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Brenda Lozano: “El lenguaje es política”

En ‘Soñar como sueñan los árboles’, la escritora parte de un secuestro infantil en el México de los años cuarenta para abordar cuestiones muy actuales.

La escritora mexicana Brenda Lozano. EFE/SÁSHENKA GUTIÉRREZ

Uno de los fenómenos literarios en español de 2024 es la saga Blackwater (Blackie Books), que viene precedida por millones de ventas en el mercado anglosajón. Se trata de un folletín en seis entregas escrito por Michael McDowel en los años setenta, cuyo éxito muchos adultos no pudieron prever. Sin embargo, el lector ágil comprenderá que la saga tiene todo lo que la generación Z solicita: una trama de luchas matriarcales junto a una ambientación y ritmos propios de una serie de la HBO. Nuevos tiempos necesitan de nuevos narradores, y hasta los géneros literarios más enquistados viven sus propias renovaciones.

Sirva esto para hablar de Soñar como sueñan los árboles (Alfaguara, 2024), de la escritora mexicana Brenda Lozano, que absorbe los elementos más trepidantes del thriller y la novela histórica para construir, desde una perspectiva femenina, un relato en torno al secuestro de una niña en el México de los años cuarenta. Una trama de forma clásica, pero con el sabor que quieren las nuevas generaciones: como una rica hamburguesa vegana.

La novela se pregunta todo lo que una madre estaría dispuesta a hacer por una hija, analiza las imposiciones de género y señala microagresiones como la violencia obstétrica. Todas las mujeres que aparecen en el libro deben cuestionarse si son buenas o malas madres en función de expectativas patriarcales que apunta Lozano. La narradora nos avisa que ella no es blanca ni varón, que es orgullosamente mexicana, y a partir de aquí seguimos su vista de pájaro sobre una historia trepidante que juega con el agua como símbolo de cambio y flexibilidad y que elabora una crítica integral de la sociedad mexicana de los cuarenta del siglo pasado, la cual en parte es trasladable a la actualidad e incide en el clasismo, la corrupción y el sensacionalismo de unos medios de comunicación que tratan a los bebés desaparecidos con distinta vara de medir en función del tono de piel.

Nacida en Ciudad de México en 1981, Lozano es una de las escritoras más destacadas de su generación, como atestigua su inclusión en 2017 en la lista de jóvenes promesas Bogotá 39. Soñar como sueñan los árboles es su cuarta novela después de Todo nada (2009) —en proceso de adaptación cinematográfica—, Cuaderno ideal (2015) —cuya traducción al inglés por Annie McDermott ganó el Premio de Traducción PEN en 2019— y Brujas (2020) —donde ya trataba el tema del feminismo y la sororidad—. La autora también ha publicado un libro de cuentos, Cómo piensan las piedras (2017), y colabora en el diario El País, así como en la revista literaria estadounidense Make.

- ¿Cómo nació esta novela?

- Realmente salió de un muy mal año para mí, eso es lo más sincera que puedo ser. Empecé a escribir esta novela en enero de 2022, de forma inusitadamente fluida, creo que en parte porque ya la venía acumulando. Como cuando se cargan las nubes y hay un momento en que la tormenta es inminente: después de eso viene el reverdecimiento.

- ¿Y de dónde salieron las ideas de la novela?

- La razón en el orden de las ideas viene del interés que tengo por la nota roja [periodismo de crímenes]. Yo trabajo en el periódico El País y he hecho varios amigos allí. Uno de ellos me hizo el favor de regalarme una publicación que se enfocaba en crímenes de los años cuarenta y cincuenta, cuando se configuró la Ciudad de México más parecida a la que tenemos ahora. Tenía interés en una serie de temas de esa época en la que podía encontrar respuestas a cosas que todavía suceden hoy.

- Comentabas que la escritura fue muy fluida...

- Sí, fue todo muy rápido. Me basé en una crónica muy sonada en los cuarenta del secuestro de un niño pequeño [Fernando Bohigas]. Ese hecho me dio el punto de partida. Tenía un interés emocional en conocer la ciudad de mis abuelos. Suena muy frío dicho así, pero la novela era un médium para acercarme a mi abuela y bisabuela desde la ficción; acercarme a quiénes pudieron haber sido.

- Como decías, el caso de Fernando Bohigas fue muy sonado en el México de los años cuarenta. ¿Por qué cambiaste el género al niño?

