Se empieza por abrir balcones a la calle. “Abrid ya las ventanas. / Adentro las ventiscas / y el aire se renueve. / Quiero huir de los ámbitos / calientes y tapiados, / salir sin compañía / por el mundo adelante.”
Para Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 - Madrid, 2000), la vida y la literatura eran un gesto de apertura, de dejar entrar el aire fresco, de salida de uno mismo y de abrazo a la realidad. También la condición para la escritura: “Salir afuera, adonde fuera, / era abrir una puerta para que la poesía disuelta por el mundo / en partículas tenues e invisibles / me llenara la casa de colores”.
Así lo plasmó en sus novelas, y en su poesía, que este 2023 ha reeditado La Bella Varsovia bajo el título A rachas, donde la escritora española defiende con uñas y dientes —verbales— el ejercicio alegre de la libertad. Libertad aunque haya que ejercerla sin compañía o con los demás en contra. Libertad para experimentar y equivocarse. “Ya sé que no hay salida, / pero dejad que siga por aquí”, reclama en ‘Callejón sin salida’. “Avanzo alegre y sola / en la exacta mañana / por el camino mío que he encontrado / aunque no haya salida”.
A menos de dos años de la celebración del centenario de su nacimiento, en 2025, sus obras siguen reeditándose: este mismo año, no solo La Bella Varsovia ha recuperado su poesía sino que Siruela ha seguido ampliando su Biblioteca Martín Gaite con la publicación de 27 de sus conferencias en el volumen De viva voz. Estos lanzamientos coinciden con el anuncio el pasado mes de julio de que el Centro Internacional del Español de Salamanca albergará durante los próximos 20 años el legado de la autora, integrado por más de 1.500 documentos.
La escritura de Carmen Martín Gaite y su reivindicación tranquila, pero decidida, de una vida sin ataduras han hecho pervivir sus obras hasta una actualidad en la que han encontrado menos eco compañeros de generación como Juan Marsé, Rafael Sánchez Ferlosio o Ignacio Aldecoa. Mientras otras voces pronunciaban grandes discursos sobre la libertad, debatían de forma encendida sobre feminismo o aseguraban haber escrito completos retratos de la realidad social española, la autora salmantina tejía un hilo literario que iba a conectar sus textos con nuestro tiempo y mantenerlos vigentes.
Una “figura de mujer volando”
“Me acosó una sensación fulminante de extravío y embrujo, el miedo a estar perdiendo cualquier tipo de referencia espacial. Porque estaba volando. Eso fue lo que vi: una figura de mujer volando. Los brazos en alto sujetaban, a modo de bandera, una prenda blanca, tal vez ropas que se estuviera sacando por la cabeza al tiempo de saltar. Iba descalza, y el cuerpo cubierto apenas por una especie de combinación adherida a la piel. Piernas largas y elásticas, pero muy poco pecho. Era la silueta de una adolescente. Estaba captada de medio perfil y se reía con el pelo alborotado al viento”.
El protagonista de La Reina de las Nieves (1994), Leonardo Villalba, encuentra la fotografía de una joven “volando” entre las cosas de su padre, y esa imagen no solo es el centro de la novela, sino también uno de los símbolos más potentes de una idea de libertad que atraviesa toda la obra de Carmen Martín Gaite y explica su actualidad. La del salto al vacío es una libertad que no se construye como reacción ni como oposición, sino como una apuesta decidida por la aventura y la despreocupación. La adolescente salta y sonríe, y esa es una imagen atemporal y ahistórica, que conecta al lector de hoy con su propia vida y no le exige remitirse a otros tiempos ni otros contextos. La imagen de una mujer feliz que salta parece, incluso, apolítica, aunque defender la libertad y la alegría sea una determinación más política que muchas otras. La de la alegría es una bandera, sí, pero una que invita a quien la mira a sumarse, como en el poema ‘Mi ración de alegría’: “No es ningún baluarte / ni ningún ofensivo privilegio (...) / ved que no la defienden ni pinchos ni alambradas / y que podéis pasar aquí conmigo al sol”.
