tiene un alma”, dijo Pascal Quignard. No hay un ser humano más pobre que aquel que lo entiende todo, que lo comprende todo, que puede acceder a todo el saber. En ese sentido, nuestra época es la más rica y las más paupérrima. Porque todos los libros de sabiduría están a la mano. Y, sin embargo, hemos perdido el vocabulario para entenderlos, o la capacidad para que penetren en nuestro corazón. Por suerte, el núcleo oscuro de las cosas nos alumbra y cobija a todos. Si solo tuviéramos la luz, viviríamos completamente enceguecidos.
- Leyendo el libro da la sensación de que Einstein nunca termina de salir bien parado. Se enfrentó primero a Schwarschild y a su singularidad, y después a Heisenberg y a Bohr por todo el asunto de la mecánica cuántica. Pero en ambas disputas parece equivocarse. Es como si Einstein fuera algo conservador y le costara aceptar las nuevas teorías y avances científicos.
- No, todo lo contrario. Einstein fue un titán. Sin el trabajo que hizo durante su año de iluminación (1905), la teoría cuántica no existiría. Pero sí es cierto que yo uso a Einstein de una cierta forma en el libro: es una piedra de tope, un muro, un monstruo gigantesco que todos creen conocer, y que sirve para dar escala a los demás. Tú pones a Einstein, y cualquier persona que esté al lado se ve en su justa medida. Einstein forever.
- Hablemos ahora de La piedra de la locura, un breve ensayo publicado el año pasado. El texto se inicia con una cita de Gramsci en la que se dice que “la crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer”. ¿Hasta qué punto coincide con esta sentencia?
- Me arrepiento de haber usado esa frase como epígrafe, porque ahora la he visto en muchas partes, en muchos textos. Ahora, si aparece tanto, es por algo: tenemos el cordón umbilical enrollado alrededor del cuello. Estamos atrapados en el canal de parto. Cualquiera que haya sido madre o padre sabe que ese momento —justo antes del nacimiento— es el más peligroso.
- En el libro pone en tela de juicio la perspectiva racional de corte ilustrado que nos acompaña y configura desde siglos atrás. ¿La considera un modo de racionalidad obsoleta para estos tiempos que vivimos?
- No, por supuesto que no. Siempre vamos a necesitar de la razón. Pero sí tengo que confesar que a mí lo que me fascina son los sueños delirantes de la razón, o la lógica llevada al paroxismo. Me parece que la literatura es la mejor herramienta para ahondar en lo irracional. Hay una afinidad enorme entre locura y literatura. Los escritores siempre hemos sabido rescatar las perlas que nacen en medio de ese horror. Piensa en un texto como Lenz, de Büchner, o en el personaje de Auxilio Lacouture, de Bolaño, o en Hölderin y Virginia Woolf, quienes vivieron la locura en carne propia. Los ejemplos son innumerables. La locura es una tragedia personal y familiar, el peor destino posible; sin embargo, nos presenta un sentido más amplio del mundo. El desborde de nuestra capacidad creativa, doloroso para el individuo, puede ser fértil para la humanidad. Tampoco debemos olvidar de dónde venimos: primates vestidos con las mismas pieles de los depredadores que los despedazaban, armados con piedras y alumbrados por ese fuego que viene del cielo y todo lo quema. Siempre hemos sido una jauría de animales dementes. Aunque lo hayamos aprendido a disimular.
- En el ensayo también comenta que vivimos una crisis de la imaginación. Somos incapaces de proyectar un futuro vivible, y eso es un problema. ¿A qué cree que se debe esta incapacidad para imaginar un porvenir habitable?
- Eso se ve en casi todos los ámbitos: hoy estamos depredando la nostalgia, castigando el pensamiento y atacando la originalidad. Pero también estamos obsesionados con la culpa. No sabemos qué hacer con la oscuridad que nos habita. Nos hemos acercado tanto al borde del acantilado que ya nadie se atreve a dar un paso. Quizás lo que necesitamos es otra cosa: un salto, una larga caída, sentir el viento en los oídos, saber que el abajo y el arriba no existen porque siempre estamos cayendo, incluso cuando tenemos los dos pies en el suelo.
