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Carlos Manuel Álvarez: “No hay idea de Cuba sin destierro”

El escritor cubano explora en 'Falsa guerra' el desarraigo de los que escapan de la isla caribeña. “El exilio es un estado de lucidez”, dice.

El escritor y periodista cubano Carlos Manuel Álvarez. SEXTO PISO/LEANDRO FEAL

En una entrevista reciente, Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989) aseguraba que para nada le interesaba ocupar la categoría de “autor cubano exiliado”, una etiqueta algo estática y arcaica, pero que, construida a partir de ciertas prácticas y posturas, a partir de la producción de ciertos textos y la manifestación de ciertos discursos, aún tiene vigencia en el mercado editorial en lengua española. En cierta forma, Falsa guerra (Sexto Piso, 2021), la segunda novela de Álvarez, es un intento de precisamente eso: ir contra la propia categoría del exilio.

Hace años que Carlos Manuel Álvarez se marchó de Cuba. Después de pasar temporadas entre México y España, en la actualidad su residencia está fijada en Miami, desde donde atiende a los medios de comunicación por videollamada. El pasado noviembre, sin embargo, regresó a la isla para apoyar y dar voz a los integrantes del Movimiento San Isidro, un grupo de activistas cubanos que —algunos de ellos en huelga de hambre— protestaban contra los mecanismos de censura del Gobierno. Durante aquellas concentraciones, Carlos Manuel fue detenido, para posteriormente, según indicó el mismo, ser sometido a “arresto domiciliario no declarado”.

Como muchos otros cubanos, Carlos Manuel no reside en la isla, pero piensa, escribe y vive con Cuba en la cabeza. En 2017, año en el que fue incluido en la lista Bogotá39 de los más prometedores narradores latinoamericanos, publicó La tribu. Retratos de Cuba, un libro de crónicas periodísticas que trataba de “fotografiar” el país entre los años 2014 y 2016, entre el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos y la muerte de Fidel Castro. En 2018 vio la luz Los caídos, su primera novela. Y tres años después, coincidiendo con su inclusión en la lista Granta de los 25 narradores jóvenes más destacados del español, llega Falsa guerra, una novela de existencias fragmentadas aunque unidas por un hilo conductor: la lucha por la supervivencia en un territorio siempre nuevo, ajeno y extraño.

- Falsa guerra se construye a partir de distintas historias particulares, diferentes vidas independientes que, al final, de un modo u otro, acaban teniendo algún punto común entre sí. ¿Por qué decidiste seguir esta estructura a la hora de escribir la novela?

- Me interesaba mucho que esa estructura atomizada, fragmentada, estuviera en relación con el argumento, con lo que se está contando. Me parecía que a una historia del exilio había que encontrarle una estructura adecuada. En ese sentido, la forma en la que está articulada la trama habla de lo que está pasando con los personajes. Aun así, hay una de esas vidas, que es la del narrador, la del personaje que está escribiendo Falsa guerra, que funciona como el segmento que le da consistencia al resto de narraciones. Los personajes muchas veces ni siquiera saben que tienen un papel en otra historia, y al final todos parecen estar tributando a un concepto más general, aunque ellos no lo conozcan. Sin embargo, es precisamente estas articulaciones y relaciones lo que comienza a dar sentido a la narración, lo sepan ellos o no.

- Personalmente, entiendo la figura del exiliado o del emigrante como una persona a medio camino entre dos mundos, alguien que queda como en tierra de nadie, en un limbo. ¿Cómo querías representarlo tú en la novela?

- Para la novela me interesaba entender la categoría del exilio en términos de tiempo, más que en términos territoriales. Es decir, el exilio como una brecha temporal en la que te mueves. Para mí, el exilio es un estado de lucidez, porque estás completamente desamarrado de cualquier lugar, y eso te crea un sentido de extrañamiento incluso contigo mismo. Probablemente, el exilio así entendido no sea una sensación muy halagüeña o agradable, pero difícilmente la lucidez lo sea.

- Otra de las ideas centrales del libro la de huir de un sistema comunista totalitario para terminar entrando en un neoliberalismo feroz y también, de alguna manera, inhumano. Este conflicto se aprecia con uno de los personajes de la novela, que abandona Cuba para acabar en Miami limpiando coches por 7 dólares al día.