- Para mí, las historias nacen un poco así: en el momento en que alguien me cuenta algo que detona preguntas. En ese sentido, el hecho de cambiarlo a una niña en un país que es tan violento con las mujeres traía una historia completamente diferente. Tristemente, todavía hay diferencias abismales cuando se pierde una niña o cuando se pierde un niño. Me interesaba una historia en la que el detonante fuera el secuestro de una niña, las preguntas que eso trae, las vulnerabilidades que eso conlleva; también poner en el foco a las mujeres que rodean la historia.

- Entrevisté a Ariana Harwicz, que mantiene la tesis de que la literatura debería ser amoral y alejarse de la política. La tuya, sin embargo, es marcadamente feminista.

- La conocí en España, me interesa muchísimo su trabajo. Mátate amor me pareció un novelón, y su postura es muy interesante en cuanto tensa debates del presente. Pero para mí el lenguaje es política, y me interesa explorar la perspectiva de género. Cosas como el constructo de la tercera persona, que es todopoderosa, jerárquica, que controla el relato, conducen el lenguaje de ciertas maneras, del mismo modo que se puede conducir la luz. En ese sentido, me interesaba una perspectiva de una narradora en tercera persona no patriarcal. El juego empezaba allí: cuando me pregunto si el foco es una narradora no patriarcal, ¿en qué se va a fijar?, ¿qué va a nombrar?, ¿va a jerarquizar? En fin, muchas preguntas que yo traía desde la pandemia en una novela fallida.

Pregúntate porque se le llama voz omnisciente, cuando la voz viene de un cuerpo. Incluso donde la voz sobrevive al cuerpo, siempre hubo un cuerpo detrás. La voz sale de un cuerpo, eso implica que ese cuerpo es atravesado por violencias, y eso es un cuerpo político también. El hecho de que sea la voz de una mujer quien cuenta la historia no es el mismo en el contexto de mi país, en el que hay 11 feminicidios diarios, que en el de un país en el que la seguridad garantiza los derechos de las mujeres. Eso cambia la ecuación.

La autora de 'Soñar como sueñan los árboles', en Ciudad de México. EFE/SÁSHENKA GUTIÉRREZ

- Hablando de mujeres, te interesaba mucho el tema de la maternidad.

- Había muchas cosas que me gustaba explorar de las violencias, una en concreto es la violencia ginecobstetra. La niña secuestrada tiene dos años, la madre tiene treintaipico, la abuela tiene sesenta; esos personajes me permitían explorar la violencia a distintos niveles. No solo la maternidad, también la filiación. Las preguntas sobre quién es una buena mujer o buena madre tienen un nivel de complejidad que me interesaba. Esta historia era una buena cancha de juego para mí, a partir de todas esas mujeres con el centro gravitacional de la maternidad, también la no lograda y la arrebatada. Es interesante que la maternidad implica la filiación, se despliegan allí un montón de problemáticas.

- ¿Cómo trabajaste la ambientación de los años cuarenta?

- Es una época increíble en Ciudad de México. Yo solo puedo conocerla a través de películas, de vídeos de YouTube, de fotografías familiares. Pero un detalle sencillo como que ahora usamos suelas de goma y hay 20 millones de personas te da un paisaje sonoro muy diferente al de los años cuarenta, con muchísimos menos habitantes y con zapatos de cuero. La ciudad cambia ya solo con ese sonido diferente; piensa la cantidad de cosas que me imaginaba distintas. Yo me imaginaba la ciudad en blanco y negro y puse una tipografía de la época, escogí una que me servía para imaginarme transportada a ese México en blanco y negro.

- Leí que sentías cierto síndrome del impostor. ¿Cómo te sientes con la promoción de este libro?

- El otro día leí un tuit que me cagué de risa: ¿cómo se le llama al síndrome del impostor al revés, cuando estás muy segura? Las respuestas eran variaciones de ser hombre. Yo claro que lo he sentido, es intermitente. Cuando era adolescente escribía segura poemas que eran horribles, una piñata de citas de poemas que me encantaban. Pero, claro, eso ha cambiado. A veces me siento que solo existe en ese momento mi texto. Ese momento de intimidad y conexión te puede ayudar para avanzar y crear. Es fuerte poder ir y venir con el síndrome del impostor profundo. Si fuera inamovible, sería difícil imaginar que puedes decir algo que no se haya dicho de maneras mucho mejores. Pero que exista un espacio en el que puedes hablar y crear algo ya te da un espacio en el mundo. No sé si pequeño, pero es un espacio que puedes compartir después, ya sea en un libro, en una exposición o en Spotify.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).