- Siguiendo esta idea, pienso en el capitalismo tardío, en la sociedad neoliberal en la que vivimos. Es un modelo que es posible criticar con cierto fundamento, pero aun así cuesta conjeturar una alternativa.
- Cuando un orden quiere morir, no hay nada que pueda impedirlo. Hoy estamos obsesionados con la idea del fin del mundo. Es la fantasía dominante: primero los zombies, luego los meteoritos, etcétera. Pareciera como si estuviéramos viviendo una fecundidad extrema que está poniendo en jaque el sentido común y los significados compartidos sobre el mundo. Eso tiene un lado bueno, pero también aterra. Porque no debemos olvidar que el sentido común es una maravilla. Realmente, es algo milagroso. Y cuando uno lo pierde, sea como individuo o como sociedad, entramos en un terreno peligroso. Eso se siente ahora, ¿no? Campea el espíritu del Joker, de los dioses del caos, esos bufones que ríen a carcajadas porque saben que nosotros, reyes y reinas, tenemos el culo al aire. Ese descreer de todo, esa ironía condensada es una forma de la iluminación típica de nuestra época, pero es una lucidez que aterra. Cuesta ir a dejar a los niños al colegio cargando ese peso en la conciencia.
- Escribe también sobre la sensación de irrealidad en la que andamos inmersos. Trump, Bolsonaro, el Brexit, una pandemia, la guerra de Ucrania…
- Me parece que somos una especie embrujada. Vivimos hechizados por nuestro sistema nervioso, fascinados por las maravillas del mundo y por lo que brota de nuestra imaginación. En ese sentido, la ciencia es quizás la extensión más importante (y sin duda la más peligrosa) de la inteligencia humana, porque sin ella no podríamos sobrevivir, no podríamos distinguir el mundo interno del externo, estaríamos totalmente presos por la fabulación, la imaginación, el pensamiento mitológico y apegados a la tradición como única fuente de sabiduría. La ciencia rompe con todo eso, pero también implica un peligro: gracias a ella también es posible que nos extingamos. Eso no significa que debamos renegar de la ciencia, que nos tiene a un paso de poder habitar nuestra imaginación de una forma que jamás pensamos posible. No debemos renegar de ningún aspecto de lo humano: el arte, la tecnología, la guerra, la química, las redes sociales y la pornografía son parte de nosotros. El teléfono celular y la Biblia comparten una esencia, porque ambas son emanaciones del fenómeno humano. La araña también es su tela.
- Otro punto sugestivo presente en La piedra de la locura aparece cuando dice que la globalización y la interconexión permanente que internet nos ha traído tiene efectos positivos, sin duda, pero también complica las cosas porque genera más barullo, más voces que atender. Entre toda esta comunicación e información perpetuas, se cuela una nueva sensación que se mueve entre la incomprensión, la irrealidad y la locura.
- Para enfrentar la incomprensión, la irrealidad y la locura (porque el mundo siempre ha sido, de cierta manera, incomprensible, irreal y demente), los seres humanos hemos desarrollado una facultad maravillosa: la ficción. La ficción no se limita a las historias, sino que es una de las formas en que el ser humano dota al mundo de sentido. Hay ficciones que se ajustan tanto a los hechos del mundo que no me parece raro que las personas las confundan con la realidad en sí. Hay otras en las que es imposible creer, pero que son ciertas. Inmersos en esta avalancha de lo nuevo, creo que ya no debemos simplemente preguntarnos si algo es real o falso. La pregunta es otra: ¿qué es lo que me permite ver? ¿Qué es lo que puedo ver gracias a este punto de vista, o a esta estúpida teoría conspirativa, o a esta tradición filosófica o artística? Más que distinguir entre realidad y ficción, creo que hay que distinguir entre buenas y malas ficciones. Las malas oscurecen el mundo. No importa si se trata de noticias fidedignas, fake news, libros de historia, best sellers basados en la realidad, o propaganda política. Las buenas ficciones, en cambio, nos iluminan.