Esa es precisamente la invitación que hace Miss Lunatic a Sara, la protagonista de Caperucita en Manhattan (1990). La extraña mujer, “muy vieja, vestida de harapos y cubierta con un sombrero de grandes alas”, recorre la ciudad con un cochecito de niño vacío y acompaña a la niña Sara que, como en el cuento clásico, va a llevar un pastel a su abuela. A su pupila, le transmite una filosofía de vida según la cual “vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o engañen”. Vivir, dice Miss Lunatic, “es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar, y vivir es reírse”. Al final de este viaje iniciático, la niña “tenía que quedarse a solas para conocer la atracción del impulso, la alegría de la decisión y el temor del acontecer”, y se entiende que “venciendo el miedo que le quedara, conquistaría la libertad”.
Un “cuarto de atrás”
Una noche, una escritora despierta sobresaltada al oír el timbre de la puerta. Un hombre anuncia que ha venido para entrevistarla, una cita que ella no recuerda, pero a la que accede, ávida de conversación. Durante la charla, ella desgrana para él sus recuerdos de infancia, describe la España en blanco y negro de la posguerra, relata su vida e intercambia con el extraño opiniones sobre la literatura y la escritura. La escritora sin nombre es Carmen Martín Gaite y la obra es El cuarto de atrás (1978), donde la habitación desordenada de juegos de su infancia da pie a un recorrido por la propia vida, marcada por el anhelo de ver, escuchar, experimentar y recorrer. El cuarto de atrás de sus años de niña “era muy grande, y en él reinaba el desorden y la libertad, se permitía cantar a voz en cuello, cambiar de sitio, los muebles, saltar encima de un sofá desvencijado y con los muelles rotos al que llamábamos el pobre sofá, tumbarse en la alfombra, mancharla de tinta, era un reino donde nada estaba prohibido”.
Desde ese espacio, la Martín Gaite niña se decía: “Algún día tendré penas que llorar, historias que recordar, bulevares anchos que recorrer, podré salir y perderme en la noche”. En los años cuarenta grises y tristes de la España franquista, “estaba harta de oír la palabra fusilado, la palabra víctima, la palabra tirano, la palabra militares, la palabra historia”, y quizá por eso su obra no habla de guerras, ni de bandos, ni de represión, porque de todo eso quería escapar la autora: “Yo pensaba que también podía ser heroico, escaparse por gusto, sin más, por amor, a la libertad y la alegría —no a la alegría, impuesta, oficial y mesurada, sino a la carcajada y a la canción que brotan de una fuente cuyas aguas nadie canaliza—”. Su sueño era el de una vida sin juicios ni deberes: “Yo soñaba con vivir en una buhardilla, donde siempre estuvieran los trajes sin colgar y los libros por el suelo, donde nadie persiguiera a los copos de polvo que viajaban en los rayos de luz, donde solo se comiera cuando apretara el hambre, sin más ceremonias” reconoce, sobre un anhelo que comparten, décadas después, muchos de sus lectores.
Una conversación
Es lo que desean también muchos de sus personajes. Como Natalia, la “chica rara” de Entre visillos (1958), que está harta de contemplar la ciudad desde detrás de unas ventanas cerradas; como Isabel y Diego, hija y padre en Fragmentos de interior (1976), que se prometen a sí mismos no llevar una vida que les aprisione, cueste lo que cueste. También Leonardo Villalba, el huérfano que encuentra la foto de la joven que vuela, crece siguiendo sus propias normas, utilizando la calle y la noche como refugios. Y Eulalia y Germán, tía y sobrino, protagonistas de Retahílas (1974), que encuentran en la conversación y en la palabra una forma de libertad.
“Vivir es disponer de la palabra, recuperarla”, dice Eulalia en Retahílas. Ahí, ese personaje también dice que “lo fundamental” es “que no se te vaya el interlocutor”, una figura clave en la obra de Martín Gaite, que siempre se dirige a alguien, que siempre es comprensiva y compasiva tanto con lo escrito como con el lector. “Si siempre pudiéramos hablar bien con toda la gente, tal como queremos, quizá no escribiríamos; es como un sucedáneo”, aseguraba en 1981 en una entrevista con Joaquín Soler Serrano en el programa televisivo A fondo. La concepción de la literatura como conversación es otra de las claves que explica que sus libros se sigan editando y leyendo. Una literatura que apela, que establece un juego con el lector. Una charla como la que mantienen el alter ego de Martín Gaite y el hombre que habla con ella en El cuarto de atrás ejerce, a través del tiempo, un efecto similar al de una conversación interesante escuchada por casualidad. Simplemente, uno no puede evitar pararse a escuchar.