- Sí, el propósito era igualar esa experiencia concreta desde dentro, desde la subjetividad. Habitualmente ambas sociedades se entienden como opuestas, antitéticas. No obstante, lo que me interesaba mostrar era la experiencia concreta del individuo. Las personas tendemos a sublimar las sociedades que desconocemos. Diría, incluso, que desconoces y sublimas más estas sociedades cuando las visitas: quizá no hay mayor desconocimiento que el desconocimiento del turista. Esto le pasa a Cuba con los turistas, pues éstos tienen una experiencia totalmente sublimada que les impide conocer de verdad el país, pero también suele sucederle a los cubanos cuando salen hacia sociedades neoliberales. Teniendo esto en cuenta, me interesaba que ninguno de los personajes tuviera ningún tipo de sublimación, sino que justamente fuera esa categoría del exilio la que les otorgase la lucidez para percatarse de que están viviendo en un contexto igualmente feroz, donde sea que estén.

El comunismo termina siendo uno de los regímenes que más tributa a la idea de individualidad

- ¿Crees que muchos cubanos que abandonan la isla, por el hecho de salir de un sistema comunista, reconstruyen su vida en otros países con una mentalidad, esta vez, excesivamente individualista?

- Sí, esto sucede con mucha frecuencia. Una de las grandes contradicciones de un régimen colectivista como el cubano, que utiliza como eslogan la solidaridad y la idea de un constante “nosotros”, como tratando de nublar y esconder la noción de individuo, es que justamente ese sistema termina en la práctica individualizando a las personas de un modo que no difiere para nada de cualquier sistema capitalista. Como tienes que entregarte a un ejercicio perpetuo de supervivencia, que está cifrado por la escasez, la pobreza, la vigilancia y la sospecha, terminas convirtiéndote en alguien receloso y desconfiado. Quizá no hay nada más individual que estar constantemente entregado al ejercicio de sobrevivir, quizá no hay nada que corte más la solidaridad, la empatía y el sentido de comunidad que eso. En la práctica, el comunismo termina siendo uno de los regímenes que más tributa a la idea de individualidad, porque al final no te queda casi otro remedio: según mi experiencia, según lo que he vivido y visto, en Cuba prácticamente se sobrevive.

- “El exilio era la extensión de un país, no su renuncia”, escribes en Falsa guerra. ¿Cuba se construye también con el relato de los que están fuera, en Miami, Berlín o México?

- Absolutamente. La idea de país de Cuba se configura desde fuera, con padres fundadores como un cura llamado Félix Varela o con una figura como José Martí, que pasó la mayor parte de su vida fuera de la isla. También con José María Heredia, un gran poeta romántico del siglo XIX que piensa Cuba desde el destierro, desde la distancia. En el siglo XIX, Cuba era colonia de España, y todas las personas que empezaron a configurar la idea de nación eran expulsadas de la isla. Es ahí, entonces, desde esa especie de distancia, donde se empieza a configurar la idea de país y la idea de cultura cubana. No hay idea de Cuba sin destierro, sin exilio y sin distancia.

El escritor cubano Carlos Manuel Álvarez, autor de 'Falsa guerra'. SEXTO PISO/LEANDRO FEAL

- “Nadie que se haya marchado parece amputado, castrado o traumatizado”, escribes en la novela. Leyendo Falsa guerra, uno parece entender que los jóvenes cubanos tienen ya interiorizado que, para prosperar, hay que salir de la isla. Más que cambiar el país, se aspira a escapar de él.  

- Sí, así es. Exiliarse es siempre una cuestión individual, mientras que la idea de cambiar algo es siempre una cuestión colectiva. Justamente esa cultura egoísta e individual de supervivencia es lo que hace que la prioridad primera sea la del exilio, la de la fuga, y no la de reconstruir un espacio que se encuentra dañado.

- Entre la primera y la tercera parte del libro incluyes un interludio en el que se aborda el tema de la mirada europea hacia Cuba. ¿Cómo sientes que, desde Europa, y en concreto desde España, se mira y se entiende Cuba?

- A partir de los años sesenta, desde las metrópolis de occidente, tanto en Estados Unidos como en Europa, ha habido ciertas apologías a la revolución cubana que terminan siendo, al carecer de ningún sentido crítico, una sublimación que idealiza y embellece los procesos políticos e históricos. En muchos sentidos, es una noción como de buen salvaje. Por otro lado, el castrismo, que siempre se ha manejado muy bien a nivel de símbolos, ha secuestrado durante mucho tiempo la idea de la izquierda. Muchas agendas políticas de la izquierda en Occidente tienen una especie de deuda sentimental con lo que pasa en Cuba, cuando aquí suceden cosas que si ocurrieran en cualquier otro régimen de cualquier otro signo ideológico serían rápidamente condenadas. Hay una desconexión muy grande, sobre todo desde la izquierda cultural.

Además, creo que se utiliza el asunto de Cuba en términos de agendas internas. Por ejemplo, en España sucede a menudo que el apoyo que reciben los disidentes políticos cubanos viene por parte de Vox. Obviamente, este es un apoyo no deseado, pero por otra parte hay que ver la condición en la que está ese disidente político al que Podemos, básicamente, desprecia, pues lo estereotipa como alguien pagado por el imperialismo y que está a los servicios de una potencia extranjera. Aquí se aprecia una manipulación del tema y del significante, porque Cuba, para Occidente, se ha convertido sobre todo en un símbolo. Desconfío siempre de quienes se llaman de izquierdas y no están dispuestos a hacer un ejercicio crítico sobre sus afectos y sobre su altar sentimental. Muchas veces, en estas situaciones veo una suerte de egoísmo, un no mirar de frente una realidad que observas como un símbolo. Me parece que aquí hay una deshonestidad intelectual tremenda.

Muchas agendas políticas de la izquierda en Occidente tienen una especie de deuda sentimental con lo que pasa en Cuba

- Cuando publicaste Los caídos en 2018 dijiste que entendías la novela como algo que tenía un recorrido vertical, pues exploraba capas subterráneas de la realidad. Por contra, decías que en tus crónicas periodísticas la escritura se movían en sentido horizontal. En esta ocasión, ¿qué recorrido tiene para ti Falsa guerra?

- Si seguimos en esa línea diría que Falsa guerra es el conjunto de esquirlas de un cuerpo que ya está desintegrado, como si fuera un artefacto que estalló hacia distintos lugares. Esta novela es un cuerpo especifico del que no asistimos al momento del estallido, de la explosión, pero luego podemos ver cómo los fragmentos viajan aparentemente desconectados, aunque todavía articulados alrededor de ese momento anterior que los une pero que no se retrata. A mi parecer, la explosión crea como una especie de viaje disperso.

- ¿Qué aspectos de la realidad se pueden alcanzar con una novela que no pueden lograrse con una crónica periodística?

- No estoy seguro de que, per se, un instrumento sea más eficiente que el otro para llegar a lo que hace falta contar. Evidentemente, hay instrumentos en la novela que no los hay en la crónica, como por ejemplo la imaginación. No obstante, eso no significa que algo construido a partir de la imaginación sea más potente, poderoso o verdadero. Igual esta idea ilustra mejor lo que pienso al respecto: he dicho en alguna ocasión que para mí la crónica escucha del oído para fuera y la novela escucha del oído para dentro.

- ¿Podrá leerse Falsa guerra en Cuba?

- No, no va a publicarse en Cuba. En la isla soy, digamos, un autor prohibido. Este tema no me lo tomo con mucha gravedad, sinceramente. Pienso en figuras legendarias como Lezama Lima, que estuvo 30 años sin publicarse aquí, o Cabrera Infante y Severo Sarduy, que ni siquiera pueden leerse. Te pongo un ejemplo que ilustra bien la situación: hace unas semanas salió la noticia de la lista de Granta, en la que me incluyeron. Los otros dos cubanos que están también en la lista no son contrarios al régimen, al menos no de manera manifiesta y pública. Y, bueno, uno de ellos se preguntaba en las redes por qué la noticia había salido en todas partes salvo en la prensa cubana. Varias personas le contestaron que, básicamente, no la daban porque salía yo. Cualquier noticia que tenga que ver conmigo, y ya no digamos la publicación de una novela, no va a salir reseñada en la prensa del país hasta que no haya un cambio político. 

Periodista. Ha escrito para medios como Colofón Revista Literaria, Perfiles o Viajar, entre otros.